PRISIONERO (JiKook) [One Shot]

PRISIONERO (JiKook) [One Shot]


JungKook POV:

1837

Inglaterra.

 

El aire sopla atrayendo hacia mi nariz el regusto de la sal del mar. Las olas chocan contra los postes de madera que conforman el puerto y el vaivén de los barcos junto con las olas es tremendamente conciliador. El sol está ya saliendo por el horizonte a través de las blancas velas de los barcos ingleses anclados en el puerto. Mi madre agarra fuertemente mi mano sin querer dejarme marchar aun.

–Mi pequeño, cuídate mucho y haz todo lo que tu padre te diga, por favor. –Yo tiro de su mano para que me suelte pero no consigo zafarme de ella y menos aun cuando me abraza y me hunde en su pecho con violencia, con sus lágrimas a punto de caer de sus ojos.

–Ma–mamá. Solo serán diez meses…

–Deja al niño ya, y dile que me ayude a llevar algo del equipaje. –Mi madre me suelta pero lleva su mano a su rostro aguantando las ganas de llorar mientras yo cojo una maleta de cuero marrón que mi padre ya no alcanza a sujetar en sus brazos.

–Mi niño, pequeño…

–Ya no soy tan pequeño. –Le espeto–. Tengo dieciséis años.

–Cuida bien de Jeon, amor. –Le dice ahora a mi padre y ambos se besan con dulzura como despedida y asciende por la tabla de madera como rampa para entrar en la cubierta del barco. Yo le sigo mientras miro a mi madre a mi espalda como se queda ahí quieta abanicando un pañuelo blanco en señal de despedida. El mismo pañuelo con el que acto seguido se limpia las lágrimas.

–Vamos, Jeon. –Me dice mi padre mientras ascendemos  y una vez estamos en cubierta miro a todos lados emocionado pero a la vez nervioso e inquieto. Mucho más temeroso de nuestras vidas que contento por la aventura que me espera que no pasará más que de limpiar la cubierta y ayudar en las cocinas. Poco más para un chico de mi edad pero alguna vez tendría que comenzar con el oficio.

Mi padre es traductor y trabaja para el imperio británico en sus viajes por las colonias. Nuestro viaje está destinado a unas colonias españolas situadas al sur del continente americano en donde comercializaremos con algodón y otros materiales de menos categoría. Según mi padre el viaje será de cuatro meses, la estancia allí de dos en los que los tratados de comercio se cierran y otros cuatro meses de regreso. Ambos echaremos de menos a mamá pero debo comenzar a acostumbrarme a este trabajo. Pienso seguir con férrea necesidad el trabajo de mi padre y él mismo se encarga de enseñarme idiomas para que en un futuro aprenda tantos o más como él.

El barco de repente comienza a moverse algo más violentamente y poco a poco el paisaje se retuerce dando la sensación de que todo se mueve a nuestro alrededor pero somos nosotros quienes estamos saliendo de puerto y rápido me arrimo a babor para ver a mi madre abanicar el pañuelo como antes y yo me despido con un movimiento de mi brazo mientras mi padre se acerca a mi lado y pasa su brazo por mi hombro para abrazarme con él. Poco a poco mi madre pasa a ser una más entre la multitud y con los minutos la misma costa es nada más que un punto en el horizonte. Una mala pintada. Una pincelada en medio de un cielo azul y un mar casi tan claro como el propio cielo que refleja. La luz del sol está apareciendo ya por completo. Ya ha amanecido y nosotros nos dirigimos a ciegas por medio de la mar a una travesía que aun es desconocida para mí.

La noche ha caído por vigésimo novena vez sobre nosotros. Llevamos casi un mes suspendidos en este barco en medio de la nada y aun nos queda mucho camino por delante. A medida que descendemos en el planeta el calor poco a poco daña nuestras pieles por el día y el frío en las noches es más intenso. Dice mi padre que estamos acercándonos al ecuador, pero yo no veo nada que me lo indique, ni tampoco una línea escrita en el cielo. Solo veo agua, agua y más agua a cada uno de los lados del inmenso barco. Las velas están abiertas y el viento nos lleva en la dirección que deseamos. Se mueven junto con el movimiento de este y la bandera británica en lo alto no detiene su movimiento un solo segundo, igual que mis cabellos, que se balancean acompasados por la brisa que nos trae el frío de la noche.

La fregona en mi mano aún tiene una función y sigo fregando poco a poco el suelo de madera en el exterior del barco mientras me acerco poco a poco a estribor y me reclino sobre la barandilla de madera para mirar el mar bajo nosotros. Puedo ver incluso mi propio reflejo acompañado de la inmensidad de estrellas sobre mi cabeza. La noche es hermosa, al fin y al cabo, y dentro de lo que cabe el aire aquí es mucho más agradable que el de Londres, siempre lleno de suciedad y polvo de las fábricas que están ahora en pleno auge. Con mis manos en la madera de la barandilla me reclino otra vez dentro y cojo la fregona continuando con mi función mientras miro perdido la inmensidad de la noche en el mar.

