BLUE OPIUM (YoonMin) [One Shot]

 BLUE OPIUM [One Shot]

💬 Originalmente este Fanfic estaba dividido en 7 capítulos, pero considerando que la mayor parte de ellos eran bastante cortos como para dejarlos por separado, he decidido aunarlos todos en un relato continúo. 



Jimin POV:

 

Miro nuevamente el reloj sobre mi cabeza, anclado a una pared enfrente de mí y a varios metros de altura. Tal vez dos, o dos y medio. Es un reloj de pared blanco, de plástico barato y con los números en cifras romanas, tal vez para dárselas de pedantes, pero eso puede dificultar a muchos entender la hora. Frunzo los labios mientras lo miro por vigésimo novena vez en todo el tiempo que me siento rodeado por estas paredes. Pero más patético que este gesto es la inutilidad de él, porque no tengo prisa ninguna por ir a ningún lado.

Si cierro los ojos puedo sentir la respiración de la persona sentada a mi lado con un gesto inexpresivo sobre su rostro. Un poco más agudizado siento el sonido del “tic—tac” del reloj sobre nuestras cabeza y si me esfuerzo, el propio latido de mi corazón. A veces el silencio incita a alguien en la sala a palmear el suelo con la suela del zapato o a tamborilear con los dedos sobre alguna mesa o el regazo de alguien. Alguien traga profundo, alguien resopla aburrido, cansado, desesperado, ansioso. Tal como yo me siento y a veces también sucumbo a algún suspiro lastimero.

Entre yo y la persona a mi derecha nos separa una mesa pequeña blanca, como las paredes, como las sillas, como el reloj con su incesante “tic—tac”. Apenas de un metro cuadrado de superficie sostiene con elegancia un par de revistas de moda y diseño como las que se encontrarían en una peluquería o de alimentación y salud en la consulta de un dentista. El ambiente alrededor es el mismo sin ese olor a desinfectante y alcohol etílico. Una de estas revistas de moda ha acabado, inexplicablemente en mi regazo y la ojeo desinteresado, tan solo con la ilusión de matar el tiempo. Pensándolo fríamente creo que nadie ha leído esta revista con fines educativos ni siquiera con una mera e inocente curiosidad. Esta es su función, hacer que el tiempo pase de forma subjetiva.

Cuando me he cansado de ver imagen tras imagen sin obtener nada a cambio la he enrollado y la manoseo con impaciencia mientras muerdo mi labio, suspiro y me cruzo de piernas. Pero rápido me siento incómodo y vuelvo a descruzarlas. Me acomodo mejor en el asiento, me aclaro la garganta y dejo la revista en su sitio. Miro alrededor con un poco de pudor por caer en la mirada de alguien más. Un chico de mi edad cercana sentado a mi derecha. Frente a mí, en esta pequeña sala, dos hombres más mayores, y al fondo, un chico más joven que yo. No conozco a nadie y sin embargo todos sus rostros me suenan familiares. Todos, a excepción del chico joven que parece novato en esto. No más que yo.

De repente, una puerta se abre de la nada. El sonido nos hace dar a todos un respingo y girarnos a la puerta para ver como un chico de mi edad cercana sale y se va por la puerta que da a la salida con la cabeza gacha y la mirada en el caminar de sus pies. Deja a lo largo de su camino una estela de vergüenza y pudor que me hacen sentir acongojado y me hundo más en mi asiento mientras el hombre que nos ha de nombrar sale de la misma puerta por la que el joven ha aparecido y con una lista sobre una carpeta marrón en sus manos, dice un nombre.

—Jeon Jungkook. –El chico más joven que yo, sentado al fondo de la sala, da un respingo en el asiento y levanta su rostro al hombre que ha pronunciado su nombre. El chico se incorpora y, maldita sea, es más alto de lo que yo me figuraba. Su caminar es elegante, su rostro es aniñado y precioso. Es hermoso. Me hundo más en el asiento avergonzado, decepcionado y tremendamente arrepentido de estar aquí. Cuando el chico aparece por la puerta como hizo el anterior se vuelve a instalar el silencio entre los que aún esperamos a que nos llamen y me quedo mirando mis manos en mi regazo.

Comienzo, casi sin darme cuenta, a cuestionarme todo mi look. Los pantalones vaqueros que porto son, a mi parecer, demasiado ajustados. Debería haberme puesto unos pantalones de traje que me estilizaran las piernas, pero tal vez habrían pensado que soy mayor de lo que en realidad soy y me habrían descartado. Tal vez una sudadera negra no ha sido el mejor acierto, podría haber lucido algo que destacara mejor mi figura. La escogí básicamente para esconder en algún lugar mis pequeñas manos de las que tanto me avergüenzo y, solo pensarlo, las escondo en las mangas y meto todo el puño en el bolsillo central de mi vientre. Suspiro largamente y dejo que el “tic—tac” del reloj se acompase a mis latidos.

—¿Eres nuevo en esto? –Habla de repente el chico a mi derecha. Yo doy un respingo y me recibe su hermosa sonrisa cuadrada, de perfectos dientes blancos, bien alineados. Sus ojos me sonríen, su sonrisa me escruta con una perfecta moldura. Asiento levemente cohibido y aun se escucha el eco de su voz por la sala. Me incorporo mejor en el asiento y él me mira con curiosidad, de arriba abajo—. Ya decía yo. No te he visto por castings antes. Ese de ahí es el del desodorante este de olor a vainilla y chocolate. –Me susurra y señala a uno de los hombres delante de nosotros. El hombre se percata de ello y nos retira la mirada con las mejillas levemente encendidas.

—Soy Jimin. –Me presento—. Park Jimin. –Me inclino levemente ante él y él me devuelve el gesto con una sonrisa encantadora. Me siento tremendamente envidioso, la mía tiene uno de los dientes torcidos. Disimuladamente paso la lengua por ellos sintiéndome tembloroso.

—Kim Taehyung. –Me dice—. Ulzzang desde los 18 años.

—¿De veras? –Pregunto asombrado.

—Sí. He trabajado para una marca de ropa un par de años, tal vez te suene mi cara. –Me dice pero no intenta ser cínico o condescendiente. Me habla con una amabilidad natural que me hace sentir mucho más horrible.

—Sí, me suena.

—¿Y tú? ¿No has hecho nada antes?

—No, la verdad. –Me mira con asombro. Después mira alrededor y con un aire de decepción vuelve la vista a mí.

—En estas cosas suelen ser muy exigentes con la experiencia laboral. –Me advierte con compañerismo. Yo asiento, consciente de ese hecho. Él me mira, mucho más triste que antes y se reclina de nuevo en su asiento, satisfecho con la conversación. Yo hago lo mismo y jugueteo con mis manos dentro de mi bolsillo en la sudadera. Me miro los pies, con unas converse rojas que están algo sucias y gastadas. Suspiro y TaeHyung me muestra una amable sonrisa de confort. Yo le devuelvo el gesto pero no me siento convencido de mi propia confianza y rápido le retiro la mirada, con miedo de que me descubra bajo la máscara de ánimo que porto desde que he entrado. El “Tic—tac” del reloj no se ha detenido pero he dejado de escucharlo durante la conversación. Volverlo a oír es, irónicamente, como haber regresado en el tiempo, pues el aura de tensión y ansiedad ha crecido de nuevo y  se ha instalado alrededor con una disimulada habilidad.

Sin querer, y casi como un acto reflejo, miro las piernas del chico a mi lado extendidas hasta el suelo. Se ven tan delgadas, tan esbeltas, tan levemente talladas que me hacen dar un vuelco al estómago y rápido me encojo en mi mismo atrayendo mis piernas hacia mí y escondiendo mis pies bajo la silla en la que estoy sentado. Ha sido un gesto que nadie ha conseguido ver y que agradezco, pero que solo realizarlo, me hace sentir aún más hundido. Las paredes, de repente, parecen querer encogerse y comienzan a acercarse encogiendo el espacio. El aire me oprime el pecho, el espacio se estrecha. Las sillas se mueven y todo se pliega para empequeñecerse. Cierro los ojos con fuerzas cogiendo aire en grandes cantidades mientras el “Tic—tac” del reloj me ayuda a acompasar mi respiración. La puerta vuelve a abrirse pero yo no tengo el valor de abrir los ojos.

Unos pasos caminan frente a mí y desaparecen en el espacio. Alguien ha cruzado por delante de mi silla y por el ruido de los paso reconozco al chico que entró antes, hace apenas cinco minutos. Yo me muerdo el labio. Un suspiro en el aire, un boli arrastrándose por un papel sobre una carpeta. Unos segundos de tensión en lo que el nombre se forma en el cerebro de la persona y se vocaliza en sus labios.

—Park Jimin. Eres el siguiente.

Mi corazón da un vuelco y al principio tengo que asegurarme de que me han llamado a mi mirando alrededor y comprobando que otro Park Jimin no se ha levantado. El chico a mi lado, único conocedor de mi nombre, me mira con una sonrisa animada en sus labios. Sus ojos me incitan a levantarme, sus gestos me piden que lo haga rápido y no haga esperar a nadie. Obedezco con benevolencia quedándome de pie y sintiendo mis piernas flaquear me encamino hasta el hombre con la lista en sus manos que me mira de arriba abajo con una gran sonrisa y con ese gesto, y con su mano sobre mi hombro, me conduce dentro de la sala donde me espera la entrevista.

 

 

La presión de la mano de ese hombre sobre mi hombro es muy intensa. Tal vez no sea más que un mero roce de una confianza extralimitada que le da su puesto de trabajo. O tal vez me haya visto como una persona receptiva a ese tipo de contacto, pero personalmente es desagradable y la situación duplica su fuerza e intensidad sobre mi piel. Siento que luego me saldrá un extraño sarpullido y aun cuando me ha liberado, aún puedo sentir la yema de sus cinco dedos sobre mí.

La sala a mi alrededor es de una tremenda oscuridad que me intimida mucho más que el más luminoso de los focos. Al fondo del gran espacio veo una serie de escaleras, focos, luces, y muebles apilados y recogidos como si formaran parte de un lúgubre escenario muerto. Está todo apagado a excepción de un par de luces sobre el techo, en medio de la nada, alumbrando el espacio vacío bajo ellas. Puedo entender que debo ponerme en medio del foco de luz, pero no me muevo un solo milímetro hasta que no siento la puerta cerrarse detrás de mí y me permito dar un leve respingo que me tensa todos los músculos. A la derecha de la sala hay tres mesas puestas en fila, una al lado de la otra, con tres personas en ellas, una por cada mesa.

Sus rostros parecen desinteresados, ninguno me mira y algo dentro de mí lo agradece pero me hacen dudar si realmente pueden verme o si yo mismo soy real. Me pregunto esto a menudo y me gustaría pensar que no, pero a veces, mi presencia es más evidente de lo que me gustaría. Los tres hombres, entretenidos con los papeles sobre las mesas y hablando entre ellos con una extraña complicidad, me hacen sentir distante y apartado y mientras dejo que hablen, me limito a poner mis manos detrás de mi espalda. Poco a poco voy asimilando sus vestimentas y sus facciones. Uno tiene las facciones dulces y acarameladas, el hombre más cercano a mí. Su pelo es castaño y su ropa, de colores llamativos. Camisa rosa, pantalones rojos. Me parece francamente extravagante pero con su hermoso rostro y su escultórico cuerpo, puede permitirse hacer lo que se le antoje con ambos. Es lo que tiene la sociedad, no se atreven a juzgar lo bello, pero destruyen lo imperfecto. Intento fijarme en las otras dos personas pero la primera me tapa la vista y acaban recayendo en mí. Alguien levanta la mirada, alguien me busca alrededor. Alguien me encuentra y los tres pares de ojos me miran aturdidos. Yo les retiro la mirada, con las mejillas ardiendo, y se vuelven a mí con un saludo ofensivo.

—¿Qué diablos haces ahí parado? ¿Quieres hacernos perder el tiempo? –Habla el hombre del medio. Esas palabras me hacen sentir mucho más cohibido y siento un repentino impulso de salir corriendo a refugiarme en mi casa, pero si ya he llegado hasta aquí, no importa perder un poco más el tiempo. Me acerco a la mesa con paso rápido y llevando mi mano al bolsillo trasero del pantalón, extraigo un papel doblado en cuatro que les extiendo a los hombres en la mesa. Los tres me miran desorientados y el del medio coge el papel con escepticismo y lo abre con curiosidad fingida. Lee desinteresado mi curriculum mientras yo me alejo y me pongo debajo de la luz. Observo más detenidamente a las tres personas delante de mí, ahora bien expuestas a mis ojos.

