REBELIÓN (YoonMin) [One Shot]
REBELIÓN
YoonGi POV:
Camino a paso rápido, llego tarde a trabajar.
Mi nombre es Min Yoongi y tengo treinta y un
años, de los cuales diez he dedicado por entero a conseguir llegar a donde al
fin he llegado, a una tribuna en el Congreso de diputados en el ala que me
corresponde, el partido conservador.
Hoy el sol pega fuerte, el calor hace que me
vea obligado a tirar un poco del nudo en mi garganta de la corbata de seda que
se empeña en cortarme el aire. Busco, como un animal, la sombra bajo los
árboles del parque por el que me veo obligado a pasar, para poder llegar cuanto
antes al trabajo sin derretirme por el camino. Mi camisa no transpira, la
americana sobre los hombros que me veo obligado a portar por las formas que
debo aparentar dado el rango al que pertenezco, pesa sobre mi cuerpo y el
maletín en mis manos me molesta al caminar. Pero no todo en mí es malo. Mis
zapatos de cuero son asombrosamente cómodos. Compensan con creces el dinero que
pagué por ellos. Un traje, gris oscuro, casi negro, lo perfecto para un día de
sol como este y sumado con las prisas de mi cuerpo, lo mejor para la comodidad.
Mientras camino por el parque me detengo, como
cada día, en un pequeño quiosco y me acerco a uno de los periódicos de todos
los que hay expuestos en el suelo para coger el que estoy acostumbrado a leer y
pago religiosamente a la dependienta que me despide con una sonrisa. Desde que
tengo memoria, un periódico ha adornado mis manos con sutileza. Cuando la
tecnología se hizo con el dominio de nuestras mentes comencé a contrastar la
información desde los periódicos a las páginas de internet, a la televisión, a
los reportajes y las entrevistas. Los programas infantiles dieron paso a
tertulias y presa política por un extraño interés que comenzó a hacer mella en
mí. Ya no recuerdo aquellos días en los que me hablaban de política y entornaba
los ojos pensando en un abismo que nos separase. Ya no es así, hoy, soy
político y represento a miles de ciudadanos en el Congreso. Hoy no solo veo
política en la tele, o en los diarios. Hoy hago política con mis elecciones y
mi juicio. Mi criterio por fin cuenta. Mis padres aceptaron mi decisión cuando
elegí estudiar ciencias políticas en la universidad después de haber cursado
humanidades y haber dado cursos de economía. A ellos no les sorprendió mi
decisión y al contrario de decepcionarles, se vieron muy orgullosos.
A pesar de mi elección, ellos no tenían la
confianza suficiente como para verme en uno de los asientos de Congreso, pues
se quedaron con la simple idea de que quedaría renegado a un concejal de un
pueblo alejado de la mano de Dios no solo por mi edad sino por mis pocas
influencias. La vida es un camino largo, arduo y sin duda creativo en donde no
puedes esperarte quien se asoma tras una esquina mientras tú te acercas a ella
sin precaución. Me vieron débil, joven, inexperto y fácil, no lo niego pero me
aproveché de ello para ocupar un cargo que nadie quería. ¿Tanta
responsabilidad? Los verdaderos peces gordos no se sientan en tribunas frente a
cámaras. Prefieren esconderse en sus casas mientras controlan con hilos todas
las decisiones de un Congreso de Diputados que les pertenece. Por suerte yo
puedo decir que ningún hilo me ata a nadie y puedo elegir por mi mismo en
elecciones que no me representan. Siguen viendo en mí eso, a un pobre inexperto
que tan solo destaca por la juventud para atraer a nuevas masas de jóvenes y
que no aparente nuestro partido uno demasiado conservador en donde ni los
viejos se vean representados.
Suena triste a veces, pero mientras un sueldo
me mantenga no tengo nada de qué quejarme, sin olvidar el pequeño detalle de
que mi trabajo es sentarme en una silla y votar, elegir entre un color u otro y
nunca tener que cargar con las consecuencias. Miro a mi alrededor las flores en
los árboles, ya están en toda su plenitud. La primavera termina para dar paso a
un verano que se presenta intenso, pero no es sino un aviso de que algo muy
grande está por llegar. A mi lado, un par de chicos pasan animadamente. Un
chico y una chica con vestimentas demasiado extravagantes. Coloridas,
manchadas, rotas, sucias y sin duda poco costosas. Sus pelos están teñidos de
colores y en sus rostros, no hay sino un par de franjas de colores que
representan unos ideales que no me convencen. Me miran de arriba abajo
posiblemente reconociéndome, y escupen en el suelo a mi lado con una
repugnancia en sus rostros que me atemoriza. Desvío la mirada mientras ellos se
alejan y siendo más consciente de lo que sucede a mi alrededor, más de un par
de muchacho se hace llamar la atención, más de veinte, de treinta, todos
caminado como masas en una misma dirección. Todos concurriendo en medio de la
plaza del parque donde un gran escenario se alza con las banderas que tanta
repulsión me causan y unos colores que me atemorizan. Suspiro amargamente
intentando ignorar el tumulto de personas que se empeña en acudir como corderos
a la sombra de ese gran escenario que veo desde lejos.
Miro mi reloj y llego tarde pero a pesar de que
los nervios me carcomen, la curiosidad también es un factor importante a tener
en cuenta y sé que si no sucumbo como el resto de personas a mi alrededor a
caminar en esa dirección me arrepentiré. Entre los árboles y sus copas me
quitan la vista de lo verdaderamente importante en el acontecimiento. Cientos
de personas se aglutinan alrededor de un solo escenario, donde un solo hombre
lo encabeza con otros tantos detrás de él, sentados, sumisos a su imponente
figura. Un hombre habla. Él. De lejos no puedo siquiera distinguir entre su
rostro y la luz del sol que se alza deslumbrándome. Su voz es suave. Dulce.
