LOBO HAMBRIENTO DE VIDA (VKook) [One Shot]
LOBO HAMBRIENTO DE VIDA [One Shot]
JungKook
POV:
Las copas de los árboles en la lejanía se denotan pesadas y cansadas, un poco torcidas por la nieve acumulándose en sus hojas y ramas, pero lejos de verse debiluchos, aguantan firmemente, incansables. Algunos copos caen del cielo pero de forma delicada y con paciencia, no tienen prisa por la inminente caída contra el suelo. Bailan, describiendo el recorrido que se les antoja pues no hay viento alguno que les condicione. Una mañana agradable de pleno invierno en las montañas. El sol, escondido siempre, temeroso y avergonzado del paisaje, se oculta tras las nubes pero brilla a través de ellas reflejando su luz en la nieve blanquecina y esponjosa. Sé que está helada y duele solo tocarla pero ¿qué importa? Parece algodón sembrado en campos de infinidad descuidados, nada depurados, creciendo a su libre albedrío.
Me acerco un poco más a la ventana entre maderos que conforman la pared y con mi taza de café caliente en una mano, cubro mis hombros con una manta de lana, completamente asustado del frío cuando deba salir a por leña. Las mañanas en las que parece agradable salir se me hacen muy pesadas porque no hay sonido del viento que me acompañe y tampoco tengo a nadie que converse a mi lado. Desde que murió mi padre, hace cinco meses, estoy solo en medio de la nada con el pueblo más cercano a media hora de viaje en coche. No es sino una opción voluntaria el permanecer aquí pero aun así, hay días en los que desearía que él regresara y me ayudara a soportar la soledad a la que cada día aborrezco más.
Suspiro, y sobre el cristal se forma un círculo de vaho que se condensa rápidamente. Me alejo de la ventana asustado a la par que divertido y camino por el suelo de madera acentuando mi fuerza en cada paso para escuchar al menos algo de vida en el interior del hogar. Cuando llego, me siento sobre la mesa redonda en el centro y me giro a la puerta trasera que me muestra desde su ventana en la parte superior como sobre las copas de los árboles, más allá, una pequeña bandada de pájaros rompe el cielo dirigiéndose lejos, ellos que pueden. Mi camioneta aparcada a medio metro de la puerta está sucia y asqueada. Siempre pienso en limpiarla pero, ¿quién se atreve a manejar agua helada para limpiar un camión que se ensuciará la próxima vez que salga de caza? Y no será en mucho, ya me estoy quedando sin víveres y es eso o aventurarme a viajar una hora de ida y vuelta arriesgándome a que se me congele el motor a mitad de camino.
Doy otro sorbo al dulce café y miro la chimenea donde la cantidad de maderos acumulados a un lado para ser usados, ha bajado considerablemente por lo que irremediablemente me obligo a salir antes de que el sol se vaya para al menos pasar un par de noches aunque sea con la calefacción encendida. Con un último sorbo me levanto y camino hasta el cuarto de donde extraigo del armario una camiseta de manga larga, un jersey y unos pantalones militares que eran de mi padre y se ven tremendamente recosidos en rodillas y entrepierna. Sin titubear me los agencio y sobre mis pies pongo las botas con las que siempre ando, las únicas que tengo y las más cómodas que me he puesto jamás. Sobre todo ello, un abrigo marrón forrado de piel en su interior y con unos guantes y un gorro de lana del mismo color marrón de la chaqueta, cojo el hacha al lado de la puerta y salgo dejándolo todo dentro.
No necesitaría la camioneta para desplazarme unos kilómetros, tampoco iré tan lejos. Solo un poco de leña puedo encontrarla donde sea, al fin y al cabo, vivo en medio del bosque. El frío en mis mejillas es como cuchillas, afiladas y bien dirigidas para cortar la carne sin que me dé cuenta y tan solo soy consciente por el paso del tiempo cuando comienzo a ver que no siento ni mi propio rostro. Muerdo mi labio con fuerza conduciéndome a paso rápido para calentar los músculos hacia el interior del bosque y poco a poco me adentro entre árboles raquíticos tan solo con un poco de nieve acumulada en sus ramificaciones que no superan los diez centímetros. Los pájaros, más desfavorecidos, se refugian entre su corteza sin haber encontrado nada mejor pero a poco que avanzo ya me encuentro otro tipo de vegetación, más viva y monumental. Grandes árboles que ocupan toda la visión y que oscurecen el paisaje con sus copas frondosas incluso en invierno. No distinguiría el día de la noche si no fuera porque a penas tengo que avanzar quince minutos para adentrarme aquí dentro.
Incluso los animales valoran esa frondosidad porque se notan alterados y vivos, con una actividad constante como algunos pájaros a lo lejos piando tal vez para atraer a alguna apetecible hembra, o incluso los dientes de una pequeña ardilla que necesita de su fuerza dental para alimentarse de una nuez rebelde. El sonido es tremendamente reconfortante y sonrío mientras me detengo a observar un pequeño árbol de tan solo nueve metros de altura. El diámetro de su tronco no es mucho más grande que el de mi brazo por lo que lo golpeo con mi mano un par de veces comprobando que no esté podrido por dentro y convencido, le pego el primer hachazo haciendo que algunos pájaros a metros a la redonda se asusten por el repentino ruido y salgan volando lejos.
Retraigo el hacha desclavándola de la madera y de nuevo arreo al tronco con todas mis fuerzas haciendo que con dos golpes más ceda. Una vez en el suelo, debo despedazarlo en pequeñas partes por lo que lo primero que hago es cortar el tronco a la altura de nacimiento de su copa y poco a poco dividirlo en partes. Estoy a punto de darle una de las últimas estocadas cuando me detengo con el hacha en todo lo alto. Sujetándola con firmeza me giro poco a poco mirando a mí alrededor de donde he creído oír algo. Nada. Miro una vez más en todo mi entorno agudizando mi oído pero nada se me presenta y sigo cortando el tronco en tensión.
