RONRONEO METÁLICO (JiKook) [One Shot]

 RONRONEO METÁLICO (JiKook) [One Shot]


Jungkook POV:

 

Suena la canción de Salvatore de Lana Del Rey. Es una canción que nunca me había llamado la atención pero que ahora presenciará, protagonizará y será cómplice de este frío momento de silencio, ocupando con su presencia toda necesidad de hablar, toda necesidad de dar explicaciones. El coche en el que ambos estamos se desplaza a una velocidad prudente a través de las grandes autopistas de esta hermosa ciudad. La noche se ha cernido sobre todos nosotros devorándonos como una bestia brutal que nos ha sumergido en el fondo de su estómago y estamos a la espera de volver a ver la luz. Mientras tanto nos sumimos en este sin fin de luces artificiales sobre un escenario que bien podría ser una postal. Una hermosa tarjeta de visita, una foto de un cartel publicitario. Propaganda política, reflejo del mayor consumismo capitalista. Sin embargo las miro como embobado mientras me apoyo en la ventana subida con la esperanza de encontrar en las luces sentido a todo este torbellino de emociones que me están acobardando. Tal vez sea el alcohol haciendo efecto. Tal vez este mismo luchando por salir.

Nos desplazamos a una velocidad reconciliadora con todo sentimiento de volar. Apenas rozamos el suelo, estamos desplazándonos como flotando a través del asfalto, pues el coche tan solo emite un ronroneo metálico que me hace sentir permanentemente inquieto, pero a la vez, sumiso como un dulce niño acurrucado en el asiento del copiloto, hundiéndome en mi chaqueta y escuchando de fondo la canción que se reproduce. “Chao amore” tarareo en mi mente.  “Soft ice cream”. Si pudiera tarareárlo de verdad me vería ante una punzada de dolor sobre mi labio inferior el cual ha estado sangrando durante al menos treinta minutos antes de subirme a este coche. Igual que la pequeña herida en mi pómulo izquierdo, otro sobre mi ceja. Pero nada me preocupa tanto como la sangre que corre por mis nudillos, la mayoría mía. La mayoría. Oculto mis manos de nuevo ya como un acto reflejo en el interior de mis mangas y me dejo caer sobre el respaldo mientras suelto un suspiro dolorido. El coche sigue avanzando, la noche sigue perdurando y las luces al fondo, avisándonos de que nos acercamos al centro de la ciudad parpadean como en una hermosa coreografía bien ensayada.

Miro a mi lado casi de reojo y con una sutileza solo propia de un felino. Me encuentro a Jimin ahí sentado, con las manos en el volante y con el ceño fruncido. Hace mucho que no le veo sin ese ceño, sin esa expresión enfadada. Con esos labios fruncidos, con esas manos apretadas, echas puños. Ahora sujetan el volante pero siguen en ese estado de tensión marcando sus venas y sus tendones haciendo fuerza sobre el plástico del volante. Su cuerpo erguido sobre el asiento, su rostro totalmente inexpresivo pero evidentemente enfadado. Es como que el enfado quiere salir sobre esa máscara de indiferencia que se empeña en mostrarme cuando está furioso. No sabe que puedo ver que el odio quiere salir a través de sus poros y le perfora la piel con jirones de piel pálida. Sus ojos oscuros miran hacia delante mientras las luces de la ciudad y del coche delante de nosotros se reflejan en sus pupilas y eso lo hacen ver mucho más inhumano de lo que me habría esperado. Su nariz se arruga, presa de mi mirada. Siempre le digo que no arrugue así la nariz cuando se enfada, o le saldrán arrugas. Eso le hace sentir ofendido por su edad y rueda los ojos con una expresión desesperada.