Acaramelada. Seductora. Convincente. Tiene carisma, y eso es peligroso.
–¡Ha llegado el día! –Su voz grita mientras
desde su micrófono en el cuello puede hacer que desde los altavoces llegue a
mí. Me gustaría decir que paso desapercibido pero a mi alrededor creo un aura
de desconfianza y recelo que me pone los pelos de punta. Él ahí arriba no me
ve, pero los chicos a mi alrededor sí, y me miran furiosos. Yo he dejado de
darme cuenta de ellos a los segundos en que él habla–. Ha pasado mucho tiempo
que las noticias nos abruman con mentiras, y la verdad, tan dolorosa. Más
incluso que las mentiras. Quieren que vivamos anestesiados, engañados, pero
abrir los ojos no es reconfortador. La escoria que se acumula en el Congreso ha
de ser derrocada para que la clase obrera pueda restaurar la verdadera democracia.
El poder está en la mayoría y la mayoría somos el pueblo llano, nosotros, que
nos levantamos a las seis de la mañana para sucumbir a un trabajo precario, por
un sueldo mucho más denigrante.
Me acerco un poco más y ya puedo ver más
claramente quien es. Él es Park Jimin, el líder del partido radical de
izquierda. Él es el mayor desecho social que nadie ha parido, él es el
desgraciado que monta de vez en cuando revueltas para sucumbir al poder que le
da el tener a cientos de personas en sus manos. Es mucho peor que todos de los
que habla con la boca llena, porque solo busca el poder de convencer, con su
carisma, con su voz. Solo quiere sentirse tan poderoso como los grandes que se
sientan en tribunas, pero de seguro que no ha estudiado lo más mínimo para ello
y que aún sigue manteniéndose aferrado a la casa de sus padres por no encontrar
un trabajo decente. ¿Habla de trabajo? Seguro que no ha trabajado en su vida.
No sabe de lo que habla y eso es lo que más me molesta. Es escoria. Y el
periódico en mi mano seguro que lo reafirma. Mientras me acerco un poco más,
sigo escuchándole.
–Somos nosotros, los que esperamos meses para
una operación de urgencia dada la desastrosa administración de la seguridad
social, mientras que los acomodados se permiten la privada. Esta, en la que
solo con unos billetes en el bolsillo te atienden al instante y nos obligan a
nosotros, que carecemos de esos billetes a pagarlos para poder vivir, al menos
para seguir con nuestra precaria situación. ¿Tan complicado es llevar estos
temas al Congreso de Diputados? Igualdad entre hombres y mujeres. Reparto de la
riqueza para que no sean los tres hombres más ricos del país igual de rico que
el 30% de la población más pobre. Derecho y reconocimiento para homosexuales y
transexuales. Todo el mundo tiene derecho a ser quien quiera ser, olvidando las
críticas y los gustos, nadie puede reprimir a la fuerza a un hombre por su
condición sexual. Educación libre de la religión. Libertad para elegir sexo,
religión…
Lleva unos vaqueros que se ajustan a sus
piernas. Se mueve por el escenario y a medida que se emociona con sus palabras
alza el puño al aire como si eso fuera convincente, pero al parecer lo es
porque todos a mi alrededor lo hacen, levantan el puño como él. Están
hipnotizados. Completamente drogados. Tras su cuerpo hay un par de banderas
donde el rojo destaca del resto de símbolos y eso me pone nervioso.
Tremendamente enfadado. Yo trago saliva.
–Se acabó la desigualdad, la injusticia. Hoy se
hará justicia y los de arriba sabrán cuánto estamos cansados de soportar sus
suelas pisando nuestras cabezas. Hemos soportado demasiado tiempo que sus
caprichos nos cuenten nuestra calidad de vida. Hoy será el pueblo el que tome
el control, hoy, el proletario instaurará una dictadura. –Pongo los ojos
escuchando como parafrasea a Marx y usa la metáfora de la “dictadura del
proletario” para alentar a sus desquiciados seguidores. Yo me giro cansado de
escuchar barbaridades y me camino fuera del tumulto asustado ya por mi
prolongada presencia entre radicales extremistas y la hora que es. Llego muy
tarde a trabajar.
…
Camino por los pasillos del Congreso de
Diputados a prisa hasta llegar a la sala de votaciones. Tras entrar por la
puerta se me presenta el semicírculo que forman las tribunas mientras rodean el
estrado donde la presidenta aún no se ha sentado en su puesto, como el resto de
personas a mi alrededor que aún conversan entre ellas y alguna se sientan con
el móvil en sus manos, distraído y completamente absorto en su mundo. Llevo ya
tres años viviendo aquí cada día y no me acostumbro a esta desorganización y
falta de respeto frente a los horarios. Me encojo de hombros ante el descuidado
comportamiento que no me compete y bajo las escaleras para dirigirme a mi
escaño en el ala más este de todo el Congreso. Las escaleras que ahora subo son
para dirigirme a mi asiento en el borde de las escaleras en la tercera planta.
Tengo buena vista desde mi lugar pero no la suficiente como para poder
controlar hasta el mínimo detalle. Es buen lugar pero me siento bastante
apartado aunque no puedo negarme. No puedo, literalmente.
Mientras me siento, frente a mí tengo una
pequeña pantalla con tres botones para usarlos en las votaciones, y aunque
ahora esté apagado siempre me infunde respeto. Odio esta extraña tecnología,
con lo que dejo mi maletín sobre la mesa y a mi lado, el periódico que abro de
inmediato para ver de sopetón la cara de ese chico que tanto alentaba a las
masas segundos antes en el parque. Con el mismo gesto autoritario se le ve en
una manifestación de hace dos días en donde reivindicaban la entrada de su
partido político al Congreso de Diputados. Niego con el rostro y una sonrisa
sarcástica sale de mis labios sin permiso alguno llamando la atención del
hombre que comparte escaño conmigo a mi lado. El hombre golpea mi brazo con su
codo y yo le miro alzando una ceja, molesto por el golpe, humillado por la
forma tan burda en la que ha intentado llamar mi atención.