Cuando todos los pedazos, ocho en total, están tirados en el suelo, me arrodillo allí para sacar unas cuerdas del bolsillo de la chaqueta y atarlos de forma que no se caigan y poder sujetarlos a la espalda para caminar a gusto con ellos. Hago ruido mientras realizo todo el proceso pero un ruido que no me pertenece suena de forma evidente a un lado del bosque y giro rápido mi rostro descubriendo como de detrás de uno de los árboles, la figura de un lobo blanco se desdibuja entre el paisaje. Me mira, camina dando un rodeo y se detiene mientras alza su hocico al aire probablemente oliéndome. Sin pensarlo demasiado alcanzo rápidamente el hacha con la mano y la interpongo entre ambos sintiendo todo mi cuerpo tensarse, pues los lobos suelen cazar en manada.
Está lejos, bastante lejos pero mantenemos un tenso contacto visual en el que puedo verme reflejado. Abre su boca tan solo como un instinto y se pasa la lengua por sus dientes como haría yo antes comer una pieza bien selecta. Eso me hace incorporarme rápidamente esperando parecerle una amenaza pero como si de repente olvidase el interés en mí. Camina de aquí para allá tan solo tanteando el terreno. Tal vez espere a sus compañeros, o incluso le haya parecido una presa lo suficientemente fácil como para divertirse antes conmigo pero no se ve peligroso así que le sigo con la vista hasta que desaparece y una vez le he perdido, me cargo los maderos a la espalda suspirando cansado con el hacha sin soltarla de mi mano.
Me giro, con intención de dirigirme a mi hogar, pero alguien se interpone en mi camino. Él. De nuevo ese miedo en mis nervios me hace aferrarme con fuerza al hacha y su extraño comportamiento me inquieta lo suficiente como para matarle sin que me quiera siquiera hacer nada en absoluto. En cuanto se acerque, en cuanto vea la oportunidad. Él y su manada me roban la comida todos los días, bien mientras la estoy yo cazando o bien cuando ni siquiera la necesito. Son mi más fiel rival en cuanto a recursos humanos en medio de este bosque y con la misma dieta de ciervos y liebres, son mi competencia.
–Vamos, vete. –Le digo intentando sonar fuerte y grave pero no hago sino hacer que me gruña y retrocedo un paso. De un brinco se adelanta hasta mí cinco metros, y ayudado de unos pasos más recorta la suficiente distancia como para acobardarme y muerdo mis labios con fuerza esperando porque se lance a mi yugular, pero no lo hace. Trago saliva duro mientras él se queda mirándome de frente, como si esperase a que de nuevo le dijese algo. No me atrevo.
De nuevo alza su hocico, oliendo el aire a mí alrededor y mueve la cola detrás de él de un lado a otro. Su pelo blanco es tremendamente embelesador, moviéndose con el leve viento y confundiéndose con el blanco de la nieve. Saca su lengua y un sonido de lamentos sale de su garganta. Eso es incluso más terrorífico porque me siento temblar con el sonido que tal vez pueda atraer a otros lobos. Pero no, nadie más viene ni para ayudarme a mí, ni para servirle de refuerzo a él.
–Vo–voy a golpearte si no te vas… –Le amenazo, como si él tuviera la capacidad de entenderme y parece que lo hace porque de nuevo ese sonido de llanto ahogado. Con el hacha en la mano avanzo un paso y él retrocede dos, repito el gesto y al final, confiado, avanzo lo suficiente como para que él se aparte de mi camino y pueda regresar, sin apartar la mirada a mi espalda, de nuevo a mi hogar. Cuando me he alejado unos pasos, me veo sorprendido por unas manchas de sangre en la nieve. Unas cuantas gotas que siguen un débil reguero hasta donde está el lobo y sin darle importancia me escabullo de la fuerza de su mirada. Cuando me he alejado lo suficiente y ya veo la puerta de mi casa, corro hasta ella y me adentro dejando caer de mi espalda con un sonido brusco la madera al suelo. Respiro profundo sintiendo la adrenalina en todo mi cuerpo y el hacha en mis manos pesa, pero no la suelto. Jamás había visto un lobo tan de cerca, no suelen bajar tanto de las cumbres.
☾
Muy lentamente dejo escapar el aire de entre mis labios ya que el solo sonido me calma para apuntar bien el tiro. En mis manos, una temblorosa escopeta al principio, ahora con mis propios suspiros, algo más estable. A la otra punta, en mi objetivo, un ciervo adulto se yergue valeroso con sus cuernos en alto mientras en su boca mastica unas briznas de hierba fría que ha cogido del suelo. Mira a todos lados pero no me ve, con sus orejas busca algún sonido extraño pero nada le parece sospechoso y mientras se agacha para rebuscar entre la nieve, algunos brotes que aun queden, busco un punto en su cuello donde pueda dispararle con relativa facilidad y rezando para que sea mortal. Muerdo mis labios mientras el viento quiere desviar mi tiro pero no se lo permito y enfadado conmigo mismo por no estar conforme de la larga distancia que nos separa, disparo.
El sonido es brutal y el eco que produce, espantoso. El primer tiro es siempre el más fácil porque después del primer cañonazo, el resto de animales están alerta dificultándote el que puedas acercarte a una distancia más sencilla de matar y acabas subordinándote al último mendrugo de pan duro que te queda en casa como recurso de supervivencia para la hora de la cena y rezas para que al día siguiente, haya más suerte.
