CAÍDA LIBRE (YoonMin) [One Shot]

 CAÍDA LIBRE [One Shot]

💬 Originalmente este Fanfic estaba dividido en 3 capítulos, pero considerando que la mayor parte de ellos eran bastante cortos como para dejarlos por separado, he decidido aunarlos todos en un relato continúo. 

Yoongi POV:

 

La luz entra por las ventanas. Una luz clara y luminosa que me hace sentir más tranquilo, al fin y al cabo. Los grandes ventanales se esparcen por toda la sala proponiéndome escapar de forma inútil. No es sin embargo una locura ya. Yo ya estoy condenado.

–Ángel Min YoonGi. –Dice la voz del juez supremo en la tribuna de mármol blanco sobre la que está sentado. Con un martillo de oro aporrea de vez en cuando una pequeña superficie del mismo material para provocar un miedo que irrumpe en el murmullo del personal. Jurado, testigos y públicos están extasiados. El primer juicio en ciento cincuenta años. Solo por mí.

La mesa en la que estoy sentado, de mármol blanco igual, reflecta toda la luz del exterior cayendo sobre mi rostro y mis alas blancas. En mis manos, unas esposas de plata, en mis alas, otras. En mis pies, igual. Temen que huya. ¿Acaso me deja la conciencia? A mi lado mi amigo que hace las de abogado con una túnica blanca que se jacta de creer poder librarme de esta pero no es más que una caridad que no obtendrá más que una fatal recompensa. Que le juzguen a él también por el valor de defenderme. En mi pálido rostro, una expresión de derrota le hace perder los papeles de vez en cuando implorándome que no me rinda, que la justicia divina nos salvará de esta. Yo me río de la justicia, por muy divina que sea.

–Se le acusa de haber descendido al terreno de los humanos, de exposición ante tales, y de asesinato. ¿Cómo se declara?

–Culpable. –Digo pero mi abogado me da un codazo. Su expresión es del todo sobria pero en sus manos y el temblor de ellas puedo ver su verdadero nerviosismo. Estamos perdidos. A lo lejos, si me concentro bien, puedo oír un par de campanas lejanas. Me gustaría pensar que asomándome a las ventanas la luz no me cegará. Una luz que quema mis ojos con la misma facilidad que hace hervir mi sangre. Una cárcel en lo alto. Un mundo lejos de la libertad. El cielo.

–Abogado, ¿quiere rectificar la respuesta de su cliente?

–No, señoría, pero me gustaría aclarar que mi cliente sufre un shock emocional. No sabe lo que dice.

–Pero aun así no quiere rectificar su respuesta. –Mi abogado traga duro. Su pelo, blanquecino, contrasta con el oscuro color de piel.

–No, pero me gustaría matizar su comportamiento. Él no estaba más que observando cuando un chico…

–Igualmente sus actos han ido en contra de nuestras normas más sagradas. ¡Este mundo! –Grita el juez poniéndonos a todos los pelos de punta–. ¡Somos ángeles, por el amor de dios! ¡No superhéroes o justicieros!

–Mi cliente solo defendió a un humano de ser agredido por otro.

–¡Exponiéndose! ¡Matándole! ¡Condenándonos a todos! La justicia, señor Kim, ha hecho que nos veamos en la obligación de matar a esa segunda persona que su cliente deseaba salvar para mantener nuestro mundo en paz y armonía. –Un suspiro sale de mis labios aun recordando lo sucedido.

–Mi cliente solo ha obrado según su naturaleza, que ha sido proteger a un humano.

–Nuestra naturaleza. –Ríe el juez–. Nosotros no somos animales, somos ángeles, y hemos aprendido a controlar nuestros impulsos. Su cliente debería haberse contenido.

–Yo solo… –Intento hablar pero el juez martillea para hacerme callar.

–¿¡Se cree en disposición para hablar, señor Min!? –Suspiro resignado y miro mis manos encadenadas sobre la mesa de mármol y como se ven terriblemente malogradas, temblorosas y magulladas. La plata es mucho más afilada de lo que me habría imaginado.

–Lo siento, señor, por parte de mi cliente, pero solo intenta excusarse de lo sucedido…

–No tiene excusa.

–Lo sucedido no volverá a repetirse.

–¡Claro que se repetirá! Porque su cliente no sabe controlarse, no sabe de nuestras normas.

–Sabe de nuestras normas, señoría, igual que el resto.

–¿Y cuál es la excusa de que no las cumpla?

–No estoy de acuerdo con ellas. –Contesto haciendo que la sala vuelva a llenarse de murmullos y gritos desquiciados. El juez martillea de nuevo esta vez mucho más nervioso que antes, no sé si porque los murmullos han subido su tono o porque mis palabras le han producido ese miedo. A él y a todos. Son la verdad.

–¿Cómo se atreve? ¡No pueden jugarse nuestras normas! ¡Son normas de seguridad! Normas que nos mantienen a salvo.

–¿Nosotros podemos estar a salvo y los humanos no? ¿Por qué nuestra inmortalidad y su mortalidad? ¿Por qué nuestro bienestar a costa de su…?

–¡Basta! ¡Basta! Los humanos son seres inferiores, señor Min. –Habla calmado, con dogmas repetitivos–. Los humanos están hechos para ser efímeros, mortales, débiles y malvados. Se matan, señor Min, porque lo llevan en su ADN. Nacen, se estropean y mueren, porque está en su ADN.

–¿La muerte les hace débiles?

–La muerte les hace libres. Señor Min, somos nosotros los que estamos anclados a la eternidad. Y debemos protegernos de ella. No lo entiende, lo comprendo. Pero debe respetarlo.

–Pero aquella chica…

–¡Basta! ¿Qué habría hecho? ¿Librarla de la muerte? ¿Del maltrato? Moriría de todas formas, la vida la golpearía igual. Nada habría hecho sino prolongar lo inevitable. Mueren niños y niñas cada día, ancianos, adultos, señoras, señores, animales, plantas. No se obsesione con los humanos, no vale la pena.

Llega un punto en que me quedo mirando a la nada sin saber qué decir porque sus palabras me desarman. Conozco mi error, conozco las normas de mi sociedad, y sin embargo no me arrepiento en absoluto de mi acto. Sí de la reacción de mis conciudadanos. El juez suspira y martillea unos segundos.

–Si la defensa no quiere añadir nada más, el jurado se retirará a deliberar. –Mi abogado se deja caer en la silla derrotado y miro a los componentes del jurado, todos con túnicas negras contrastando con sus blancas alas retirarse a una habitación junto con el juez. Todo ha desaparecido y las personas comienzan a levantarse de sus asientos mientras que yo aun me debato en levantarme sin tropezar. Salimos fuera.

Mientras las personas se dispersan haciendo tiempo para la declaración del juez, yo y mis amigos nos sentamos en un banco a la entrada del salón. Unas puertas grandes y de madera nos separan, abrazadas de dos pilares lisos y limpios, de mármol blanco como el resto del edificio, como el resto de edificios de todo este maldito y estúpido cielo. Mi abogado, NamJoon, es el primero en hablarme una vez me he sentado en un banco de madera.

–¿Qué diablos te ocurre? –Suspiro dejando caer mi rostro en mis manos.

–¿Qué querías que hiciera?

–¡Suplicar, maldita sea! Y no aferrarte a tu estúpida debilidad por esos mortales de mierda.

–Namjoon tiene razón. –Habla Taehyung con ojos titilantes y empañados por el agua. Se sienta a mi lado y esconde el rostro en sus manos, suspirando con fuerza, aguantando el llanto.

–Solo estamos temiendo por ti. –Dice ahora el cuarto de nosotros, Hoseok, con alas alicaídas y temblorosas. Sus ojos me muestran el verdadero miedo de sus almas. Estoy ciego ante sus sentimientos porque me niego a depender de ellos, a obrar por sus corazones.

–La eternidad en una cárcel, ¿no estamos ya en una? –Pregunto intentando hacerles que pierdan el miedo por mi destino, yo no lo tengo. Ellos suspiran, subordinados a mi comportamiento suicida.

–Mira, YoonGi. –Me dice NamJoon–. Sé que te gusta llamar la atención y ser un rebelde, siempre lo has sido, pero estar tan solo…

–Detenlo, NamJoon. Ya he escuchado muchas tonterías. Muchas mierdas. Toda la vida me has dicho lo que es bueno y lo que es malo. ¡Deja que decida por mí mismo! Maldita sea.