–Pensé que los jóvenes de hoy en día estabais
más familiarizados con la tecnología. –Me dice con una sonrisa divertida
señalando el periódico en mi mano y teniendo en cuenta su edad –más de
cincuenta– me mira altivo, como yo miraría a un chico de diez años.
–Me gustan más los periódicos. –Me encojo de
hombros mientas sigo pasando las páginas desviando mi atención de ese rostro de
niño enfadado que aparece por todos lados. No es hasta que llego a la parte de
sucesos donde puedo olvidarle por unos momentos.
–¿Pero no es cómodo? –Me enseña su tablet en
sus manos y como está en la página oficial de uno de los periódicos del país.
–Supongo… ¿Pero se puede comparar la frialdad
de esa máquina con el olor de la tinta y el tacto del papel? –Como si fuera yo
el anciano le intento convencer de la elegancia de un periódico y él me mira
como si yo estuviese loco. Tal vez pero me siento insultado por su gesto
despectivo y giro el rostro para hacer como si nada mientras sigo pasando las
páginas.
No es hasta casi diez minutos que no comienza
todo y me veo obligado a guardar el periódico y prestar atención mientras unos
cuantos diputados suben al estrado y mientras alardean llamándonos “señorías”
expresa libremente sus ideas que aunque no distan mucho de las mías, no me
interesan tanto como la nada en mi móvil. Lo saco y lo pongo sobre la mesa
donde las cámaras en el graderío no nos observan y miro distraídamente el
correo, el Twitter, alguna red social más haciendo caso omiso a los liberales
que se han acomodado tanto o más que nosotros. Imito a mis compañeros en un
teatro que más bien es una realidad, perdiéndome en el móvil y las redes
sociales que nada requieren de mí.
El mismo aburrimiento de cada día transcurre
por al menos media hora hasta que un golpe nos detiene a todos. Yo suelto el
móvil y lo bloqueo escuchando más atentamente aquello que sonó. Todo el mundo
detiene sus conversaciones y quien estaba hablando en el estrado se detiene
mirando la puerta principal, en lo alto de las escaleras de dónde ha venido el
sonido. Todos hemos sentido lo mismo porque todos hemos interpretado el sonido
de la misma manera, pero nadie quiere creerlo. Como esperando un par de
segundos más no se vuelve a producir el ruido, la mujer que hablaba en la
tribuna sigue con su discurso mientras los dos guardias de seguridad se dirigen
con disimulo hacia las escaleras para no solo comprobar que la teoría de
nuestro subconsciente es tan solo una ilusión, sino que nada malo sucede.
Pueden haber sido cientos de cosas las que han provocado el ruido pero no es
hasta que los dos guardias están a punto de abrir las puertas, que desde fuera
se abren con una explosión que revienta la madera de las puertas haciéndola
estallar en pedazos. Los guardias caen muertos escaleras abajo mientras que los
diputados que estamos ahí comenzamos a ponernos histéricos a medida que el humo
del polvo que ha generado la explosión se expande sala dentro.
Todo pasa en unos segundos. Apenas puedo
centrarme en lo que sucede, al igual que mis compañeros, porque en cuanto
puedo, me escondo bajo mi asiento en busca de la protección de mi mesa. Alguien
entra en la sala. Una masa de gente furiosa, escandalosa y perfectamente armada
con explosivos y fusiles. Todos con los rostros cubiertos. Todos con los mismos
trajes negros y una banda roja en sus brazos. Son unos terroristas, unos
diablos. Bajan deslizándose por las escaleras mientras con sus fusiles apuntan
los escaños en donde la gente sentada se horroriza y levanta las manos mientras
se ven impotentes ante la reacción de unos locos que se cuelan aquí para
sembrar el terror. Los guardias han desaparecido y mientras poco a poco el
salón se llena de desalmados, unos cuantos de ellos se quedan en las puertas
asegurándose de que ningún dispositivo de seguridad se atreva a cruzarla. Eso
nos hace ver más impotentes, a merced de ellos y de sus intenciones. Las
personas a mi lado tiran mi maletín de la mesa sin querer y lo veo caer escaños
abajo mientras consigo salvar mi móvil al vuelo. Me escondo de nuevo bajo la
mesa y temblando comienzo a marcar los números de la policía para intentar que
al menos con el barullo no sea demasiado evidente. Miro a mis compañeros a mi
derecha donde ellos también han optado por agacharse frente a la tentativa de
que alguna bala perdida les alcance.
Oigo una voz en la tribuna. Eso hace que mis
dedos tiemblen.
–¡Esto es un golpe de estado! –Trago saliva.
Reconozco la voz al instante y tiemblo, mi escaño es de los más cercanos a la
tribuna–. Mantenga la calma o nos veremos obligados a tomar el control a
consecuencia de vuestra sangre derramada–. Suenan un par de tiros más y eso me
hace soltar mi móvil para cubrirme la cabeza pero rápido regreso a cogerlo del
suelo y marco de nuevo angustiado–. ¡Siéntense señorías! La policía no va a
poder entrar, ni ustedes van a salir.
La voz se detiene y al fin el teléfono suena y
me lo pongo en el oído rezando porque me contesten rápido. Mis compañeros a mi
lado me miran esperanzados, demasiado acojonados como para reaccionar también
pero sus miradas cambian a una más horrorizada. Yo las paso por alto.