Viendo como el ciervo se aleja y desaparece suspiro maldiciendo por lo bajo y sigo caminando hacia al frente pasando por la marca que ha dejado la bala al chocar por el tronco de un árbol en vez de atravesar el cuello del maldito animal. Me acomodo más en el gorro y sigo andando hasta un claro a tres kilómetros de donde he aparcado y diviso toda la superficie en busca de alguna otra pesa que quiera dignarse a ser mi cena. Solo un pequeño conejo hace acto de presencia alzando su cuerpo para mirar por encima de la nieve. Él es de un color marrón claro, casi beige, con lo que me resulta fácil distinguirle y no le pierdo ojo mientras me coloco el arma en el hombro y miro a través de ella para verle con mejor perspectiva. Sonrío y muerdo más fuerte mi labio controlando mis nervios y mi hambre. Mi ansiedad y mi ego desmesurado. Es cuestión personal matarle y tras que cuente hasta diez, disparo viendo como por el impacto, su cabeza cae de lado al suelo y rápido me acerco viendo por encima del claro, como por el sonido de la bala, cientos de pájaros salen disparados todos dispersándose hacia la nada.
Cuando llego a la altura del conejo muerto, lo recojo del suelo y le inspecciono lo suficiente como para saber que es comestible y sonrío agradeciendo que aunque no es demasiado, dado el ciervo que podría haber conseguido, me alimentará por un día. Le sujeto por las orejas, viento como una se ve un poco desprendida del cráneo por el balazo en la cabeza que le ha desprendido parte de la piel. Camino con él de regreso al coche mientras con la otra mano llevo la escopeta. Me encantaría tener a mi padre a mi lado mientras ríe y se regodea de la presa que hemos conseguido pero como no es así, camino solo, escuchando tan solo el sonido de mis pisadas en la nieve. No recuerdo a mi madre, porque murió en el parto, pero a veces también pienso en ella aunque con menos frecuencia pues los únicos recuerdos que tengo de su rostro son de las fotografías y eso no es demasiada ayuda.
En unos minutos he llegado a la camioneta y cuando estoy metiendo al conejo en una bolsa sobre la parte abierta de atrás, el sonido de otras pisadas en la nieve me pone los pelos de punta. No son unas pisadas rudas y descuidadas como las de un humano. Son animales. Me giro sujetando la escopeta y me sorprendo al ver al mismo lobo que aquella vez semanas atrás. Lo reconozco mucho antes siquiera de fijarme en su pelaje o en sus ojos. Puedo sentirlo independientemente de si no se parece o si es idéntico. Me mira desde la lejanía y poco a poco se acerca a pasos rápidos y saltarines. Divertidos. Sin embargo a mi no me hace ni pizca de gracia porque probablemente haya venido incitado por el olor de la sangre de mi presa, de la sangre en mis manos o incluso en mi ropa, por lo que no solo puedo quedarme sin cenar, sino que incluso yo puedo ser su cena esta noche y no es algo que vaya a permitir por lo que cojo con fuerza la escopeta y le encañono haciendo que sus pasos se detengan al instante. Me mira y retrocede asustado pero debe tomarme por tonto porque da un rodeo acercándose igual. Esta vez desde la parte de atrás de mi camioneta y huele el aire, olfatea degustando ya en su paladar mi presa pero yo avanzo un paso haciendo que él me mire, al contrario que desafiante, temeroso.
–Es mi única cena, no pienso regalártela. –Le digo mientras le encañono con más firmeza y me encamino al asiento del conductor aun con la escopeta en la mano y me adentro con las piernas temblorosas. Siempre me acongoja estar ante la presencia de un lobo, pero las confianzas de este me asustan en sobremanera. Arranco la furgoneta mientras mirando por el retrovisor veo, asombrado, como el lobo se sienta en la base de un árbol y se conforma con la situación. No pierde ojo de la camioneta hasta que se cansa y se acurruca en el suelo mientras lame entre su piel, una herida en su costado. Lame allí un segundo y luego lame sus propios dientes un poco ensangrentados. Debe ser un lobo expulsado de su manada por haberse enfrentado a un alfa, me digo. Sin duda ha salido perdiendo.
Suspiro mientras me dejo caer en el asiento y golpeo el volante enfurecido mientras saco la llave del contacto y salgo del coche dando un portazo enfadado conmigo mismo. Para mi sorpresa, el lobo no me presta atención hasta que no saco el conejo de la bolsa en la camioneta y poniéndolo en el suelo, le abro en canal sacando las tripas y los intestinos. Todo aquello que no me comería y que sin embargo me molesta desperdiciar. Guardando el cadáver destripado de nuevo en la camioneta, me acerco muy cuidadosamente hasta el animal tumbado en el suelo que me observa con ojos atentos y animados. Parpadea, confiado, y cuando nos separa un metro de distancia, le enseño las tripas que huele en el aire. Solo con eso, ya se relame y asustado, las suelto temiendo por mi propia vida. Retrocedo y me quedo observando como el animal se incorpora y avanza ese metro de seguridad para catar con gusto la comida que le regalo.
–De nada. –Le digo con el ceño fruncido pero como no obtengo respuesta, regreso a la camioneta y me alejo viendo como se relame con la comida que acabo de darle. Yo mismo me alabo a la par que me riño, porque alimento al enemigo que es mi competencia, y no solo se alimenta de lo mismo que yo, también puede alimentarse de mí si le dejase.
☾
Las ramas de los árboles hace tiempo que ya no se sostienen en su lugar y caen violentamente haciéndome temer por mi vida. La noche, se ha fundido de repente con el entorno y cubierto el cielo de nubes, llueve hasta hacer desaparecer el más mínimo resquicio de mi cordura. Nada queda ya de mis intenciones por buscar algo de cena que sacie mi hambre y tampoco el ánimo de seguir caminando, he intentado regresar a casa por todos los medios pero en cuestión de segundos ha estallado una terrible tormenta y antes de darme cuenta me he visto corriendo hacia donde creí que se encontraba mi casa pero no he hecho sino perderme aún más y la escopeta en mis manos ya no sirve de nada, no tengo balas con las que defenderme pues las he usado todas en mi intento de caza.