Siempre que lo hago me recorre el mismo miedo. Un miedo infundado por algunos tripulantes del barco que se jactan de mi inocencia y mi edad para bromear con fantasmas y piratas. Mi padre dice que solo quieren asustarme y yo les digo que nunca he visto antes un pirata pero ellos se ríen de nosotros y siguen con sus historias, que lejos de ser meros cuentos infantiles, parecen historias de terror que no puedo dejar de escuchar por muy mal que me hagan. Dicen, aunque no quiera creerles, hay un barco. Un barco capitaneado por un hombre sin corazón. Dicen que en las noches sin luna aparece y su sombra se cierne sobre los barcos de sus víctimas, los derriba con sus cañones y los hunde en el mar no sin antes robar todas las pertenencias de valor que hay en su interior. Dicen que lo único que deja de sus acciones son las astillas de los barcos flotando en medio de la nada y un montón de cadáveres hundidos en la mar. Nada de supervivientes. Nada de testigos. Solo los restos de una matanza sin criterio.

Dicen que el capitán Park, el hombre sin corazón, es un ser despiadado, con ojos inyectados en sangre y con cicatrices en todo su rostro de grandes batallas que ha batido. Dicen, lo cual no me creo, que tiene cientos de años pero que se conserva siempre joven. Dicen que su falta de alma le hizo asesinar a sus padres y que nadie de su tripulación de piratas se atreve a desafiarle porque utilizaría su cadáver para dar de comer a la tripulación.

Solo pensar en la sarta de bobadas que he oído en estos treinta días me hace sentir que vivo rodeado de creyentes supersticiosos, pero cuando llega la noche, soy incluso capaz de escuchar los lamentos de todos los muertos enterrados como sedimentos en el fondo del mar. La noche hace que uno se sienta más desprotegido ante la inmensa oscuridad pero esta noche es diferente. La luna llena está en el cielo alumbrando con una clara y radiante luz todas y cada una de las pequeñas muescas de la madera del barco y mi miedo disminuye y más aún por la presencia de otros tripulantes pululando de un lado a otro.

El miedo es algo que no puedo permitirme porque ya no soy un niño, pero este se hace presente en la adrenalina de mi cuerpo cuando veo salir de entre la niebla del paisaje la proa de un barco dirigiéndose de forma kamikaze a nuestra nave. Es un barco tan grande como nosotros y frente a él, me siento intimidado y más aún con la velocidad con la que se maneja. Unas velas grises ondean y la bandera pirata me hace dar un vuelco al corazón. Debería gritar, pero la voz no me sale y alguien se me adelanta.

–¡PIRATAS! ¡Capitán! ¡Piratas!

Un murmullo creciente se hace presente en el barco. Sobre la proa del barco pirata aparecen rostros enfundados en pañuelos para no reconocer su identidad. Espadas en todo lo alto nos gritan desafiantes y en mi barco, todo el mundo corre de un lado a otro para preparar los cañones y desviar el rumbo para alejarnos de ellos. Soy el único que se ha quedado paralizado observando la mujer alada que está tallada en la madera de la proa y quien sabe que ya nada podemos hacer porque están a menos de cincuenta metros y los cañones de proa aparecen para amenazarnos con su presencia. Nos dispararan de frente y sin miramientos y en vez de buscar a mi padre que seguramente esté en los almacenes ordenando las reservas de comida, me quedo de pie y suelto la fregona para ver como uno de los cañones de proa se dispara y caigo al suelo temeroso de ser su objetivo. La bola negra de cañón pasa por encima de mi cabeza y acaba estampándose en el mástil central que lo parte y lo quiebra haciendo que la vela más grande caiga. Ya no podemos escapar.

Los gritos de desesperación se hacen cada vez más evidentes en nuestro barco y poco a poco y en menos de un minuto el barco pirata ha virado para ponerse de perfil y los piratas comienzan a desembarcar en nuestro propio barco.

–¡Abordan el barco, capitán! –Salgo corriendo en cuanto la presencia de los piratas comienza a degollar a mi tripulación. Lo único en lo que pienso es en buscar a mi padre y entro dentro de las instalaciones y bajo las escaleras esquivando el tumulto de personas que como yo, huye, y otras tantas que asciende para intentar defenderse. Intento no sucumbir al pánico y gritar desesperado pero no puedo evitar sentir mis manos temblorosas y apartar de un empujón a todo el que se interponga en mi camino. Cuando ya estoy en el penúltimo piso una bala intercepta el casco y comienza a inundarse. Yo camino alrededor de la carga y varios piratas salen de las escaleras a este piso y yo me escondo entre algunas cajas de suministros mientras oigo los pasos chapoteando en el agua siguiéndome. Apenas veo gracias a un par de velas en vitrinas. El agua ya va por mi cintura y cuando los ojos de esos despiadados piratas aparecen por entre las tinieblas y recaen en mí, otra bala de cañón impacta contra la nave y una de las vigas se derrumba sobre mí. Lo último que siento antes de dejarme abrazar por la inconsciencia es el frío del agua bañando mi cuerpo en el desmayo.

El frío baña mi cuerpo desde la punta de mis pies hasta lo más profundo de mi tuétano. Tiemblo y el castañeo de mis dientes me hace despertar poco a poco del sueño en el que el golpe me ha sumergido. Tengo miedo de abrir los ojos y más aún cuando los últimos recuerdos que se forma en mi mente son del abordaje de unos piratas en el barco mercante de mi padre y el sonido de los gritos de los tripulantes a bordo. El grito de los piratas degollando a mis compañeros. Mis pasos acelerados por huir para encontrar a mi padre, para salvar mi vida.

A mí alrededor comienzo a oír murmullos y pequeños gritos de auxilio. Mis cabellos húmedos caen sobre mi rostro tirado como estoy en el suelo de madera de lo que parece ser un barco pero sobre un montón de paja sucia y húmeda. Lo primero que veo al abrir los ojos son unos barrotes de hierro oxidado y la sola imagen me pone los pelos de punta reconociéndome que estoy en los calabozos.