–¡Ayúdenos! ¡Estamos en el Congreso de
Diputados, en el Congreso de Diputados! ¡Unos hombres han entrado con fusiles y
nos están… –Mis compañeros salen corriendo lejos de mí y buscan la escalera más
cercana para descender de las tribunas. Frunzo el ceño mirando por encima de mi
hombro para ver una figura de pie, parada a mi lado apuntándome con uno de los
fusiles. Va vestido con unos vaqueros ajustado a sus piernas y un jersey
oscuro. Es el único que no viste de negro pero no le falta la banda roja en su
brazo ni tampoco la máscara negra que cubre todo menos sus ojos. Su pelo rubio
cae, decolorado, por su frente. Yo suelto el móvil casi como un acto reflejo y
él alza una de sus cejas mientras me habla a través de la mascarilla.
–¿Has terminado? –Su voz. Tiemblo–. No quisiera
interrumpir–. Dice sarcásticamente.
–Sí. –Digo temblando y con un gesto de su arma
me hace levantarme mientras me apunta con el pulso firme. Trago saliva pero no
titubeo–. La policía está de camino.
–Eso espero. –Dice y pareciera que una sonrisa
se esconde a través de la máscara negra. Mira a su alrededor y miro como él
como poco a poco las personas se agrupan en alas del Congreso y varios hombres
armados los retienen y sosiegan tan solo con apuntarles durante unos breves
instantes. Así se suceden varios grupos mientras más gente sigue entrando.
Ataponan las entradas. Cierran las posibles salidas. Hacen bajar a las personas
de los escaños más altos para que sean más fáciles de controlar. Los cámaras
son liberados para que difundan las grabaciones que hayan obtenido. Los móviles
no son requisados. No son ladrones. Tampoco locos. Buscan la fama.
–Esto no es un juego. –Le digo al hombre frente
a mí que vuelve a desviar su atención en mí–. No tenéis ninguna salida. –Se
encoge de hombros y se sienta en el escaño que ocupaba antes mi compañero y me
hace sentar en mi propio asiento mientras le veo cansado, sudando y algo
agotado. Con un brusco movimiento de su mano y una mueca desagradable se
deshace de la mascarilla en su rostro dejándome ver quién se esconde detrás de
ella. Unos labios gruesos, rosados. Unas mejillas rellenas que me hacen verle
mucho más joven de lo que seguramente es. En sus manos el fusil reposa en su
regazo y por su sien recorre una gota de sudor. Traga saliva y me mira. Me
sonríe amable, cariñoso y divertido. Yo frunzo mi ceño y él me quita la mirada
comprobando que todo a su alrededor esté funcionando como él desea.
–Tienes un buen sitio. –Me dice asintiendo–.
Puedo verlo todo bien. Me quedaré aquí un rato. –Sus palabras son confiadas,
sin embargo, sus manos están temblorosas por la excitación del momento.
–¿Eres Park Jimin? –Le miro y él asiente. Puede
ver en el periódico caído en el suelo su rostro en las páginas. Sonríe cínico y
pasa a mirar de nuevo el panorama a nuestro alrededor–. ¿Por qué haces esto,
muchacho?
–¿Muchacho? –Niega–. No soy tan joven. No me
mires condescendiente.
–Venga, termina con esto ya, no te buscarás más
que problemas.
Me mira unos segundos. Altivo, enfadado pero
divertido. Mientras niega con el rostro se aferra con más fuerza a su fusil y
suspira fuerte y sonoro.
–Espero no haber interrumpido nada. Nos
quedaremos aquí por un rato. ¿Hum? Así que quietecito y sin tonterías.
…
Ha pasado una hora desde que estas personas nos
retienen como rehenes en la sala. No tengo aun muy claras sus intenciones pero
mientras un par de personas hablan con los policías exteriores negociando o tal
vez solo aterrorizando a los del exterior, yo no he entablado una sola palabra
con el hombre a mi lado que se dedica a mirar por todas partes en busca de algo
que no le agrade. Cuando un parlamentario sale de su círculo de seguridad,
rodeado de radicales, o bien hace algo extraño, inadecuado o sospechoso, se
limita a dar un par de tiros al aire que me hacen encogerme en mí mismo por
miedo a que sin querer me dé a mí. De momento no hay un solo muerto en el suelo
más que los dos policías. Algún herido por culpa de la explosión y algún que
otro afectado de ansiedad, nada más. Demasiado poco para lo que me esperaba
teniendo en cuenta la situación pero no quiero cantar victoria. Esto aún no ha
terminado.
Las gotas de sudor se han vuelto más frecuentes
discurriendo por las sienes del hombre a mi lado, igual que en las mías porque
el calor ha subido y Jimin se ve obligado a desprenderse por unos segundos del
fusil en sus manos para quitarse el jersey oscuro en su cuerpo dejando al aire
una camiseta de tirantes negra. Se queda así como está pero recupera la banda
roja que en realidad era tan solo un pañuelo y se lo ata al brazo mientras me
mira de reojo. Su brazo es fuerte, musculado y está tenso cuando aprieta la
banda en su bíceps. Yo hace rato que me he quitado la chaqueta y la sujeto en
mi regazo pero la corbata me estorba. Sin embargo no me muevo.
–Hace calor, ¿eh? –Me dice mientras me mira de
reojo con una sonrisa ladina y se queda mirando mi corbata con el ceño
fruncido.
–Dada la cantidad de gente aquí en un espacio
reducido y la poca ventilación, es normal.
–Ya sé porqué hace calor, lo que no entiendo es
porque no te deshaces de esa corbata que parece estar ahogándote. –Hago un
puchero mirando la corbata en mi pecho pero no me deshago de ella–. ¿Tienes
miedo de dejar de ser alguien si te la quitas?