El primero que he descrito ya es el que está más a la derecha sentado. Es el más alto de los tres. Labios grandes, ojos aniñados, expresión levemente distraída. El del medio, el que sostiene el papel en sus manos, tiene una expresión más endurecida y con ojos oscuros y labios finos. La luz marca mucho mejor sus hoyuelos y sus manos fuertes doblan de nuevo el papel tirándolo en algún lugar en la mesa. Este porta una sudadera negra y unos vaqueros oscuros. Cuando me mira, siento pánico. El último, a la izquierda, ha pasado desapercibido en todo momento. Expresión neutra, palidez extrema. Pelo blanco, rubio platino. Una camisa blanca para acentuar el conjunto y unos vaqueros de cuero negro. Juguetea con un bolígrafo en sus manos, desinteresado en todo punto.

—¿Y bien? –Me pregunta el hombre del medio. Yo me quedo esperando a que me pida algo pero como entiende que soy yo el que tiene que hacer algo, ambos nos quedamos mudos unos segundos—. Preséntate. –Me pide.

—Eh. Bueno. –Pienso—. Yo soy Park Jimin. Veinticinco años, nacido en Busán. –El hombre del medio asiente. El chico pálido me mira, el de la derecha me escruta desinteresado.

—Vamos. –Me señala con el dedo—. ¿A qué esperas? –Frunzo el ceño un poco confuso. Siento mis mejillas coloreándose rápidamente—. Desvístete. ¿O esperas que veamos a través de la ropa? –Señalo mi propia ropa, con las mejillas ardiendo y él asiente como si fuera obvio. Yo miro a todos lados un poco cohibido y a los otros dos hombres que asienten, confiados. Yo suspiro largamente y comienzo deshaciéndome poco a poco de mis zapatos. El hombre del medio sigue con las preguntas—. ¿Sabes para qué estás aquí? –Pregunta.

—Sí. –Asiento aunque su pregunta me hace dudar un segundo—. Para grabar un anuncio.

—No. –Me dice—. Tú vas a ser solo el modelo. Aquí el director de rodaje se encargará de filmarlo. –Señala al hombre pálido a su lado. Este se presenta desinteresadamente.

—Soy Min Yoongi, el director del rodaje. –Me dice serio. Asiento inclinándome mientras casi tropiezo en un intento de terminar por descalzarme. Lo siguiente es el cinturón en mis vaqueros, lo cual me lleva su tiempo, haciendo que el hombre del centro se desespere.

—Yo soy Kim Namjoon. –Se presenta—. El representante de la empresa parisina Steevs Laurs en Corea. Y aquí, Kim Seok Jin, el jefe de Yoongi. Director de publicidad y márquetin. –Señala a su izquierda y yo asiento por la información. Me bajo los pantalones dejando al descubierto mis piernas con unos bóxers negros que me quedan levemente pequeños. Me aprietan en la circunferencia de mis muslos y los hacen un poco más grandes. Podría haberme puesto otros, maldita sea.

—Encantado. –Digo inclinándome y sigo con la sudadera.

—¿Qué práctica profesional tienes? –Pregunta Namjoon con una expresión cansada.

—Ni—ninguna. –Digo tímido. Los tres me miran, decepcionados. Convencidos de algo. NamJoon suspira rescatando el papel de mi curriculum y lo lee de nuevo, esta vez, atento a lo que lee.

—¿Qué carrera tienes?

—Historiador. Especializado en historia del siglo XX.

—No eres modelo. –Aclara lo que en un principio entonaba como pregunta. Yo asiento.

—No, no lo soy. –Cuando me deshago de la sudadera la dejo a un lado en el suelo, a mis pies junto con los pantalones y los zapatos. Llevo mis manos a mi entrepierna que, aunque cubierta, la siento expuesta.

—¿Por qué te has decidido a presentarte a este casting?

—Necesito el dinero. –Digo sincero, casi soltándolo como un cansado suspiro. Asimilando la realidad, verbalizándola. Namjoon vuelve a doblar el curriculum y lo tira de nuevo como la vez anterior.

—¿Sabes que es “Opium”?

—Si se refiere al “Opio” –Digo, corrigiendo la palabra pronunciada—, es una mezcla compleja de sustancias que se extrae de las cápsulas de la adormidera (Papaver somniferum), que contiene la droga narcótica y analgésica llamada morfina y otros alcaloides. La adormidera, igual a una amapola común, es una planta que puede llegar a crecer un metro y medio. Destacan sus flores blancas, violetas o fucsias. Es una planta anual que puede comenzar su ciclo en otoño, aunque lo habitual en el hemisferio norte es a partir de enero. Florece entre abril y junio dependiendo de la latitud, la altura y la variedad de la planta, momento en el que se puede proceder a la recolecta del opio. –Cuando termino, levanto la vista para ver como los tres se han quedado mudos, y antes de que puedan decir nada, completo mi relato—. Lo que la marca de colonia ha llamado “opium” es, en mi humilde opinión, una incorrección. Parece que han intentado añadirle una desinencia latina “—um” para hacerlo más elegante y culto, pero en realidad el término «opio» deriva del griego “ópion” que significa ‘jugo’, refiriéndose al látex que exuda la adormidera al cortarla.

Con mis últimas palabras NamJoon frunce el ceño y muerde sus labios, ofendido como propio representante de la empresa. Yoongi camufla con su mano una risa infantil y Jin aparta la mirada de mí, asombrado. Revuelve unos papeles sobre su mesa y rápido se desentiende de mí y de la situación. Namjoon suspira largamente y evita mirar a YoonGi, que sigue riéndose por lo bajo.

—¿Piensas darnos una clase de las Guerras del Opio ahora mismo? –Me pregunta NamJoon claramente ofendido—. En ropa interior es muy violento, ¿no crees? –Por un momento he olvidado que estaba en ropa interior y vuelvo a sentir las mejillas ardiendo. Namjoon sigue con las preguntas—. ¿Cuánto pesas?

—69 kilos. –Digo en un susurro.

—¿Cuánto mides? –Pregunta y antes de dejarme contestar mira a Jin, riéndose—. ¿1.60cm? –Yo retiro la vista mordiéndome los labios. YoonGi refunfuña.

—Namjoon, ¿y eso qué importa?

—Claro que importa. No quiero que un enano sea la imagen de mi empresa. –Yoongi mira a otro lado y yo comienzo a sentir frío. Paso mis manos por mis brazos y suspiro, un poco desazonado. Yoongi me mira y yo le devuelvo la mirada, sintiéndome avergonzado. Él me mira compasivo, como si realmente comprendiera mi bochorno. La mirada se prolonga mucho más de lo que pensé que aguantaría. Él recorre mi cuerpo con sus ojos y yo le dejo hacerlo sin pudor mientras los otros dos hombres conversan animados, de algo que no estoy seguro que tenga que ver conmigo. Mis pies descalzos sobre el suelo me hacen sentir en desequilibro y su mirada, cuando regresa a mis ojos, termina por derribarme. Me siento caer por un abismo pero unos brazos cálidos y acogedores me rescatan antes de completar la caída. Le veo morderse los labios, juguetear a ciegas con un bolígrafo, golpearlo contra la mesa, contra la palma de su mano, pensativo. Está mirándome pero no estoy seguro de que realmente esté haciéndolo. Creo que de retirarme de su punto de vista él no me seguiría con la mirada. Cuando estoy a punto de decir algo, NamJoon se percata de que sigo aun ahí y me mira confuso. Yo frunzo los labios.

—¿Aún estás aquí, muchacho? Anda, vístete y vete. Ya te llamaremos si te seleccionamos. –Dice con aire cansado y cuando termina sus palabras vuelve a conversar con Jin mientras yo me pongo los pantalones a prisa, me enfundo en la sudadera y me coloco de nuevo los zapatos mientras camino en dirección a la puerta, con las manos temblorosas y el aliento entrecortado.

—¡Espera! ¡No te vayas! –Oigo la voz de Yoongi y en un principio creo que no me habla a mi pero cuando miro de reojo, veo que me señala con su mano abierta. Me quedo un segundo sujetando el pomo de la puerta y me vuelvo, aturdido. Namjoon y Jin se callan de golpe y porrazo y miran ambos a Yoongi que les devuelve la mirada con una fría expresión calculadora.

—¿Qué estás haciendo, Yoongi? –Le preguntan y este se revuelve unos segundos buscando las palabras. Yo formo parte de sus espectadores, confusos y aturdidos.

—Es él. –Dice sin más. Sin miramientos. Me señala y yo me siento de un momento a otro de nuevo el centro de atención. Como odio esta sensación.

Jin interviene por primera vez.

—No voy a gastarme el dinero de toda la producción por un capricho tuyo, YoonGi. –Ambos se miran y NamJoon me mira a mí, rebuscando en mi impresión lo que haya podido condicionar a Yoongi.

—No es un capricho… —Se defiende Yoongi.

—Obviamente no da el perfil. Desde arriba han dejado claro que no quieren volver a perder una sola venta.

—No lo hará. –Me señala de nuevo. Al parecer soy su mejor baza para la razón—. Él es perfecto para el anuncio. Está todo aquí. –Se señala la sien—. Ya sé cómo hacerlo. Será poco presupuesto el que necesitemos, te lo aseguro. –Jin resopla insatisfecho y NamJoon le mira, enfadado.

—No pienso hacer que mi empresa se vaya a la mierda porque se te haya puesto dura viéndole desnudo. –Le espeta y las mejillas de Yoongi enrojecen violentamente. Me mira avergonzado, como disculpándose de las palabras de NamJoon y vuelve la vista a él. Yo sigo con la mano en el frío pomo de la puerta.

—Te prometo que no te defraudaré ni a ti ni a la empresa. –Suplica—. Dadme esta oportunidad. Solo piénsalo, él será el nuevo rostro de la colonia Blue Opium. –Enmarca con sus manos un espacio vacío en el aire. Todos miramos ahí pero creo no ser el único que no ve absolutamente nada—. Saldrá en todos los anuncios televisivos, en los carteles de las paradas de bus.

Siento un repentino vértigo y me sujeto mejor a la puerta. Jin se gira a mí y yo me siento desfallecer. Namjoon sigue mirando ese espacio imaginario en medio de la nada.

—No quiero ni pensarlo, Yoongi. –Todos se giran de repente a mí y yo me yergo intentando aparentar que estoy bien. Siento sudores fríos recorriéndome la espina dorsal y las manos sudorosas. Se vuelven de nuevo a Yoongi y yo respiro al fin, necesitado de una gran bocanada de aire—. Está bien, Yoongi. No me has defraudado hasta hoy. No empieces ahora. ¿Hum? –Yoongi asiente, profesional y se levanta de la silla caminando animadamente hasta mí y yo retrocedo hasta apoyar la espalda en la puerta. Cuando se ha parado enfrente me extiende su tarjeta profesional y yo me la quedo mirando unos segundos. El tacto es suave, aterciopelado. Su color es negro y dorado con su nombre en letras en cursiva y su teléfono en números elegantes y discretos.

—Mañana ven aquí a las ocho y media de la mañana. Hablaremos sobre el anuncio y de las condiciones del trabajo. Si surge cualquier imprevisto llámame. ¿Entendido? –asiento, no muy convencido de haberme quedado con sus palabras. Las repito en mi mente pero sus ojos mirándome me atontan lo suficiente como para no dejarme pensar con claridad—. Está bien. Avisaré de que ya no queremos ver a más candidatos. Gracias por venir. –Me extiende su mano y la estrecho con una naciente sonrisa que va extendiéndose a lo largo de mi rostro. Él me devuelve una casi tan grande como la mía.

Cuando salgo de la sala me quedo en medio del silencio mirando alrededor, aturdido, avergonzado, tembloroso y con una tonta sonrisa en el rostro.

 

 

El sol ya lleva varias horas expuesto ante el cielo. La luz se cuela por los rincones de la ciudad, pero aún sopla una endeble brisa refrescante de madrugada. Mis pasos son rápidos en dirección a la misma empresa en la que estuve ayer pero sigue reconcomiéndome el mismo miedo que me atenazó en la sala de espera. Siento mis piernas flaquear con cada paso y mis manos rompen a sudar, con lo que tengo que pasarme las palmas por mis vaqueros. De nuevo, una vez más miro mis vestimentas y tarde me arrepiento de haberme traído vaqueros y camisa negra. Demasiado informal para una reunión.

Cuando me paro frente a la puerta del gran bloque de edificios me quedo paralizado unos segundos. Miro dentro y puedo ver a través de la cristalera como hay un evidente tráfico de personas yendo de un lado a otro, caminando fuera, entrando, saliendo, quedándose en las puertas, arrinconándose en un sitio a fumar, hablando en el interior con una recepcionista. Yo me quedo ahí parado llamando la atención de varias personas y cuando la vergüenza de la situación me puede me deshago del miedo y camino dentro con paso tembloroso y esquivo. Intento no hacer evidente mi presencia pero busco con la mirada alguien a quien dirigirme y que pueda ayudarme a encontrar al señor Min.