–¡Sáquennos! ¡Piratas! –Oigo a lo lejos, como un sonido ahuecado y amortiguado por un pitido en mi cabeza que poco a poco se va trasladando a mi frente y se convierte en un dolor punzante entre mis ojos. Después, poco a poco desaparece y me incorporo para ver a gente como yo encerrada en celdas contiguas a mi derecha pero yo soy la más alejada al fondo, un lugar menos iluminado y tan solo visible por el destello lejano de unas cuantas lámparas de aceite a lo lejos. El balanceo del barco es muy evidente y la madera cruje con violencia mientras poco a poco me incorporo y me siento en el suelo mientras la cabeza aun me da vueltas. Llevo allí mi mano, a un punto cerca de mi sien, en mi frente y me mancho de sangre húmeda y brotando de una herida en mi cráneo. Parece solo un golpe superficial pero aun así me cubro con la palma de mi mano y me sigo analizando comprobando que lejos de algún corte o raspón, esto es lo más profundo y preocupante, sin olvidar el estado de desorientación que me hace sentir más perdido aún.

–¡Hijos de puta! ¡Sacarnos! –Miro a mi lado y en las celdas contiguas hay varias personas que reconozco de mi tripulación. El de mi celda contigua me mira y al verme despierto puedo ver en sus ojos la alegría pero al mismo tiempo una pena inmensa porque tal vez la muerte debiera haberme abrazado para librarme de un destino más cruel. Pero mientras me siento afortunado de haber sobrevivido miro por entre las personas y los barrotes para buscar a mi padre. No le veo.

Y de repente, el sonido de unos pasos bajando unas escaleras. El sonido es muy lejano pero en donde está cerca las personas se callan y observan con temerosa curiosidad lo que sucede. A lo lejos algo aparece con más luz pero no soy capaz de ver los rostros de nadie y el único que veo está cubierto por un pañuelo de color rojo, por lo que no ayuda a saber nada más que somos prisioneros en un barco pirata.

–Los supervivientes, capitán. –Unos pasos más fuertes y firmes bajan las escaleras e intento mirar acercándome a los barrotes en el suelo sentado aún pero no consigo alcanzar a ver nada porque entre esas personas y yo se interpone seis o siete celdas del mismo tamaño que la mía, todas con entre una o tres personas.

–¿Supervivientes? –Pregunta quien porta una voz dulce, melosa, acaramelada y fría, tremendamente inhumana. Sin alma–. Nosotros no hacemos prisioneros. Mátalos. –Dice con voz fría y autoritaria mientras el sonido de la puerta de la primera celda me indica que la han abierto y después, el sonido de un machete desfundado y una garganta cortada. El gemido sordo de un tripulante y el peso muerto del cadáver al caer al suelo.

Un murmullo de terror y miedo comienza a invadir los calabozos y me siento tremendamente curioso por mirar fuera pero aun sin alcanzar a ver nada en absoluto. Repiten el mismo  proceso con las siguientes celdas y en todas se repite el mismo gemido ahogado y la misma extraña sensación de que poco a poco me quedo a solas con mi propia vida frente a la muerte. Poco a poco el miedo va aumentando en mi cuerpo siendo consciente de que estaré siendo degollado por el filo de un machete en mi garganta. Cuando llegan a la celda contigua a la mía presencio en primera persona como uno de los piratas, cubierto con el mismo pañuelo que he visto antes, entra en la celda y en contra de la voluntad del prisionero le agarra del cabello y recibe una muerte mucho más violenta tan solo por la insumisión a su condena. No solo le clava el machete en el vientre repetidas veces, sino que termina cortándole el cuello como si solo de esa forma sentenciase su vida. Ver caer el cuerpo sin vida de un compañero me hace dar un vuelco al corazón y no es hasta que no golpean uno de mis barrotes con la mano que no soy consciente de que verdaderamente es mi turno.

Alzo el rostro, sentado como estoy en el suelo al lado de la puerta, para ver el rostro de un hombre mirándome con recelo. Sus ojos negros se entrecierran formándose dos líneas en su rostro y sus gruesos labios se aplastan entre ellos con curiosidad. Puedo ver la frialdad en su expresión y la forma en la que se yergue sobre su uniforme me hace saber que él es el capitán. No es sino el rostro de las historias que me han contado. Una belleza juvenil, una expresión de maldad sin remordimientos. Es él. Este es el navío de las historias.

Ser consciente de ello me hace retroceder de inmediato gateando de espaldas hasta chocar contra la pared a mi espalda y provocar en su rostro una reacción de completa inyección de autoestima. Sin embargo en mi rostro solo puedo mostrarle el más férreo miedo no solo a mi muerte sino también a su presencia que ahora se me dibuja completamente realista. Su bronceado rostro contrasta con la delicada forma de sus facciones y sus manos, pequeñas y sutiles detienen al hombre que está a punto de entrar en mi celda y ambos se miran, uno confuso y el otro altivo.

–Déjale con vida. –El otro hombre está a punto de rebatirle pero el capitán niega con el rostro–. Joven y tierno… seguro que nos sirve de cena… –Una sádica sonrisa aparece entre sus labios y cierro los ojos apretando mis manos en la paja bajo mis piernas. Muerdo mis labios mientras oigo la cerda cerrarse y los hombres marchándome, dejándome en una semioscuridad que provoca en los cadáveres a mi lado un aspecto terrorífico. Aun parece que vayan a salir corriendo pero la sangre manando de sus cuellos me indica que es demasiado tarde.