–Vaya tontería…
–¡Ah! Ya entiendo, si lo haces te sacarán del
escaño. ¿Te obligan en el partido? –Comienza a imitar una voz formal–. Si
quiere un sueldo de millonario todos los meses solo tome esta corbata y
siéntese en un asiento. No abra la boca, no…
–No es así. –Frunzo el ceño mientras le miro
enfadado–. Me ha costado mucho llegar a donde estoy yo. ¿Te sientas aquí porque
es lo que desearías poder hacer? ¿Tienes que dar un golpe para conseguir estar
aquí por unos segundos? Despreciable… –Susurro sin miedo alguno y él ríe de mis
palabras más divertido que ofendido.
–Tú que sabrás…
–No tienes derecho ninguno a interrumpir el
trabajo de nadie para tomarte la justicia por tu mano. –Niego con el rostro y a
veces se me olvida que es él quien tiene el arma. A él también parece que se le
olvide–. Si quieres ser diputado solo tienes que estudiar para ello. Pero qué
sabrás tú de eso… ¿hum?
–Min Yoongi, ¿verdad? –Me dice y doy un
respingo. Le miro asustado pero él ríe y me retira la mirada con un rostro
soñador–. Ya te recuerdo, eras ese chico que estudió en la universidad de
ciencia política. ¿Hum? De la generación del 93, ¿me equivoco? –Niego con el
rostro.
–¿Cómo sabes eso? ¿Dónde has mirado esa
información?
–En ningún lado, idiota. Todos te conocían,
eras el niño de papá. El chico que nunca tuvo que esforzarse en lo más mínimo
así que no me des lecciones de morar. ¿Crees que es casualidad que seas el más
joven aquí? ¿Crees acaso que no es tu padre y los amiguitos de tu padre quienes
controlan tu vida? A algunos se nos plantean decisiones, a ti se me muestran
como pasteles en bandejas de plata.
–¿Quién diablos eres para decirme eso?
–Estudie en tu misma universidad. Yo también
tuve un padre que me podía pagar los estudios, pero ¿sabes qué? Yo he sabido
ganarme el pan de cada día. Soy de la generación del 95, y al contrario que a
ti, a mi no me quieren en este Congreso de Diputados a pesar de tener los
mismos estudios que tu, hyung. –Acentúa la última palabra para crear una
relación de cercanía que me causa repulsión y asco.
–Si no te quieren aquí es por algo… –Susurro
pero él me oye.
–Porque mis ideas no casan con las de este
Congreso de Diputados de capitalistas acomodados.
–En la bancada de enfrente tienes a los
liberales, a los progresistas. –Señalo con la cabeza–. Ellos representan…
–¡Ellos se han acomodado mucho mejor que
vosotros a este estúpido sillón de terciopelo! –Grita a la bancada contraria
haciendo que estos le miren con repulsión y desprecio–. Nos han traicionado a
todos aquellos que deseábamos un país de izquierdas. ¿Dónde han quedado esos
ideales? Ahora parece que es injuria decir que alguien es “comunista” o “De
izquierdas”. Queda mucho mejor que estamos asociados a la iglesia de pederastas
y ladrones.
–Deja de decir estupideces. Tal vez por ese
comportamiento es porque no estás aquí representando a nadie.
–Represento a mucha más gente de la que
piensas…
–¿A estos lacayos? –Señalo a sus hombres–.
Estos solo quieren fama y acción. –Le miro–. Como tú.
–Hay mucha más gente de la que piensas con mis
mismos pensamientos, pero tienen miedo. Hay que romper el miedo y las cadenas
que la gente como tú nos ponéis. –Sus palabras comienzan a enfadarme por lo que
opto por quitarme la corbata que me molesta incluso para respirar y me cruzo de
brazos ignorando cualquier provocación de sus palabras. Él parece entender el
gesto y también se silencia mientras sigue con la vista cada uno de los
movimientos en las bancadas. Pero se detiene en sus pies, donde mi móvil ha
caído y lo recoge para jugar con él en sus manos.
–Como te lo dejes caer te golpeo. –Le aviso y
él me mira con una sonrisa infantil mientras me devuelve el teléfono pero que
se distorsiona a una mucho más ladina cuando lo tengo en mis manos–. Que
valiente, el señorito Min. ¿Hum? ¿Qué te hace tan valiente? ¿Si nos sentamos en
las gradas de los nacionalistas serías tan atrevido? ¿O tal vez se deba a la
poca confianza que tienes en mi partido?
Vuelvo a ignorarle mientras guardo mi móvil en
mi bolsillo y le retiro la mirada ofendido por sus palabras pero no capta la
indirecta y sigue hablando. Sigue intentando camelarme.
–Vosotros creéis que la justicia existe sin embargo
la justicia destaca por su ausencia. Tú, seguro que lo has tenido todo en la
vida. Pero a mí se me ha discriminado por quien soy, no por mis conocimientos o
mis capacidades. –Frunzo el ceño sin mirarle–. Cuando terminé la universidad
quise opositar para alcalde de alguna provincia, pero no me aceptaron por lo
que me tuve que poner a trabajar en algo relacionado con la economía. Primero
me contrataron para llevar la contabilidad de un pequeño negocio. –Niega con el
rostro disgustado–. Al mes me felicitaron por mi buen trabajo pero cuando a los
días me encontré con mi jefe cuando estaba en una cita con mi novio, a la
semana me despidieron con la excusa de “no ha pasado el plazo de prueba”.
Le miro angustiado. Confundido. En su rostro
veo la verdad de sus palabras pero no me mira. Sigue hablando.
–No pude encontrar trabajo hasta casi un año
después, trabajando para la contabilidad de una empresa un poco más grande. Una
de esas de seguros que se dedican a estafar a personas. Me tragué mi orgullo
porque necesitaba el dinero y me contuve de relaciones expuestas a la sociedad
por miedo a que me pasara lo mismo. Un simple comentario me costó el trabajo al
decir que había votado al partido comunista. No di motivos, ellos tampoco al
despedirme. Por mi orientación sexual y
por mis ideales políticos. Ambas dos cosas que no interferían en mi trabajo
pero que fui discriminado por ellas.