Su edad, la mía. Son dos grandes problemas que nos persiguen allá donde vayamos. Son dos grandes fantasmas que portamos a nuestra espalda y que cuando se encuentran, a veces pueden ignorarse pero la mayor parte de las veces se devoran el uno al otro con una ferocidad impropia de algo totalmente convencional e inanimado. Son solo fantasmas, le digo a veces, pero la mayor parte del tiempo sabemos que son mucho más que eso. Son realidad, son hechos, acciones, y consecuencias. Eso es. Consecuencias. Cuánto me gustaría haber sabido que esto sería tan difícil, como me hubiera gustado saber que él sería el transigente y yo el que tomaría el control. La situación ha llegado a un punto en que es insostenible, cuando solos nos quedamos el uno al otro, nos perdemos en nosotros mismos. Lo veo, sé que lo veo, pero no quiero entenderlo. No quiero asumirlo. Me mantengo en una postura inamovible de una realidad adversa a ambos, mientras él siempre niega con esa condescendencia tan repugnante, culpa de la edad.

Nuestra autodestrucción ha sido algo progresivo, que no irremediable. Él ha perdido a su familia. Sus padres le han desheredado, le han retirado el saludo y le han vuelto el rostro con esa amarga deshonra que solo un padre sabe interpretar. Pero aun así me eligió a mí. Él ha perdido a sus amigos. Los poco que tenían al principio se lo tomaron como algo jocoso de lo que burlarse de él pero ha llegado a un punto de seriedad en la que se ha vuelto algo confuso incluso para ellos y le negaron el saludo. Él, me eligió a mí, por encima de sus amigos. Sus compañeros de trabajo no le tratan más que como a un mero empresario como a cualquier otro, sin relaciones personales. Conozco las miradas que le lanzan, esa asquerosa repugnancia que se refleja en sus ojos. Pero él ha seguido amándome. Yo no tenía nada antes de conocerle, y aun así, no soy capaz de corresponderle.

—Gracias por venir a buscarme. –Le digo mientras él no reacciona a mis palabras. Son demasiado convencionales. Demasiado conocidas. A mis palabras le seguirá un “Te dije que no fueses” y yo le diré algo como “Tenía que ir, quería salir y beber” Él me mirará con esa negación de rostro adulta y yo me encogeré de hombros.

Espero a que él me conteste a mi iniciación de conversación pero su respuesta no viene. Y eso me asusta. Me le quedo mirando con ojos temblorosos y rezando porque de un momento a otro me diga algo, lo que sea, pero lo único que hace es suspirar en silencio y seguir conduciendo mientras yo me debato en una lucha interna. Le miro más profundamente, más detalladamente. Porta un traje negro con camisa blanca y una corbata bien ajustada. Está mucho más formal de lo que suele estarlo cuando nos encontramos. Le he sacado del trabajo en plena jornada nocturna, lo sé, aunque él no me lo diga. No se ha desajustado la corbata, eso es que va a regresar.

—Te ves muy guapo con traje, ¿te lo he dicho antes? –Le digo con picardía pero él no cede a mis palabras de reconciliación y se limita a mirar al frente con ojos centrados en la carretera. Me siento levemente aturdido mientras me llevo una de mis manos a mi pómulo y palpo ahí la sangre seca a través de mi mejilla. A algunos el alcohol los amansa, a mi me ponen violento. Vuelvo a mirarle a él y me digo que he sido un mentiroso al decirle que se ve bien con traje. Claro que se ve bien, inmejorable, pero esto no hace sino acentuar aún más nuestra diferencia de edad, que aún vestido con ropa de calle y siendo de la misma altura que yo, su mirada profunda denota una madurez que yo aún desconozco. Mi madre me lo dijo el primer día, treinta años no son algo que se pueda esconder, y tus dieciocho llaman mucho la atención. Siempre estas palabras regresan a mí en los peores momentos. Después me pido una copa más y busco a una víctima a la que estamparle el puño bien cerrado. No lo hago porque él venga a buscarme, pero en el fondo sé que él siempre estará ahí para recogerme si me caigo, si me golpean, él se interpondrá y eso me hace sentir tremendamente protegido. Protección. Nunca la he tenido y es un sentimiento tan adictivo como la misma cocaína.