–¡Hyung! –Grita Tae a mi lado sujetando mi brazo y rompiendo a llorar. Yo sabría que sería el primero. Yo seré el último–. ¡No queremos perderte! ¡Te queremos! –Suspiro dejándome abrazar por su cálido contacto y antes de darme cuenta ya nos están llamando para entrar de nuevo. El juez ya está sentado en su sitio y el jurado se dispone a su lado colocándose cada uno donde antes se disponía. Caminamos hasta regresar a nuestro asiento en primera fila y esperamos cinco amargos minutos hasta que todo el público ha entrado y el juez coloca unos papeles frente a él. TaeHyung llora tras de mí con sigilo, Hoseok suspira y Namjoon cruza los dedos en su regazo debajo de la mesa.

Con un par de martillazos de oro comienzan sus palabras. Unas palabras que ni él mismo quiere pronunciar, se muestra nervioso, titubeante. Sus ojos están brillantes. Sus labios, temblorosos.

–Señor Min YoonGi, por alterar el orden público, descender al mundo de los mortales, presentarse ante uno de ellos y provocar la muerte de dos, se le con–condena a… al… destierro. –La gente comienza a murmurar y yo frunzo el ceño mirando en su dirección, confuso. Él aclara sus palabras–. Se le condena al exilio al mundo de los demonios. –Martillea un par de veces y se levanta no queriendo ser testigo de lo que acontecerá. Todo se queda en silencio mientras tan solo el sonido de mi corazón se escucha en la sala. Todos mis músculos se tensan no creyendo aún las palabras pronunciadas. Un revuelo comienza, leve al principio que parece hacerme querer sentir sordo, pero luego es cada vez más evidente y estalla en el momento en que, precipitadamente, me pongo en pié frenado por los brazos de la multitud que sucumbe ante las normas de mi sociedad.

Taehyung ha roto a llorar desconsolado, Namjoon hace lo que puede por intentar apartarme de las personas pero son una muchedumbre enfurecida. Ángeles de seguridad quitan las esposas de mis manos mientras me zarandean. Lo mismo con las de mis pies pero mis alas no las sueltan. No aun mientras me estoy debatiendo en liberarme de las manos de desconocidos. Me arrastran hasta la calle. Fuera del edificio donde me hacen caer y rodar por unas escaleras que dan a baldosas de mármol brillante en donde se refleja mi rostro roto en una mueca de dolor. Un par de gotas de sangre, naciente en mi labio recién roto. Escupo a mi reflejo mientras me levantan por el brazo y me conducen calle abajo.

Las personas se suman a la iniciativa que parece ha corrido por todos lados. Mis amigos han desaparecido pero juraría que aún puedo escuchar el llanto de TaeHyung clamando mi nombre. Puedo ver cómo las personas se asoman a las ventanas de paredes blancas de sus rostros limpios de pecados. Las plumas vuelan se revuelve en el aire por el barullo y mis alas aún están esclavizadas. Grito pero nadie oye mis súplicas. Me revuelvo, pero nada importa. La muchedumbre me conduce hacia el abismo. Hacia el final de los adoquines blancos. Donde las nubes nacen. Donde todo se pierde. Ya puedo verlo, a lo lejos. Los niños no se acercan, las mujeres los protegen. Mi miedo aumenta a medida que me acerco a la realidad.

Antes de sucumbir me tiran al suelo y de rodillas puedo ver cómo me rodean, sedientos de justicia. Las esposas en mis alas se deshacen y las manos me sujetan firmemente desde el nacimiento de una de ellas, en la derecha. Varias manos aprietan el hueso y con violencia lo parten. El dolor es mucho más de lo que he sentido jamás. Grito, pego un alarido que me asusta a mí mismo. Todo mi cuerpo se quiebra en dolor al ver una espada de plata alzarse en el aire. El resplandor me ciega para no ver mi propia mutilación. Un corte limpio, un grito más al aire. El dolor me recorre todo el cuerpo quebrándome en el suelo, caigo y unos brazos me recogen obligándome a ponerme en pie de nuevo. El sonido aún permanece en mi mente, como el metal ha atravesado carne y hueso hasta partirme en dos. El dolor me ciega, me anestesia de la realidad y el vértigo del miedo se convierte en un vértigo real.

A los pies del abismo. En el borde de las mismas baldosas blancas. Mis pies han rozado el aire en el borde pero reniego de la realidad haciendo fuerza hacia atrás para no acercarme más pero la multitud me empuja, me ahoga, no me deja más elección que caer o caer. En el borde me instalo unos segundos mientras miro directo a los ojos de quienes se creen con valor de tirarme. Yo no tengo el valor de caer, así que me empujan.

Mi primer instinto es volar pero un ala sola no sirve, y el dolor en el resto de mi cuerpo tampoco me dejaría sostenerme en nada. El abismo me traga. El aire revuelve mi cabello y las plumas de mi espalda. Pierdo los zapatos blancos que comienzan a caer a mi vera en medio de la nada. Una sensación de abrazo me conmueve pero tan solo es el aire rozando mis miembros en la caída. El silencio se mezcla con el sonido del aire en mis oídos. El latido de mi corazón en ellos y mucho peor, mi grito en el eco del abismo. La luz me hace creer que solo es un sueño del que debo despertar, un paisaje terrenal que me muestra una puesta de sol. Pero yo no me dirijo al amanecer. Caigo y permanezco en una caída libre hacia la noche misma. El día, en lo alto, me despide con alaridos de felicidad mientras las plumas se escapan de mi espalda volando con otra densidad junto conmigo hacia una perdición irremediable. La noche me alcanza.

La oscuridad comienza a envolverlo todo mientras caigo y el miedo comienza a apoderarse de mí más que el propio dolor en mi cuerpo. Unas grandes fauces me esperan para devorarme en cuanto toque tierra. El mundo del fuego tan solo aguarda para que un pequeño ángel como yo se muestre indefenso en medio de la lava candente. Ya me imagino todas y cada una de las formas en las que puedo morir, a cada cual más terrible que la anterior. Toda la vida, toda la eternidad nos hemos visto rodeados de historias fantásticas, de ángeles que han sobrevivido al abismo. Somos inmortales y nunca he visto ninguno, lo que considero una total falta de verdad. Inmortales, sí, pero no indestructibles. El fuego nos puede derretir como a un témpano de hielo, somos tan débiles como el cristal más pulido, pero no envejecemos. Por el contrario, las bestias del infierno no solo no envejecen, sino que no sienten caridad por la posibilidad de salvar mi vida. Sus ojos rojos me mirarán hambrientos, sedientos de sangre y diversión. La caída no me matará. Lo harán sus dientes desgarrando mi piel, desollándome, deshuesándome con la mayor frialdad. Sus lenguas me succionaran. Sus cuerpos, como ratas malformadas, de cráneos desnudos y venosos se regocijarán de mi sangre en el suelo.

Algunos dicen, mentirosos todos, cínicos y con carácter lúdico, que en sus cuerpos los huesos se marcan por la hambruna de su situación. Sus dedos, largos y raquíticos se mueven como si el Párkinson les dominase. Rostros desfigurados y malformados. Engendros enloquecidos por la naturaleza impura de su creación. Si no soy su alimento, probablemente un destino peor me suceda, acabar como ellos.

La luz desaparece, no es más que un punto en el horizonte y ya puedo sentir el calor del fuego quemar mis plumas. Caigo cada vez más rápido hasta que choco con algo que parte en mi espalda y sigo cayendo esta vez oculto por paredes. Caigo uno, dos tres, pisos de algo que parece una casa y al llegar al último, los golpes en mi cráneo me hacen dormido hasta despertar de la inconsciencia.

 

 

Un pitido en mis oídos es lo primero que siento. Un pitido que se intensifica con los segundos hasta hacerme fruncir el ceño por el tremendo dolor que provoca en mi cabeza. Allí llevo mi mano, a la zona en donde mi frente se une con el tabique nasal y aprieto con mis dedos mis ojos con fuerza para hacer del dolor tan solo un recuerdo. Desaparece con los segundos pero el pitido tarda algo más. Me atrevo, con mucho miedo y la inconsciencia de mi situación, a abrir los ojos para descubrirme en la más absoluta oscuridad. Cierro los ojos de nuevo mientras, tirado boca abajo en el suelo, siento mi cuerpo dolorido y con un tremendo escozor en mi espalda. La humedad de algo líquido en mi espalda ha caído por uno de mis costados. Sangre. Sangre en abundancia pero que ha detenido la hemorragia. Mis ropas han dejado de ser blancas, por la sangre y la suciedad. Ni mis plumas en la única ala que me queda se salvan de la suciedad. ¿Por qué tanta suciedad?