Saco, casi como una necesidad fisiológica, la tarjeta que YoonGi me dio ayer y la sujeto entre mis dedos a una distancia cercana para leer nuevamente la dirección de la empresa de su trabajo y asegurarme de que es esta donde me encuentro. Intento, inútilmente, memorizar le número de teléfono y repito varias veces en mi mente su nombre. Lo verbalizo en bajo y casi sin mover los labios para asegurarme de que sabré vocalizarlo y que no cometeré ningún error ni me fallará la voz. Respiro con fuera y me acerco a la recepción donde hay un secretario uniformado con una placa sobre su pecho hablando con un hombre en traje y con un maletín en la mano. Al parecer mantienen una discernida conversación sin material profesional sobre la mesa. Ambos sonríen, ríen, se miran y el secretario niega varias veces con el rostro a algo que ha parecido hacerle mucha gracia. Cuando me acerco y entro dentro de su campo de visión, me mira y hace que el hombre que estaba delante de mí se gire y me mire disculpándose, por entretener al secretario en sus funciones laborales. Se marcha y me deja a solas con el empleado. Este me sonríe, yo le devuelvo una endeble sonrisa avergonzada.

—Hola. –Le digo y este se inclina levemente mientras pone las manos sobre la tarima frente a él. Un escritorio alargado de piedra negra. Tal vez poliuretano.

—Hola. ¿En qué puedo ayudarle? –Me pregunta y mira alrededor buscando algo con lo que pueda socorrerme, como si esperase que yo le extendiese un curriculum o algo parecido.

—Buscaba a Min Yoongi, ayer pasé la entrevista para ser la nueva imagen de la colonia de…

—¿Min Yoongi? –Pregunta. Me excedí en darle información y él no parece estar demasiado centrado en mis palabras.

—Sí.

—Lo encontrará posiblemente en la décima planta, en la sección de márquetin. Pregunte allí. –Se inclina levemente como antes y se retira sentándose en una silla con ruedas y se desplaza hasta quedar frente a la pantalla de un ordenador. Yo le miro, dubitativo y susurro un “gracias” avergonzado. Guardando de nuevo la tarjeta en mis vaqueros miro alrededor y busco rápidamente un medio de trasporte que me permita subir hasta la planta décima. Camino alrededor unos segundos y al rato me topo con un ascensor de cristal transparente que desaparece por el techo. Elegante pero extravagante en mi opinión. Mientras espero por él las personas me miran pensativas, como si me escrutaran de arriba abajo asumiendo que soy un visitante, un completo desconocido. Los que esperan el ascensor conmigo hablan entre ellos y yo evito girarme para toparme de sopetón con unos rostros desconocidos. Evito también escuchar las conversaciones ajenas, por mala educación, pero inevitablemente las palabras entran dentro de mi cabeza.

—¿Y la nueva modelo de la colonia femenina? –Pregunta una voz masculina. Otra le contesta.

—Esa sí que está buena. Creo que ha trabajado antes en otra marca, pero no sabría decirte.

—¿Tendremos la suerte de que sea en una de lencería? –Ambos ríen y las puertas del ascensor se abren mostrándonos un interior reluciente, trasparente y vertiginoso. Me quedo en el medio mientras las personas se agolpan alrededor. La conversación sigue entre risas endiabladas que me ponen los pelos de punta.

—¿Sabes ya quién es la nueva imagen de la colonia masculina?

—No. Ayer escuché que fueron los castings, pero no sé más.

—¿De veras? ¿Y no sabes cómo va a ser el chico?

—No.

—Qué pena. Tal vez deberíamos habernos presentado nosotros. –Ambos ríen de nuevo y yo cierro los ojos, nervioso, con el corazón saliéndome por la boca—. Va a estar difícil que supere las expectativas que nos ha dejado el anterior. Al público no suele gustarle que cambien las caras…

—El público lo único que quiere es un tío cañón al que hincarle el diente. La colonia le importa una mierda. Lo único que espera es que, ya que tiene que ver anuncios, que sean agradables a la vista.

—Que desagradable eres, tío. –Le recrimina el otro y yo siento mis manos tremendamente sudorosas. Me tiemblan los dedos y me limito a esconderlas en los bolsillos de los vaqueros, respirando con dificultad a la espera de que el ascensor se detenga en la planta diez.

—Pero es la verdad. Solo esperan que un saco de huesos se exponga frente a la cámara y te diga lo rico que huele la colonia. –Siento una náusea. Me paso el dorso de la mano por la frente y me retiro el pelo hacia atrás pasando las yemas de los dedos por mi cuerpo cabelludo. Me muerdo el labio.

—Pues sí. ¿Y qué? Bien les pagan para hacer eso…

—Y yo me paso el día frente al ordenador administrando las cuentas de la empresa y no paso ni de 1000 wons el sueldo mínimo.

—Quéjate a los sindicatos. –Le dice el otro con sorna.

—Sí claro, para pasar a cobrar cero wones al mes, porque me despedirán si hago eso.

—Míralo por el lado positivo. Así te quedarás como los modelos. –Veo de reojo como este palmea varias veces la barriga del otro y este se revuelve ofendido. Las puertas se abren y entra un aire renovador que me hace sentir un poco más aliviado. Doy un paso fuera mientras las risas de las personas en el ascensor se alejan progresivamente mientras salgo y me giro levemente para ver de refilón a esas dos personas que me miran levemente extrañados. Me quedo parado hasta que las puertas se cierran y la cabina asciende alejándose hasta pisos superiores. Cuando ha desaparecido cojo aire y lo suelto con tranquilidad.

Asegurándome de que estoy en el piso correcto miro alrededor buscando alguna placa que me cerciore de que estoy en la planta correcta pero lo que me sorprende en medio de este gran espacio abierto en donde las personas circulan con la misma agilidad que en la entrada, son los grandes carteles publicitarios adornando las paredes, expuestos sobre el aire, rodeándome, amenazándome. Evidentemente estoy en la planta del márquetin porque todo a mi alrededor son muestras de creatividad empresarial y un festival de cuerpos escultóricos expuesto junto al logotipo de la empresa. Algunos son más antiguos, otras más recientes, pero todos igual de impactantes, todos perfectamente diseñados para enloquecer.

Mientras camino alrededor en busca de algo en lo que pueda refugiarme, paso delante de un gran cartel de cinco metros de alto de un hico en camisa azul oscura y con bóxers negros sujetando un frasco de colonia de la misma marca de la empresa, obviamente, sobre sus entrepierna. Su cuerpo es moreno, delgado, grácil, atlético, maravilloso. Sus piernas son finas, delicadas, su estatura es envidiable. Su rostro es, simplemente impactante. Camino lejos del cartel y me refugio por un pasillo alejado. El ruido ha disminuido. La presión en mis oídos ha descendido y alrededor ya no hay barullo pero dentro de mi cabeza sigo algo confuso y desorientado. Camino hasta que una señal de camino a unos baños me llama la atención  y corro hasta ella, sujetándome en las paredes con las manos temblorosas. Me abalanzo sobre la puerta del baño para hombres y me dejo caer en uno de los cubículos del interior. Me derrumbo sobre la taza y me vuelco sobre ella para vomitar la cena de la noche anterior. La escasa cena que mi estómago admitía.

 

 

Me paso de nuevo las manos húmedas por el rostro y miro una vez más mi reflejo en el espejo. Las puntas de mi flequillo se han humedecido, igual que mis pestañas y cejas. Mis labios brillan con una carnosidad excesiva y me paso el dorso de la mano por la franja desde la parte inferior a la nariz hasta la barbilla. Me seco el rostro con un poco de papel que tiro en la papelera y me enjuago de nuevo la boca, sintiendo aun ese desagradable olor del vómito entre mis dientes. Lo repito varias veces y estoy a punto de regresar  a casa cuando me atenaza un miedo que más bien parece valor enfurecido. Me miro nuevamente en el espejo y frunzo los labios. Es un gesto que no suelo hacer a menudo a no ser que necesite sonreírme a mí mismo y no lo consiga. No es que suela hacerlo con facilidad, es que no suelo querer sonreírme mucho.

Con las manos secas y el rostro en su color natural salgo fuera del baño y me encamino de nuevo entre el tumulto de gente buscando algún lugar donde poder consultar el paradero de YoonGi. De vez en cuando voy preguntándome si no sería mejor llamarle directamente al número de teléfono que me proporcionó, pero descarto rápidamente la idea al verlo de manera informal y demasiado atrevida. Recorriendo la mirada entre los carteles diviso una recepción parecida a la de la planta baja pero esta de un tamaño más reducido y con espacio solo para un trabajador. Una mujer con un traje similar al del hombre de antes pero con el pelo cubriendo la placa sobre su pecho. Esta, un tanto desamparada, se ocupa de un hombre que parece confuso y desorientado. Detrás de este hay otros tantos esperando por ser atendidos y, sin remedio, me pongo el último en la cola con las manos metidas en los bolsillos del vaquero. Respiro varias veces y de nuevo comienzo a repetir “Min YoonGi” en mi mente para no equivocarme a la hora de pedir ayuda. Comienzo a decirlo en voz baja mientras me recreo en la expresión de las cejas de la mujer al fruncirse intentando comprender al hombre frente ella. Un leve gesto de acercamiento que refleja una evidente confusión.

Unas manos caen sobre mis hombros. Un peso innecesario que me hace dar un respingo exagerado mientras me giro aturdido a un rostro mucho más asustado que yo por mi propia reacción. Cuando sus ojos me miran y se abren sorprendidos, yo dejo de sujetarme el pecho, asustado.

—¡Perdóname! –Me dice mientras extiende una enorme sonrisa infantil y descorre sus manos desde mis hombros hasta mis brazos como intentando mantener mi ritmo cardiaco de nuevo al un estado normal. Yo me siento levemente aprisionado por la fuerza de sus manos sobre mí envergadura pero él no parece tenso y no percibe mi tensión, lo cual me hace seguir sintiendo aturdido. Rompe a reír cuando comprueba que mi expresión de pasmo no ha desaparecido y la risa le hace apoyar su frente en mi hombro levemente. Me llega su olor, dulce y acaramelado. Me hace pensar que tal vez usa la misma colonia para la empresa que trabaja y eso me hace reír internamente. Me destenso poco a poco y mis manos van a sus brazos para alejarle educadamente mientras le sonrío, tímido y algo cohibido. Alegrado a la par de encontrarle tan fácilmente.

—Te he estado buscando. –Le digo lo cual suena como si hubiera estado años haciéndolo cuando en realidad de los veinte minutos que llevo dentro del edificio, quince me los he pasado en el baño.

—Y yo a ti. –Me dice mientras mira su reloj de pulsera y frunce radicalmente el ceño, haciendo una extraña mueca con los labios—. Las ocho y media. Llegas tarde. –Me dice serio y profesional mientras alza su rostro para mirarme. Lleva una camisa azul claro que no contrasta en absoluto con la palidez de su piel y con el blanco de su pelo. Por el contrario sus pantalones son unos vaqueros negros, rostros, y porta unos zapatos de charol negros. Que confuso.

—Lo siento. –Digo bajando la mirada y miro alrededor mientras me paso los dedos por el flequillo para retirarlos de mi frente—. Esto es tan grande… —Ríe por mi expresión como quien se desprende de una máscara teatral.

—No pasa nada, Jimin. Venga, vamos. –Dice pasando su brazo por mis hombros y camina conmigo a ninguna parte en concreto—. ¿Has desayunado? –Me pregunta y yo niego con el rostro—. Pues vamos, a desayunar…

—Yo… la verdad es que no he traído mucho dinero…

—Nah. –Niega con el rostro—. La empresa invita. Vamos.

Su mano sobre mi hombro ejerce una protectora presión de la que, de un momento a otro, me siento dependiente. La miro de reojo y su palidez y la medida de sus dedos me producen un sentimiento de admiración irrefrenable. La manga de su camisa está desabrochada y puedo ver por la apertura parte de su brazo. Tan pálido como el resto del cuerpo, no sé por qué me sorprendo. El caminar acaba haciéndose incómodo y se ve obligado a soltarme y a caminar simplemente a mi lado. Durante unos segundos todo se mantiene en silencio y nos basta con ir el uno al lado del otro, pero cuando el silencio se torna incómodo, habla.

—¿Llevabas mucho tiempo buscándome? Haberme llamado.

—Lo siento, no quería molestar.

—No es molestia. Pero no te angusties, no hay prisa... ahora solo quiero conocerte y saber de ti. Te explicaré un poco el contrato de trabajo y si estás de acuerdo, firmaremos, ¿bien? –Asiento y él me mira de reojo—. Bien, pues.

Nos metemos en el condenado ascensor y cuando estamos dentro nos miramos sonriendo. Se siente una sensación extraña. El espacio es pequeño y cerrado por lo que hay una complicidad y una cercanía agradables y personales, pero que las paredes sean de cristal contrarresta todo sentimiento de claustrofobia  y privacidad. No es agradable, pero tampoco se puede mejorar.

—Bueno, como habrás visto la empresa no escatima en gastos, eh…

—Ya veo. –Miro alrededor como a través de las plantas puedo ver el despliegue de decoración y publicidad por todas partes. Él me mira sonriendo.