Cubriéndome más en mi abrigo corro hacia ningún lado y un rayo quiebra el cielo partiéndolo en dos de forma que me quedo helado, viendo la luz reflejada en cada una de las pequeñas ramas de los árboles. Todo queda a oscuras un segundo después y cuando quiero retomar el camino, veo a lo lejos como otro rayo más cerca cae poniéndome los pelos de punta. He descartado ya completamente regresar por el frío o el agua calando mis huesos, sino por la simple protección que me proporciona el hogar ante los rayos y la caída de las ramas. Más me preocupa perderme de por vida. Incluso ser la cena de alguna de las fieras que se aprovechan de la climatología para atacar a aquellos que sufren ante el temporal.
Sintiendo un creciente calor por mi cuello me detengo atenazado por el miedo de reconocerme perdido y al detenerme miro a todos lados pero en los cuatro puntos cardinales tan solo se me muestra el mismo paisaje, uno terrorífico en donde no veo más de cinco metros a lo lejos por la densidad de la lluvia, un lugar donde nadie desearía estar tan solo con un abrigo y en manos de una escopeta sin balas. Conociendo el clima tal vez llueva por más de tres días seguidos por lo que quedarme a esperar que la lluvia pase y se despeje el paisaje no es una opción pero caminar ciegamente tampoco, porque puedo incluso alejarme mucho más de mi casa y temiendo eso, me quedo paralizado mirando a la nada mientras las gotas de agua resbalan por mis mejillas y las saboreo en mis labios. Mi respiración es entrecortada pero apenas la oigo por la lluvia golpeando mi gorro.
Me giro, y la imagen que se me presenta es tan terrorífica que camino de espaldas lo suficientemente torpe como para caer y soltar la escopeta de la mano en un impulso por no chocar con el suelo y ayudarme de la mano. Sus ojos, negros como el carbón y sus orejas, puntiagudas y apuntando tan solo en mi dirección, me miran y me escuchan atentas. Sus dientes se me muestran tan desafiantes como si realmente estuviese atentando contra su vida. Su pelo blanco, que tanto amaba de él, se ve húmedo y mojado, huele a perro mojado y me gustaría insultarle “chucho” todo lo fuerte que pudiera, pero la voz no me sale más que para gemidos lastimeros mientras retrocedo hasta que la base de un árbol me lo prohíbe.
Apoyo mi espalda contra la corteza sintiendo como se me clava en la piel. Mis pies, delante de mi cuerpo están tensos, esperando por si deben ejecutar alguna patada y mis manos, temblorosas, intentan alcanzar la escopeta que quedó muy adelante y él avanza, decidido a donde yo estoy lo que me obliga a mantenerme erguido contra el tronco alejándome todo lo que puedo de él. Correr está descartado y enfrentarme a él, aún más. Intento rebuscar en mis bolsillos la navaja pero mis manos tiemblan de miedo y frío y lo único a lo que alcanzo es a palpar superficialmente por los bolsillos antes de sentir su hocico oliendo mis botas. Su lengua sale de entre sus labios para relamerse y sin duda me siento completamente atemorizado.
Con sus dientes engancha uno de mis cordones que cuelgan y tira de él hasta desatar la zapatilla y verse asombrado por ello. Nada más, no parece prestarle demasiada atención a eso y yo olvido por un momento que el agua me cala las piernas y el resto del cuerpo. Que la madera en mis espalda duele, que mis manos, a punto están de encontrar la navaja, porque sus ojos me miran con tanta intensidad que por un momento incluso dejo de sentir miedo pero este regresa cuando entre mis piernas abiertas se cuela caminando mientras me huele de arriba abajo.
Mis labios abiertos dejan escapar, muy de vez en cuando y solo cuando tengo aire, mi aliento que necesita salir por el miedo. Puedo sentir, entre mis muslos su cuerpo, caminando hacia mí, acercándose y desearía tener el valor de cerrar los ojos pero él no me deja, siempre busca en mi rostro mi atención hacia él y sin duda lo consigue cuando se ha acercado lo suficiente como para oler en mi cara y rozar su húmedo y frío hocico contra mi mejilla ladeada, temerosa de un mordisco. Muerdo mis labios y dejo escapar casi sin querer una lágrima que rueda junto con el resto de gotas providentes de la lluvia. Cuando su lengua, larga y rasposa lame mi mejilla, aprieto con fuerza la hierba al alcance de mi mano en el suelo. Tiemblo y siento que lloraré de nuevo si no se marcha, y no tiene la intención.
Sus dientes se aferran al cuello de mi camisa y tira de él haciéndome gemir completamente acojonado. Gruñe igual que yo gimo. Tira de mi cuerpo y yo me dejo hacer tan solo hasta que se cansa y me suelta lo que aprovecho para retroceder de nuevo y ponerme junto al árbol pero matarme no parece ser su intención porque de querer comerme, ya lo habría hecho. Como ve que me siento receloso, muerde ahora el pantalón en mi tobillo y tira de él para moverme nuevamente. No obedezco y es más, tiro de mi pierna enfadado haciendo que me suelte y probablemente dañándole en los dientes. No parece molesto, sin embargo y se sienta produciendo ese desagradable sonido de súplica que me pone los pelos de punta. Aprovechando que se ha sentado me levanto del suelo y alcanzo la escopeta para protegerme aunque sea con la fuerza bruta. No se ve intimidado y al contrario que volver a acercarse, se queda ahí parado, esperando por una reacción de mí.
–¡¿Qué diablos quieres?! –Grito inducido por la sordera que me proporciona el sonido de la lluvia y ante mis palabras se incorpora y camina con paso ligero hasta el borde de la neblina que no me dejaría verle. Se queda ahí, entre la realidad y lo que sería un espejismo, esperando por mí y cuando avanzo, él sigue caminando siempre mostrándome su figura entre la niebla y mirando de vez en cuando para comprobar que le sigo. Tengo un miedo horrible pero no tengo otra alternativa que no sea está esperando que vaya donde vaya me lleve a un lugar a salvo y refugiado de la lluvia. Mientras camino a paso rápido se me ocurren ideas nada descabelladas como la posibilidad de que me entregue como banquete de una manada o que me haga desorientarme aún más para poder cazarme desprevenido.