Miro a mi alrededor para descubrir escombro y polvo por doquier. Miro hacia arriba y descubro, en lo que parece el techo de un pasillo en el que me encuentro, un agujero en el techo, igual que en las plantas superiores de donde he debido caer. La luz que entra no es sino una luz roja y llameante. Titilante. Fuego. Asumo al fin, que estoy en el infierno.

Intentando incorporarme me veo en medio de un pasillo. Un pasillo con salidas nada más que a ambos lados. A mi espalda está la oscuridad, frente a mí, la luz roja y llameante que no sé de dónde procede. No sé tampoco qué me da más miedo por lo que alcanzo a ponerme en pie y plegar el ala a mi espalda intentando ocupar el menos espacio posible. Una de mis manos la llevo a mi costado contrario donde el dolor del ala rota se distribuye por todo el cuerpo y con dificultad doy un par de pasos hacia la luz pero un alarido me hace retroceder tres o cuatro y caigo al suelo por la poca estabilidad que me da el solo tener un ala.

Caigo y retrocedo pero nada parece querer venir, el alarido ha sido humano sin duda alguna, pero me ha asustado tanto o más que si fuera el más fiero grito de bestia. Un grito femenino, un sordo y desgarrador aullido. Oigo el fuego chisporrotear a lo lejos y como los gritos de agonía regresan para ponerme los pelos de punta. Nunca antes había escuchado tal horror en la voz de una persona y siento náuseas repentinas dando por buena la opción de caminar dentro de la oscuridad. La eternidad tengo para decidirme pero tengo la sensación de que vaya donde vaya voy a arrepentirme.

Poniéndome de nuevo en pie miro a mí alrededor fijándome en las paredes de hormigón pintado de negro que me rodean. Sobre el techo, la escayola le hace ver humano, pero el color oscuro no. tal vez no sea pintura sino hollín del humo en el fuego. En el suelo, una alfombra de terciopelo granate me hace sentir tembloroso y ni un solo resquicio de decoración a ningún lado del pasillo. Solo los gritos indiscriminados. De vez en cuando, algún quejido lastimero, alguna súplica desesperada. De nuevo, ese tremendo alarido pero esta vez proveniente de una voz masculina. Un alarido sin fuerza, tan solo producido por un dolor desgarrador.

Llega un punto en que el miedo es sustituido por la curiosidad y ante no poder perder nada más que la vida, camino pasillo adelante y este se pliega a la izquierda. Sigo caminando hasta encontrar el foco de luz en una puerta entreabierta. El fuego parece dominar en su interior en la forma en que la luz rojiza parpadea y se contonea junto con las sombras. A mi camino solo he encontrado la terrible sensación de ahogo por un humo denso que discurre por el techo pero cuando me asomo, curioso, por la puerta, la imagen me hace dar un respingo asustado. Varios cuerpos, de humanos indudablemente, están tirados por el suelo o reposando contra las paredes dada su extrema flaqueza. Unos cuerpos deshidratados, sin sangre en las venas, sin músculos. Esqueléticos, vaciados. Sus ojos están hundidos y sus dedos huesudos temblorosos. Sus pieles son pellejos que no saben adherirse al cuerpo y sus rostros, caídos, cadavéricos. Y sin embargo, vivos. Agonizando después de haber sido absorbidos. Gimen doloridos, algunos. Otros aún tienen el valor de suplicar por sus vidas. ¿Qué es eso tan malo que les ha sucedido? ¿Qué puede esperarles para que aún tengan fuerzas para suplicar?

De uno de ellos aparece una expresión de miedo y pánico cuando veo, con dificultad, como unas manos llegan hasta él y lo cogen del cuello por no arrastrarle del carente pelo que se ha desprendido de su cráneo putrefacto. Unas manos fuertes y encamisadas en una camisa blanca remangada. Me asomo un poco más para ver la condición del miedo en el cadáver y descubro una gran chimenea sin fondo, en donde el fuego hace acto de presencia. Este ser, con la frialdad necesaria, arroja el cadáver en las llamas haciendo que invierta sus últimas fuerzas en gritas agonizando por el dolor. Su último dolor. Almas. Almas en pena, condenadas a un infierno que no esperaban.

Me veo obligado a abrir un poco más la puerta, descubriendo a la figura que contempla como el fuego devora al ser que acaba de arrojar. Un cuerpo rudo y fuerte, alto como yo y con una complexión que me asusta. De espalda ancha y con dos protuberantes cuernos sobre el carnero, rojos como el mismo fuego que le ilumina, adornando su cabeza. Puedo ver como la camisa blanca que lleva está manchada de sangre en sus hombros, en sus mangas pero también como le queda grande, o bien la tiene en parte desabrochada. Unas piernas enfundadas en unos pantalones rojos, apretados, mostrándome su figura. Una cola, divertida al parecer y en constante movimiento, contoneándose entre sus piernas. Su movimiento es frenético y la forma que tiene de aterrarme es espectacular.

Estoy a punto de retroceder en silencio, temiendo ser una de las víctimas pero de repente se gira y me escondo rápidamente con intención de marcharme pero su rostro, oh, su rostro. Una expresión aniñada me sorprende. Ojos, que endiablados, son pequeños y divertidos. Unas mejillas coloradas de un rubor artificial del fuego, unos labios, que aunque manchados de sangre discurriendo por su barbilla y su pecho desnudo, se ven abultados y brillantes. En un constante puchero que me hace verle con mucha más curiosidad que antes. Su pelo, revuelto y un poco sucio le quita fiereza. Su mirada, atrayente, hasta que me mira.

Doy un respingo cuando ha detenido todos su movimientos para mirar a la rendija de la puerta en donde yo me escondo y doy un paso hacia atrás pero cuando sé que me ha visto y pretendo salir corriendo, caigo al suelo y me arrastro para incorporarme de nuevo lo antes posible. Quiero volar  y no puedo. Caminar es toda una batalla. Correr con un demonio persiguiéndome, todo un reto de cordura. Intento concentrarme en que sus pasos me siguen pero no oigo nada. Nada más que mi agitada respiración y el susurro del viento en mi espalda. Me adentro sin remedio en la oscuridad y palpo las paredes para caminar hasta que el pasillo me muestra a lo lejos una luz rojiza que no me infunde ninguna confianza. Sin embargo es un punto de referencia y camino hacia lo que parece la ventana a un balcón. Un pequeño balcón, pero nada más ponerme frente a él y abrir las puertas, la imagen del exterior es de todo menos moralizante. Un infierno parecido al del Bosco  en su tríptico de El jardín de las delicias. Una orgía de alaridos, un sinfín de pecados corriendo de un lado a otro sobre un terreno de tierra que más bien son cenizas pisoteadas bajo un cielo de cenizas candentes.

Sexo, sexo y violaciones desgarradoras, suicidios sin muerte obligando al débil sucumbir de nuevo a su valentía. Alcoholizados que no se detienen en su vicio, codiciosos que vomitan el oro robado en su verdadera vida. Golosos que se devoran a sí mismos hambrientos de un hambre voraz que no terminará jamás. Aquellos que pecaron de ladrones hoy se ven despojados de su propio cuerpo mientras se despiden de sus propios miembros para ser profanados en violaciones consentidas por la justicia. Asesinos que luchan contra sí mismos enfrente de un arma que les condenará a la eternidad en plena adrenalina del momento. Zoofílicos convertidos en animales, pedófilos convertidos en niños mutilados, malhablados con lenguas de goma, vanidosos con cuerpo de barro que se deshace al caminar. Y mientras las almas humanas pagan sus pecados, demonios con cuerpo humano se regodean de su posición riéndose, burlándose de la desgracia y ayudando a la justicia para un fin más macabro. Se apuntan a las violaciones cuando no las empiezan ellos, matan, juegan y desmiembran como simple entretenimiento.

Y yo sin embargo me veo en la obligación de salir como sea de esta casa antes que dejarme arrojar al fuego después de haber sido devorado hasta dejarme en una masa de huesos y pellejos. Abro la cristalera y me encaramo al borde de piedra para saltar temiendo una caída dolorosa pero un cuerpo aparece de debajo del saliente trepando con total facilidad por la piedra. El rostro, conocido y en una expresión de preocupación, me mira asustado al mismo tiempo que me hace retroceder y caer en el balcón por su presencia. Trepa con elasticidad hasta sentarse desde el exterior al interior de la barandilla y me observa con ojos divertidos, pero confusos y asustados. No más que yo.