—Excepto en el sueldo de los empleados, ya sabes…

—Sí. –Asiento y miro hacia abajo esperando por que las puertas se abran. Cuando lo hacen nos encontramos en la planta baja y ambos salimos, dejando que otros entren para conducirse a sus pertinentes destinos. Para no perderme entre el barullo, YoonGi me sujeta la manga de mi camisa y me encamina alrededor para conducirme a unas puertas blancas, con unas brillantes cristaleras. Cuando tiene la certeza de que no va a perderme, me suelta.

Cuando traspasamos las puertas blancas nos encontramos con una gran y hermosa sala repleta de mesas con manteles blancos y una larga barra donde se exponen en cristales haciendo de expositores muchas clases de bollos, donut, mufinfs y cupcakes. El olor a café es tremendamente exorbitante y supongo que es por la hora. Al medio día olerá a aceite y a la noche, a cerveza y comida rápida. Yoongi y yo caminamos hasta la barra y se asoma para localizar al camarero encontrándolo agachado junto al lavaplatos, poniendo ya la primera remesa de cubertería sucia. Ambos se saludan con una cordial y breve conversación y ambos me miran en un punto de la conversación para saber qué quiero desayunar.

—¿Qué puedo tomar? –Pregunto atontado. Ambos me sonríen.

—Lo que quieras. ¿Qué te apetece? ¿Qué sueles desayunar? –Pienso unos segundos, consciente de que acabo de vomitar hace apenas unos minutos pero que necesito comer algo para asentar el estómago. No puedo excederme demasiado en el tiempo a tomarme y ambos necesitan una respuesta de mi parte para poder continuar con su rutina.

—Chocolate con galletas. –Ambos me miran unos segundos, aturdidos, y me arrepiento al instante de no haber pedido un café aunque no me gusta o de haber rehusado la oferta de desayunar, aunque mi estómago pida alimento. Cuando pienso que se reirán de mí, ambos asienten y antes de darme cuenta ya estoy encaminándome a una de las mesas con un plato de galletas y una gran taza de chocolate caliente. Este humea y el vaso asciende deslizándose por el ambiente. Su olor me llega y mi boca se hace agua. Cuando estamos sentados el uno frente al otro lo primero que hago es colocar la taza delante de mí y tras ella, el plato de galletas. Observo como YoonGi coloca una taza de café con leche a su vera y un pequeño cruasán con mantequilla a su otro lado, equidistante un plato del otro. Con unos cubiertos comienza a tantear el cruasán, como si estuviera a punto de diseccionar un cadáver.

—No eres muy hablador, por lo que veo. –Me dice cuando estoy cogiendo la primera galleta. Asiento.

—No suelo hablar. –Le digo como si nada y él pone cara de pasmo.

—¿Con nadie? –Niego un poco cohibido.

—Entiéndeme. Si hay que hablar, hablo. A lo que me refiero es a que no estoy acostumbrado a hacerlo. –Asiente pero por su expresión diría que no acaba de comprenderme.

—¿Y cuando sales con tus amigos por ahí? Te quedas ahí parado observando a los demás.

—No tengo amigos aquí es Seúl. –Digo y el detiene el movimiento del cuchillo mutilando uno de los brazos del cruasán. Me mira sorprendido.

—Oh, ya veo. Eres de Busán. Es cierto… —Asiente recordando mis palabras de ayer—. ¿Llevas poco tiempo en Seúl?

—Cinco años, la verdad. –Su expresión vuelve a esa confusión perfectamente justificable. Respiro hondo, bebo un poco de chocolate y mientras lo paladeo veo como él espera una explicación—. Me mudé aquí por la universidad. Me alquilé un piso con los ahorros que tenía y estuve los cuatro años de carrera aquí. En las clases no hice amigos. Me limitaba a asistir, atender e irme a repasar lo aprendido. He terminado la carrera hace un año pero se me han terminado los ahorros. He estado repartiendo currículum para trabajar en bibliotecas, o en archivos municipales. Pero no me han contratado hasta ahora y me urge pagar el alquiler

—Entiendo. –Dice mientras asiente, pensativo—. ¿Historia? –Asiento.

—Siempre se me ha dado bien eso de recordar nombres y fechas.

—Eso está bien. Tienes suerte, algunos como yo somos un desastre para esas cosas.

—¿Qué estudiaste tú? –Pregunto y rápido bajo la mirada, arrepentido—. Lo siento, no me incumbe. –Él se limita a llevarse un trozo del cruasán a los labios y mastica pensativo mientras me da una respuesta.

—Estudié periodismo. Me especialicé en fotografía y publicidad. Y aquí estoy, grabando a tíos semidesnudos para llevarme un trozo de pan que comer. –Asiento mientras me llevo la taza de chocolate a los labios—. Me sorprende que aún no me hayas preguntado acerca de cuánto dinero vas a cobrar por el anuncio, si es que estás dispuesto a hacerlo.

—Cualquier cosa será mejor que nada. –Yoongi asiente.

—¿No has pensado en otras alternativas para conseguir dinero? ¿Dar clases? ¿Pedírselo a tus padres?

—No soy bueno con las personas. –Digo cabizbajo, mirando las hondas que hace la cuchara dentro del chocolate sobre la superficie—. Así que no puedo ser buen profesor. Y mis padres, bueno, la verdad es que no me llevo muy bien con ellos y a no ser que me vea desesperado, son el último recurso.

—Entiendo. –Dice y se queda en silencio varios segundos hasta que una endeble sonrisa comienza a aparecer por sus labios y poco a poco va extendiéndose hasta que ríe avergonzado cubriéndose el rostro con la palma de la mano. Yo me quedo mirándole, sin comprender nada. Cuando me mira, ríe de nuevo y acabo preguntándome si me he manchado con el chocolate o si me he manchado los dientes. Comienzo a mirar mi camisa por encima y a pasar mi lengua por los labios y los dientes. No hay nada fuera de lo común. Cuando la risa se va desvaneciendo y mis mejillas están lo suficientemente rojas como para que se preocupe, me aclara lo sucedido—. Lo siento, me he imaginado la cara de tus padres cuando te vean en el anuncio por la televisión.

De repente, como si descorriera la cortina a una sala en la que no había caído, me quedo mirando al vacío pensando en esa posibilidad de la que no me había percatado. Tengo la tentación de salir corriendo pero su sonrisa me tranquiliza y me dejo caer sobre el respaldo del asiento.

—Vamos, no pasa nada. Es solo una broma. –Suspiro y regreso al desayuno aunque ya no puedo sacarme esa idea de la cabeza—. Está bien, se acabó hablar de nosotros. Hablemos de lo que nos atañe. –Asiento—. El contrato consta de varias partes. –Señala algo en el aire. Algo que solamente él podía ver pero yo hice un esfuerzo por imaginármelo—. Primero una descripción del trabajo a realizar, las cláusulas de este, y por último, la firma en donde te comprometes.

—Bien.

—La primera parte te explica grosso modo qué vamos a hacer. Lo que yo tengo pensado en respecto al anuncio es una mera grabación de ti, en una cama, restregándote con el frasco de perfume. –Me mira atento y debo hacer una mueca extraña porque intenta aclararme la situación—. No es eso exactamente. Ya sabes, una pose sensual, una risa picarona, te escondes entre las sábanas, lo que quieras. Después de esto, un set de fotos en el mismo escenario, para revistas y carteles publicitarios. –Asiento, un poco tembloroso—. Las cláusulas del contrato te advierten de que si en medio del rodaje prefieres irte o dejarlo a medias no cobrarás el dinero, y agradece que no te cargue la factura del tiempo requerido. –Asiento—. También que si sufres algún accidente durante el rodaje o no sale como esperabas, no tienes derecho a reclamar nada, y que en el caso, poco probable, de que no se te abone el dinero, se te promete que los anuncios no saldrán a la prensa. ¡Ah! Y si la campaña o la empresa quiebran antes de sacar a la luz el video, obviamente, no se te pagará el trabajo.

Cuando termina me mira buscando en mí la aprobación y tras pensármelo lo suficiente como para ser consciente de que no tengo alternativa ni nada que perder, asiento, bebiendo chocolate.

—Pues la última parte es ir al despacho de NamJoon, el hombre de ayer en el casting, y firmar. Después comenzaremos con la grabación.

—¿Cuándo tengo que firmar?

—Ahora mismo, cuando te termines el chocolate. –Señala con la mirada mi taza y yo trago en seco. Me mira divertido—. No hay tiempo que perder. La campaña femenina está terminada y la semana que viene hemos prometido lanzar los anuncios. –Suspira y se yergue en el asiento—. Cuando quieras, comenzamos.

 

 Yoongi y yo seguimos caminando por entre pasillos, ascensores, gente y más ruido infinito colándose por cada poro de mi piel. Siento una tremenda nostalgia repentina de mi hogar y la seguridad de este, pero sentir que de vez en cuando los ojos de YoonGi se desvían hacia mí con disimulo para controlar que sigo estando a su vera, me reconfortan, extraña y sospechosamente. A medida que nos vamos acercando al despacho de NamJoon, la densidad de personas va disminuyendo y tan solo veo a alguna señorita correteando de un lado a otro con una pila de papeles, o bien a un hombre con un pequeño vaso con algo de café.

El ambiente es diferente y más tranquilo a las puertas del despacho. Llamando y obteniendo la consiguiente respuesta de permiso, entramos y me quedo parado en la puerta mientras que YoonGi camina hasta una de las sillas frente al escritorio y se sienta con un quejido cansado sobre el asiento. Yo miro a ambos frente a mí y los dos se giran para mirarme, un poco aturdidos. Yoongi me señala el asiento a su lado.

—Vamos, ven. –Palmea el asiento con la mano un par de veces y yo me acerco sentándome con cuidado y sin un solo ruido que pueda delatar mi presencia. Hay un reloj en lo alto de la pared, a la espalda de NamJoon, negro y números grises. No hace un repetitivo “tic—tac”, y si lo hace, es del todo imperceptible, lo cual agradezco.

—¿Y bien? –Me pregunta Namjoon y me veo obligado a prestarle un mínimo de atención mientras el brazo de YoonGi pasa alrededor de mi espalda y se posa en el respaldo con los dedos tamborileando sobre la madera—. ¿Te has decidido a aceptar el trabajo? –Asiento, pero no debe sentirse convencido con mi gesto, por lo que mira a YoonGi, insatisfecho con su decisión sobre mí—. Espero que no me decepciones, nos harás perder un tiempo valioso y un dinero que no podemos permitirnos.

—Lo sé, pero saldrá bien, ya verás. –Le calma con una agradable sonrisa.

—Más te vale. Ya sabes lo que ha pasado en otras ocasiones… —Yoongi no le deja terminar.

—No me cargues el muerto que debería caer sobre la política de la empresa.

—¿Vas a saltarte los códigos morales?

—Sí. –Namjoon le mira, frunciendo el ceño pero no dice nada al respecto.

—Sé sutil. –Le advierte, a lo que YoonGi sonríe, cínico.

—No se me da bien serlo…

—No quiero tener que censurar nada. –Namjoon saca unos papeles de uno de los clasificadores a su espalda lo mira por encima cerciorándose de que es lo que buscaba, y me lo pone delante con una pluma de color negro. Yo me quedo mirando el conjunto unos segundos y analizo su composición.

—¿Y bien? –Me pregunta YoonGi señalando con la mirada el papel—. ¿Quieres leerlo? Ya te he explicado en qué consiste…

—No me has dicho cuánto voy a cobrar. –Le digo. Él asiente, dándose cuenta de ello.

—Dijiste que no importaba el dinero…

—Dije que no me importaba cuanto fuera siempre que fuera algo de dinero, pero quiero saberlo por si tengo que hacer algo demasiado obsceno y solo voy a cobrar un won. –Ambos se miran sonriendo y NamJoon niega con el rostro pasando las páginas del contrato hasta dar con la cifra del pago.

—90.000.000 wons. –Le miro, serio—. Lo que sería alrededor de 82.000 dólares.

—¿Qué? –pregunto aturdido mientras miro a YoonGi a mi lado y NamJoon lee de nuevo la cifra, por si ha dicho algo incongruente, lo cual resulta que no.

—¿Ocurre algo?

—¿82.000 dólares?

—Sí. –Ambos asienten, yo me quedo pensativo.

—Piensa que es una de las marcas de colonia más famosas, y con grandes beneficios en este país. Vas a ser la imagen de Opium durante un año entero. –Yo trago saliva por las palabras de YoonGi y me quedo absorto unos segundos hasta que me extiende la pluma y yo la cojo ya sin pensarlo por más tiempo. Estampo mi firma en varias secciones del contrato, relleno mis datos en una ficha, y dejo la pluma de nuevo en la misma posición en la que NamJoon la puso sobre la mesa. No dura mucho tiempo así porque este la retira antes de que pueda recrearme en la forma en la que está puesta.

—¡Enhorabuena! Si YoonGi hace bien su trabajo serás el hombre más hermoso que sale en la televisión y en las revistas. –Me mira de arriba abajo—. Tienes mucho trabajo YoonGi, más te vale hacerlo bien.