–Debiste denunciarlo.
–Lo hice. –Dice animado, mirándome seriamente–.
Pero cuando tu partido político está en el poder no acepta este tipo de
querellas y las olvida amontonándolas con otras tantas. –Niego con el rostro
sin querer creerme lo que dice.
–Deja de intentar lavarme el cerebro, te lo
ruego. No quiero escuchar más tu mierda. –Se encoge de hombros y yo me paso el
dorso del brazo por mi frente de donde supura el sudor a causa del calor en la
sala. Suspiro un par de veces y me veo en la obligación de desabrochar el
primer botón de la camisa haciendo que él me mire curioso. Mira por todas
partes un segundo y se levanta para pasar por delante de mí poniéndome su culo
en la cara lo que me hace retirar la mirada avergonzado. Él ríe por mi gesto
pero baja escaleras abajo hasta llegar al primer escaño y recoge una botella de
agua que ve tirada en el suelo y sube con ella de la mano. Le miro como
comprueba su temperatura y al no verse desagradado por ella la abre y bebe un
largo trago delante de mí, en el escalón de las escaleras. Le miro enfadado,
envidioso y con sed–. ¿Qué haces? ¿Guerra psicológica? –Ríe de mis palabras y
se limpia con el dorso de la mano para extenderme la botella pero retiro la
mirada, enfadado.
–No seas orgulloso. Bebe, o te deshidratarás.
–¿No vas a matarnos de todas formas?
–No estoy aquí para matar a nadie. –Le miro
curioso pero más sediento que orgulloso extiendo la mano y alcanzo la botella
para beber de ella mientras él vuelve a sentarse a mi lado esta vez pasando de
frente. El agua cae por mi garganta satisfaciendo mi sed y cuando termino me
limpio igual que ha hecho él y suspiro aliviado. Volvemos a mantenernos en
silencio hasta que rompe en la risa y le miro curioso preguntando el porqué de
su risa–. No hay sitio para mí aquí por mis tendencias pero tú también eres
gay. ¿Lo saben los de aquí al lado? –Pregunta señalando a los diputados
sentados en bancadas cercanas.
–¿Qué diablos dices? –Pregunto horrorizado.
–Te has quedado tan loco por mi culo en tu cara
que ni si quiera te has dado cuenta de que he dejado el fusil aquí a tu lado.
–Niega con el rostro y yo rápido siento como se me encienden las mejillas de
vergüenza. Algunos diputados lo han oído y yo solo puedo cubrirme la cara
avergonzado.
–Seriamente te estás buscando que te golpee.
–Susurro pero él hace oídos sordos.
–Que injusta es la vida… –Suspira.
–La vida es perfecta, si no lo fuera, tu partido
sí que tendría representación en este maldito Congreso. –Hace un puchero
ofendido pero no dice nada más, al contrario, se sienta más cómodamente de cara
a mí y me mira curioso. Yo sigo hablando, también sentándome de cara a él. Así,
es mucho más intimidante. Sus infantiles ojos y su aniñada expresión me
revuelven el estómago–. ¿Qué crees que puede ofrecerle tu partido a este
Congreso de Diputados? No hay sitio para él, Jimin…
–No es mi partido el que no tiene lugar, sino
las ideas que representamos.
–Ideas absurdas, donde las haya.
–Lo primordial es destruir a “papá estado”.
–Frunzo el ceño.
–¿Qué hay de malo en que el estado se involucre
en las vidas de los ciudadanos?
–“Papá estado” es una expresión que se usa
cuando el estado abusa de su poder para dirigir nuestras vidas, controlarlas y
manipularlas para su beneficio.
–Que disparate… Ponme un solo ejemplo de… –me
corta, esperaba mi respuesta. He caído en su trampa–.
–Por ejemplo multarnos por no llevar el
cinturón en un coche, o el caso con una moto. O no comprar sillitas cada año
para que nuestros hijos estén más seguros.
–¿Eso es malo? –Pregunto escandalizado.
–Claro que lo es. Porque al no cumplirlo no
estamos poniendo en riesgo más que nuestra propia vida, por lo que no es
peligroso para otros. Sé que si no me pongo el cinturón mis posibilidades de
morir en un accidente son mayores pero esa es mi propia responsabilidad, no la
del estado. Que me lo ponga no…
–El estado solo lo hace para que la tasa de
muertos en accidentes de tráfico baje.
–¡Ah! Así que es por la imagen que da el
gobierno… ¿no?
–No he querido decir eso. –Frunzo el ceño,
aunque es la verdad.
–No puedes estar de acuerdo con eso. ¿Tienes
coche? –Asiento–. ¿Y no es un fastidio? Debemos ser libres para decidir al
menos por nuestra propia vida. Si ni si quiera nos dejan matarnos… Suben el
impuesto al tabaco, al alcohol… ni matarnos va a ser posible de aquí a unos
años…
–No lo veas así, son tan solo medidas
preventivas. Y lo de los impuestos… –No me deja hablar.
–¿Me vais a multar si decido hacer acrobacias
en una azotea?
–¡Claro que sí! Si es un edificio privado con
más motivo aún y si caes, puedes destrozar un coche o matar a otra… persona…
–Me mira completamente sorprendido por mi respuesta porque se esperaba un
rotundo “no”.
