FUEGO EN LA NOCHE (YoonMin) [One Shot]
FUEGO EN LA NOCHE [One Shot]
YoonGi POV:
Nuestros pasos suenan a través del espacio y
juraría que atraviesan de igual forma el tiempo haciéndome sentir nervioso y
excitado a la vez. Sobre la hierba, nuestras botas hacen un extraño crujido que
nos indica que está seca. Es fácil de romper, es un perfecto combustible. Los
alientos agitados alrededor, las respiraciones desbocadas, como mi corazón
haciendo un gran esfuerzo por bombear sangre a todas las partes de mi cuerpo.
Pasado un largo rato me siento cansado, dolorido, engarrotado. A mi alrededor,
soldados de tierra vestidos con imponentes uniformes corren a mi lado, junto a
mí. No. Me siguen. Están siguiéndome porque yo también estoy vestido de la
misma forma y voy frente a ellos conduciendo nuestros pasos bosque adelante.
Me gustaría detenerme, pararme en medio de este
espacio tan abstracto y mirarme más detenidamente de arriba abajo para
comprobar mi estado. La adrenalina en mi cuerpo no me deja sentir más que un férreo
impulso hacia delante porque nuestras expresiones no son de ira, ni de
seriedad. Estamos envueltos en un aura de miedo y terror de algo que nos
persigue. No alcanzo a entender qué es pero puedo imaginármelo, pues sobre mi
hombro derecho está cosida una pequeña bandera bordada de colores que me hacen
dar un vuelco al corazón. Extrañamente me reconozco en ella pero no me siento
cómodo portándola de esta manera. El norte es mi país y todo lo que yo puedo
hacer por él es huir del enemigo que se acerca, inexorablemente.
Mis soldados hablan entre ellos intentando
susurrar pero les falta el aliento para quejarse, para subordinarse. Solo
corren hacia delante igual que yo hago con un miedo que me atenaza el corazón.
Con un escalofrío que me recorre la espina dorsal cada vez que pienso que algo
va a saltar desde mi espalda como un lobo lanzándose a morder mi yugular. Pero
mis pies duelen ya, mis piernas arden y mi respiración me deja rezagado
mientras dejo que los soldados a mi cargo me sobrepasen y corran delante de mí.
Puedo incluso escuchar como las pisadas de estos se alejan y unas diferentes,
más rápidas, más pesadas, se acercan por mi espalda.
Me giro para mirar atrás pero solo descubro la
oscuridad de la lejanía de un bosque en medio de la noche. Una noche que es
menos oscura de lo que debiera. Una luz en el horizonte me recuerda a un dulce
y delicado amanecer, pero no es el sol lo que se alza, sino el fuego que nace
de la nada y que comienza a propagarse alrededor. Un fuego que antes de darme
cuenta, ya nos ha rodeado y el humo comienza a formar parte de nuestro
alrededor, creando una neblina de cenizas. Toso, una, dos, tres veces y siento
que he dejado de respirar por unos momentos pero el miedo de las llamaradas
ascendiendo por las paredes de la realidad me obliga a salir corriendo
nuevamente huyendo de cualquier signo de muerte.
A lo lejos, se nos presenta una edificación
abandonada y medio derruida. Rodearla sería intentar internarse en medio de los
árboles en llamas y nuestra única salida es adentrarnos en el edificio y salir
por la parte trasera, continuando por la senda que nos han marcado de antemano.
Mis soldados me miran desde la distancia, cerca ya del edificio y se ven en una
encrucijada de la que solo yo puedo salvarles. Esperan mis órdenes y mientras
corro hacia ellos, les señalo el edificio.
–¡Entrad dentro y saltar por el otro lado! –Me
obedecen casi al instante y dejo que todos y cada uno de ellos entren y crucen
por entre las estancias de piedra derruida y medio enmohecida hasta el otro lado.
Soy el último en entrar y comienzo a sentir un ligero rubor por el calor del
fuego cubriéndonos. Mis manos tiemblan pero intento mantener la calma porque
soy el líder de este pequeño batallón y no pueden verme flaquear.
Cuando ya no hay nadie alrededor me sumo a
ellos subiendo por una ventana del primero piso y me encaramo a la estructura
de piedra para saltar al interior y encontrarme una oscuridad demoledora. A mí
alrededor solo puedo distinguir algunas pequeñas sombras de muebles derribados,
caídos, rotos. Alguna mesa. Las tablas de madera de una estantería sumida por
el peso de una piedra que se ha desprendido desde el techo. Veo también las
sombras de mis soldados caminar de un lado a otro dirigiéndose a las ventanas
que usaremos como salida, en el otro extremo del edificio. La luz que entra
desde el exterior es cada vez más intensa, el fuego se aproxima y yo aun no
estoy seguro de que podamos encontrar una escapatoria.