Vuelvo a mirar a través de la ventanilla mientras resoplo por mi fallido intento de sacarle al menos una palabra, aunque sea una despiadada y cruel muestra de su odio más profundo hacia mí en este mismo instante. Tal vez no sea odio, pero sí ira. Hay una gran diferencia. El odio es algo profundo y doloroso, la ira duele solo a las personas de alrededor, es involuntaria, y tan momentánea como un suspiro. Yo también suelo sentirla a menudo, pero mi ira suele ser la causa de la suya. Las luces se acercan, nos estamos adentrando al interior del centro de la ciudad y seguro que de camino a su apartamento. Cuánto ansío que este trámite pase cuanto antes. Eso es siempre el camino de regreso, un trámite en que él tiene que administrar su ira y yo tengo que hacerme desear mientras le muestro una expresión despreocupada y desentendida aquí sentado a su lado. Me reclino un poco sobre el asiento y me abro la chaqueta para que se puedan ver los jirones en mi camisa de manga corta. Jirones hechos de forma accidental, pero por donde se puede entrever el color de mi piel iluminada por los colores de las luces de los neones en el exterior. Mi piel pasa de azul a roja, de amarilla a verde con grandes letras negras surcándome el rostro en un abrir y cerrar de ojos. Lo que más me gusta es ese color rojo intenso cuando nos detenemos frente a un semáforo y la luz me da de lleno en el rostro, me hace sentir resguardado.

—Tengo ganas de llegar a tu apartamento. –Suspiro mientras miro a través del retrovisor a mi lado—. Es una pena que mis padres no se vayan hasta dentro de dos semanas. Tendremos la casa libre entonces…

—No vamos a ir a mi apartamento. –Suelta mientras mira distraído hacia delante. No parece que hayan sido sus labios los que hayan soltado esas palabras, han sido frías y muy duras, pero una parte de él intentaba amoldarlas a un estado algo más desenfadado, como un simple intercambio de información habitual. Cuando me giro a él, él sigue con la mirada hacia el frente y no me ve fruncir el ceño. Por un segundo incluso he dudado que haya sido él el que estaba hablando pero su voz es inconfundible, incluso en un estado de embriaguez y dolor corporal.

—¿No? –Pregunto levemente aturdido—. ¿Lo haremos en el coche? –Me ilusiono con mis propias palabras—. No me parece mala idea. Seguro que tienes que volver al trabajo. ¿Otra vez haciendo horas extra?

—Necesito el dinero… —Suspira, apagado—. Me cuestas demasiado. –Dice, resentido y yo ruedo los ojos mientras me meto las manos en el interior de los bolsillos de la chaqueta y miro alrededor, mientras poco a poco nos incorporamos en una de las carreteras principales.

—¿Vas a parar en una gasolinera como aquella vez? –Murmuro sonriendo, cínico—. Me gustó aquella vez. Estuviste ardiente. –Él ignora mis palabras mientras se agarra con fuerza al volante y tiene que aflojar a los segundos para tomar una curva. Yo me desabrocho la cremallera del pantalón, pero ante el sonido él da un respingo y con rostro ofendido me niega con el rostro.

—No te desvistas. –Me dice mientras me señala la entrepierna con el ceño fruncido y yo alzo las cejas sorprendido.

—¡Ah! Ya entiendo… —Digo pícaro y me desabrocho el cinturón para inclinarme sobre su cuerpo y acercar mi rostro hacia su entrepierna pero él suelta el volante y empuja uno de mis hombros para apartarme de él con un gesto más que brusco, asqueado.

—No se te ocurra tocarme. –Me dice serio, seco, sin expresividad pero con los dientes apretados. Rápido vuelve la mirada a la carretera y me va mirando de vez en cuando de reojo asegurándose de que no vuelvo a intentar nada parecido. Tampoco podría, me ha dejado en un estado de shock del que tardo al menos cinco minutos en salir, y cuando lo hago suelto un resoplido ofendido mientras me vuelvo hacia la ventana. Me muerdo el labio inferior intentando contener un par de palabras que luchan por salir pero acaban haciéndome sangrar el labio y tengo que dejarlas ir, porque lo siguiente serían mis dientes.

—Si hubiera sabido que no íbamos a follar me habría metido con ese chico del bar en el baño. –Escupo y espero por una reacción de Jimin pero su única iniciativa en seguir conduciendo. Poco a poco nos aproximamos hacia el este, donde se encuentra mi casa. No quiero pensar que estamos yendo en esa dirección ni con ese destino, pero la realidad es insuperable y toma los mismos giros y las mismas carreteras que cuando me lleva de vuelta a casa. No digo nada. No quiero decir nada en absoluto hasta no haber llegado y asegurarme de que es ahí adonde nos dirigimos. No quiero sobresaltarme antes de tiempo ni tampoco quiero decir algo que me haga ver como un idiota. El orgullo. Está ahí, implacable. El maldito orgullo incontrolable que una no soy capaz de saber administrar con la suficiente maestría como para mantener un equilibrio mental y espiritual. Mientras aprendo, sigo siendo un torbellino de emociones.