–No saltes. –Me dice simplemente con voz acaramelada–. No puedes volar, ¿no? –Suspiro, no tengo el valor de contestarle mientras sus ojos negros, profundos y sin fin, me miran como a una presa recién encontrada. Salta de la barandilla y yo retrocedo a medida que él avanza. Una vez estamos dentro yo retrocedo gateando hasta apoyar mi espalda contra la pared opuesta al cristal y él cierra detrás de él mientras yo respiro con dificultad. El olor a azufre y el polvo en el ambiente me hace toser y esto me provoca una mueca de dolor por el esfuerzo en mi tórax. Todo mi cuerpo duele y ni siquiera puedo apoyarme de veras contra la pared. Él me mira, se acuclilla y se queda a mi altura. Me mira curioso pero su curiosidad no puedo tomarla como infantil o divertida por toda la sangre que tiene en el rostro y la ropa–. ¿Eres un ángel? –Pregunta confuso. Yo asiento pero me arrepiento al instante porque acabo de revalorizar el precio de su presa–. ¿Y qué hace un angelito como tú aquí? ¿Te has caído?

Pregunta con sorna pero yo muerdo mi labio inferior y suspiro amargamente. Él se acerca mucho más a mí hasta hacerme chocar con la pared y gimo con una mueca de dolor al sentir el muñón de mi ala cortada contra la pared. Él da un respingo con ello y se acerca lo suficiente como para poner una mano en mi hombro e inclinarme para ver más de cerca la mutilación. Tengo miedo de la cercanía pero puedo ver de reojo como cubre con su mano sus labios y sus ojos se abren horrorizados por lo que ve. Creía que la torpeza me había hecho caer. El corte limpio de mi ala le hace ver que algo mucho más grande me ha mandando aquí.

–Eso debe haber dolido. –Susurra cerca de mi cuello y me pone los pelos de punta. Se aleja de mí lo suficiente como para que me sienta cómodo y no me vea en la obligación de volver a apoyarme en mi espalda–. ¿Quién ha sido el que te ha hecho esto, angelito?

–Mi… mis… los… los demás… ángeles… –Tartamudeo mientras observo su confuso rostro.

–¿Los otros? –frunce el ceño. De repente una sádica sonrisa parece para asustarme–. Algo muy malo has tenido que hacer para que te corten un ala y te traigan aquí. ¿No?

Hago un puchero enfadado y ante su desenfadado comportamiento me tomo la libertad de ponerme en pie pero con dificultad. Apoyándome en la pared detrás de mí con los brazos intento incorporarme pero sus brazos vienen rápido a mi cintura y me ayudan mientras me apoyo en sus hombros para levantarme. Su olor a sangre me revuelve el estómago, pero pienso que puedo ser yo quien huela así y me hace sentir avergonzado. Me aparto de él en cuanto me mantengo con los dos pies en el suelo. Él se aparta con un rubor en las mejillas.

–¿E–estoy en el in–infierno? –Pregunto desorientado. Él se ríe de mí.

–¿Después de lo que has visto ahí fuera aun lo dudas?

–¿Y tú, tú eres… eres…?

–¿Hum? –Pregunta aturdido.

–¿Un… uno de esos…?

–¡Ah! ¿Un demonio? –Asiente con una sonrisa orgullosa–. Sí.

Eso me hace temblar ante la absurda realidad que se me presenta y frunzo el ceño decepcionado girando mi rosto a ambos lados, no sabiendo qué hacer ni qué será de mí. Muerdo mi labio, temiendo preguntarle pero él me mira como si esperara algo de mi parte.

–¿Y bien? –Pregunto.

–¿Qué?

–¿Qué… qué vas a hacerme?

–¿Yo? –Pregunta curioso–. ¿Qué quieres que haga contigo?

–Yo… yo he pecado, el infierno está para pagar mis pecados. –Se encoge de hombros.

–Yo solo devoro almas humanas, no a ángeles rebeldes… ¿Qué has hecho, pequeño? ¿Has pintado un grafiti en una nube? ¿Le has quemado la barba a Dios? –Suspiro.

–Da igual. Dime, ¿qué hacen los ángeles aquí? –Me mira desorientado.

–¡Yo qué sé! Eres el primer ángel que veo en mi vida. –Le miro frunciendo el ceño. La reciprocidad entre el desconcierto en los dos mundos es mucho más grande de lo que me habría imaginado–. Sois tal como os imaginaba.

–¿Cómo?

–Arrogantes, malhumorados, frágiles, débiles, y muy tontos.

–¿Perdón? –Le miro con una ceja alzada.

–¿Qué? Mírate, estás hecho un desastre…

–Idiota. –Susurro y a pesar de que me oye, se hace el sordo suspirando y poniendo sus manos en su cintura.

–Bueno, no me entretengas más tiempo, tengo cosas que hacer. –Se gira y regresa al pasillo de vuelta pero yo me quedo mirándome con incredulidad. Me habla mientras se marcha–. No saltes si no quieres partirte una pierna, la puerta está en el piso de abajo. Adiós.

Me quedo de pie, mirando cómo se marcha mientras de reojo miro a fuera y como la vida se me muestra mucho más cruel al otro lado del cristal. Sin pensarlo demasiado comienzo a caminar en la dirección en la que el demonio ha caminado y le veo meterse de nuevo en la sala de la chimenea. Me asomo como hace minutos atrás para ver realizar el mismo ejercicio que antes. Coge uno a uno los cadáveres aún con vida del suelo y los tira chimenea adentro. Los gritos agónicos ya no son tan llamativos como la forma en la que se mueve, en la que su cola se contonea en su espalda. Sus ojos miran los cuerpos con curiosidad infantil mientras los arroja como pequeños maderos en una hoguera de juguete. Cuando todos están dentro, cogiendo una cadena de hierro en la pared, baja una plancha de metal con barrotes que cierra la chimenea aún con el fuego encendido. El olor de carne quemada es horrible y toso cubriendo mi rostro con mi brazo pero él recae en mí y me mira de nuevo con esa expresión de sorpresa que le hace creer que soy un cotilla.

–¿Aún aquí? ¿Tanto te divierte verme hacer esto? ¡Tendrías que haber venido hace media hora, cuando los estaba devorando! ¡Qué manjar! –Me descubro de detrás de la puerta y la abro mostrándome curioso con todo a mi alrededor. Le pregunto sin miedo.

–¿Tengo alguna posibilidad de sobrevivir aquí abajo? –Se encoge de hombros.

–Conozco a unos cuantos que pagarían más de cien almas humanas por la tuya. –Comienza a pensar en sus palabras mientras se relame la sangre ya seca en sus labios–. Mmmm, dulces y jóvenes almas de niños preadolescentes… –Niega con el rostro y sigue caminando de un lado a otro mientras recoge algunas prendas de ropa de esos cadáveres que ahora yacen en el suelo y las tira en un rincón.

–¿Qué puedo hacer? Estoy perdido… no sé qué hacer… ¿Qué debería hacer? ¿Puedo hacer algo para regresar? –Me mira condescendiente.

–No soy la persona con la que debes hablar. –Frunzo el ceño–. Háblalo con Dios. –De repente comienza a reír desencajando su mandíbula mientras se aprieta el vientre.

–Hijo de puta. –Susurro y él me escucha y ríe aún más. Sus cuernos siguen los movimientos de su cabeza y el rabo en su espada se mueve como el de un perro que juega con su amo.

–¿Quieres un consejo? Córtate la otra ala y sal a la calle, tal vez se crean que eres humano y la agonía termine antes. –Suspiro por sus alentadoras palabras. Extiendo mi ala y la miro mientras me envuelvo un poco con ella, apreciando aún su tacto. La sangre en mi ropa comienza a estorbar, el olor putrefacto en mi espalda me marea. La situación por entero me hace sentir impotente.

–¿Puedo trabajar? ¿Puedo al menos hacer algo útil aquí? Necesito comer, y un lugar donde dormir…

–¿Tengo cara de ser caritativo? –Me pregunta con un grito que me hace abrazar mi propio cuerpo–. ¿¡Tengo pinta de necesitar ayuda!? ¡Vete antes de que sepan que tengo a un ángel aquí!

