BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 23
CAPÍTULO 23
YoonGi POV:
La oscuridad de la noche se cuela junto con un
frío atemporal por las ventanas de la cocina. La madera se resiente y suena, el
frigorífico hace un sonido ya de ambiente. Mis cubiertos en el plato intacto de
Jimin en la cena ya se han vuelto una costumbre. Es la tercera noche seguida
que no cena. La tercera desde que sabe de su petición formal de matrimonio. Mi
peluca descansa en una silla cercana mientras que me he desabrochado un botón
para comer mejor. Las marcas en mi cuello son aún notables. Marcas de sus
dientes devorando a sangre fría mi piel de porcelana. Prefiero no pensar en
ello o la comida no bajará por el nudo en mi garganta.
El arroz tres delicias que he preparado con
tanta esperanza de que al menos un plato de comida rápida le supiera agradable,
está intacto e incluso frío es agradable de comer, por eso me alimento de las
sobras que se empeña en despreciar con orgullo. Ni siquiera se presenta a la
cena. Me pone enfermo y sin embargo estoy seguro de que seguiré preparándole un
plato incluso si sé que no se presentará de antemano. Me veo obligado a ello,
por otra parte porque esta es mi única cena.
Unos pasos me sobresaltan. Unos pasos
cuidadosos bajando la escalera. Antes de colocarme de nuevo la peluca los
distingo y me despreocupo volviendo a comer con paciencia. Una pequeña luz
amarilla, de una lámpara lejana, me alumbra entre las tinieblas y él, conducido
por el sonido de los cubiertos y mi masticación se guía hasta el interior de la
cocina sin asustarse y camina alrededor buscando un vaso.
—¿No puedes dormir? –No me contesta pero yo
insisto—. ¿Quieres que te prepare una infusión? ¿Leche caliente? –Sin
contestarme, más bien, ignorándome, camina hasta la nevera y se sirve un vaso
de agua fría que hace que el cristal se empañe. Esta escena la he vivido antes
y este sentimiento me hace trastocar mis recuerdos. Puedo comenzar a juzgar qué
es lo real y qué no, pero nada me dice que esté seguro. A diferencia de la otra
vez, se sienta directamente frente a mí y sin mirarme, habla.
—Perdóname. –Pienso unos segundos.
—¿Qué dices? No tengo nada que perdonar…
—Siento todo esto. Si te has hecho ilusiones
por mi culpa, no pretendía hacerte daño. Si te sientes usado, no ha sido así… —Sonrío.
—No te preocupes por eso, lo entiendo. Ya está…
—Él baja la mirada de nuevo. No ha probado el agua. Tal vez solo sea una
excusa. Tal vez, como yo, tema morir si presiona el nudo en la garganta. Con
una de sus manos apoya la cabeza en la mesa pero esa mano está inquieta y se
dirige a su frente, después a su ojos y se cubre con ella para que no pueda
verle mientras solloza. Cae en la madera, retirando el vaso con el brazo
mientras se cubre con ambos brazos de que pueda verle. Llora ahí y yo me levanto
asustado—. ¡Oh! Jiminie… No llores… —Camino alrededor de la mesa hasta sentarme
en una silla a su lado y paso mi brazo por sus hombros que convulsionan con el
llanto—. Pequeño… ¿por qué lloras? No llores…
No me hace caso pero tampoco lo esperaba por lo
que lo único que se me ocurre es apoyarme en él y hundir mi rostro en su
cuello, donde su olor se concentra de una forma tremendamente traicionera, para
hacerme caer en el llanto a mí también. Pero yo no convulsiono. Simplemente
dejo caer las lágrimas mientras hago un mayor esfuerzo por consolarle.
—No llores. Te ves feo. Idiota. –Sigue
llorando, esta vez con más fuerza—. Vamos, déjalo, me hace daño verte así.
–Ahora sí reacciona para descubrir su rostro enrojecido y limpiarse con el
dorso de la mano. Me mira de reojo avergonzado y a la vez sintiéndose culpable.
Puedo verlo en el titilar de sus ojos—. Así mejor. Como un chico valiente.
–Sonrío pero mis lágrimas, recorriendo mis mejillas son crueles. Ahora sí me
mira con mucha más intensidad. Casi inconscientemente dirige sus manos a mi
rostro y limpia cualquier rastro de lágrimas en mis mejillas. Su expresión
seria, comprometida con su gesto, me hace mirarle con curiosidad.