El coche gira para meterse en la calle en donde vivo. Reduce la velocidad, como signo inequívoco de que va a pararse en algún momento y se detiene justo en frente de la puerta a mi bloque de pisos y se queda ahí, con el intermitente encendido aparcado en doble fila. Suspira. Suelta un largo y profundo suspiro y cuando parece haber encontrado algo dentro de él, tal vez el valor, se inclina sobre mi asiento y me abre la puerta como gesto para que me vaya. Perfectamente podría haber abierto yo si quisiera pero que él se haya anticipado es una muestra irrefutable de que quiere que me vaya, de inmediato.

—Sal del coche. –Me dice cuando observa que no me muevo, que ni siquiera me desabrocho el cinturón. Me he quedado paralizado por su comportamiento y yo cierro la puerta a lo que él se me queda mirando con ojos desesperados por que le obedezca sin montar el espectáculo. No suelo hacerlo, y él menos. Solemos buscar alternativas más satisfactorias a una discusión, pero esta vez se me presenta un Jimin que hasta ahora era completamente desconocido para mí. Ante esta novedad, yo ya no sé cómo actuar y dejo que el flujo de sentimientos y fríos y duros pensamientos, salgan sin una criba por la que pasar.

—¿Se puede saber qué diablos te pasa, Jimin? –Le pregunto más sorprendido que enfadado, pero él se torna irascible y golpea sutilmente el volante con las palmas abiertas, de forma que el golpe no sea algo brusco, pero sí una llamada de atención.

—Ya no lo aguanto más. –Dice, sentenciando la conversación. Y tal vez, algo más que la conversación.

—No es la primera vez que me vas a buscar…

—Exacto. –Dice, con ojos abiertos, como frente a una relación. Siempre sin mirarme. Mirándose las manos sobre el volante—. Demasiadas veces ya Jeon. Yo soy un adulto, y no quiero tener nada que ver con peleas de críos, ni con borracheras, ni con…

—No me hables de esa forma. –Le digo ofendido por la maldita mención a la diferencia de edad—. Que sea menor no significa que tengas que tratarme con condescendencia. –Le digo pero entonces él me mira y en su mirada puedo ver el fuego que está quemándole por dentro.

—¿Cómo que no? Claro que puedo hacerlo, pero no por la edad, sino porque eres un maldito irresponsable. –Cuando termina vuelve a retirarme la mirada y se mira de nuevo las manos. Suspira largamente conteniendo el incendio que le está asolando por dentro y vuelve a hablar, esta vez mucho más calmado, pero con los dientes apretados, sufriendo estos las consecuencias de su retención—. No quiero volver a verte. –Dice, y yo no consigo entenderlo.

—¿Qué?

—No vamos a volver a vernos. –Suspira, como si se acabase de liberar de un gran peso que le consumía desde hace tiempo—. No quiero verte más. –Dice, negando con el rostro.

—No hablas enserio. –Le digo con una sonrisa sarcástica, riendo por la nariz, pero él no me devuelve el gesto y yo palidezco poco a poco con un temblor que va recorriéndome poco a poco—. ¿Es porque soy muy joven?

—No. Es porque eres un problema. –Se muerde el labio—. ¿Cuántas veces te he tenido que ir a buscar en este mes? ¿Tres, cuatro? Cada fin de semana tengo que ir a recogerte a un bar diferente, o cuando no, al hospital. No puedo, Jeon. No lo soporto más. –Suelta aliento, como si estuviese abatido. Yo niego con el rostro.

—No vas a dejarme. –Digo—. Te… te necesito. No tengo a nadie más.

—¿Y yo sí? –Me mira, triste—. Lo he perdido todo por tu culpa pero tú no me das nada a cambio, y estoy cansado de hacer el esfuerzo por los dos. Sabía que no era buena idea. –Dice para sí y yo le sujeto el brazo, zarandeándolo levemente.