–Pero tal vez yo podría…

–¡¿Por qué tienes que ser tan jodidamente irritante?! –Grita y me hace dar un respingo mientras todo mi cuerpo se hiela por la ira en sus ojos. El fuego en la chimenea parece más candente y más luminoso. Yo retrocedo un paso y en sus ojos puedo ver como la ira se transforma en sorpresa, tan solo por sus propias palabras, y después, remordimiento. ¿Qué? ¿Remordimiento? Ahora sí que creo haberme vuelto loco por el golpe en la cabeza. Me giro temblando hacia la puerta abandonando toda posibilidad de salir vivo de esta casa y nada más doy un paso las puertas se cierran frente a mi rostro arrebatándome cualquier posibilidad de huir. Toco la madera, desesperado con mis dedos, pero me giro a él para verle con una mano extendida, culpable de haberme prohibido la salida. En sus ojos, ya no veo ese fuego sino el simple negro de la profundidad infinita de su alma corrompida por el pecado. Su expresión, hierática. O al menos un intento de ella.

Suspira.

–Vamos, ven conmigo. Parece que necesitas una ducha.

Se acerca a mí y yo retrocedo pero su brazo pasa alrededor de mis hombros mientras abre la puerta y camina conmigo fuera por el pasillo. Con un constante cuidado de no tocar mi hombro herido me mira con una naciente sonrisa de su comisura y sus ojos caminan por toda mi anatomía.

–¿A–A dónde vamos?

–Angelito, a darte una ducha…

–N–No… no gracias. –Intento deshacerme de su agarre pero él sujeta mi única ala y tira de mí siguiéndole por el pasillo hacia la oscuridad. Me dejo hacer por miedo de quedarme sin mi única ala y subimos unas escaleras hasta el piso superior. De repente ríe y es por el movimiento de mi ala en su mano, que le hace gracia. Le miro como miraría a un niño que se entretiene con un juguete nuevo y vuelvo a moverla para verle con una sonrisa divertida por el cosquilleo en su mano. Cuando llegamos al piso superior ya no me siento en la capacidad de huir y caminamos frente a unos ventanales en donde en su parte opuesta hay una distribución de puertas. Una de ellas, de madera tallada con querubines agonizando, da a un cuarto de baño en tinieblas. Ambos dos nos asomamos dentro y con su mano emite un par de bolas de fuego que se distribuyen a unas velas colocadas por los estantes y las paredes. Una bañera, un retrete y un espejo sobre un lavabo. Nada más, pero en un amplio lugar–. N–No… no gracias… –Repito–. Estoy bien.

–¿Seguro? –Me pregunta y me hace caminar con sus manos en mis hombros hasta colocarme frente al espejo en donde veo mi reflejo no reconociéndome. Lo que era mi pelo limpio y brillante se asemeja más a una mata de cabello sucio y polvoriento. Mis plumas, las pocas que me quedan, sucias y revueltas. Veo por primera vez el muñón en mi espalda y mis ojos se llenan de lágrimas. Mi rostro está sucio, ensangrentado. Apenas puedo verme detrás de la suciedad. Mis ojos, hundidos. Húmedos. Miro más fijamente la forma de mi rostro y juraría que se desfigura con los segundos. Poco a poco la piel se cae de mi rostro y se muestra el hueso tras el músculo. Doy un alarido y me giro para ocultarme del reflejo en mi espejo. El demonio ríe divertido pero me abraza mientras escondo mi rostro en la línea de su cuello–. Lo siento, era solo una broma. No te asustes…

A los segundos se separa de mí, creyendo que es porque el contacto le hace sentir nervioso pero sus nervios se deben a ver el reflejo de mi espalda en el espejo. La sangre alrededor de toda el ala y el hueso viéndose a través de la mutilación.

–Tenemos que hacer algo con esto…

Tras mi suspiro comienza a desabrochar mi camisa y extrañamente me dejo hacer inducido por la delicadeza de sus manos para conmigo. Sacarla del muñón es algo más difícil porque me veo obligado a contener un grito y él hace todo lo posible por no causarme más dolor del que ya siento. Cuando estuve completamente desnudo ante él mis mejillas se calientan y cubro mi sexo con mis manos pero él niega con el rostro.

–Olvida tu pudor cristiano, estamos en el infierno, eso ya da igual. –No me importan sus palabras, yo sigo cubriéndome y él llena la bañera poco a poco de agua tibia. Mirando el agua comienza también a desvestirse y entonces sí que me siento violento. Él entiende mis nervios antes de que yo lo exprese–. Yo también necesito un baño, ¿no crees? –No puedo negarme a ello. Está casi tan cubierto de sangre como yo–. ¿Vas a contarme cómo has acabado aquí? –Suspiro. Es lo mínimo que puedo hacer.

–Bajé al mundo de los humanos, para salvar a una mujer que estaba siendo forzada. –Me mira decepcionado.

–¿Solo eso?

–Sí. He incumplido tres de las normas más sagradas del cielo. –Hablo mientras veo como se quita su última prenda y observo como su cola aparece de la terminación en su espalda y es aquí donde se torna de un color rojizo que no tiene el resto de su cuerpo. Una cola larga, roja, siempre en movimiento–. He bajado al mundo de los humanos, me he dejado ver, y he provocado la muerte de dos de ellos. –Jimin asiente.

–Es un lugar fascinante, ¿verdad? –Le miro mientras se gira a mí con añoranza en su mirada–. Un lugar maravilloso.

–¿Has estado ahí? –Asiente mientras comprueba el agua y para el grifo mientras se mete dentro de la bañera y me llama para que vaya con él. Lo hago muy despacio, aun cubriéndome con una mano pero cuando me siento dentro delante de él, el miedo y el pudor parecen desaparecer. Ambos dos, dentro del agua desnudos y con la misma preocupación por limpiarnos nos hace sentir que no somos mejor que el otro y apenas tenernos interés lejos de la pura limpieza. Yo ya no soy un ángel, y él no es el demonio que me había imaginado–. Eran una pareja, estaban discutiendo en la calle. –Sigo contando lo sucedo–. Y yo estaba observando desde el cielo. Él la cogió a ella y comenzó a golpearla. Al principio eran solo bofetadas pero después vinieron las patadas y los puñetazos. Estaba a punto de violarla y no pude soportarlo más.

–¿No me dirás que es la primera vez que ves algo así? –Niego en rotundo.

–Fue algo así como la gota que colmó el vaso.

–Son muy estrictos los de ahí arriba, por lo que veo.

–Hipócritas y arrogantes. Idiotas, es lo que son.

–Vaya. –Me mira sorprendido–. Ya veo que te sientes a gusto con lo que eres.

Muevo la única ala que tengo y él la mira, triste.

–Esto es lo que soy, no soy ángel, pero tampoco un diablo, y sin embargo, soy inmortal. ¿Dónde está mi sitio ahora? –Suspiro y dejo caer mi rostro mientras, inevitablemente, una lágrima cae de mi rostro chocando con la superficie del agua entre mis piernas. Una mano aparece de la nada levantando mi mentón y el rostro de Jimin me mira con compasión mientras que con un pequeño trapo gris, mojado y con olor a vainilla, me limpia el rostro. Lo hace primero sobre mis mejillas y después en mis labios y mi mentón, sujeto en sus dedos. Sus ojos negros tienen una profundidad en la que es fácil perderse y lo hago, mientras le dejo limpiarme frente y cuello.

–Wow, eres blanco como la leche. –Me dice asombrado, después de haber limpiado la mugre de mi rostro. Yo giro el rostro avergonzado y con sus manos hace un pequeño cuenco que sumerge en el agua y lo deja caer sobre mi cabeza. Repite el gesto un par de veces hasta que se siente satisfecho con el resultado y pasa ahora a limpiarme los brazos.

–Creo que puedo hacerlo yo mismo.

–Déjame hacerlo a mí, por favor. –Hace un puchero y no puedo negarme. Con cuidado y acompañado del sonido del agua limpia mis brazos y después mi torso. Cuando se siente cohibido de continuar, me pide que le dé la espalda pero temblando, me lo suplica–. Tengo que curarte, por favor.

–No me hagas daño. –Le pido pero él suspira comprendiendo que no está en su poder, y me hace dar la vuelta haciendo que un poco del agua salga fuera. No parece importarle y cuando me he acomodado pasa uno de sus brazos por mi cintura y abre sus piernas a cada uno de mis lados para rodearme con ellas tan solo para su comodidad. Su mano me abandona rápido, para dirigirse a mi ala buena y verter sobre ella agua para limpiarla. Nota, con una sonrisa, como las plumas se mueven con su contacto, como tiemblan y se contonean para su divertimento. Abro el ala para que pueda limpiarme con más comodidad pero antes de darme cuenta le pillo, mirando por encima del hombro, mirándome con fascinación. Con ojos abiertos y una sonrisa encantada–. ¿Qué miras?

–Me parece una animalada cortar un ala a un ser tan precioso. –Me mira como a un objeto.