El paso del tiempo se vuelve confuso y relativo. No sé cuánto hace que estoy aquí abajo ni cuando hace que mataron a mi compañeros pero de esto último han pasado al menos dos horas o más en las que yo he conseguido parar la hemorragia de mi frente usando mi camisa para ello pero el frío se ha apoderado de mi cuerpo y gracias a la humedad puedo sentir como se ha colado por mis huesos hasta entumecerme y atontarme. Tiemblo pero a nadie aquí abajo le importa el castañeteo de mis dientes ni mis pequeños improperios. Mis tripas llevan rugiendo alrededor de treinta minutos pero suspiro cada vez que suenan intentando convencerme de que no comeré nada en absoluto. La sed es también una preocupación a pesar de estar empapado porque la sal del agua marina en mis labios no hace sino secarme aún más.

Ante un arrebato de ira me levanto del suelo un poco mareado e intento forzar la puerta, empujarla, intentar levantarla incluso, pero no hago sino ruido inservible. Un ruido lejos me hace detenerme al instante y después de ese sonido metálico, unos pasos bajando unas escaleras. Rápido me alejo de la puerta con barrotes para dirigirme al fondo de mi celda y sentarme de nuevo en el suelo mientras una luz se acerca lentamente y seguida de unos pasos firmes y lentos sobre la madera húmeda. Mi respiración se acelera con los segundos y antes de darme cuenta un brazo enfundado en un uniforme aparece con un farolillo de gas con una luz titilante. Cuando el hombre se detiene frente a mi celda cuelga el farolillo de un agarradero en el metal por fuera y se acerca a los barrotes para dejarme ver su rostro a la luz del candil. Sus ojos brillan con esa luz naranja que reflecta la llama haciéndole ver mucho más fiero de lo que ahora pretende porque en el resto de su expresión denota una clara solemnidad y empatía.

–Pequeño… –Me dice y yo alzo los ojos para mirarle y ver como con una de sus manos se apoya en los barrotes de la puerta de mi celda y en la otra baila el llavero con las llaves–. ¿Cómo te llamas? –Mi única respuesta es ladear el rostro mientras me cubro el pecho con la camiseta que he usado para tapar mi herida. Él me mira con un enternecedor y muy falso puchero–. Yo soy el capitán Park Jimin. ¿Tú?

–JungKook. –Digo en un susurro para verle con una sonrisa aniñada.

–Nunca habíamos encontrado a nadie tan joven… ¿Qué hacías en ese barco?

–Estaba con mi padre… –La voz se me corta–. Habéis matado a mi padre…

–Oh pequeño… –De repente siento un escalofrío y me abrazo más aún a mi camiseta–. Vamos, sal de ahí. –Con un gesto que parece completamente y sospechosamente desinteresado abre la puerta y la deja abierta para que pueda pasar. Sabe que de querer escapar cualquiera de su tripulación me pararía antes de saltar por la borda por lo que lo único que me queda es ceder ante su insistencia o quedarme quieto, paralizado. Opto por lo segundo–. Vamos, estás tiritando y sangrando, necesitas lavarte…

–¿Por qué? –Alcanzo a preguntar y él me sonríe amable.

–La cena está lista, no creo que quieras perdértela…

–¿So… soy… soy la…?

–¿La cena? –Termina mis palabras y se ríe tímido–. Vamos, anda, no me hagas perder a paciencia o te quedarás aquí…

No me queda nada más que perder que la vida por lo que me levanto ayudándome en la pared a mi espalda y me pongo de nuevo la camiseta que ahora soy consciente de que está rota por varios sitios y me abrazo a mi mismo mientras camino un par de pasos hacia delante mientras sus ojos me miran divertidos y su sonrisa me saluda, amable. Mordiéndome los labios llego hasta la puerta y él me deja pasar mientras cierra de nuevo y camina a mi lado con una de sus manos sobre mis hombros y la otra sujetando el farolillo que ha rescatado. Caminamos a lo largo de todo el pasillo y a mi lado veo los cadáveres de mis compañeros degollados en el suelo. En unas horas comenzarán a estar putrefactos y estoy seguro de que antes del amanecer los tirarán por la borda para que sirvan de alimento a las gaviotas. Él me distrae para que no mire los cuerpos sin vida a lo largo de todo el recorrido.

–¿Ibas con más familiares en el barco?

–Solo con mi padre. –Susurro y él me mira pero yo le retiro la mirada avergonzado, temeroso y miedoso. Él ríe por mi gesto y yo solo puedo suspirar con el recuerdo.

–No te preocupes, seguro que está en un lugar mejor. ¿Hum? ¿No crees?

–Hum. –Murmuro y él deja la conversación cuando salimos de los calabozos y comenzamos a subir escaleras arriba hasta llegar a la superficie y el cielo azul me sorprende. Es el mismo cielo con el que me he despedido de mi barco, son las mismas estrellas pero estas me aterrorizan–. ¿Cuánto ha pasado? –Pregunto y le veo fruncir el ceño.