Yo frunzo levemente el ceño, ligeramente ofendido pero preguntándome si verdaderamente debiera sentirme de esa forma. Yoongi sí lo hace y expresa su inconformismo.

—No estoy de acuerdo, será algo natural, no quiero efectos especiales ni nada por el estilo. –Namjoon le mira con una expresión de juez desconforme, pero no comenta nada al respecto, pone los ojos en blanco, y suspira largamente, como un padre que evita regañar a su hijo.

—Tú sabrás, eres consciente de todo lo que nos estamos jugando… —Deja la frase suspendida unos segundos en el aire y YoonGi asiente, cansado ya de palabrería. Yo me quedo quieto, con las manos en mi regazo mientras soy de repente objeto de todas las miradas en la sala. Mis mejillas enrojecen débilmente. Me siento avergonzado y YoonGi posa, tan sutil como una leve brisa cálida, su mano sobre la mía en mi regazo.

—No te preocupes de nada, déjalo todo en mis manos. –Asiento, sonriente—. Vamos, levanta. Nos vamos a maquillaje.

—¿Maquillaje? –Él me mira y se detiene en un gesto de levantarse de la silla.

—Sí. Grabaremos hoy.

 

 

La mano de YoonGi sujetando nuevamente la manga de mi camisa me hace sentir ligero, liviano, tremendamente volátil y maleable. Me conduzco por los pasillos guiado por él como si fuera un niño pequeño, de la mano de un adulto que busca por entre los pasillos a su madre perdida. Al contrario que hacerme sentir infravalorado, me siento tranquilo y sosegado. No tener que ser yo quien tome el camino me libera de una pesada carga. Pasados varios minutos llegamos a una especie de ala apartada de la empresa donde las paredes siguen siendo blancas pero las puertas han palidecido también y hay menos gente alrededor. Se escucha a la perfección el sonido de nuestros pasos y en el ambiente hay un inconfundible olor a maquillaje, productos de higiene y algo parecido a productos químicos. Debo expresar una extraña mueca porque YoonGi me mira, sonriendo.

—Son los químicos que usan en el revelado de fotos, no te preocupes. –Asentí, quitándole importancia.

Seguimos caminando hasta detenernos frente a una puerta blanca donde tenía escrito en letras plateadas: “Almacén”. Mientras  yo me quedo fuera, con las manos a cada lado de mi cuerpo, veo a YoonGi abrir la puerta libremente y entrar mirando alrededor. El espacio en el cubículo apenas es de dos por dos metros, y está rodeado todo ello de estanterías repletas de cosas. Yoongi mira alrededor y busca algo con una mirada curiosa. Parece encontrarlo cuando sus ojos se abren, sonrientes, y sus manos se lanzan a algo por encima de su cabeza. Cuando regresa fuera me extiende lo que parece ser una bolsa de plástico transparente con cosas en su interior. Habla de nuevo.

—Toma, sígueme.

Mientras camina un paso por delante, yo me quedo mirando el interior de la bolsa de plástico. Lo que más abulta en ella es una gruesa tela blanca, parecida a las toallas de los cuartos de baños, un cepillo de dientes desechable acompañado de un pequeño tubo de pasta de dientes. Unos pequeños frascos de gel, champú y crema corporal. Un par de chanclas de un número aproximado al mío, un peine de plástico y una hojilla depilatoria de hombre con un pequeño frasco de crema depilatoria.

Seguimos caminando por un extenso pasillo y poco a poco el olor a humedad es palpable como el de los pasillos de las instalaciones de las piscinas municipales, aunque no haya estado a menudo en ellas. Las paredes, al doblar la esquina, se cubren de azulejos blancos, grises y brillantes convirtiendo el ambiente en uno mucho más artificial. Ambos dos nos detenemos frente a una gran puerta azul junto con una rosa. Cada una con el correspondiente símbolo de sexualidad. Yoongi me mira con una mano extendida al interior de la puerta azul y puedo entrever unas instalaciones con duchas, lavabos y taquillas de color plateado y azul. Todas con su llave colgada de la cerradura. El olor que desprende el interior es un olor a gel, productos de limpieza y humedad. No es nada desagradable, al contrario, es un olor reconfortante, representante de lo contrario a suciedad.

—Entra, date una ducha y límpiate bien por todas partes. –Me dice como si nada. Su frase suena mecánica, como si  la pronunciase a menudo.

—¿Hum? –Pregunto, aturdido.

—Tienes que ducharte para el anuncio. –Me aclara como si fuera algo obvio. –Más que nada para que el pelo brille con luz natural y para que se quite el brillo de tu cara por el sudor. –Sápido llevo mi mano a mi pelo.

—Me he duchado esta mañana. –Digo como excusa pero él resopla, cansado.

—Son normas de la empresa. No me importa si te has duchado hoy o hace dos semanas. –Asiento colándome por la puerta pero él no se despega de ella, mirando como paso al interior y me observa hasta que me detengo y sigue hablando—. Tienes que depilarte las piernas, el pecho, las axilas y afeitarte el rostro. –Como un acto reflejo, paso mi mano por mi barbilla y noto mi escaso vello facial, haciendo un puchero—. Cosas de la empresa. –Repite, pero sonríe—. En realidad no, cosas mías. No me gustan los chicos con vello. –Me guiña un ojo y yo doy un respingo. Suspira terminando la conversación—. Lávate bien, por todas partes. Tomate el tiempo que necesites, yo te estaré esperando aquí fuera. –Sus palabras me tensan—. Si necesitas ayuda con algo, solo tienes que darme un grito. La ropa, guárdala en una de las taquillas y sal en el albornoz. Ya recogerán tu ropa después.

—Pero… —Digo mirando por todas partes.

—No hay peros. Vamos, el tiempo corre. –Dice y cierra dejándome a solas con el sonido de sus pasos alejarse hasta un punto indeterminado. Miro alrededor, dejándome llenar por la claridad de los azulejos blancos iluminados por la luz de los fluorescentes en el techo. Son tres metros de altura por cinco por diez de base. Una estancia grande pero acogedora y cómoda. Tres duchas se disponen en la parte derecha, y en la izquierda, dos lavabos y dos urinarios. Al fondo, un cubículo entre abierto por el que atisbo un retrete y unas taquillas. Ocho en total, cuatro sobre otras cuatro. Lo que más impone de todo es el espejo que recubre gran parte de la pared izquierda. Es grande, brillante, impoluto. No parece que nadie haya usado este baño desde hace mucho, pero sin embargo, está brillante y perfecto.

Sin mirarme demasiado en mi reflejo comienzo a desvestirme. Dejando la bolsa de plástico sobre uno de los lavabos comienzo quitándome los zapatos. Después los vaqueros y me quedo en ropa interior rebuscando por mi piel el vello que ha dicho que debo quitarme. El vientre está perfecto, suave y libre de vello, igual que mi pecho. Tan solo tengo que pasarme la cuchilla por las piernas y las axilas. Me afeité en la mañana y si lo repito me arañaré la piel. Con la yema de dos de mis dedos recorro la circunferencia del ombligo y noto la piel alrededor. Bajo un poco hasta mi vientre y después, un poco más, hasta caer en la cuenta de que no ha dicho nada del vello púbico. Como no lo ha mencionado no haré nada al respecto, pero no por conformismo, sino porque me avergüenza salir así para preguntarle tal estupidez.

Cuando me quedo completamente desnudo me meto en una de las duchas con los botecitos de gel y champú, y la cuchilla. El agua es cálida, a la temperatura perfecta desde el principio de la ducha hasta el final. No me ha hecho falta regularla y tampoco calcular la presión. Poco a poco se forma alrededor un vapor que me rodea con brazos confortables. Me sumerjo en el calor que desprende y me dejo acunar mientras enjabono mi pelo y el resto del cuerpo. Depilarme las piernas no es algo a lo que esté acostumbrado, y tampoco las axilas, pero consigo resolverlo todo en poco tiempo y cuando salgo me abrazo al albornoz para, primero secarme a prisa el pelo, y después camuflarme de mi reflejo con él. Con el ceño fruncido me ato la correa de tela en la cintura y con cuidado me doy crema corporal en todo el cuerpo. Me pongo las chanclas para no resbalar y me peino y me lavo los dientes con sumo cuidado y dedicación. Mi ropa en el suelo alberga mi cartera y mi teléfono móvil, lo cual no sé qué hacer con ellos pero opto por meterlo todo en la taquilla y me quedo con la llave de la mano. Tras comprobar que he cumplido con mi función, recojo todo alrededor y salgo, recibiendo el frío del exterior, al salir de la nube de vapor.

Yoongi me espera ahí de pie, mirando cualquier curiosidad en su teléfono para distraerse mientras espera. Al ruido de la puerta se gira a mí y me sonríe, satisfecho.

—Estás perfecto, vamos, nos esperan.

 

 

Con paso rápido y firme, a pesar de mi escasa práctica a caminar con chanclas baratas, nos conducimos por los pasillos desiertos del ala de grabación hasta que desembocamos en una gran puerta doble metálica con un gran cartel de: “Estudio de grabación. Prohibido el paso. Solo personal autorizado.” En letras grandes, rojas y negras, sobre un fondo blanco. Son imponentes y violentas. Solo falta un agente de seguridad custodiando la entrada como un armario impidiendo el paso. Nosotros accedemos sin problema alguno. Yoongi abre una de las dos puertas tan solo con apoyarse en ella y la sujeta dejándome espacio para entrar. Lo primero que veo, que distingo en medio de una niebla de oscuridad, es una cama en medio de la nada. Una cama bien hecha, de medidas bastante grandes, al parecer, de matrimonio. Con sábanas beige y al parecer, muy acolchada. Siento una tremenda tentación de tirarme sobre ella y arrullarme entre la funda nórdica para dormir.

—Este es el estudio de grabación. –Me dice YoonGi como si no hubiera leído el cartel de la puerta. Alrededor distingo una fila de espejos con sus respectivos escritorios y una silla delante de cada uno. Los espejos tienen en todo su perímetro varias luces blancas que hacen de foco de toda la estancia, a excepción de las luces que caen sobre la cama. yo camino un poco alrededor y YoonGi sujeta de nuevo, como una mala costumbre, la manga de mi albornoz para conducirme a uno de esos escritorios que, visto de cerca y observando el material sobre él, es sin duda un estudio de maquillaje mal amueblado. Una chica aparece de la nada y me mira a través del reflejo en el espejo. Mi primer instinto es cubrir mejor mi pecho con el albornoz.

—Hola. –Dice ella—. Soy HyoSol. Seré tu estilista. –Me dice guiñando un ojo y yo alzo una ceja, un tanto receloso pero la mirada de YoonGi cae sobre mí y me hace sentir calmado.

—Vamos a aplicarle una base neutra, lo más parecida a su color de piel. –Le habla a ella. Yo me limito a mirarlos a ambos conversar a través del espejo—. Después ya sabes, un poco de sombra, un poco de corrector donde lo necesite, lo menos posible. Sécale el pelo antes. –Dice acariciando mis hebras húmedas y yo sonrío por el contacto, tan inesperado—. Comprueba que se ha depilado bien en todo el cuerpo y si se ha dejado algo, quítalo. Arréglale las uñas, córtale las puntas del pelo.

—¿Namjoon te ha dicho que esto es muy arriesgado?

—Déjamelo a mí… —La chica pone los ojos en blanco y comienza a juguetear con los materiales alrededor. Yoongi desaparece un segundo y se traslada a una parte de la sala cerca de la cama. Hay una mesa, pequeña, con un ordenador seguramente conectado a las cámaras que cuelgan del techo por raíles de metal negro. Una única luz alumbra la cama. Una sola hasta que de repente, varias luces más aparecen proyectando su luz sobre unos paraguas blancos. Yoongi comienza a revolotear alrededor colocándolos según le parece bien.

La chica comienza inclinando el respaldo de la silla donde estoy y me hace las cejas con unas pinzas negras. Nunca antes me habían hecho las cejas e intento no pensar en el dolor mientras me agarro el borde de la bata con las manos para evitar que se vea algo de mí en el reflejo. La chica prosigue aunque cuando ve fruncir mi ceño, sonríe. Algunas lágrimas saltan de mis ojos casi sin poder evitarlo. Ella me las limpia con uno de sus dedos y con una risa tímida.

Cuando termina con las cejas aprovecha que mi pelo está aún húmedo para peinarlo, cortar las puntas y rasurar mejor mi nuca. Después de secar el pelo y darle una forma agradable y simple, coge con dos dedos el borde de la bata en mi pecho y tira de la tela haciéndome dar un respingo. Yo aprieto con más fuerza pero ella me obliga a soltarlo y me hace poner en pie para comprobar que tengo el cuerpo depilado. Me levanta los brazos para ver las axilas, me da dos o tres vueltas, me mira las piernas, el vientre, el sexo. El aire colándose por mi entrepierna me obliga a cerrar los ojos y dejar que todo pase mientras ella me escruta en todas las partes de mi cuerpo. No pone objeciones a mi vello púbico por lo que me hace ponerme el albornoz de nuevo y sentarme una vez más en la silla para empezar con el maquillaje.