–Es lo mismo que sentirías tú si te cortasen un cuerno. –Rápido alcanza a comprender el verdadero sacrificio que he sentido. Hace un puchero y se concentra en limpiar mi espalda. Pasa el trapo primero por mi nuca y lo mantiene, dejando que el agua resbale, y después, por mi columna entre las dos alas. Tiemblo con ese gesto y lo repite para verme estremecer–. No hagas eso…

–Shhh… –Me chista–. Cállate.

Termina de limpiar mi espalda y deja caer un chorro de agua sobre el muñón del agua sacándome un grito que le impide continuar. Me alejo pero él posa una de sus manos en mi hombro, intentando calmar el dolor.

–Se infectará si no curamos la herida.

–¿No me digas que aquí abajo tenéis medicinas? –Él chasquea la lengua.

–No. Aquí solo tenemos fuego. –Suspiro intentando no golpearle pero una llamarada aparece a mi espalda y puedo ver como su mano se ha encendido al rojo vivo con intención de tocarme. Me escandalizo pero él me detiene–. Hay que sellar la herida, el fuego la sellará.

–¡Vas a chamuscar el ala que aún me queda!

–¡Cállate y no te quejes tanto! –Me gira con violencia y hunde su mano en el muñón de carne en mi ala. Grito por un dolor mucho más intento casi que el propio corte. El fuego chamusca las pocas plumas que me quedaban y ahora solo siento un gran ardor en todo mi cuerpo. Su mano se despega de mí, ensangrentada, y la hunde en el agua a mi espalda para limpiarse. Se limpia todo el brazo por el que ha corrido la sangre y después se limpia a sí mismo, rostro, pecho y hombros. Yo aun siento la flaqueza del dolor someterme y me giro para apoyar la espalda en la pared. Respiro con dificultad, con lágrimas rodando por mis mejillas y con mis temblorosas manos sujetándome a cada lado de la bañera. Le miro con ojos entrecerrados. El dolor me quita las fuerzas para mirarle con franqueza. Solo ahora soy consciente del agua a nuestro alrededor y de su color. Negra, por la cantidad de sangre en ella.

–No sé tu nombre. –Susurro y él parece caer en ello. Asiente.

–Soy Jimin. –Asiento.

–Min YoonGi. –Le digo con un suspiro y él coge el trapo para echar en él un poco de esa sustancia que huele a vainilla y comienza a pasarlo por su rostro pero como no se ve ni siquiera en el reflejo del propio agua, no consigue limpiarse del todo y yo me incorporo con dificultad para alcanzar el trapo de sus manos y sacarle una expresión confusa mientras con una mueca me incorporo y me acerco a él.

–¿Hum? –Consigue decir por la confusión–. No, no hace falta, estás dolorido…

–No importa, el dolor seguirá ahí igualmente. –Suspiro y él posa sus manos en mis muñecas, temeroso de mi esfuerzo, pero acaba dejándose hacer mientras, como él hizo conmigo, cojo su mentón en mis manos y paso con cuidado el paño primero por su pequeña nariz y después por su frente. Su pelo también está un poco sucio pero el trapo no puede hacer mucho al respecto. Después sus mejillas y al poco, sus labios. Hace un puchero pero yo saco una endeble sonrisa y le hace intensificar el gesto. Cuando he terminado con su rostro, me dirijo a su cuerpo que toco con manos temblorosas pero el tacto es agradable, a la par que extraño. Se deja hacer mucho más sumiso de lo que me habría imaginado y me descubro con el mismo rostro de fascinación con él que él miraba antes mis alas. Somos dos seres que nos hemos descubierto el uno al otro.

–¿Te gustan? –Pregunta altivo pero yo solo tengo una mueca de diversión mientras mis yemas discurren por las vetas en sus cuernos. Con la poca luz solo puedo ver que hay varios colores, rojo y negro, básicamente, mezclándose como las tonalidades tierra en la corteza de un árbol.

–Eres bueno. –Le digo de la nada y él me mira confuso–. Puedo verlo. ¿Cómo es posible?

–Mis actos son buenos, no significa que yo lo sea.

–Una persona se define por sus actos. –Niega.

–Sí lo hace por sus pensamientos.

–¿Qué piensas? –Le pillo desprevenido.

–En que te comprendo. –Frunzo el ceño–. Yo también subí a la tierra y maté a un humano.

–¿Por qué? –Se encoge de hombros con un gesto derrotado por el recuerdo.

–Justicia….

 


                La noche nos llega a todos, y aquí abajo, la noche se traduce en la caída de la intensidad del fuego sumergiendo a la civilización sodomizada y a los demonios esclavizadores a una oscuridad terrorífica que me hace temer por mi propia vida. Asomado como estoy en un balcón en un dormitorio en la casa Jimin puedo ver como poco a poco y con la cercanía de la oscuridad, llega el terror y la masacre más absoluta. En mi cuerpo entra sin querer un escalofrío, tal vez debido al miedo, tal vez a mi desnudez que cubre una bata negra que tan solo es capaz de llegar hasta el nacimiento de mis alas en mi espalda. Con los brazos en las mangas me abrazo para sostenerla y que no caiga.

Las cortinas se corren delante de mi rostro impidiéndome la vista al exterior y me giro para ver a Jimin en la puerta del cuarto con una mirada curiosa.

–No mires ahí fuera, o tendrás pesadillas.

–Todo esto es una pesadilla. –Digo mientras me giro a él para verle mejor como tan solo lleva unos pantalones cortos negros y camina alrededor de un lado a otro con su cola en el movimiento, como un animalillo divertido. A mi derecha, un pequeño closet de madera carcomida, y a mi izquierda, una cama con cortinas finas de raso negro que vislumbran en interior pero sin darme una claridad certera. El cuarto de invitados.

–Espero que aquí estés bien. Siento no poder darte de comer, solo tengo sangre y almas… –Se encoge de hombros y yo frunzo el ceño asqueado.

–Gra…gracias… pero no, gracias. –Va a salir del cuarto pero yo le detengo dando un paso que no necesita más para saber que no deseo que se vaya. Su silueta de espaldas es más aterradora que de frente, suspiro angustiado mientras me mira por encima del hombro con una sonrisa cómplice de mi miedo.

–¿Necesitas una luz? –Suspiro mientras asiento y le veo acercarse al closet para coger una vela con base metálica y encenderá. Se acerca a mí con ella y la deja en la mesilla al lado de la cama. Es suficiente como para ver con semiclaridad, pero no para ahuyentar mis miedos. Me siento en la cama apartando las cortinas y ahora su silueta se desdibuja con el resto de la habitación. Suspiro de nuevo mientras me siento abrazando mis piernas y apoyo mi cabeza en las rodillas, con miedo, frio y hambre. Le veo, a través de las cortinas, caminar alrededor hasta llegar a uno de los laterales y su cola descorre un poco la cortina para mirarme con sus ojos negros, llenos de profundidad. Muerdo mis labios y él suspira resignado mientras se mete dentro y se hace espacio conmigo sobre la cama sentándose frente a mí, de piernas cruzadas y con una sonrisa resignada–. ¿Qué te pasa, angelito? –Pregunta con su cola moviéndose cerca de mis piernas.

–No quiero estar aquí. Desearía estar en mi casa.

–¿Quieres volver al lugar donde te han hecho eso? –Mira mi ala rota y yo suspiro negando con el rostro.

–Sabes lo que digo. Ojalá nunca hubiera desobedecido…

–¿Conocías a la mujer que intentaron forzar? –Niego con el rostro y él piensa unos segundos–. ¿Y al hombre? –Niego de nuevo–. No estés triste, vamos. –Le retiro la mirada pero su cola se enrolla en mi tobillo haciéndome sentir un escalofrío. Cuando siente que me tenso, rápido retira el agarre y yo miro esa extraña protuberancia dirigirse a mí de nuevo reptando por la sábana como una serpiente. Retraigo mis piernas, asustado, pero la serpiente avanza hasta tocar mis piernas y me siento un poco más atrás viendo como esta no cede y se empeña en querer coger uno de mis pies. Apresa uno de ellos y me hace cosquillas obligándome a reír aunque no quiero. Me alejo pero la cola de Jimin me atrae con fuerza y hago un puchero mientras llevo mis manos a mi tobillo, divertido, para deshacerme yo mismo del agarre. Se deja hacer y la cola se queda sumisa en mis manos moviéndose como la de un animalillo desvalido–. ¿Ves? Así mejor, sonriendo te ves mejor.