–Un día entero. ¿Te han encontrado inconsciente? –Asiento y él chasquea la lengua mientras comenzamos a caminar por la cubierta y todos los ojos de los rostros ya no cubiertos por trapos, me miran todos a mí. Todos y cada uno. Todas las miradas sobre nosotros. Tal vez por el capitán. O tal vez por mí. Tal vez, por ambos juntos y por su brazo sobre mis hombros. Al pasar al lado de uno de ellos, con pintas desarrapadas, sucias y de aspecto orondo y purulento me mira de arriba abajo y me escruta con la mirada. Una risa sádica y asquerosa sale de sus labios que me ponen los pelos de punta.  No es hasta que me ha pasado que no siento su mano palmear mi trasero y doy un respingo alejándome del brazo de Jimin para verle a él girarse y comprender lo sucedido. Su brazo no me suelta, sin embargo, y con su otra mano saca su pistola en su cintura y dispara sin reparo a ese tripulante para verle caer al suelo con un sonido que acompaña el eco del disparo. El sonido me hace esconder tras Jimin y veo sobre su hombro, la altura exacta de mis ojos, como toda la tripulación se silencia y todo queda en una absoluta tensión que hiela la sangre. Sin darme cuenta mis manos están en el brazo de Jimin que me oculta tras su espalda.

Cuando ha restablecido el orden seguimos caminando hasta una puerta en la cubierta bajo el control de mando y me hace entrar aun con manos temblorosas. Nada más estar dentro cierra la puerta y doy un segundo respingo asustado por el golpe. El olor del interior me hace sentir que he ascendido al cielo y según él va encendiendo unos cuantos farolillos y gracias a la luz de la luna que entra por unas cuantas ventanas puedo ver una mesa repleta de comida desde cerdo asado hasta verdura y fruta en fuentes. Hay pan, algunos dulces, algunas conservas y lo más llamativo. Un plato de porcelana y unos cubiertos de plata. Yo me quedo inerte mientras él se desplaza por toda la estancia y se sienta en una de las dos sillas que hay. La suya es algo más grande que la otra, con un respaldo forrado de terciopelo y un borde dorado. La otra es parecida aunque más insulsa y algo más pequeña. Dejándose caer saca la pistola y la pone sobre la mesa a su lado y con la otra mano alcanza una botella sobre la mesa con un líquido oscuro en su interior. Parece ron.

–¿No te sientas? –Me pregunta curioso y yo niego con el rostro–. ¿No tienes hambre? Llevas horas sin comer… –Muerdo mis labios porque el olor de la comida me está produciendo dolor en el estómago–. Vamos, ven. –Palmea el asiento a su lado donde está el plato de porcelana y los cubiertos–. ¿Agua o vino?

Mientras me acerco poso mis manos temblorosas sobre el asiento y me dejo caer con cautela sobre él mirando a todas partes receloso. Como no contesto me sirve agua y cojo la copa con cuidado llevándomela a la nariz para olerla.

–¿Qué te crees? ¿Qué te quiero envenenar? –Muerdo mis labios y no me resisto por más tiempo a beber, necesitado del agua. Está sin embargo deliciosa y me bebo la copa entera dejándola con un sonido rudo sobre la mesa. Jimin se siente mucho más agradecido con mi gesto y se incorpora para trinchar el cerdo asado y servirme un trozo de la pierna. El olor que desprende me hace la boca agua y cuando lo tengo el plato olvido la presencia de cubiertos a mi lado cogiendo el hueso con ambas manos y llevándomelo a los labios con fiereza. Me lleno los carrillos varias veces tragando el alimento masticado. Suelto la carne cuando siento la necesidad de sentir otros sabores y bebo más agua para después coger un mendrugo de pan y morderlo con el ceño fruncido. Después una patata hervida y más tarde continúo con otro trozo de cerdo. Jimin no me aparta los ojos de encima y se deleita mirando como devoro la comida. Yo intento no mirarle aunque a veces se me escapa alguna mirada por el rabillo del ojo y me avergüenzo sintiendo las mejillas arder–. ¿Está rico? –Asiento sin hablar y él me sirve más agua–. Cuando termines de cenar voy a limpiarte la sangre del rostro y a curarte esa herida. ¿Hum? No tiene buena pinta.

No contesto desinteresado con sus  palabras y cuando me siento satisfecho alcanzo el cesto de fruta y me llevo una manzana roja a los labios para morderla y sentir el crujir por mis dientes. Él coge una cereza y se la lleva a los labios para morderla y masticarla unos segundos. El tiempo pasa lento pero a la vez rápido y veloz. Sentirme lleno es una sensación que hacía tiempo no experimentaba y mis manos han dejado de temblar porque mi cuerpo ha regulado mi temperatura gracias a la comida y a la excitación por ella. Cuando he terminado de comer, me dejo caer sobre el asiento y me limpio los labios con el dorso de la mano. Jimin sonríe y se levanta para salir y me deja en completo silencio a la espera de que regrese. La pistola sobre la mesa me parece un juguete muy tentador pero cuando pretendo incorporarme para alcanzarla él regresa y yo me siento de nuevo en el asiento viéndole entrar con un cubo de agua caliente y un trapo. Sus pasos por la madera me hacen sentir inquieto y más cuando pasa por mi espalda para regresar a su asiento y se queda ahí con el cubo entre sus piernas y el trapo en sus manos.