Poco a poco las personas salen fuera, comienzo
a quedarme a solas pero entonces, alguien entra en el edificio de la misma
forma que he hecho yo, saltando por la ventana. Oigo el peso cayendo a plomo de
unos pies sobre el escombro y la madera roída y carcomida. Oigo los pasos y yo
me agacho para no ser visto, para que mi figura se esconda y se confunda con
cualquier resquicio de material inhumano. No quiero mirar qué es o quién. Sé
que es el enemigo y yo solo puedo pensar en escapar sin ser percibido. No
quiero poner a mi pelotón en peligro y menos aún, para nada. Oigo más pasos que
le siguen. Más personas que se cuelan como hemos hecho nosotros en este
edificio e intento caminar a hurtadillas en medio de la oscuridad, camuflado
por el sonido de unas docenas más de pisadas y consigo escabullirme por unas
escaleras que dan a la planta superior.
Mi primera intención es, ante todo, salir del
edificio y si es posible, sin ser visto. De haberlo hecho en la planta baja,
atestada de soldados, habrían visto mi figura recortada por la luz de la
ventana y habría sido un blanco fácil. De saltar por una del primer piso no
será gran daño el que me haga pero cuando llego a este y me dispongo a
adentrarme por entre las estancias, oigo un par de pasos que me siguen. Solo un
par. Solo una persona siguiéndome. Si sigo subiendo me oirá. Pero tengo la sensación
de que ya me ha oído y el miedo irracional que me invade me obliga a seguir un
piso más. Cuando llego se me presenta una estancia similar a la de abajo y
esquivo muebles y escombro en el suelo para acercarme a una de las ventanas.
Nada más asomarme, el corazón me da un vuelco, la altura es suficiente como
para matarme, o como mínimo, para romperme ambas piernas y sucumbir ante una
horrible muerte.
Pero al girarme y ver como la sombra de un
hombre sube por entre las escaleras no me lo pienso demasiado y me encaramo a
la ventana para poner los pies con cuidado en el alféizar y caminar hasta el
muro para esconderme. Con una mano me sujeto al borde de la ventana y el resto
de mi cuerpo lo mantengo inmóvil y tenso apoyado contra la pared. Las lenguas
de fuego en el horizonte describen grandes llamaradas que devoran sin piedad
los árboles y los arbustos alrededor. Los últimos soldados salen del edificio.
Los veo saltar por una de las ventanas ante el miedo al fuego y no logro
distinguir si son amigos o enemigos, pero se escabullen internándose en medio
de un tramo del bosque que aún no ha sucumbido al fuego.
Miro al cielo, con mi corazón desbocado y una
de mis manos, la que no me mantiene aferrado a la vida, sujeta fuertemente el
fusil que con una correa cuelga de mi cuello. Respiro con dificultad y a medida
que pasan los segundos, se me hace cada vez más complicado, expuesto como estoy
al humo del fuego. Solo rezo por no toser, por no soltarme. Por no gritar de
miedo y por no sucumbir ante el pánico de la altura. Mi mano se nota cada vez
más cansada y si soltase la pared, temería caer aunque no lo hiciera. Mis pies
tienen espacio para sostenerme pero no me garantizan toda la seguridad que
quisiera.
Unos pasos se acercan, un cuerpo aparece por la
misma ventana en la que estoy agarrado y un rostro, con casco cubriendo su
cabeza y uniforme militar me mira con una sádica sonrisa de victoria. Me ha
encontrado y yo solo tengo el valor de retroceder por el saliente de la pared
externa mientras él se encarama al mismo saliente en que estoy yo. Le veo
hacerlo y tarda lo suficiente como para que me hubiera dado tiempo a dispararle.
Temo moverme pero ese no es el problema. Me he tomado el tiempo para
reconocerle. El pelo saliente de su frente. La forma de su pequeña nariz, sus
ojos rasgados, sus labios gruesos, su piel, bronceada por el sol o bien
cubierta del fino polvo que las cenizas del aire trasladan. Su mirada es una
fría punzada en mi vientre, su sonrisa sedienta de mi muerte es, sino más cruel
que sus gestos. Se aproxima y yo solo retrocedo asegurando bien mis pies en
cada uno de mis pasos. Le apunto con el fusil, él no le teme.
–¡Jimin! –Le digo, intentando parecer
confiado–. ¡Jimin, soy yo!
Él sigue adelante, igual que yo, asegurando sus
pasos mientras intenta no perder el equilibrio en un traspié desafortunado.
Puedo sentir como su aroma me llega con el cálido viento del fuego a su
espalda. Tal vez no sea cierto pero es el recuerdo el que me domina, el anhelo
y la memoria. En mis dedos puedo recordar vagamente como si el roce de su piel
se hubiera quedado impreso en mis huellas digitales y el sabor de sus labios,
en los míos. Sin embargo, ya no hay nada de eso en el hombre delante de mí. Una
bandera de diferente calibre al mío sobre su hombro derecho parece haberle
absorbido.
–¡Jimin! ¿No me recuerdas? ¡Soy yo!–Grito sin
obtener más que una vaga mirada de aburrimiento por mis palabras. Como si no
significaran nada cuando para mí son tan valiosas. Comienzo a llorar sin darme
cuenta. La humedad en mis mejillas hace que el polvo alrededor se pegue mejor y
mis manos temblorosas sueltan sin querer el fusil. Cae de mis manos y lo sigo
con la mirada como choca con un golpe seco sobre el suelo. Comienzo a calcular
las posibilidades de que yo acabe de igual forma pero mis pensamientos se
interrumpen por los pasos que se acercan de Jimin. Me dispararía si no
estuviera lo suficientemente cerca como para que el fusil me llegase hasta la
frente.