–¿A qué viene esto? –No me entiende–. ¿A qué tanta amabilidad? –Se encoge de hombros–. No eres como los demonios de ahí fuera. ¿No me digas que he caído en la casa del único que tiene conciencia? –Se encoge de hombros nuevamente y me mira triste pero con una sonrisa amable.

–Tú tampoco eres como los ángeles son. ¿No? No lloriquean, no son débiles ni se ponen así de tristes por nada. Un ángel me habría matado y se habría apoderado de la casa. Me habría llamado de todo por ser lo que soy y no habría tenido, igual que un demonio, piedad.

–La piedad es un sentimiento humano.

–Demasiado tiempo entre humanos, ¿verdad, amigo? Te humanizan… –Por sus palabras entiendo que ha tenido contacto con humanos igual que yo pero como sus ojos miran a mis manos jugando con su colita, me hace pensar que en realidad no está mirándome a mí, sino a un recuerdo perdido en su mente–. La conciencia, la bondad, la fraternidad, el amor…

–Tonterías. –Susurro.

–Tonterías. –Repite él mientras alza los ojos.

–¿Qué clase de relación has tenido tú con los humanos? –Pregunto curioso pero él coge aire, me va a contar algo que no debería saber.

–Hace muchos años ya. Antes, tenía la costumbre de ir de vez en cuando a la tierra solo a divertirme. A asustar a niños y abusar de ellos. –Suelto su cola pero él no parece entender mi gesto de desagrado–. Era sencillo, nadie les creía después de eso. ¿Cómo explicar que un demonio había aparecido de la nada y les había violado?

–Eso es horrible.

–Horrible es lo que me hizo uno de ellos. –Frunzo el ceño–. Me hizo enamorarme de él. –Niego con el rostro.

–Eso es imposible, los demonios no se enamoran. No tienen alma…

–Eso pensé yo y tras abusar de él, me marché sin más. Regresé aquí y me convencí de que nada había sucedido más que la rutina más absoluta. Durante años me conciencié de que sus ojos no me perseguían. Su voz, sus gemidos. Me había obsesionado y antes de darme cuenta estaba regresando para espiarle, para verle en su momentos más íntimos. Le estuve observando durante años y acabé enloquecido por la forma en la que miraba, en la que suspiraba, en la que leía, en la que lloraba. Cuando lloraba, todo se desvanecía y el fuego más abrasador se convertía en una brisa de aire helado en comparación. Todo el odio de mi interior se traducía en propio llanto por la impotencia de no poder hacer nada. Regresé a los años, llamado por sus súplicas. No pude evitarlo porque de veras que creí que me había olvidado, pero no lo había hecho. Seguía recordándome y me presenté ante él. Mis intenciones habían dejado de ser sexuales hacía mucho tiempo, y las suyas, también. Nos amamos una vez más y nos vimos inmersos en el amor más fuerte que habíamos sentido.

–¿Estás hablando de que un humano se había enamorado de ti?

–De algo mucho peor, yo me había enamorado de él. Locamente. Vivimos juntos en su casa siempre con el miedo de que sus padres me descubrieran, no por mí, sino por las represarías que pudieran tomar contra él. Toda la vida que había vivido hasta entonces me pareció un simple trámite porque comencé a inundarme de las emociones humanas que él me transmitía. Primero fue el amor, luego el odio, el miedo, la ira, el deseo, la constante dicha de la relación, la incertidumbre de nuestro futuro. Nunca había sentido a la muerte tan cerca, y sin embargo, nunca me había sentido tan vivo.

–¿Lo mataste? –Le pregunto mientras recuerdo como me dijo que había matado a un humano.

–A él no. A su padre. El hijo de puta… –recuerda con el rostro malogrado–. Ese cabrón le pegaba. Le maltrataba porque no era lo que él quisiera de su hijo. Jeon era perfecto, era lo mejor que me he encontrado jamás y descubrir sus golpes mientras le besaba, un día alcanzó su cumbre. Jamás me había sentido tan liberado matando a nadie. Jeon no dijo nada, solo observó con ojos crueles mientras yo me desfogaba con aquél hijo de puta…

–¿Cuánto hace de esto? –Piensa con ojos soñadores, deshaciéndose poco a poco de la ira y el odio.

–Más de cien años. –Alzo las cejas, contemplando la posibilidad irremediable de que ese chico del que habla, ya no esté vivo. Miro a todas partes y parece leer mi mente–. Ya está muerto. Murió a los cuarenta años. –Frunzo el ceño.

–¿Un accidente? –Niega con el rostro y una triste sonrisa aparece para enternecerme.

–Se suicidó. No soportó verse envejecer mientras que yo me mantenía siempre… así.

–Ah… Pero… ¿no podías haberle devuelto a la vida… yo…?

–No quise. Fue decisión suya. Fue una carga que siempre tuvo que soportar. Cuando cumplió veinte se sintió satisfecho, más de una vez me pidió que le hiciera inmortal. ¿Cómo iba yo a hacer eso? Según fueron pasando los años yo comencé a sentirme joven a su lado y él cada día se miraba al espejo, intentó con gestos modificar su rostro. Nada le parecía suficiente. Y sabía que lo acabaría haciendo tarde o temprano. Era adulto…

–Qué triste…

–No me arrepiento de nada, no porque no tenga conciencia. Conocerle fue lo mejor que me ha pasado, y ahora…

–¿Ahora?

–Ahora me recuerdas a él más de lo que me gustaría. –Suspira y le veo sonreír con esa expresión de tristeza que me hace sentir culpable.

–Él… después de morir…

–Subió al cielo. –Dice sonriendo–. Su alma ascendió, nunca quise que bajase aquí y tuviera que encargarme de él. Allí está mejor.

–Pero él, se enamoró de un demonio. ¿Eso no le condenaría?

–El amor, es la mayor expresión de humanidad que existe. El amor le salvó. –Suspiro y cierro los ojos para sentir el dolor en mi físico demolerme, el dolor en mi cabeza derrotarme. Sus manos van a las mías y yo me dejo hacer mientras juguetea con mis dedos entre los suyos con cariño y confianza. Me siento mucho más agradecido de su revelación de lo que puede expresar mi rostro cansado pero él no parece atento a más que a la forma de mis dedos y como se ven mis manos en las suyas–. Pero ahora ya no estoy seguro de que allí arriba esté bien, si le han hecho algo tan horrible a alguien como tú, ¿qué no le harán a él? –Ambos sonreímos.

–No te preocupes, cuidamos bien de las almas humanas.

–Eso espero…

–Jimin. –Le miro con ojos tristes–. ¿Qué va a ser de mí ahora? –Suspira sin poder darme una respuesta y mira mi ala rota con curiosidad mientras se acerca peligrosamente a mí y mira por encima de mi hombro la curación que él mismo ha realizado. Suspira. Sabe que no podré volver a volar, y por consiguiente, no regresaré al cielo. Nadie tampoco va a venir a buscarme. Estoy aquí perdido y no hace falta que él me lo diga porque es algo evidente.

–Quédate conmigo, aquí.

–¿Aquí? ¿Cómo podría? No conviviría con un demonio.

–Ni voy a devorarte ni tú vas a matarme. Creo que es suficiente. –Suspiro y bajo el rostro. Él parece querer finalizar la conversación porque hace el amago de irse, pero yo le detengo con una mirada suplicante.

–N–no te vayas. Que–quédate conmigo, esta noche. Por favor… –Sus labios se deforman en una sonrisa ladina.

–No voy a hacerlo gratis. –Le miro, con ojos temerosos.

–¿Hum? –Con sus ojos mira las clavículas que mi bata muestra sutilmente y se acerca a ellas para besar allí donde mi piel está al aire. Dos o tres besos después me muerde y yo me alejo, asustado. Le miro con grandes ojos infantiles y él me devuelve la misma mirada. Se deshace, antes de que pueda remediarlo, de mi bata en la parte superior de mi cintura y besa siguiendo un camino a mi tórax, mis pectorales y después poco a poco mis costillas. La calidez de sus labios contrasta con el frío en mi piel y mi entrecortada respiración con el movimiento de su cola a su espalda. Está casi tumbado sobre mis piernas pero no parece incómodo, al contrario. Mientras miro hacia abajo le veo con su lengua, larga, negra y bifurcada, recorriendo una circunferencia alrededor de mi ombligo–. Hum… Ngh… ah… No, no hagas esto…

–Shh. –Me chista incorporándose para caminar sobre mi cuerpo haciéndome tumbar en la cama. Sus ojos me miran con intensidad mientras tan solo escucho ambas respiraciones y el sonido de la sábanas mientras se apoya en ellas a cada lada do mi cabeza. De lejos, los gritos se apagan y el chisporroteo de las llamas se queda en nada mientras la oscuridad de sus ojos me sume en tinieblas. Acercando su rostro al mío cierro los ojos pero él no está dispuesto a besarme aún, se deleita rozando su nariz con la mía, y al parecer, acomodándose en la forma de mi rostro bajo el suyo. Su aliento es cálido, tanto que me eriza la piel. Sus labios por el contrario están a una temperatura normal, cuando rozan con los míos.