Yoongi aparece al rato, cuando el pudor en mis mejillas ha comenzado a descender.

—¿Todo bien? –Le pregunta a la chica, a lo que ella asiente y le comenta que no estoy nada mal, lo que me hace enrojecer violentamente de nuevo—. ¿Verdad que no? Y NamJoon que quería dejarlo pasar…

—Ya sabes cómo son estas cosas, Yoongi. –Le dice ella en tono condescendiente, como advirtiéndole de algo—. Solo buscan perchas, no cuerpos donde poner ropa.

—Pero no somos una marca de ropa, sino una de cosmética, y estamos haciendo el anuncio de una colonia. ¿Qué diablos importa si el modelo tiene o no el pene grande o si mide dos metros? Usar la colonia no te la va a poner como un caballo. –La chica ríe por la forma de hablar y el gesto indignado de su rostro, yo simplemente puedo pensar que cree que soy un enano con la polla pequeña.

—Aun así, eso es el márquetin. ¿Comprarías una colonia en que el anuncio se basara en ver como un perro defeca? No es muy agradable que digamos. –Dice ella con el mismo tono que YoonGi y comienza a aplicar en mi rostro una crema de color carne por toda la piel.

—La belleza es subjetiva. –Dice Yoongi sin querer darle la razón.

—Como quieras… yo no me hago responsable de que nuestras ventas vuelvan a bajar de nuevo.

—Aquello no fue culpa mía. –Dice YoonGi en un tono más serio y ambos se mantienen en un permanente silencio. Yo encuentro el momento exacto de meter baza.

—¿A qué otra vez te refieres, si no es mucha indiscreción la pregunta? –Digo casi en un susurro y YoonGi recae en mi mirándome directo a los ojos a través del espejo. Yo hago el mayor esfuerzo por no mirarme a mí mismo, con esta crema extraña en la cara. La chica comienza a aplicarla con una esponja marrón.

—El antiguo anuncio que hicimos para la campaña de “Yellow Opium”. Hicimos el clásico anuncio de un chico de dos metros que se desnudaba y salía a pasear por la calle sin pudor, haciendo que todas las chicas cayesen al suelo desmayadas. –Asiento.

—Lo he visto. –Digo y sus ojos me miran mientras asiente y suspira a la par—. ¿Qué tiene de malo?

—Recibimos varias denuncias de asociaciones de homosexuales quejándose de que el anuncio mostraba tan solo que el hombre puede seducir a un solo género y que ellas no sienten más que placer por el hombre. Y de asociaciones feministas que mostraban el lado oscuro del machismo incluso en los anuncios de colonia, mostrando a las mujeres sumisas en masa por un solo hombre. Blah blah. Ya sabes cómo son estas cosas.

—Estoy de acuerdo con ello… —Digo casi en un susurro y me arrepiento al instante pero la chica sonríe asintiendo y YoonGi se sienta en la mesa frente a mí, mirándome directamente a los ojos sin un espejo de por medio.

—Y yo, ¿qué crees? Pero casi pierdo mi puesto por hacer lo que la empresa me pedía desde París. ¿Qué culpa tengo yo? Yo solo soy director de rodaje, no el jefe ni el representante de la empresa.

—¿Y qué hay diferente ahora? –De repente una pregunta mejor me surge a la mente—. No tendré que salir a la calle desnudo, ¿verdad? –Pregunto angustiado pero YoonGi ríe y posa una mano en mi hombro, tranquilizador.

—No te preocupes de eso. Solo yo voy a verte. ¿Bien? –Asiento, mucho más tranquilo.

Cuando la chica ha acabado con el maquillaje me mira las uñas pero se asombra de lo bien que las tengo cuidadas y apenas les da un barniz transparente para que brillen y acaba con su trabajo. Después apaga los focos del espejo y se va habiendo recogido todos sus materiales. La soledad con YoonGi es mucho más apacible de lo que recordaba. Sus pasos se conducen a la silla del escritorio con el ordenador y acerca otra, al parecer para mí y explicarme en qué va a consistir el anuncio.

—Bien, quiero que entiendas qué vamos a hacer. ¿Sí? –Asiento. El comienza a señalar los focos. –Todas las luces están alineadas para que caigan sobre la cama. –Miro la cama con tonalidades acarameladas, cálidas, luces, un beige claro, agradable a la vista—. Tú estarás ahí, tumbado. No quiero que te quedes como un muerto, toma. –Me extiende un bote de perfume que rescata del suelo al lado de la pata derecha de la mesa. Es de color crema, igual que la cama, y en él está escrito el nombre del producto: “Yellow Opium”—. Tienes que toquetearlo, sobarte con él, ya sabes. Lo que se hace en los anuncios. –Leo de nuevo el nombre en la etiqueta del cristal y le miro, confuso.

—¿Este no es el de la promoción anterior?

—Sí, eso es. Grabaremos con él al principio. En esta primera fase tienes que verte inocente, sumiso, agradable, adorable, tierno… —Piensa en más adjetivos pero no se le ocurre más por lo que vuelve al hilo de la conversación—. No tienes que hacer nada raro u obsceno. Simplemente, escóndete entre las sábanas, mira sonriente a la cámara. Piensa en una chica que te guste, piensa que estás jugueteando con ella entre las sábanas y muéstrate pequeño e inocente. ¿Bien? –Asiento, asimilando sus palabras—. Después grabaremos una segunda parte, ¡Zas! –Dice y pulsa un botón en su portátil haciendo que las luces que antes hacían ver la cama de color amarillo, ahora son de un azul intenso. Me recuerdan a las salas de discotecas, con el humo blanquecino de las fiestas y la música de fondo. Hace de la cama un lugar oscuro, tenebroso pero brillante—. La piel debajo de esa luz, sobre todo las pieles pálidas, brillan muchísimo. Tus facciones tienen que brillar con una sonrisa diabólica. Tienes que ser caliente, sexy, atrevido. Tienes que tenerlo todo bajo control y ser terriblemente tentador. Miras a la cámara y piensas, “Voy a devorarte, voy a tocarme mientras tu solo me miras”. ¿Entendido? –Me extiende el segundo frasco, este sí el de la nueva colonia. Ambos son muy diferentes entre ellos. Mientras que el primero es de forma cuadrangular, con una banda vertical que cruza el tarro de colores acaramelados, el segundo es de forma esférica, con bordes irregulares como el de una piedra recién encontrada, aún sin pulir. Tiene una pegatina circular y es de tonalidades azules y negras. El olor, al acercarme ambos botes, no es muy diferente. Iguales ingredientes, una esencia similar, pero contrastables.

—No sé si sabré hacer todo esto, no soy un chico tierno, pero tampoco soy uno muy… ya sabes… caliente.

—¿De veras opinas eso? –Me pregunta asombrado, no. Más bien, decepcionado. Me mira de arriba abajo—. Yo creo que no. Lo vi ayer en la entrevista. Estabas muy tembloroso y tímido, si hubieras sonreído me habría caído de la silla. Pero al mismo tiempo, tu cuerpo habla por sí solo, mostrándose caliente y explosivo. Si te hubieras desnudado por completo me habría caído igualmente de la silla. –Yo le aparto la mirada, con las mejillas coloreadas—. Me agarraré fuerte, porque ahora tienes que desnudarte. –Regreso la mirada a su rostro y mi expresión debe transmitirle todo mi miedo porque suspira sonriendo y señala la cama, cambiándola a la tonalidad crema del principio. Así, sorprendentemente parece más acogedora y me levanto titubeante.

Respirando profundo varias veces seguidas cojo el primer perfume y me lo llevo al olfato, intentando buscar en él algo de inspiración pero al no decirme nada en absoluto, intento buscar el valor dentro de mí. Lo encuentro en la necesidad monetaria. Acabo asintiendo y rodeo la mesa hasta quedar delante de YoonGi dándole la espalda. Dejo caer el albornoz y el frío comienza a colarse por todo mi cuerpo. No es frío exactamente, sino la impresión del aire llegando hasta lo más profundo de mí. Me acaricia los brazos, el hueco entre mis dedos, mi columna, mis glúteos, mis testículos. El silencio me rodea y tan solo escucho los pasos de mis pies de camino a la cama. Cuando la alcanzo, me sumerjo entre las sábanas cubriendo todo trozo de piel que esté expuesto a la luz. La temperatura bajo los focos es mucho más agradable y el tacto de la sabana es muy reconfortante. Es buen material, no como el de mi apartamento.

—¿Cuándo empiezas a grabar? –Pregunto.

—Las cámaras llevan grabando alrededor de dos minutos. –Dice y yo enrojezco—. Te he seguido con aquella desde que te has desvestido. –Señala una de las cámaras superiores y esta se mueve al yo mirarla, en forma de saludo, como si se presentara a mí con rostro inexpresivo.

—¡Yoongi! –Digo y él suelta una risa, pero torna su voz profesional.

—Vamos, no quiero a un Jimin enfadado, sino a uno tierno y dulce. Muéstrame tu lado más sumiso. –Me pide, nunca una voz me lo había pedido así y yo me cubro por completo con las sábanas, avergonzado. Le oigo a través de la tela—. No te escondas de mí. Mira, ¿qué tal si te pongo algo de música? ¿Hum? Cortaremos el sonido y pondremos otra música en postproducción. Solo limítate a ser lo más… —No le dejo terminar.

—Adorable… sí, lo sé. –Me destapo y le miro, pero los focos me ciegan lo suficiente como para no ver con claridad las facciones de su rostro. Tan solo es una sombra, iluminada vagamente por la pantalla del portátil. Vuelvo a mirar a la cámara que me saludó y repite el gesto, con gracia. Yo le saco el dedo por entre la sábana y esta se desplaza alrededor, recorriendo un raíl en el techo y de repente desciende, hasta quedar a menos de un metro de mi rostro. Me curvo de nuevo con las sábanas.

—Venga, deja de hacer el idiota. Te pondré algo de música. ¿Qué te gusta? –No me deja contestar—. Da igual, te pondré algo que te anime a ser adorable. –Suspiro y a los segundos comienza a sonar una melodía extraña, con una letra en japonés y unos vulgares instrumentos infantiles. Me recuerda a un festival de dibujos kawaii pasando por delante de mi rostro. Casi por instinto comienzo a reír a carcajadas—. ¡Así! Eso es… sonríe… —Habla casi para sí. Yo sigo riéndome a carcajadas sin poder evitarlo y me cubro la sonrisa con mi mano, avergonzado. En la mano porto el frasco lo cual hace que se vea en la cámara. Me doy media vuelta, regreso a mirar la cámara, siento los ojos de YoonGi mirarme a través de cinco cámaras alrededor de mí.

Pataleo emocionado, los focos se apoderan de mí, mis manos agarran las sábanas y sonrío infantil. Ya no soy yo mismo. Ya no siento un pudor adolescente ni tampoco miedo a mis propias reacciones faciales. En un momento en que los focos me deslumbran me tapo por completo por las sábanas y después. Me descubro poco a poco con ojos divertidos y sin poder contener una amable sonrisa. La cámara que me mira me hace sonreír mucho más alto al sentirme tan idiota por verme animado frente a una lente inanimada. El tiempo se prolonga, la música acaba deteniéndose y los focos, pierden, poco a poco su intensidad hasta detenerse en punto muerto. La cámara se apaga. Yo me detengo.

—Bien, muy bien Jiminie. –Dice animado YoonGi y yo me giro a él con una sonrisa animada. Con un gesto de su mano que ahora puedo ver porque se encienden las luces generales, me indica que me levante y acuda a él. Lo primero que hago antes de salir siquiera de las sábanas, es alcanzarlas y cubrirme con ellas, con lo que recibo una mirada fría de su parte y niega con el rostro—. No me desarmes el decorado. Haz el favor de venir aquí, no tengo todo el día.

Con un largo suspiro me deshago de las sábanas y camino cubriéndome con mis manos mis genitales. Él es profesional, y evita a toda costa mirarme directamente o quedarse mirando mis pequeñas manos cubriendo mis partes. El frío del suelo comienza a subir por mis piernas, el aire rozándome me hace sentir pequeño y sensible. Extraño sin querer los focos del plató que eran tan cálidos y agradables. Yoongi se levanta, va cerca de la mesa del maquillaje y rescata un pequeño bote con líquido bailando en el interior y una boquilla de spray en el extremo. Se acerca a mí, decidido, y me señala con él en la cara. Al pequeño gesto de su mano cientos de gotas se estampan en mi rostro haciéndome ladearlo y evitar que vuelva a hacerlo.

—¿Qué haces? –Pregunto enfadado.