Y de repente, entre las cavilaciones, he dejado de ver su forma recortada en la niebla. Miro a todos lados y no me encuentro más que a mí mismo en medio de la nada como minutos antes. Grito por él, le insulto e incluso le ruego porque regrese pero en un par de pasos más, entre la niebla y de forma muy mal dibujada, mi casa al fondo. Como un repentino haz de luz, corro desesperado, casi al borde del llanto, hacia mi hogar. Sonrío mientras el cansancio en las piernas me mata y no me siento completamente a salvo hasta que no entro y me dejo caer en el interior completamente helado y tiritando de frío. Tras dejar tirada la ropa húmeda y calada, enciendo la chimenea y me pongo un grueso jersey de lana y unos pantalones de pana que me abriguen hasta poder entrar en calor de nuevo. Con una taza de café en las manos, una taza bien caliente y repleta de café extremadamente caliente, me siento en el sofá mirando como desde fuera el sonido de la lluvia es mucho más fuerte que los chasquidos de la madera quemándose frente a mí. El clima no ha sido benevolente conmigo e incluso me veo como un pobre loco demasiado cansado para razonar pero tal vez ese lobo, acababa de salvarme la vida.
☾
No hay un solo día que pase y no recuerde como su lengua vagaba por mi piel tan despreocupadamente como si verdaderamente no sintiera miedo alguno, ni el más mínimo síntoma de recelo y mucho menos, deseo voraz de un apetito insano, completamente normal en él. Nada. Cuando me asomo a las ventanas creo verlo entre los árboles más lejanos, esos que no distingues de él ya ni la cantidad de ramificaciones ni tampoco te atreves a calcular su altura. Allí, escondido y agazapado espera a que yo salga pero no lo hago y me mantengo alejado, incluso me escondo tras las cortinas como una mujer avergonzada que se siente intimidada frente a los ojos del amado. Cuando regreso a mirarle, tan solo víctima de la curiosidad, él ha desaparecido y es entonces cuando comienzo a preguntarme si alguna vez estuvo allí o tan solo fue una imaginación de mi mente.
El tiempo no mejora y al contrario que sentirme mal, me encanta, me da la oportunidad de no tener que enfrentarme al bosque en una temporada y he bajado al pueblo para buscar alimento que me mantenga con vida por meses. No es más el miedo sino el recelo que tanto me inquieta. Un extraño sentimiento de acoso y persecución que no es de dármelas de esquizofrénico pero he de decir que cuando cierro los ojos y puedo sentir su aliento, cálido y animal, chocando en mi rostro, me muero de miedo a pesar de estar tremendamente protegido en el interior de mi casa. Con los puños apretados salgo cada vez que tengo que coger leña y no me extrañaría que de un momento a otro saltase por mi ventana tan solo para entretenerse con mi divertida expresión de seriedad y una fingida valentía. Solo cobardía en realidad porque no tengo interés ningún en matarle, pero menos en que él me devore a mí.
Las noches y los días se suceden y nuevamente me veo rodeado por el fuego de la chimenea que me veo en la obligación de apagar porque es tarde y me tengo que acostar para descansar lo suficiente. Tampoco tengo nada mejor que hacer y con un gran suspiro me acurruco entre las sábanas que me abrazan a pesar de que se sienten un poco más frías de lo que quisiera. Ha dejado de llover por unos segundos pero retornará en breves y así, con el sonido de las gotas rebotando en el cristal de la ventana sobre la cama, me ayudarán a dormir. Me giro un par de veces quedando de espaldas a un lado de la cama. Hoy hay luna llena y aprovecha los rincones entre nubes para mostrar su grandiosidad lumínica por todo mi cuarto. Distingo tan solo formas pero es más que suficiente en comparación de las noches cerradas en que tan solo distingo mi cuarto por las fantásticas formas que desdibujo yo en mi mente.
Cierro los ojos y me siento ya el cuerpo pesado cuando escucho un sonido desde la puerta que da a la calle. Todo mi cuerpo se hiela al instante y me gustaría convencerme de que ha sido el viento que ha chocado contra ella pero no es una noche de viento. El sonido se produce de nuevo como si alguien forzara desde fuera y pienso en incorporarme rápidamente pero el miedo me atenaza más de lo que quisiera y soy incapaz de moverme como para alcanzar la escopeta que descansa en el rincón del cuarto. Demasiado lejos.
Oigo el sonido de la cerradura ceder ante la fuerza y no sin insistencia. La puerta se abre y escucho con más facilidad los sonidos del exterior y como poco a poco comienza una lluvia nuevamente. Pero eso no es más que un sonido lejano comparado con el de unas pezuñas sobre la madera que se acercan a paso ligero, rápido y sin duda decido. Sabe dónde encontrarme y yo me tenso escuchando como las pisadas acaban de entrar en el cuarto. Cubro mis labios con mis manos no dejando que salga una brizna de aliento y mucho menos mis gemidos lastimeros, producto del miedo que está volcando mi estómago. Cuánto desearía desaparecer al instante. Cuanto me encantaría tener a mano cualquier cosa con la que protegerme y no arriesgarme a que salte a mi yugular el animal que acaba de entrar. Oigo su aliento, su nariz olfateando. Le siento a los pies de mi cama y como se encarama a ella apoyando sus patas delanteras sobre el colchón moviéndonos a ambos. Un frío gélido y mortal asciende por mi columna y sin moverme siento como se hace hueco bajo las mantas y se cuela dentro. Siento su pelo rozar con mis piernas y las retiro acongojado, pero no es el cuerpo de un animal lo que se acomoda a mi lado sino que puedo sentir claramente como una piel humana choca con la mía. Unos brazos que se hacen paso por las mantas y unas piernas que le ayudan.