–Ven, siéntate aquí. –Me dice palmeando el trozo de mesa despejado frente a él y yo me incorporo un poco tembloroso para hacer lo que me pide mientras me siento donde me ha dicho. Cuando le tengo enfrente puedo ver mucho mejor su apariencia. Su pelo varía entre colores platinos y azules oscuros. En sus orejas puedo ver varias perforaciones y en sus manos, varios anillos–. Dame tus manos. –Me dice mientras coge el trapo y lo remoja en el agua caliente. Yo le extiendo mis manos con las palmas hacia arriba y él las lava con el trapo. El agua caliente me hace sentir tremendamente nostálgico y me dejo hacer mientras sus manos bajan por las mías sin pudor. Yo entrecierro los ojos ante el contacto y él me mira triste–. Tienes las manos heladas… –Yo me limito a hacer un puchero y él me mira curioso–. No eres muy hablador, ¿verdad? –Me encojo de hombros y él se ríe de mi gesto como si le hubiera contado el más gracioso de los chistes. Cuando se siente satisfecho con la limpieza de mis manos se incorpora y remojando de nuevo el trapo se acerca a mi rostro y comienza limpiando mi mandíbula, después mis labios y mejillas y por último la frente, donde tengo la herida. Gimo cuando llega a esa parte por muy agradable que sea al agua y me agarro a su muñeca con fuerza–. Shh… no pasa nada…

–Ahh… ah… du–duele…

–Shh… ya está… ¿Ves? No pasa nada. –El dolor ha hecho que un par de lágrimas caigan involuntariamente de mis ojos y él las limpia con el trapo ahora manchado un poco de sangre. Lo remoja de nuevo para quitarle la suciedad y el siguiente paso es mi cuello–. Quítate la ropa.

Sus palabras me ponen los pelos de punta y le miro directo a los ojos para mostrarle mi más firme desacuerdo pero él parece no comprender mi miedo.

–No te preocupes, tengo ahí ropa de cambio para darte. ¿No pretenderlas que te limpie y te vuelvas a poner esta ropa rota y manchada de sangre? –Hago un puchero pero ni así parece convencido por lo que se limita a quitármela él con cuidado de no dañarme la herida de la frente al pasar mi camisa por la cabeza. Después siguen los pantalones y por último, mi ropa interior. Me quedo desnudo frente a él y cierro los ojos sin poder mirarle por la vergüenza de mi cuerpo. Él se sienta de nuevo en el asiento y yo poso mis manos en mi entrepierna mientras me mira sonriendo. Niega con el rostro mi vergüenza y lava de nuevo el trapo para coger una de mis piernas y apoyársela en sus rodillas. Comienza pasando el trapo por mi muslo y desciende hasta mis dedos. El calor me hace sentir abrazado y sin darme cuenta hecho el rostro hacia atrás suspirando, agradecido–. ¿Te encuentras mejor?

–Sí. –suspiro y mi voz le anima a seguir hablando.

–¿Ves? No pasa nada… Dame tu otra pierna. –Bajo mi pierna de su rodilla y le extiendo la otra que la coge con suma delicadeza. Sus manos en mi piel están ardiendo por el agua y el contacto es extraño a la par que agradable. De nuevo comienza desde mi muslo a pasar el trapo y acaba con mi pie. Cuando termina se levanta y llega hasta mí para pasar el trapo por mi espalda y cuando termina, lo único que le queda es el pecho y el vientre. Para eso vuelve a sentarse y acerca un poco el asiento para tenerme más a mano. Primero posa su mano en mi vientre haciendo que mi respiración se acelere y después me indica que retire mis manos de mi entrepierna. Yo niego pero me veo necesitado de ello cuando sus manos comienzan a limpiar mis brazos y hombros y no le dejo facilidad para hacerlo. Cierro de nuevo los ojos pero no parece importarle por lo que sigo así con ellos mientras siento sus manos bajar por mi pecho y mi vientre abultado por estar sentado.

Apoyo mis manos libres sobre la madera a mi espalda y él acaba dejando caer el agua sobre mi entrepierna desde mi vientre. Abro inconscientemente las piernas por un escalofrío involuntario por el calor. Apoyo mis pies en cada uno de los reposabrazos de su silla y puedo sentir sus ojos recorrerme de arriba abajo. Mis labios entreabiertos respirando, mis ojos cerrados. Mis manos en puños sobre la madera. Sus manos de repente bajo mis muslos acariciándome con la calidez del agua en sus manos. Sus manos me rodean las piernas y las abraza. Siento la tela de su uniforme por mi piel y lo siguiente, una respiración acelerada sobre mi vientre. Un beso. Un beso que me pone los pelos de punta y me veo obligado a abrir los ojos para verle mirándome, pidiéndome permiso aunque yo no quiera dárselo. No se lo doy, apoyando mi mano en su hombro para alejarle pero no cede y vuelve a besarme esta vez en el tórax y la siguiente en la clavícula. Sus ojos aún me miran pero yo le retiro la mirada nervioso y confuso.

–Ji–Jimin…

–¿Hum? –Pregunta con sus labios en uno de mis pectorales, encaminándose a uno de mis pezones.

–Pa–para…

–No. –Contesta simple y conciso. Sentenciador para que sus labios aprisionen uno de mis pezones y lo muerda con fuerza haciéndome gemir dolorido. Mis manos van a su cabello para retirarle pero cede y eso es lo que me sorprende. Me mira con ojos titilantes por haberme producido dolor y acto seguido besa la zona amoratada–. Lo siento, pequeño…

Muerdo mis labios mientras él, aún sujeto a mis piernas, desciende con sus besos hasta mi vientre y sigue descendiendo haciéndome no apartar la mirada con curiosidad. Entierra su rostro en mi entrepierna y comienza a besar toda la zona haciéndome gimotear nervioso mientras quiero cerrar las piernas sin lograrlo. Mientras quiero apartarle, sin conseguirlo. Con mis piernas en sus brazos me hace caer sobre la mesa y me alza los muslos sobre sus hombros para sumergirse esta vez en mi trasero. Lo único que logro hacer es llevar mis manos a mis labios y contener los gemidos involuntarios que salen. Un cosquilleo asciende, constante e intenso, desde mi trasero por mi columna hasta mi cerebro produciéndome una adrenalina que me hace temblar las manos y los pies. Ya no siento ni pizca de frío a pesar de estar húmedo y desnudo. Su lengua explorando cada rincón de mí me hace entrar rápido en calor, y lo hace aún más cuando entra en mí y su longitud se multiplica llegándome bien profundo. Solo alcanzo a cerrar los ojos muy preocupado.