–Va a llegar un punto en que me multen por
follar a pelo porque eso puede dañar la integridad de otra persona. ¿No? ¿O tal
vez sea porque así pagaré los impuestos de los condones? –Ríe con sus propias
palabras pero la sola imagen me hace reír a mí también aunque me veo obligado a
esconderme de sus ojos porque no puedo aceptar estar riéndome con él. Pasados
unos segundos en los que las risas se han detenido desata el pañuelo rojo de su
brazo y lo lleva a mi frente para limpiar el sudor allí. Yo al principio me
retiro pero viendo sus inocentes intenciones me dejo hacer mientras coge mi
barbilla con su mano–. Así mejor. ¿Te encuentras bien?
–¿Por qué lo preguntas?
–Porque te has reído con algo que he dicho.
–Ambos reímos de nuevo y vuelve a anudarse el pañuelo en su brazo.
–¿Por qué tan amable conmigo? –Le pregunto con
sonrisa ladina. Se encoge de hombros.
–¿Por qué no? Me has caído bien…
–¿Yo? Si yo soy…
–¿Conservador? ¿Y qué? Tengo amigos
conservadores, nacionalistas, progresistas, veganos… –Ambos reímos de nuevo.
–Yo no tengo amigos…
–¿Radicales como yo? –Cree terminar mi frase
pero niego con el rostro mientras apoyo mi hombro en el respaldo de la silla.
–…amigos, punto. –Me mira y asiente
comprendiendo. Mira a todos lados y parece despertar de un sueño cuando se da
cuenta de hasta qué punto ha llegado.
–Mírales, están nerviosos, cansados y temeroso…
–Te vi en el parque esta mañana. –Se muestra
sorprendido–. Las cosas que decías…
–¿Te emocionaron? –Niego con el rostro y se ve
decepcionado.
–Demasiado banidas. Demasiado insulsas. No
entrarán en esta cámara jamás. –No me mira sorprendido–. Hace años se trajeron
aquí pero se fueron olvidando poco a poco y ahora, cosas como la igualdad de
género, de sexo… da igual. Hablamos demasiado de ello y damos por hecho que ya
está todo bien…
–…Pero no. –Asiento.
–Pero las cosas son así. Son cosas que no se
pueden arreglar, cosas que no…
–Lo sé. –Asiente mirando a su alrededor.
Desencantado–. Mi partido, está tan obsoleto como esos ideales. Cuando cumplí
veinte años me afilié al partido y fui escalando hasta que el antiguo
presidente me dejó su cadáver aún moribundo en mis manos. Supo que no duraría
vivo y bastante he conseguido. ¿No crees?
–¿Entonces qué pretendes? No logro entender…
–Me rindo. Pero yo nunca hago nada simple.
Quiero darle un gran final a mi partido. Soy un rojo, un sodomita, pero tengo
una tara peor, es que no me gusta perder… –Río con sus palabras pero él se
limita a mirarme con una sonrisa encantadora.
–¿Has arrastrado a todas estas personas a un
futuro entre rejas…?
–¿Yo? Cada uno es libre, y más que libre, ellos
son verdaderos héroes. Míralos, defendiendo unos ideales que, conscientes como
yo, están ya muertos. Están tan desesperados como yo.
–No existen héroes. –Él ríe de mí con una
carcajada más propia de un maníaco.
–A los ciudadanos no les gustan los héroes.
Todos preferimos los villanos. –Le miro confuso–. ¿Quién no desea ser un hombre
sin conciencia ni moral que te arrastren al desastre?
…
Unos disparos hacen que el cuerpo de Jimin
sentado a mi lado en silencio de un bote que le haga levantar instantáneamente
de la silla con su fusil en las manos. En la puerta se ve movimiento. Ya no hay
tantos que nos custodien. Alguien en el suelo, tirado, muerto. Los gritos y el
tumulto se acercan y poco a poco todos los aquí encerrados, ladrones y
policías, nos ponemos nerviosos por ser objetivos de alguna bala perdida. Por
ser objetivos de ojos maniáticos que nos usen como escudos antibalas. Que nos
interpongan ante un ataque. Yo también me levanto en cuanto veo aparecer a la
policía nacional por la puerta, haciéndose paso entre las personas a su
alrededor a porrazos y disparos mientras baja las escaleras y se reparten por
los escaños en busca de la mayor ocupación del lugar para intentar acabar de un
golpe con los lunáticos que nos han apresado.
Jimin coge más firmemente su fusil pero yo
agarro con fuerza su camisa de tirantes desde su espalda y le hago retroceder
escondiéndome tras su espalda. Le grito a pleno pulmón y aun así dudo que me
oiga por todo el ruido que se ha generado en el interior de la sala tan de
repente.
–¡Te matarán! ¡Sal por detrás! Por el pasillo a
la izquierda. –Le señalo detrás de mí y mira nervioso. Dubitativo. Mira a todas
partes pero yo le arrastro lejos de los escaños, escaleras abajo. Se deja hacer
aunque no muy convencido. De repente, y con una expresión enfadada y perturbada
me coge del cabello y me pone delante como un escudo. Más como una amenaza ante
los policías para que no le disparen o me herirán. Algunos nos ven y prefieren
hacer caso o mismo mientras disparan y detienen a otros que se rinden y Jimin
camina conmigo y con su fusil apuntándome con violencia por el pasillo que le
he indicado. Nos escondemos del tumulto y cuando el ruido es suficientemente
amortiguado mientras caminamos por uno de los pasillos mal iluminado en donde
se amontonan los almacenes y los cuartos de baño, él elige una habitación al
azar en cuanto nos sentimos perseguidos. Tras entrar él me suelta y me acaricio
el cabello dolorido. No le recrimino por ello no sé si porque sé que él no ha
tenido opción o porque realmente temo su reacción.
–¡Ayúdame a taponar la puerta! –Dice mientras
suelta el fusil y coge mesas y sillas que hay amontonadas para interponerlas y
que no puedan entrar. Lo veo agitado, mucho más nervioso de lo que le he visto
en estas últimas horas. Sus manos están tensas igual que el resto de su cuerpo.