Yo estoy de espaldas pero puedo sentir como se ha acomodado a un lado del colchón. Trago saliva y confuso por toda la situación miro de reojo poco a poco sin ser evidente pero él me mira, fijamente y apoyado en el almohadón con su brazo y su rostro en la palma de su mano. Un hombre, desnudo al completo y con el pelo blanco como la nieve me mira con una gran sonrisa infantil que me hace sentir tremendamente pequeño y menudo. Desde su cuello hasta la punta de su piel no porta una sola prenda de ropa, ni siquiera nada que cubra sus genitales, que los siento flácidos y blandos rozarse con mi pierna.
–¿Qui–quién eres…? –Pregunto más curioso que aterrado pues la dulzura de su rostro ha hecho que pierda todo el miedo que me consumía. Me pongo de cara a él y sus ojos, los distingo nada más que puedo pararme en ellos y en su oscuridad. Unos ojos negros y rasgados, brillantes, vivos, animales.
–Por fin, luna llena. –Dice sonriendo, mostrándome las dos filas de dientes que ya no resultan tan amenazantes y sin embargo me intimidan. Su voz, grave y desgarbada, habla sumisa a sus palabras y casi es un suspiro lo que suelta–. Tantas lunas... y al fin me he atrevido.
–¿A qué? –Pregunto mientras pretendo incorporarme para al menos no estar en la misma cama que él. Pienso en prestarle ropa, en darle de comer y probablemente preguntarle si me veo como un demente porque siento que le conozco.
–Para tenerte. –Detiene mi intento de levantarme y agarra mi muñeca mientras me acomoda de nuevo en el cochón. Incorporándose levemente consigue intimidarme colocándose sobre mí con una de sus piernas desnudas entre las dos mías y de moverme, me rozaría con su rodilla lo cual sería lo suficientemente incómodo para ni si quiera intentarlo–. Quiero cubrirte, vamos.
Sus labios rozan cálidamente la piel en mi mejilla, tan suave y sutilmente que siento un escalofrío tal que me hace temblar. Una de sus manos, apoyada sobre mi muñeca en el almohadón, me impide moverme demasiado. Su pecho descansa sobre el mío y nuestras respiraciones nos hacen rozarnos. Su aliento es increíblemente tan cálido como helado y eso me encanta. Tal vez sea yo, o el frío en el cuarto, pero creo que puedo ver como el vaho de entre sus labios sale de él igual que un animal en medio de la noche. Me huele, me olfatea, igual que un animal a su presa.
–¿Cu–cubrirme? –Pregunto rezando por que mis creencias en la malinterpretación de mi entendimiento sea eso, un error.
–Quiero copular, follarte, chico. –Me aclara tal vez un poco confuso de mi desconcierto pero no es más cierto que me siento completamente perdido–. Quería hacértelo cuando fuera humano, he esperado tanto… hueles tan bien… –Hunde su nariz en mi cuello y aspira profundo produciéndome de nuevo esos escalofríos tan desagradables.
–No–no soy un animal para que puedas cubrirme a tu antojo. –Interpongo mis manos entre nuestros pechos pero él no cede, aferrándose más firmemente a mis brazos–. Ni tampoco una perra en celo, sal de mi cama. –Nada sirve empujarle y tampoco quiero hacerle daño.
–Tan pronto me das de comer y ahora me echas a patadas… vamos, ven… –Dirige sus manos a mi cadera y me abraza la cintura para alzarla y hacer que choque con la suya, y son nuestros miembros, el mío cubierto y el suyo desnudo quienes chocan. Me recorre el miedo y llevo mis manos a sus hombros asustado. Él gime, a medida que se divierte endureciéndose con mi pierna.
–¡Ngh! –Gimo mordiendo mi labio inferior cuando sus frías manos se cuelan por mi cintura ascendiendo por mi vientre. Poco a poco ascienden y me dejo acariciar buscando el contraste entre la calidez de las sábanas y la fría mano de porcelana que se recorre a su gusto. Sin buscarlo roza uno de mis pezones y palidezco para verle disfrutar de la sensación en sus dedos. Repite el gesto, esta vez más burdo y rápido haciendo que mi tetilla se mueva con sus dedos y duela, por el frío y a la vez por el calor que asciende por mis mejillas. Su sonrisa aparece con mis gemidos y siento que la situación ya no se sostiene en mis dedos y cae, al vacío de entre los huecos, para desaparecer y alejarse de mi alcance. Ya nada me hace tomar el mando y me dejo hacer en sus más perversos deseos imaginándome siendo llenado por él. Solo la imagen en mi mente me lanza a besarle y se deja tan extrañado como yo de mi mismo. Su lengua, juguetea débilmente unos segundos en mi boca abierta y yo violo sus labios con rudeza. Nos separamos por el aire tan ansiado y me mira rebuscando con sus manos el borde de mi camisa.
Ha sido mi primer beso.
–¿Cómo te llamas? –Me pregunta mientras asciende lentamente la camiseta buscando en mi piel aquello que tanto le ha excitado tocarme. Cuando me ha arremangado la prenda hasta mi cuello, lleva su boca allí para lamer igual que haría un perro. Su saliva está ardiendo, muerdo mis labios de nuevo respondiendo a su pregunta entre suspiros.
–Jeon. Jeon Jungkook.
–Hum… Jungkookie… ¿Hum? –Asiento–. Hum, que bueno.
–¿Tú?
–No tengo. –Dice sin más y se encoge de hombros mientras desciende sobre mi cuerpo para seguir lamiendo mi vientre y mi cadera.
–¿No? ¿Y cómo te llamo? –Fijo indignación.
–Como quieras.