—Esto es a lo que me refería. No quiero hacerte
esto…
—No digas estas cosas. Soy mayor para cuidar de
mí mismo y mis sentimientos.
—¿Qué sientes? –Me pregunta, completamente
intrigado. Buscando en mis palabras un motivo para no sufrir, o tal vez, para
sufrir aún más.
—¿Qué clase de pregunta es esa? –De nuevo se
desanima y se apoya en sus brazos pero sin esconder su rostro de mí y yo me
tumbo también en la mesa sobre mi brazo de cara a él. Me veo en la necesidad de
susurrar para hablarle, lo que parece que estoy contándole uno de los secretos
más ocultos del mundo—. Jiminie, no seas así. Sabes que esto no tiene futuro.
—No estoy así solo por mí, o por ti. Por
nosotros. Es la injusticia la que me devora. La falta de elección, la
incapacidad para escoger mi vida.
—¿Tan malo es eso? ¿Sabes lo que daría por
tener una vida tan acomodada como esta?
—Ya no sé ni quién soy, ni qué me gusta. Qué
importa si lo deciden por mí. Deciden qué ropa debo ponerme, que coche debo
conducir, que chica debo seducir, con quien debo casarme, en dónde trabajar,
qué estudiar, qué comer, con quien hablar, en qué pensar cuando me masturbo,
cuántos hijos tener, donde vivir…
—Lo entiendo. –Le detengo porque sé que habría
seguido—. Lo entiendo…
—No, claro que no lo entiendes.
—¿Crees que yo no me veo condicionado a vestir
de esta forma para trabajar? ¿Crees que he podido permitirme estudiar? ¿Acaso
piensas que me ha sido fácil aceptar que en realidad me gustaban los hombres?
Mientras mi madre se debatía entre la vida y la muerte, yo dejaba a un lado
toda prioridad para ayudarla a ella. No he tenido amigos, mi clase social y mi
situación personal no me permitieron irme de fiesta como habrían hecho otros
chicos de mi edad. Mientras tú estabas rodeado de lujos yo malvivía en una
chabola comiendo lo que mi madre pudiera cocinarme con el poco salario que nos
mantenía.
—Está bien, entiendo. No has tenido…
—Eso ya da igual. Lo que intento decirte es que
en la vida es mejor rendirse cuanto antes, y no dejar que te pisotee hasta que
no puedas levantarte. Cierra los ojos y todo habrá pasado. Céntrarte en los
pequeños momentos de felicidad porque las grandes angustias te quitarán el
sueño.
—No es una visión muy optimista. –Parece querer
llorar de nuevo—. No me animas.
—Lo siento, pero no se me da bien animar a las
personas.
—Ya veo. –Tira de su nariz y se acomoda mejor
en sus brazos pero yo me acerco y me acurruco también en ellos chocando
nuestros rostros. Beso sus mejillas, húmedas de frías lágrimas. Sus labios
temblorosos aparecer por un beso y no puedo negarme a ellos. Este beso duele,
mucho más de los que nos hemos dado antes. No es el miedo a ser descubiertos,
ni tampoco la conciencia de su prometida en el aire. Sino la posibilidad de que
tal vez sea nuestro último beso y por ese motivo ninguno de los dos nos
atrevemos a terminarlo. Cuando uno consigue el valor para separarse, el otro le
ataca con más violencia. Nos incorporamos y nos ponemos en pie lentamente
separados pero con intención de regresar al beso. Lo hacemos pero abrazados.
Con mis manos en su cuello y las suyas en mi cintura. Por mucho que
continuemos, el calor no sube a nuestras mejillas. No sentimos el ardor
precoital y tampoco la ilusión por llegar a más. Cuando la falta del aire nos
daña los pulmones nos alejamos el uno del otro con precaución mientras respiramos
en el rostro del otro.
Estamos agotados, física y mentalmente.
—Te quiero. –Me susurra mientras se separa lo
suficiente como para mirarme a los ojos. Nunca antes le había dicho a nadie que
le quiero. Ni siquiera sé si le amo, y de responderle, solo lo haría por un
convencionalismo absurdo que me obliga a ser gentil con él. No respondo
igualando su frase, me limito a ser cruel.
—No te dejan amarme. –Suspira y con una
expresión decepcionada, se marcha.
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