A los minutos reaparece su rostro en mi perspectiva relamiéndose los labios con esa lengua húmeda y jugosa. Sobre esos labios abombados e hinchados. Carnosos, rosados. Brillantes. Sus ojos me miran lujuriosos y una de sus manos se dirige a mi trasero de nuevo para palpar mi entrada e internar dos dedos de golpe produciendo de mis labios un gemido sordo que me obliga a aferrarme al borde de la madera con violencia. Cierro los ojos y cometo el error de hacerlo porque me pide que le mire.

–Mírame cuando te estoy penetrando, niño… –Le miro con nerviosismo y con lágrimas a punto de caer de mis ojos pero su sonrisa tranquilizadora me hace sentir un poco mejor mientras sus dedos entran y salen de mí con violencia. Al principio un poco más despacio pero a medida que pasan los segundos lo hace más rápido y haciendo tijera con ellos. Como no parece sentirse satisfecho me coge de la cintura y mete sus dedos hasta el límite en que sus falanges le permiten pero aprieta un poco más mientras que con su mano en mi cintura me empuja para que no retroceda ante el contacto. Cuando cree que es suficiente los saca de mí y se quita la chaqueta del uniforme y la camisa. Los tira al suelo sin darle importancia y aparta el cubo de agua para quedarse de pie frente a mí entre mis piernas y desabrocharse los botones de su uniforme. Yo torturo mis labios mientras mis manos temblorosas no saben donde sujetarse ya.

Con una de sus manos empuja mi pecho para chocar mi espalda contra la mesa y llevo mis manos a mi rostro para cubrirme con ellas mientras él se coloca entre mis piernas y la adrenalina me controla cuando siento su glande en las puertas de mi entrada. Entra poco a poco mientras una de sus manos le ayuda aferrándose el pene y la otra en uno de mis muslos, abriéndome. Yo lloriqueo en mi rostro oculto por mis manos y mi respiración se acelera hasta el punto en que me siento marear. Cuando está dentro de mí espera al menos unos segundos y comienza con estocadas lentas pero profundas. Hace lo mismo que con sus dedos, llegar hasta donde no puede más y aún así saltarse el límite haciéndonos a los dos intensificar el contacto. El sonido de sus caderas chocando con mis glúteos me hace sentir avergonzado, un motivo más para esconderme de su mirada.

Una vez ha cogido el ritmo de las penetraciones se conduce con sus manos a mi pene y me masturba haciéndome gemir más alto. Me siento sucio al verme agradecido por sus manos tocándome y me tienta a descubrirme pero no cedo hasta que una de sus manos cae sobre mi brazo y me retira de la oscuridad y la intimidad que me proporcionaba mi mano para tirar de él y erguirme en la mesa mientras con su otra mano en mi espada me ayuda con las embestidas y no permite que me aleje. Al fin veo su rostro con ojos entrecerrados y unos  labios a punto de estallar, porque no cede de morderlos y gemir de entre ellos. Aprieta su ceño y me acerca a él para besarme. El beso es tan inesperado y extraño que me alejo sintiendo un regusto de ron entre ellos pero cuando se ve rechazado por mí, lleva sus dos manos a mi cintura y me penetra con más rapidez y violencia mientras yo me deshago en gemidos y murmullos inconexos.

Llevo casi sin querer mis manos a sus hombros para sentirme seguro en el agarre y poco a poco las deslizo hasta su cuello para agarrarme con fuerza entre mis manos. Su rostro cae sobre el mío, su frente choca con la mía teniendo cuidado de mi herida y toca un punto dentro de mí que me produce una dulce, suculenta y exquisita descarga de adrenalina. Un placer que no había sentido jamás. Una descarga eléctrica tan placentera como sorprendente. Gimo con ojos cerrados todo lo que mi garganta me permite pero avergonzado de mis propios gemidos besos sus labios para acallarme. Esta vez se sorprende por mi beso y yo mismo me siento extraño al encontrar con mi lengua la acidez y el dulzor del sabor de la cereza en el interior de su boca.

Aprovechando mi repentina iniciativa me coge en brazos sin salir de mí y se sienta en la silla que ocupaba antes. Me deja sentado sobre sus piernas y me obliga a moverme a su gusto. Me ayuda con sus manos en mi cadera, pero yo aún sujeto a su cuello salto sobre su regazo buscando tocarme de nuevo en ese punto. Él lo busca con insistencia y una vez encontrado se delita presionando tantas veces como sea necesario para hacerme venir. Nos besamos de nuevo repetidas veces y pierdo la cuenta de cuantas marcas ha dejado en mi cuello o cuantas veces que gemido su nombre suplicándole que se detuviera pero también que continuara. He olvidado ya cuanto tiempo ha transcurrido y cuantas veces él ha lloriqueado mi nombre con voz infantil. Cuantas veces ha mordido sus labios, cuantas le he mordido yo y cuantas me ha mordido él. Cuantas veces he arañado sus brazos y espalda, o su pecho o su vientre. Cuantas veces me ha pedido que no me detenga y cuantas me ha suplicado que me corra sobre él. Al final lo hago y con la imagen de mi pene expulsando el semen se corre él dentro de mí sucumbiendo ambos a un éxtasis que poco a poco se torna cansancio y sofoco.