Cuando comprueba que no lo ayudo en absoluto me mira por encima del hombro
comprendiéndome y me deja estar mientras él termina de amontonar sillas sobre
las mesas. Mira a todas partes descubriendo una pequeña ventana en lo alto de
la pared de la izquierda que sirve tan solo como ventilación de la habitación
pero cabe perfectamente y saldrá por ahí pero no parece muy dispuesto aun a
hacerlo. Primero se coloca el fusil colgado de su hombro y me mira sonriendo.
Esa maldita sonrisa lunática y extrovertida que me hace sonreír a mí también
aunque un poco tembloroso y nada confiado de ninguno de los dos.
–Jimin… –Digo casi en un susurro y me veo
interrumpido por un golpe en la puerta que intenta abrirla. Ambos dos damos un
respingo y miro la puerta pero no él no me quita los ojos de encima.
–Un placer conocerle, señor Min. –Estrecha mi
mano pero cuando llego a ella, algo me sorprende escondido en su palma que
ahora pasa a estar en la mía. Su mano libre recorre mi cuello haciéndome que la
atención la centre en su rostro, el cual se acerca hasta chocar con el mío en
un beso que me hace cerrar los ojos automáticamente. Sus labios, cremosos y
esponjosos se contonean en los míos sin las prisas propias de la situación. Me
dejo hacer y pego mi cuerpo al suyo con un tremendo subidón de adrenalina
recorriendo mi columna. Mi vello se eriza, mis ojos se mueven bajo los
párpados. Mis manos tiemblan, en el contacto con su cuerpo. Cuando se separa de
mí, sus palabras me hacen dar un vuelco al corazón–. Hasta nunca, señor Min. Un
beso muy agradable. Las cosas hay que terminarlas así de bien.
Mientras a mí me da tiempo de entender hasta
qué punto este es el final, él coge una silla y se encarama hasta la altura de
la ventana para romper con la culata del fusil el cristal y poder salir por él.
Los golpes y las voces al otro lado de la puerta se vuelven más intensos e
incluso han conseguido mover alguna de las mesas pero no lo suficiente como
para entrar. El cuerpo de Jimin se ha escabullido por el hueco y yo miro mi
mano con el pañuelo rojo que él debiera portar en su brazo, en mi mano.
Arrugado y hecho una bola, pero el rojo brilla por encima de todo y me aferro a
él con fuerza mientras me dirijo a la silla y me encaramo a ella para ver el
cuerpo de Jimin caminar despacio frente a una línea de policías escondidos
entre sus coches. Apuntándole con sus pistolas sin piedad alguna mientras él se
contonea con el fusil de la mano, tan solo sujeto por la correa negra que
tiene. No apunta con él, tampoco amenaza de muerte a nadie y eso no le hace
sino un pobre chico vulnerable. Las cámaras graban. Los espectadores se esconden
entre ellos lejos, donde aun las vistas sean certeras. Es un espectáculo en
donde el villano se rinde a los héroes. Me hace sentir aliviado y puedo ver
mejor como la luz del sol del medio día se refleja en el sudor de sus brazos
desnudos. Sus músculos les dan una forma suculenta y la sutileza con la que
casan con el resto del cuerpo recorriendo la línea de su cintura ajustada en
una camiseta que me muestra la anchura de su espalda, que termina en un trasero
enfundado en unos vaqueros igualmente ajustados. La descripción se rompe cuando
un disparo se produce seguido de varios tras él. Impactan en su pecho y piernas
atravesando el cuerpo hasta romper en sangre las prendas en su espalda. Cae de
rodillas impedido por la flaqueza y se deja caer al suelo muerto, en pocos
minutos desangrado.
–¡¡JIMIN!! –Grito aferrado a la ventana
mientras veo cómo los policías, ya seguros de que no es una amenaza, le rodean
y le libran de la posibilidad de alcanzar su arma. Aprieto con fuerza el
pañuelo en mis manos pero tras mirarlo detenidamente algo veo en él que no
entiendo. No es un simple pañuelo, es una bandera que ha doblado para amarrarlo
a su brazo. La bandera de su partido. Su bandera.
–¡Aléjese de la ventana! –Dice un policía nada
más entrar en el cuarto y me agarra con fuerza de la cintura para alejarme de
allí y no me resisto. Me dejo hacer mientras me reconocen y comprueban que nada
malo me ha sucedido. Con disimulo guardo la bandera en uno de los bolsillos de
mis pantalones y me escoltan por todo el Congreso de Diputados hasta la salida.
Ya ha pasado lo peor. El líder ha caído y aquellos que han sobrevivido al
tiroteo están siendo detenidos para enfrentarlos en un futuro juicio que les
condene a la cárcel y el olvido. Cuando la luz del día me sorprende mientras por
cada brazo estoy siendo arrastrado calle adelante, puedo ver como a lo lejos,
un círculo de personas se aglutinan alrededor de un cadáver muerto en el suelo.
La sangre sale de él discurriendo por diferentes canales que forman las juntas
de las baldosas adosadas en el suelo. Los ojos abiertos miran en mi dirección
pero ya sin vida se decoloran a un blanco cadavérico. La gente a su alrededor,
aun apuntándole como si realmente pudiera levantarse. Los espectadores, meros
civiles, graban con sus móviles lo sucedido y enfocan el cuerpo en el suelo
como el mayor logro de democracia. Una democracia que ha sucumbido a las
tentaciones de un enloquecido, más perdido que sobrio. Un niño entre adultos.
Un animal entre humanos. Y sin embargo, sus palabras aun resuenan en mi mente.
Me temo que no me desprenderé de la bandera en mi bolsillo en mucho tiempo.
Ser un mártir, ese era su objetivo.
FIN
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