Una de sus manos va a mi pechera y hace fuerza
para desequilibrarme pero yo me agarro a su mano con fuerza y comienzo a
gritar, rompiendo mi garganta en el intento.
–¡No me hagas daño, te lo suplico! –Mis
palabras no parecen llegarle y eso me pone mucho más nervioso, viéndome
obligado a zarandearle levemente por el brazo–. ¡No me mates! ¡Por favor! –Su
otra mano va a mi cuerpo y me intenta hacer caer, pero yo le empujo aunque mi
fuerza no es la suficiente. Asistimos a un forcejeo en medio del abismo y yo
solo puedo llorar desesperado mientras sus manos me hacen daño. Un poco de
fuerza de más me hace pisar fuera del saliente. Pierdo el equilibrio y siento
como todo a mi alrededor me atrapa, me absorbe. Él me suelta, pues ha logrado
su objetivo, pero yo aun tengo la esperanza de morir a su lado, llevándome su
vida conmigo como venganza. Agarro con fuerza la pechera de su uniforme y mi
peso junto con la gravedad es más que suficiente para llevarle conmigo.
El espacio nos recoge. No se oyen gritos, solo
el sonido del viento atravesando mis oídos. Este me acuna unos segundos
mientras, de espaldas, el suelo se aproxima para darnos una dura caída. Veo lo
alto del edificio alzarse al cielo. Este, enrojecido y lleno de humo se
revuelve, como el oleaje de un mar embravecido. Hace mucho que he soltado las
ropas de Jimin y apenas ha pasado un segundo. La caída es inminente, estoy a
punto de recibir a la muerte pero no es la muerte la que me recoge en sus
brazos, es el dolor de un golpe seco en la espalda.
El dolor me recorre cada nervio del cuerpo
desde la punta de la cabeza hasta los dedos de los pies. Me quiebro un segundo
y pierdo todo el aire en los pulmones. Al recuperarlo, duele. Caigo en una dulce
inconsciencia de la que despierto apenas transcurrido unos segundos. Abro los
párpados encontrándome con el cielo en llamas. Son llamaradas de fuego,
nubarrones de humo negro. ¿Dónde ha quedado la noche? Me pregunto de repente.
Juraría que había un cielo azul cubierto de estrellas y estas iluminaban
nuestro camino por entre las hojas de los árboles, describiendo sombras
fantasmales en el suelo. Solo queda un amargo infierno alrededor. El calor
ruboriza mis mejillas, seca mis labios. Quiero sentir la poca hierba aún húmeda
bajo mi cuerpo pero mis manos no responden a mis actos y tampoco tengo el tacto
en mis dedos.
Intento revolverme unos segundos pero no puedo.
No es dolor lo que me impide, sino la verdadera, ciega y lúgubre impotencia de
la realidad. No puedo moverme un ápice y me gustaría saber por qué. No siento
pies ni piernas. No estoy flotando, siento mi cuerpo pesado como una losa
muerta que cuelga de mi cuello y cuando intento gritar, la voz no me sale.
Tampoco nadie acudiría en mi ayuda. Estoy solo en medio de la nada. Pero, no.
Alguien había conmigo y aún permanece a mi lado. Giro levemente el rostro con
mi cuello dolorido y de soslayo puedo ver su cuerpo inerte a mi vera. Boca
abajo y con el rostro torcido a mí. Sus ojos sin vida han dejado de mostrar la
malicia que me perseguía segundos antes. Sus labios dejan entrever sus dientes
y su expresión de calma y sosiego me indica que ha encontrado una dulce y casi
indolora muerte. Le envidio lo suficiente como para comenzar a llorar de nuevo.
Siento el frío de las lágrimas recorrer mis sienes, pero rápido se secan. Me
muerdo el labio inferior, sollozo. Las llamas se acercan y de un momento a otro
el fuego nos consumirá a ambos y solo encontrarán los cadáveres incinerados de
dos soldados sin importancia.
El humo comienza a cegarme. A cegarlo todo. Me
rodea y toso. Mis pulmones comienzan a llenarse de un oscuro hollín que me
embriaga. No quiero mirar su rostro una vez más. No más. La imagen se ha
quedado guardada dentro de mi mente el suficiente tiempo como para acompañarme
hasta la muerte pero no soy consciente de ella cuando llega. No me saluda, no
me hace una educada reverencia. Me cierra los ojos y yo me dejo hacer, sumiso.
No tengo fuerzas para negarme pero sí el miedo como para no desfallecer del todo.
Lo último que escucho es el crujir de las llamas devoradoras del fuego. El
chisporroteo de las chispas acercarse. El cielo se revuelve, mi respiración se
acompasa con unos latidos inexistentes.
Y entonces, me despierto.
FIN
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