Cuando sale de mí me dejo caer en su regazo y con sus manos en mi cintura me levanta y camina conmigo hasta una sala contigua donde hay una cama y un escritorio. Sobre la cama hay algo de ropa que entiendo es para mí y cuando me deja sobre la cama me tumbo en el colchón y él cae a mi lado. Desnudo me abrazo mis propios brazos y él los sustituye pasando su brazo por mi cuerpo para acurrucarme en su pecho y el cansancio poco a poco nos puede a ambos. Nos quedamos dormidos sin darnos cuenta.

El amanecer se está acercando. Poco a poco puedo ver cómo a través de las ventanas del camarote la luz comienza a entrar pero aun no es una luz anaranjada. Tan solo la luminosidad del sol aún escondido en el horizonte. El sonido del mar moviéndose me ha acompañado toda la madrugada entre el abrazo de Jimin en donde no he podido pegar ojo. No ha sido la humedad colándose en mis huesos ni tampoco el dolor en mi cuerpo, sino el remordimiento de lo sucedido y la suciedad inexistente en mi cuerpo. Tan solo presente en mi mente de forma que me miro y siento vértigos y náuseas. Me levanto sigilosamente y salgo fuera del cuarto para ponerme mi ropa interior en el suelo tirada y mi camisa que aunque sucia y ajada me hace sentir mejor de alguna forma.

Sin poder remediarlo la pistola me llama la atención y caigo sobre ella con mi mano aferrándola con fuerza. La meto en la línea de la ropa interior y salgo fuera al exterior, a la cubierta desierta del barco. Todo el mundo está aún durmiendo y en pocos minutos comenzarán las faenas de labores, pero para entonces ya no encontraran mi cuerpo en el barco y tampoco harán el mínimo esfuerzo por buscarme. Camino a lo largo del barco hasta situarme en la misma proa y trepar hasta el borde de la barandilla con mis pies desnudos sobre la madera. Con una de mis manos me agarro a las cuerdas que sujetan los mástiles y a mi izquierda, la figura tallada en la madera surca lentamente el leve oleaje. El barco se mueve pero no lo suficiente como para hacerme perder el equilibrio.

–¡JUNGKOOK! –Grita una voz a mi espalda y rápido miro como el cuerpo de Jimin en las puertas del camarote me mira con ojos desorbitados y la boca entreabierta. En su cuerpo tan solo porta los pantalones a medio abrochar y caen en su cadera mostrándome los huesos ahí. Antes de darme tiempo apenas a girarme él sale corriendo a donde estoy yo pero le apunto con la pistola y le grito a pleno pulmón, lo cual le hace quedarse asombrado.

–¡No te muevas! ¡No des un paso más o disparo! –No parece que mi amenaza sea lo suficientemente agresiva ni valiosa como para hacerle detener por lo que opto por apoyar el cañón de la pistola en mi sien, que es el primer lugar al que iba a ir destinado, y él se detiene en seco con las palmas de las manos en alto mostrándome una apariencia indefensa, pero apenas ha quedado a dos metros de mí con lo que en cualquier momento puede abalanzarse sobre mí–. ¡Si te acercas un paso más disparo!

–Jeon… Kookie… por favor… no lo hagas… Volvamos dentro, ¿Hum?

–¡No pienso ser tu putita lo que me quede de vida!

–No… Jeon por favor, no me hagas esto…

–¡Vete a follarte a otro niño, hijo de puta pervertido! –Aprieto más el cañón en mi sien y ya me siento con la adrenalina suficiente como para disparar pero sus palabras suplicantes no cesan.

–Baja de ahí, Kook. Por favor, no dispares.

–¡Cállate!

–Te prometo no tocarte, pero baja de ahí, por favor… no… no… no me hagas esto… –En sus ojos puedo ver como las lágrimas comienzan a acumularse inexplicablemente en sus ojos y como sus labios tiemblan. La imagen es conmovedora pero cierro los ojos y grito a pleno pulmón sintiendo mi garganta quemar. Me desgarro y el dolor hace que pueda disparar. Disparo y suena el gatillo moverse pero nada más. La adrenalina dentro de mí se va apaciguando a medida que soy consciente de que la pistola no está cargada. La miro unos segundos de reojo y vuelvo a disparar inútilmente un par de veces más desfalleciendo por la imposibilidad de la muerte. La pistola cae al suelo de mis manos y me siento ir por el repentino bajón de adrenalina inútil en mi cuerpo. Unos brazos alcanzan a cogerme y me veo rodeado por Jimin de nuevo. Una vez más entre sus brazos de los que me intento zafar pero no lo consigo cayendo en el llanto y aupado por sus brazos para enredarme con mis piernas a su cintura. Me dejo hacer llorando en su hombro mientras el sol de repente aparece por la línea del horizonte. Él lo mira pero yo me dejo acunar por sus brazos–. Vamos, pequeño… –Nos conduce dentro–. No me vuelvas a hacer esto… Por favor…


FIN

Comentarios

Entradas populares