—¿Qué no era buena idea?

—Comprometerme contigo. –Me dice y se zafa de mi mano sobre su brazo de un tirón—. Eres un asqueroso malcriado. Te he perdonado demasiadas cosas, pero esto ha llegado a su límite, esto termina aquí.

—¿Es por lo de aquella chica? –Frunzo el ceño—. Me dijiste que me perdonabas por aquello…

—Y lo he hecho, pero ya no puedo perdonar más. –Suspira, negando con el rostro. Sus ojos se han vuelto acuosos, pero si le conozco bien, y por desgracia es así, no llorará. No como yo, que ya siento las lágrimas caer por mis mejillas. Él puede pensar que es tan solo chantaje emocional, pero he de ser sincero, me siento caer a través de un abismo. La adrenalina recorriéndome, las piernas dormidas, el rostro entumecido. Podría vomitar en este instante, pero me conozco, y sé que tengo demasiado orgullo para ello.

—¿Es por haber dejado la universidad? –A mi pregunta él resopla y niega con el rostro.

—Es porque te amo, y no puedo seguir viendo cómo te estás matando. –Suspira y vuelve a inclinarse sobre mi cuerpo para abrir de nuevo la puerta a mi lado. Esta vez yo ya no tengo fuerza para cerrarla de vuelta—. Y tengo miedo de dejar de amarte, Jeon. De odiarte. Dios sabe que he intentado sobrellevarlo, pero me volveré loco si sigo con esto. Un día voy a ser yo quien te dé una paliza, y no quiero que ese momento llegue. Así que, es mejor dejar esto ahora. Sal –Me señala la puerta a mi lado y yo me la quedo mirando con una expresión desazonada. El ruido del exterior ha entrado dentro rompiendo la atmósfera de complicidad que nos rodeaba. Parece que se ha marchado dejándonos expuestos a una realidad que hasta hace un momento nos manteníamos aislados de ella—. ¡Sal, maldita sea! –Grita golpeando el volante y yo doy un respingo mientras miro hacia el exterior, considerándolo como una alternativa a llevarme un golpe de su parte. Con las manos temblorosas me quito el cinturón y me desplazo levemente hacia fuera, en todo momento sin apartarle la mirada. Él mira hacia adelante con esa expresión fría pero violenta que me tiene angustiado. Me quedo de pie una vez estoy fuera y me inclino para verle, a través de la puerta.

—No… no me hagas esto… —Murmuro en un tono en que él pueda oírme. Me paso el dorso de la mano a través de la babilla, por donde se acumulan las lágrimas que han recorrido todo mi rostro—. Jimin… —Suspiro pero él se inclina sobre mi asiento ahora vacío para alcanzar la puerta y hacerme retroceder, o me golpearía con ella. Cierra de un portazo que me hace dar un respingo y estoy a punto de tocar la ventanilla pero el coche se pone en marcha de nuevo y su rostro desaparece por la luz reflejada en el cristal mientras el coche avanza carretera hacia delante. Emite un ronroneo metálico que me pone la piel de gallina y sollozo mientras veo como el coche se aleja peligrosamente por la carretera hasta desaparecer por entre el resto del tráfico. No me doy cuenta hasta ese momento del frío que hace en el exterior, y del calor que siento en mis mejillas. Bajo el rostro, abochornado por la presencia de lágrimas a través de mis mejillas y de la expresión rota que me recorre el rostro. Es una expresión que ha salido sola y que he intentado controlar, pero ha acabado crispando mi rostro mientras me digo a mi mismo que volverá, que va a volver, como hace siempre. Siempre vuelve, siempre viene a rescatarme de todos los problemas en los que me veo inmerso, pero esta vez sé que no es cierto. Esta vez me quedo solo ante la realidad y escuchando a lo lejos aún el ronroneo metálico que emite su coche alejándose de toda perspectiva de mi realidad. Desaparece de mi mundo, de mi vida con un simple portazo en la puerta de su coche. Tan sencillo como eso. Tan frío, tan doloroso.

Al final no nos ha separado la diferencia de edad, sino mi inmadurez. 


FIN

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