Es ahora cuando recuerdo todas las historias sobre demonios devoradores de ángeles, de humanos y de almas desamparadas. Recuerdo como en mi imaginación se desataba una vorágine de sangre y dientes afilados en un voraz apetito animal. Sus labios sobre los míos contradicen cualquier realidad que me haya podido imaginar antes. Un roce en el que le veo temblar, mucho más confuso que yo con lo que sucede, a pesar de que la primera intención haya sido suya, no entiendo que sucede en el momento en que rompe el beso. Extraño con fuerza el tacto de sus jugosos y delicados labios sobre los míos con una intensidad que me enloquece. Se separa de mí para comprobar mi reacción pero no puedo obrar sino para besarle yo ahora con un hambre brutal. Mis manos alrededor de su cuello le atraen con más fuerza. Atraigo todo su cuerpo con el gesto y puedo sentir como sus piernas se entrelazan con las mías y su pecho cae sobre el mío. Su respiración ahora se acompasa con la mía. Su lengua se cuela sin permiso y me aparto de él asustado no por el gesto sino por la adrenalina de mis sentimientos.

–¿Ocurre algo? –Me pregunta curioso.

–¿Qué es esto? ¿Qué estamos haciendo?

–¿No lo sabes…?

–Sí, pero… ¿Qué es esto que siento…?

–¡Ah! –Parece darse cuenta de lo que digo y con sutileza acaricia mi miembro bajo la bata. Un roce sutil que me hace dar un respingo y cierro mis ojos mordiendo mis labios. Una dulce y suculenta adrenalina recorre con violencia mi espina dorsal y levanto mi cadera para buscar de nuevo el contacto pero él no lo repite y me mira con ojos divertidos–. Se llama excitación

–Se llama pecado. –Le corrijo enfadado.

–Se llama follar, amor. –Coge mi cintura con violencia y me roza de nuevo en mi miembro con el suyo. La sensación es ciento cincuenta veces mayor. Gimo sin darme cuenta y eso me asusta–. Ya no eres un ángel, no tienes que preocuparte de estas cosas…

–Yo nunca he hecho esto antes. –Suspira divertido.

–Ya lo imaginaba. –Me besa sutilmente en los labios–. Pequemos un rato.

Asiento con un gemido mientras se lanza a mi cuello a morder débilmente mis labios con un recorrido hacia mi mandíbula y después hacia mi lóbulo en la oreja. Mientras su rostro está oculto en mi cuello, sus manos están posesivamente aferradas a mi cuerpo apretando la piel en mi cintura mientras me acerca a él. El dolor en mi espalda de repente despierta y me muevo incómodo haciéndole salir de mi cuello. No necesito palabras para que vea en mi rostro dibujado el dolor ni tampoco sugerirle una alternativa. Él lleva las riendas porque yo he perdido el control en mi propio cuerpo y el remordimiento por mis propios actos es sorprendentemente inexistente. Con sus manos en mi cadera me gira y me deba boca abajo en la cama. No poder verle me hace sentir inseguro, temeroso, desconfiado y más aún cuando siento sus cuernos rozar con mi cuello. Hundo mi rostro en la almohada temiendo ser ensartado en ellos pero un nuevo roce me sorprende haciéndome dar un respingo, y son sus labios en mi nuca. Tumbado sobre mi cuerpo se mueve para que el roce sobre mi trasero le excite a la par que a mí me seduce con su boca recorriendo mi espina dorsal. Besa allí donde mis plumas nacen, entre mis omoplatos. El miedo al dolor se mezcla con la calidad de sus labios y el cosquilleo de las plumas en su rostro. Mi única ala se expande, se abre y él rodea la base con su brazo mientras la besa.

–Eres hermoso, mi angelito…

Evita, por todos los medios tocar mi ala cortada y con cuidado sus manos, igual que el resto de su cuerpo, se dirigen hacia abajo sobando todo mi cuerpo. Me desnuda por completo, deshaciéndose de la bata que mal me cubría y él mismo se quita los pantalones bajo mi atenta y curiosa mirada. En mis ojos puedo sentir la lujuria instalarse, en los suyos la vanidad cuando se muestra desnudo ante mí. La calidez dentro de mí, junto con el constante cosquilleo debe ser la recompensa del pecado. Maravillosa y adictiva sensación.

–Voy a prepararte. ¿Sí? –Asiento confiando plenamente en su criterio y mientras sus manos se dirigen a levantar mi cadera su rostro se hunde en mi trasero haciéndome sentir la vergüenza más intensa que jamás ha calentado mis mejillas. Hundo mi rostro en la almohada mientras siento sus besos recorrer mis dos glúteos y su lengua colarse dentro de mí. Un respingo involuntario me hace agarrarme con fuerza a las sábanas a ambos lados de mi cabeza y gimo con fuerza mientras me destroza el cosquilleo de sus mejillas en mis glúteos. Cuando sale de mí me agarra de nuevo en las caderas y su cola comienza a recorrerme por la espalda. Por las piernas. Me toquetea con sutileza pero con una enmascarada caridad. Su sinuoso movimiento se hace deslizarse hasta mi trasero y se cuela en mi interior despacio, con suavidad. Pero tan solo al principio, cuando puedo aun soportar la intermisión. Cuando se aburre, me penetra con violencia y todo mi cuerpo se mueve hacia delante mientras él ríe, travieso.

–¡Ah! ¡Jimin! ¡Joder! –se mueve dentro de mí y comienza con un vaivén agradable, pero aún molesto.

–Cuando lo encuentre, avísame. –Me dice pero yo frunzo el ceño sin entender nada en absoluto. El dolor es ensordecedor, la excitación me sobrepasa. Llevo una mano a mi polla para intentar distraerme pero su mano me sustituye y lo hace mucho más habilidosamente que yo–. ¿Los ángeles no os masturbáis nunca? –Niego con el rostro. Suspiro con fuerza.

–Mmm… ¡Ah! –Golpea de nuevo dentro de mí, en un punto exacto y suspiro mientras siento irme por momentos. Sale de mí, juguetón, y se coloca para penetrarme pero le detengo y me giro incorporándome. Se queda inquieto, un poco confuso pero le siento con la espalda en el cabecero y me dejo caer en su regazo. Ahora sí que me mira victorioso por haber conseguido hacerme adicto al pecado. A su pecado.

Sus ojos me exploran. Desde cada imperfección en mi rostro hasta la curva de mi cintura sobre su regazo. Pasa su mano suavemente por la curva abultada de mi vientre, por la piel en mis pectorales, por mis muslos, apretándolos con fuerza. Respira con dificultad mientras se relame los labios y aún no ha entrado en mí. Al cogerme de la cintura y acercarme a su vientre puedo sentir sus abdominales abrazando mi pene y me dejo hacer mientras me sienta sobre él con ojos atentos a cada uno de mis movimientos. Mientras se coloca me mantengo inmóvil, pero cuando entra dentro de mí, mi ala buena se abre, incapaz de mantener la tensión.

Nos besamos de nuevo, incapaces de retenernos por más tiempo en nuestra paciencia. Me mueve con sus manos mientras yo me abrazo a su cuello para saltar en su miembro. Nuestras respiraciones se mezclan, nuestros gemidos se acompasan, mientras que los suyos son algo más graves los míos son doloridos y mucho más placenteros. Pierdo la noción del tiempo, el dolor de mi cuerpo, la inseguridad y el miedo. El infierno me absorbe mientras el ardor me abraza. El fuego nos consume a ambos y gritamos al borde del orgasmo. Nos corremos, nos deshacemos en el otro y nos abrazamos satisfechos del acto. La cabeza me da vueltas y todo mi cuerpo tiembla cuando le hago salir de mí pero no me deja salir de su regazo. Me abraza con violencia y esconde su rostro en la curva de mi cuello donde la clavícula le sirve para apoyarse. Me besa, no deja de hacerlo hasta que no le suplico que pare. Me mira, me sonríe. Me besa en los labios.

–Eres inmortal. –Me dice, con ojos esperanzados.

–Sí…

–Eso espero, porque quiero pasar toda mi eternidad contigo.



FIN


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