–¡Ah! –Exclamo cuando muerde la piel en mi bajo vientre y le miro directamente a sus ojos negros y asustados por mi grito, temerosos y titilantes. No me molesta sin embargo y acaricio sus cabellos incitándole a continuar–. Me gusta TaeTae. –Le digo y asiente mientras con su lengua juguetea en la línea del borde de mi pantalón. Viendo sus gestos no sé hasta qué punto juega conmigo o verdaderamente es tan tierno e inocente.
No sé si sabe cuánto me gusta lo que siento ni si sabe lo mucho que puede disfrutar de su cuerpo, pero mis manos van al botón en mis pantalones y los bajo suavemente para que él siga lamiéndome como tanto me está gustando. Cuando tan solo estoy en calzoncillos, sus manos bajan por el bulto ya formado y lo masturban con precisión haciéndome dudar de sus intenciones. No me parece suficiente pues una tela separa el verdadero contacto de su mano con mi piel pero no necesito liberarme de ella porque él mismo la baja y deja libre mi miembro ya húmedo y enrojecido.
–Lame. –Le pido casi como una súplica pero en mis ojos reflejo la verdadera intención de mis palabras y es la más pervertida acción. No asiente y tampoco se aparta, simplemente lo hace y lo hace muy bien. Con su lengua desliza desde ella toda mi longitud y su aliento, cálido y animal, choca con mi glande en la superficie. Encojo mis piernas, las abro, las cierro, me encojo en mi mismo incluso beso su coronilla que huele tan bien. Huele a otoño, a primavera. A humedad y a niebla. Huele a lo más profundo del bosque y a naturaleza.
–Ponte a cuatro. –Mientras me lo dice, se incorpora y no me da tiempo a suplicarle que siga con su tan dedicado trabajo, porque coge mi cadera con fuerza y me gira dejando mis glúteos a su vista lo primero. Yo termino de deshacerme de la camisa mientras sus manos recorren mi espalda quemándola con sus uñas marcando mi piel. Se coloca, se mueve mientras lo hace moviendo el resto de la cama y mirando por encima del hombro le veo masturbarse centrado tan solo en mi entrada.
–Va a doler si lo haces brusco. –Le digo un poco temeroso pero sin escucharme se inclina y besa una de mis nalgas mordiéndola después con rudeza. Gimo y me dejo caer en el almohadón con el ceño fruncido mientras que sus labios caminan ciegos hasta llegar a mis testículos y los besa y lame a su antojo mientras siento gotear de mi miembro un hilo de presemen que no se retiene más en el conducto. Su lengua, bendita lengua, entra en mí rápida y certera. Se mueve en mi interior, la muy descarada y sale para terminar de lamer el exterior ya bien lubricado–. Joder–. Murmullo sintiendo el repentino vacío en mi interior.
–Kookie… –Gruñe desde mi espalda y se recoloca conduciendo su glande a mi entrada. Está húmedo y caliente. Y debe estar muy hinchado porque nada más que penetra el dolor es brutal. Solo necesita de introducir la punta para coger fuertemente mis caderas e impulsarse para meterse de golpe y alcanzando a la primera mi próstata. Grito, pero no me importa, nadie puede oírme. Él gruñe, y sus uñas se clavan en mi cintura. Comenzamos con las embestidas mucho antes de lo que me gustaría y aún así, las disfruto todas y cada una. Son deliciosas, suculentas. Mis manos ceden y me caigo en la cama aun alzando las caderas con dificultad. El dolor no supera al placer y el placer se ve intensificado con el dolor. El sexo, me había resultado desconocido y sin embrago esta experiencia me satisface mucho mejor de lo que habría imaginado.
Su cuerpo se deja caer sobre mí apoyando las manos a cada lado de mi cuerpo mientras me sigue embistiendo. Siento su torso chocar con mi espalda y como este se mueve creando una deliciosa fricción en todo nuestro cuerpo. Cuando sus caderas se estampan con las mías, el sonido de piel desnuda es maravilloso, glorioso incluso ya que está mezclado con nuestros gemidos y gritos sordos. Por no hablar del sonido de la cama y como esta golpea en la pared. Todo suena, todo retumba. Me aferro con fuerza a las mantas en la cama sintiéndome frágil y débil. Poco a poco me abandona el raciocinio de mi propio cuerpo y me deshago en las sábanas mientras grito un sonoro “Tae” que hace temblar la madera de mi hogar.
Con un par de embestidas más él me llena con un líquido caliente y pegajoso que resbala por mis piernas hasta que sale de mí y caigo al colchón casi drogado. Somnoliento y confuso. Dolorido pero complacido. Ambos nos acomodamos como podemos entre las sábanas y el silencio es repentinamente brutal. Ahora soy de nuevo consciente del sonido de la lluvia fuera y del viento en los cristales. De nuestras respiraciones entrecortadas. Él sonríe feliz y yo me giro para envolverme con las mantas hasta que su cálido abrazo me termina de reconfortar. Su rostro, escondido en mi cuello respira tranquilo, huele mi aroma. Ambos dormimos.
☾
El sol entrando por la ventana trae consigo el sonido de algunos pájaros agradecidos del tiempo. Restriego torpemente el dorso de mi mano por mis ojos, cansado a la par que molesto y me muevo sintiendo una gran molestia en mi cadera. Me incorporo al instante y al hacerlo el dolor se intensifica pero no por ello dejo de levantarme y me pongo en pie mirando a todas partes después de haber rebuscado en la cama al individuo que me ha provocado el dolor.
Hace sol pero el temporal sigue frío y tras verme completamente desnudo me cubro con una manta que antes tapaba mi cuerpo en la cama pero rápido me arrepiento porque recuerdo lo mucho que disfruté sobre ellas.
–¿TaeTae? –Pregunto pero nadie contesta, nadie puede contestarme porque la casa está vacía. Con un suspiro y caminando por la casa me acurruco más en la manta mientras huelo en ella el mismo olor que estaba conmigo anoche. Es ya un vago recuerdo, algo que no vislumbro a entender y cuando paso por una ventana, allí está. A lo lejos, su figura igual que como ha permanecido durante días. Muerdo mis labios mientras me acerco a la puerta y la abro asomándome fuera. Salgo y a lo lejos, la figura del lobo se gira para verme y se contonea antes de desaparecer entre la maleza. Suspiro, sonrío y enrojezco, como una chiquilla avergonzada.