—Cállate, tengo que humedecerte el pelo. –Hago un puchero y él se acerca más con una mano dirigiéndose a mi cabello. Me sujeta de allí y comienza a humedecerlo hasta que siento pequeñas gotas caer sobre mis hombros. Pasa sus dedos por mi cuero cabelludo dividiendo el pelo en mechones oscuros y después, revuelve todo haciendo que pequeñas gotas le salpiquen sin querer.

—Podrías avistar. –Replico por lo bajo. Él no responde. Después sigue el mismo proceso con mi cuello, mi pecho y mi abdomen.

—¿Por qué me mojas? –Dijo cuando la incomodidad de las gotas resbalando por mi cuerpo me parece desagradable.

—Tienes que parecer sudado y caliente.

—¿Eso van a conseguirlo un par de gotas de agua?

—No, pero ayudarán. El resto tienes que ponerlo tú.

—¿Puedes darme algún consejo? –Susurro. Él me mira, condescendiente.

—Solo sé caliente. Sexy. Piensa que estás seduciendo a alguien.

—Nunca he hecho eso. –Susurro de nuevo y él, ahora sí, me mira con una gran sonrisa de oreja a oreja.

—¿De veras? ¿Nunca has ido a un bar y te has puesto a mirar a alguien con cara de “quiero follarte hasta que amanezca”? –Niego con un suspiro y él rompe a reír mientras me gira y se pone a mi espalda esparciendo gotas por mis hombros.

—No me hace gracia. –Él sigue riendo.

—¿Y qué haces cuando quieres ligar con alguien? No me digas que solo te paras ahí y dejas que te lleguen las citas.

—¿Me veo como alguien que necesite…? –No me deja terminar.

—No, no te ves como alguien que necesites ligar. Deben caerte las proposiciones a manantiales. Pero yo no quería…

—No, no quiero decir eso. –Se queda quieto un segundo, con una de sus manos sobre mi hombro izquierdo—. Quería preguntarte si me veo alguien con un hambre sexual voraz. O… —suspiro—. No tengo relaciones. –Suspiro de nuevo. Sus manos sobre mi hombro me ponen a cada segundo más nervioso—. No me gustan las relaciones sexuales. 

—¿Me estás jodiendo? –Pregunta confuso, como si realmente no me estuviera tomando en serio. Me gira a él y yo evito su mirada todo lo posible. 

—No me mires como si fuera un bicho raro. –Miro a todas partes.

—¿Eres virgen?

—No, no he dicho eso. –Me mira frustrado.

—Hablo de que todas las veces que lo he hecho ha sido decepcionante e insatisfactorio. –Suelto como una losa y él, viendo que mis mejillas están a punto de estallar, finaliza la conversación con un suspiro y camina alejándose de mí hasta su asiento frente al ordenador. Yo me quedo ahí de pie parado, con las manos cubriéndome mi bajo vientre y una expresión arrepentida. Con un gesto me manda de nuevo a la cama y yo me dejo acurrucar por las sábanas. Me escondo en ellas pero su voz resuena por todo el plató.

—No hagas eso, te limpiarás el agua y ya no servirá de nada. –Suspiro y me destapo de nuevo hasta la cintura—. Todo entero, por favor. –Con un suspiro y cargándome de paciencia, hago lo que me pide. Me cubro con las manos mis partes y la cámara vuelve a encenderse, pero esta vez, las luces que la acompañan son luces azules, intensas. Casi púrpuras. No son tan cegadores, pero al mirarme a mí mismo me descubro dos veces más moreno, con mi piel brillante y luminosa. Con las pequeñas gotas de agua resplandeciendo como pequeños cristales. Minúsculos diamantes acariciando mi piel—. Mira a la cámara. Aún no estoy grabado pero quiero ver tu pose más sexy.

Miro a la cámara y mi primer instinto es retirar la mirada, avergonzado, pero eso no es lo que se espera de mí, por lo que evito hacerlo y me quedo unos segundos mirando a la cámara, un tanto colapsado. Suspiro y miro a YoonGi entre las sombras en las que se ha sumergido de nuevo. Me mira por encima de la pantalla de ordenador y yo me quedo esperando que me dé alguna indicación.

—Muérdete el labio, sonríe, gime. ¿Yo qué sé? Piensa en la mejor mamada que te hayan hecho. –Sus palabras me ponen más nervioso aun si pudiera y con un suspiro comienzo a pensar en alguien excitante, algo que me haga sentir caliente, algo excitante, cualquier cosa pero lo único que se me ocurre es la conversación de YoonGi y su sonrisa cínica. Su mirada despectiva. Pensando que soy un bicho raro.

—Pon algo de música. –Pido y él asiente. A los segundos comienza a sonar una canción que conozco. “All the time”. De Jeremih. Es excitante, picante, pero solo consigue acelerarme el pulso y eso no es más que un aliciente para quedarme tenso sobre la cama. Oigo un suspiro resonar por el espacio y eso me hace sentir culpable de la exasperación de YoonGi. La cámara comienza a acercarse y yo me limito cerrar los ojos acariciarme el pelo sobre el almohadón. Mi otra mano sobre mi pene describe sin querer un movimiento circular que intento evitar pero eso ayuda y no lo detengo. Suspiro largamente, miro a la cámara sobre mí y sonrío, sabiendo que ella solo puede verme sonreír, y no tocándome. Sé que hay otras cámaras en todo el set, pero solo me centro en la que mira mi rostro. Me muerdo el labio inferior y mi dedo roza sin querer mi glande escondido. Cierro los ojos, frunzo el ceño, gimo y suspiro.

Antes de darme cuenta me giro y me pongo boca abajo en la cama. La cámara que no se pierde un solo gesto de mi rostro viaja conmigo a un lateral de la cama y se mueve cerca de mí rostro. Le sonrío y me muevo sobre la cama alzando mis glúteos, rozándome con el colchón. Mi espalda se quiebra, mis hombros se tensan. Aprieto con mis manos el almohadón y gimo con los labios rozando la tela del almohadón. Mi flequillo cae a mechones húmedos por mi frente y caen gotas de agua alrededor. Con mis dedos húmedos deslizo mi mano por mi pecho, por mi vientre, hasta sostener mi virilidad, la oculto de las cámaras, me acaricio, se siente genial.

 

 

Otro flash me ciega momentáneamente. Un flash de una intensa luz blanca, con una fuerza impactante, sobrehumana. Las primeras veces me han hecho dar un respingo involuntario por el sonido del fogonazo y la luz impactando contra pantallas blancas, reflejando una necesaria luz artificial. Ha comenzado la sesión de fotos.

Con mi mano en mi entrepierna y cubriéndome levemente con las sábanas de color violetas cierro los ojos necesitado de un poco de oscuridad. El resto de mi cuerpo yace desnudo sobre el colchón, estirado a lo largo con mi otra mano debajo de mi cabeza, mostrando mi bíceps, mis costillas de marcas superficiales y mi abdomen marcado. Llevo largo rato con la respiración entrecortada, con una creciente erección en mis piernas y con unas irrefrenables ganas de masturbarme. El tiempo expuesto creo que ha provocado que se manchen levemente las sábanas con las que estoy cubierto y solo pensarlo me sube una vergüenza que acaba canalizada en mis mejillas. Con una larga respiración, suelto todo el miedo que tengo.

—Abre los ojos, Jimin. –Oigo la voz de Yoongi y miro a la cámara sobre mí que me fotografía mientras que él, desde su estudio, observa todo lo que hay a través de la lente: Yo.

—Los flashes son cegadores. –Digo, con una voz quejosa. Él suspira, asintiendo.

—Tienen una velocidad de vértigo. La cámara tiene una velocidad de obturación de uno partido quinientos. –Frunzo el ceño.

—¿Qué diablos significa eso?

—Una parte de quinientos, en lo que se ha divido un segundo. Una quinceaba parte de de segundo. –Dice dudando de su propio lenguaje y yo abro los ojos, asombrado por sus palabras y por mi propia incomprensión.

—Wow.

—No has entendido nada, ¿verdad? –Chasquea la lengua—. No te preocupes solo entiende que son necesarios. A menos que quieras que hagamos esto en plena calle. –Rápido niego con el rostro a la cámara y él ríe a lo lejos, conforme—. Muy bien, sigamos, ¿bien?

—Sí, hyung.

—Ya estamos terminando, unas cuantas fotos más. ¿Bien?

—Sí.

La sesión de fotos continúa. Él sigue manejando la cámara desde su estudio improvisado y yo me limito a seguir poniendo esa expresión de necesidad desesperada por sexo. Me muerdo el labio inferior, me quejo en mi mente y sujeto la almohada debajo de mi cabeza. Intento imitar el mismo concepto que he improvisado antes, en la segunda parte del video, pero YoonGi chasquea repetidas veces la lengua, disgustado. No parece conforme y a medida que la frecuencia de sus chasquidos aumenta, lo hacen también mi vergüenza y mi inseguridad.

—¿Ocurre algo? –Pregunto al fin, un tanto desazonado. Hago un puchero a la cámara y esta me fotografía, en silencio.

—En el video estabas más excitado. Ahora estás… —Busca la palabra adecuada—. Incómodo. ¿Está todo bien?

—Sí, todo bien. –Digo. Él me mira por encima de la pantalla de su ordenador y me frunce el ceño, pensativo.

—¿Podrías hacer algo? –Asiento—. Haz como que te masturbas. Solo cogeré escenas de tus expresiones, ya he fotografiado mucho tu cuerpo. ¿Podrías hacerlo?

Me quedo unos segundos pensando, mirando a la oscuridad de la sala pues la cámara me observa y espera por mi respuesta de forma más exigente que el propio rostro de YoonGi en la sala. Suspiro largamente y meto mi mano casi como un acto reflejo debajo de la sábana que me cubre. Apenas tapa mi cuerpo pero es suficiente como para tapar mi erección. Solo rodearme con ella me hace suspirar largo y profundo. Dejo caer mi cabeza sobre el almohadón, más relajado, rezando porque YoonGi se crea que esto es realmente una actuación, pero por desgracia no soy tan buen actor.

—Muy bien, así. –Oigo a lo lejos. Está muy lejos ya su voz, solo tengo sentidos para concentrarme en sentir completamente cada pequeño ápice de placer que se cuela en mí. Mis dedos recorren mi longitud y llego con las yemas a la punta, rodeo el glande, lo presiono y aprieto ligeramente sacándome un gemido y un posterior suspiro. Me muerdo los labios con fuerza por la vergüenza que me ha dado mi propio gemido, pero en cierto modo, es lo que se busca de mí e intento, por todos los medios, no contenerme.

—¡Nhg! –Me quejo, al comenzar con los movimientos en mi pene y mi palma alrededor de toda mi extensión masturbándome suavemente. Mis piernas se mueven, involuntariamente, cerrándose y abriéndose como un resorte a medida que el placer comienza a instalarse en mí. Mis dedos se contraen, inquietos. Mi mano libre aprieta con fuerza la sábana al lado de mi cabeza. Abro la boca, cogiendo aire con los ojos cerrados y una relajada expresión que se rompe en un fruncimiento de ceño, acompañado de un dulce gemido lastimero.

—No hace falta que gimas. –Dice la voz de YoonGi pero yo no puedo hacer nada por evitarlo. Me muerdo los labios con fuerza, me quedo un segundo escuchando el silencio alrededor y continúo con los movimientos de vaivén acelerados. Rompo a sudar en algún momento en que no me doy cuenta y acabo proporcionando yo pequeñas gotas sobre mi frente, sobre ms sientes. En mi pecho. Trago saliva, suspiro varias veces. El presemen sale ya de mi glande y me humedezco con él a lo largo de mi longitud. Se siente muy bien, se siente insuperablemente bien. Lo focos me recuerdan de vez en cuando que sigo en una sesión de fotos. Una que acaba de terminar con un último fogonazo.

Quedan las luces encendidas. Los diodos de las cámaras se apagan. Caen por su peso desconectadas y se quedan sumisas sujetas a sus raíles. Solo quedan las luces sobre mí, las luces y el espacio vacío mientras yo sigo con mi mano en mi entrepierna mientras poco a poco todo se detiene, menos mi mano. Yo sigo masturbándome a un ritmo acelerado, nervioso, necesitado de culminar cuanto antes.

—Ya no es necesario que sigas haciendo eso. –Oigo la voz de YoonGi. Le veo moverse alrededor, apagando algunos dispositivos y recolocando algunas cosas alrededor de su mesa. Yo sigo embobado, levemente acalorado.

—¡Mmmm! –Gimo, más alto de lo que quisiera. Me retuerzo en la cama, me llevo la otra mano a mis testículos y poco a poco, mientras me toqueteo, siento la sábana descorriéndose y descubriéndome ante los focos. Ya poco me importa cuando estoy al borde del éxtasis. Ya no controlo el volumen de mis gemidos, de mis lamentos. Alterado por el alboroto, YoonGi se acerca curioso y lo que descubre no hace más que dejarle helado. Le veo pararse a metro y medio de la cama, quedarse mirando con una expresión hierática, y yo no puedo evitar mirarle, mientras me deshago en gemidos ahogados—. HYUNG…

A medida que van pasando los segundos él se va acercando a la cama hasta sentarse en el borde, mirándome al rostro como yo evito mirarle directamente, tremendamente avergonzado. Comienzo a pensar en qué clase de excusa darle para mi comportamiento y probablemente él esté pensando seguramente que soy un maldito salido pervertido que se excita tan fácilmente. Cierro los ojos con fuerza, hago un involuntario puchero y alzo mis caderas, necesitado de un contacto que mi mano no consigue satisfacer al completo.

Repentinamente la mano de YoonGi, fría y un tanto tensa, cae sobre mi muslo a su lado y yo abro los ojos casi como por un resorte. Me quedo mirándole, deteniendo cualquier movimiento de mis manos y él parece asustarse ligeramente. Me mira, curioso.

—¿Puedo ayudar? –Pregunta, como si nada. Yo frunzo el ceño, niego con el rostro e intento apartarme, pero él coge mi pierna, se la pasa por encima y se queda sentado con mis piernas a cada lado de su torso. Ambos cruzamos una mirada nerviosa, curiosa del comportamiento del otro—. Me has dicho que no ha sentido relaciones satisfactorias…

—¿Qué vas a hacer? –Pregunto, receloso. Él sonríe de lado, cínico y mis manos van a sus hombros para detener cualquier gesto que intente crear, pero antes de poder hacer nada se ha agachado y queda cara a cara con mi pene. Suelta un suspiro frente a él, su cálido aliento provocándome una dulce descarga de adrenalina recorriéndome. Gimo para él y antes de sentir cualquier otra cosa, su lengua me recorre en toda mi longitud. Me cubro los labios con las manos, avergonzado de cualquier cosa que pueda salir de mis labios. Gemidos, lloriqueos, súplicas, llanto.

—¿Así está bien?

—S—si… Hyung~ Sigue…

Él me obedece muy sumiso y directo. Se mete toda mi longitud en la boca y la humedad y el calor alrededor me hacen sentir ido, mareado. Enloquecido. Embobado, francamente enamorado de su interior. Con su lengua recorriéndome de arriba abajo y el sonido de su boca satisfaciéndome, me dejo llevar muy lejos de la iluminación de los focos sobre mi piel. Poco a poco los gemidos continuos y constantes han llenado el silencio de la estancia junto con sus labios produciendo chasquidos alrededor de mi pene. Su mano juguetea con mis testículos, sus ojos me miran, buscando en mis expresiones el placer que tanto ansiaba. Me dejo llevar por su boca, me corro dentro y él se traga hasta la más pequeña gota de mi semen limpiándose después con el dorso de la mano. Para cuando yo he retomado la compostura y mi respiración se ha normalizado él ya ha recogido todo y se ha puesto de pie al lado de la cama, mirándome como me cubro con las sábanas avergonzado. Ambos nos miramos, nerviosos. Nos sonreímos, y nos despedido.

—Ven dentro de dos días aquí. Mañana tengo que revisar todas las fotos y el próximo día las verán Namjoon y Jin. Cuando venga el representante de la empresa desde Francia te llamaré. –Asiento a sus palabras, aun con el cuerpo tembloroso—. ¿Te ha gustado? –Asiento de nuevo, con las mejillas enrojecidas. Le retiro la mirada y él suelta una sonrisilla infantil.

 

 

Una mesa de madera oscura, levemente barnizada y con las patas talladas en volutas que la hacen parecer levemente más frágil, pero es una robusta mesa de roble en medio de una sala cuadrada. Una mesa ovalada en donde yo soy el centro de atención para mi desgracia, sentado en uno de los puntos más alejados del centro. A mi lado, YoonGi apoya su mano sobre mi hombro para reconfortar mi miedo, pero no sabe que lo único que consigue es que la mirada de los demás a ese gesto me produzca un miedo irrefrenable. Yo me tenso, él no aparta su mano de mis hombros.

Dentro de esta sala, alumbrada con unas luces de neón sobre nuestras cabezas, estamos los tres hombres que me entrevistaron en un principio colocados en la parte derecha de la mesa desde mi punto de vista, un notario y dos abogados en la parte izquierda, y el representante de la empresa americana, trasladado esta misma mañana para presenciar el anuncio ya montado. Sentado al otro extremo de la mesa frente a mí me mira con una curiosidad casi infantil. Como un niño que mira el envoltorio de su regalo esperando a lanzarse a mí para abrirme con furia ciega. Yo me encojo un poco más en el asiento y tiro hacia abajo del nudo en mi corbata. Que poco me gustan, y cuanto aprietan. Qué incómodas. Que prescindibles.

No hay nunca un silencio incómodo, todo este tiempo han estado hablando NamJoon y el representante americano en una agradable conversación en inglés que yo he intentado evitar escuchar. Un par de bandejas con dulces se disponen sobre la mesa, han ido desapareciendo progresivamente pero mis manos son las únicas que no están manchadas del glaseado de azúcar. Con un nudo en el estómago y las manos sudorosas respiro profundamente y me dejo caer en el asiento mientras escucho, a lo lejos y de manera acentuada según pasan los segundos, unos tacones aproximarse a la sala. Yoongi parece nervioso, excitado sobre su asiento. De vez en cuando me mira, cómplice del anuncio que rodamos, de lo que sucedió después, de mi falta de profesionalidad, de su cabezonería conmigo al respecto del anuncio. Tenemos todas las papeletas para que salga todo mal, pero al mismo tiempo veo una confianza profesional en sus ojos y a pesar de todo, no tengo nada que perder.

Los tacones se detienen en la puerta y una de las trabajadoras del señor NamJoon entra con un portátil en las manos. Sobre nuestras cabezas cae un proyector y sincronizando ambos aparatos, conseguimos ver la propia pantalla del ordenador reflejada en la pantalla sobre la pared. Todos nos giramos en la dirección y con la cabeza del representante francés en medio veo como, en manos de YoonGi, el ordenador se dirige a la carpeta del anuncio, selecciona el video, y todos nos quedamos en un silencio expectante.

Comienza a surgirme un miedo aterrador que no había tenido hasta ahora. Un frío por mi columna vertebral. Me veo como el mejor idiota, haciendo un anuncio sin experiencia laboral. Me siento pequeño, intimidado, nervioso y atemorizado porque unas expectativas demasiado altas sean minadas. Porque al finalizar el anuncio, todo se desmorone y por mi culpa, grandes profesionales vayan al paro. Por no ser del gusto de paladares occidentales. Por no satisfacer las necesidades de una empresa competidora en el mercado. Con rapidez alcanzo la mano de YoonGi sobre la mesa al lado del ordenado y mientras la escondo en nuestros regazos, la  aprieto con una fuerza que no me caracteriza. Cierro los ojos como un niño a punto de caer desde una montaña rusa, pero YoonGi me hace abrirlos.

—Tienes que verlo, es tu anuncio. –Me dice, mientras el fondo negro de la imagen se va distorsionando y a lo lejos comienza a sonar una canción que me suena cercana, actual. “Havana” de Camila Cabello. Una melodía animada, dulce, entretenida. Movida. Me hace querer sonreír al instante y tararearla, pero mi rostro aparece en la pantalla y rápido palidezco a la vez que siento mis mejillas arder. Un cúmulo de sensaciones me hace volcar mi estómago. Verme a mí mismo representando a un ideal dentro de un anuncio se me hace demasiado irreal. Mi sonrisa es infantil, aniñada. La cámara recorre mi cuerpo en un color acaramelado, dulce, jugoso. Me hace querer esconderme debajo de la mesa. El hombre francés se gira para verme dentro de la oscuridad del despacho en que nos hemos quedado y me sonríe con una complicidad ladina. Yo aprieto más la mano de YoonGi y este ríe por lo bajo.

La música sigue reproduciéndose mientras la cámara presenta cada milímetro de mi cuerpo expuesto a ella. Mis ojos parecen más grandes, más alegres de lo que puedo recordar. Mi sonrisa, hacía mucho que no la veía tan sincera y poco a poco la música, como en un disco rayado, se distorsiona hasta quedarse en unos acordes duros, fuertes, violentos y pesados del estribillo de la canción “Believe” de Imagine Dragons. El grito del cantante me hace dar un respingo en la silla, o tal vez sea mi rostro distorsionado en una mueca de placer, de hambre sexual, de mi piel bronceada en un intenso azul que me transforma la mirada en la de una pantera a punto de saltar sobre mi presa. Los acordes se mueven acompasando los movimientos de mi cuerpo, de mi cadera, de las gotas de sudor al resbalar por mi piel. De mis gemidos ahogados por el sonido, de mi cabello enredándose, húmedo, sobre la almohada. De vez en cuando sale la colonia en mis manos, de vez en cuando se sabe porqué este anuncio y qué es lo que verdaderamente quiero mostrar de él, pero de nuevo, si no ha quedado claro, nos volvemos a sumergir en mi rostro, distorsionado por la mejor expresión de sexualidad que fui capaz de mostrar.

Y poco a poco, todo termina. Se desvanece. Se evapora como si saliésemos a la par de un dulce y picante sueño que nos ha dejado a todos en una confusión desmesurada. Todos volvemos a quedarnos mirando al centro de la mesa. Se miran entre ellos, miran a YoonGi, me miran a mí y parezco ser donde las miradas se mueren, expectantes de mi reacción. Yo me limito a mirar mi mano en la de YoonGi sobre mi regazo. Él me suelta para ayudarse a cerrar el ordenador y me quedo ahí, avergonzado y con una expresión pasmada. Ni yo mismo me esperaba el despliegue de lujuria que acabo de presencia y yo soy el propio actor. Suspiro largamente y NamJoon es el primero en hablar, al ver que nadie reacciona.

—En fin, este es el anuncio. –Mira a todas partes un tanto aturdido. De nuevo ese silencio se vuelve a instalar y yo me limito a bajar la mirada, a mis manos sobre mis piernas. Solo se oyen respiraciones agitadas, alguien muerde una galleta. Yo suspiro y YoonGi a mi lado se revuelve. El hombre francés me mira con una expresión seria, con el ceño y los labios fruncidos y una mirada fría, extraña. Namjoon cae en la cuenta de esa expresión y se disculpa por todo lo sucedido—. Siento si no ha sido de su agrado o no es lo que esperaba. –Suspira, y mira a YoonGi hablándole por lo bajo—. Te dije que no funcionaría, estúpido. Esto no es sutil, es pornografía. –Yoongi le mira un tanto ofendido pero con una caída de ojos, propia de una mirada culpable.

—No le hables así. –Le defiendo casi en un suspiro y la mirada de NamJoon pasa a ser asustada, como el perro que se ve sorprendido por el maullido de un gato. Se coloca mejor en su silla, ignora o sucedido y se vuelve al señor francés que sigue con esa expresión malhumorada. Todos caemos en un extraño aura de decepción mientras unas palmaditas suenan rompiendo el silencio. El señor francés comienza a aplaudir con un asentimiento de cabeza, su expresión es de completa satisfacción y con una sonrisa agradable me sonríe, sincero. Todos nos quedamos atontados viendo como el hombre comienza a manejarse dentro de su entusiasmo.

—No creía poder ver una dualidad tan polarizada. –Dice, mientras deja de dar palmadas, casi como si se tuviese que obligar a ello y está mal que yo lo diga—. Puedes ser desde dulce a sexi casi como por un resorte. No queda claro cuáles son tus intenciones, no hay discriminación sexista, ni homofóbica, es perfecto.

—Eso es lo que quería conseguir. –Dice YoonGi en un suspiro aliviado.

—Pues enhorabuena, lo has logrado con creces. El hombre se levanta e invita a NamJoon a acudir a su despacho con la única intención de firmar el contrato de compra. Entusiasmados, todos desaparecen por la puerta y YoonGi y yo nos quedamos a solas dentro de la habitación. Ambos nos miramos y sonreímos, emocionados y aliviados por el momento de tensión. Agradecidos por el esfuerzo y recompensados con creces. En nuestra segunda mirada olvidamos el dinero y el trabajo, solo nos reencontramos como dos viejos amigos con una pasada experiencia en común.

—Has estado maravilloso. –Me dice, mientras palmea mi pierna a su alcance.

—Ha sido gracias a ti. Ese no era yo… —Digo señalando la pantalla, avergonzado.

—Claro que lo eras, no te hagas el modesto.

—No lo soy… yo… —Su mano en mi pierna comienza a apretar el agarre y me mueve cerca de él mientras con su otra mano recorre la línea de mi cuello hasta colarse en mi nuca. Con un movimiento rápido pero con margen de libertad, me besa en los labios y siento como nos amoldamos al otro con curiosidad y excitación infantil. Tras el beso, he perdido todas las palabras que quería decir y solo me queda sonreír como un idiota ante su infantil sonrisa aniñada. Nuestras voces se deshacen en carcajadas por la situación y ambos nos vemos una tercera vez. Nos redescubrimos en un contexto diferentes, él y yo, juntos.

 

FIN





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