☾
La luz de la luna despejada de nubes entra por mi ventana hasta iluminarnos con su fría calidez. Fuera el viento ha cesado y apenas hay un solo ruido a excepción del propio del bosque en una noche en donde los animales salen de caza igual que hago yo en las mañanas. Algún búho nos acompaña con su aleteo y las ramas que inevitablemente chocan con otras por el leve resoplido de un viento que apenas se deja ver, hace que todo cruja. Pero apenas puedo centrarme en ellos. Alguien delante de mí ocupa toda la atención de mis cinco sentidos. Con mis manos recorro la línea de sus desnudas piernas sentadas delante de mí y colocadas a cada lado de mi cuerpo. Su piel es mucho más suave de lo que realmente se queda en mi recuerdo y más brillante. Es preciosa y de porcelana. Su desnuda anatomía sentada y abierta para mí entre mis piernas me hace sentir tremendamente posesivo pero al mismo tiempo débil y frágil, inofensivo. Sumiso a él.
Su olor llega hasta mi garganta, pasando por mis fosas nasales desde el ambiente que me rodea. Su olor a humedad, rocío, sabia, y algo mucho más animal de lo que podría descifrar me enloquece. Le miro con timidez mientras él me aparta la mirada dejándose acariciar en sus muslos por mis manos ya nada temblorosas. Me he acostumbrado a tenerle miedo pero también a sentirme confiado y agradecido de su presencia a mi lado en los días de luna llena. Sus ojos cada vez son más hermosos. Más humanos pero al mismo tiempo, cada vez le siento más salvaje cuando las sábanas se desordenan y nosotros caemos en el éxtasis más placentero. Él suspira y siempre es lo mismo. Yo suspiro en respuesta a su gesto y nos besamos intensamente hasta que nos vemos obligados a dejar que su naturaleza le haga marchase tal como ha venido. Como un lobo. Hoy es diferente. No quiero dormir mientras el tiempo pasa y se desperdicia.
–Te amo. –Le digo de la nada y él me mira sorprendido por mis palabras y más aún por mi valentía en cuanto a decirlas.
–¿A qué viene eso? –Me pregunta curioso mientras juguetea con mi mano en su pierna. Sentados en la cama, las sábanas desordenadas de una noche de lujuria nos rodean.
–Te amo. –Le repito–. No me dejes esta noche también. Quédate conmigo.
–Sabes que no puedo. ¿Quieres despertarte con un lobo que huele a perro mojado a tu lado? No es muy agradable.
–Me da igual, lo sabes.
–Pero a mí no. No puede ser. –Baja el rostro y yo me levanto de la cama y de su lado para dirigirme desnudo como él a la cocina y servirme un vaso de café para que el sueño no me venza y pueda mantenerme con él toda la noche si hace falta–. Ojalá fuera al revés. –Asiente.
–Aunque así siempre es mucho más emocionante. Nos cogemos con más ganas. –Me mira desde la cama y yo regreso dejando la taza en la mesilla. Él se acurruca en la cama y yo hago lo mismo mientras apoyo la espalda en el cabecero y le estrecho en mis brazos. Cuando siento su cuerpo rozando el mío, nada parece haber en el bosque más que él y yo. Solos, en medio de la nada.
–Estaría todas las noches en vela, si realmente pudiéramos estar juntos…
–¿Dejarías de dormir por mí? –Asiento–. ¿Dejarías de salir a cazar? ¿De comer?
–Te amo. –Le repito–. Parece que no sabes qué significa eso. –Asiente con una sonrisa vergonzosa mientras se yergue para besar mis labios.
–Significa dar todo de lado para estar con esa persona, ¿me equivoco? –Sonrío–. Por eso dejé mi manada. Por eso me agredieron. –Frunzo el ceño–. Les dije que me había enamorado de un humano. –Rápido esconde su rostro en mi cuello y besa allí donde la piel se esconde tras el lóbulo. Tiemblo con el roce de sus labios y puedo sentir como poco a poco mi cuerpo arde por sus palabras. Le hago retirarse de mí y le miro triste, con ojos acuosos y muy avergonzado. Mis mejillas arden y rápido le estrecho en mis brazos mientras huelo en la curva de su cuello el mejor olor que se me ha presentado. Su piel en mis dedos se siente suave. Agradable al tacto. Demasiado irreal. Pero aquí está.
–¿De quién? –Pregunto sintiéndome mal si me atribuyo sus sentimientos pero él ríe de mí y se levanta colocándose sobre mis piernas para coger mi rostro entre sus manos y hacer que le mire mientras la luna le alumbra el rostro con frialdad. Una blanco que palidece su piel de porcelana. Con un azul del cielo que le hace ver mucho más infantil y humano de lo que me gustaría pensar que es. Niega mientras me mira condescendiente y divertido, sabiendo que no soy lo suficientemente ególatra como para asumir la responsabilidad de sus sentimientos y me besa, confirmando mis sospechas. Sonreímos ambos en el beso, complacidos por él, sintiéndolo demasiado fugaz, efímero y endeble. No sabemos cuál es el último ni tampoco si habrá una próxima luna llena, pero no parece importarnos demasiado cuando nos estrechamos en un abrazo intenso hasta cortarnos el aliento. Nos fundimos de nuevo en uno, condenados a vivir eternamente a los antojos de su extraña biología mientras la luna, caprichosa, se encarga de guiarnos en una rutina demoledora, que puede acabar con mi paciencia, con su vida o incluso conducirme a la locura mientras espero de nuevo a que una noche aparezca con ojos humanos. Con labios que sepan saciarme. Con un cuerpo que me corresponda.
FIN
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