IDENTIDADES [PARTE I] - Capítulo 15

 CAPÍTULO 15


JungKook POV:

 

El móvil suena igual que sonó el despertador hace tres horas. Ahí, sobre la mesilla llamándome como esperando que mueva un solo músculo para cogerlo. Me niego y cubro mi cabeza con las sábanas blancas ocultando mi rostro y haciendo desaparecer el sonido de mi canción favorita, pero es algo que me resulta imposible. Se quien me llama y se por qué y es exactamente el motivo de mi condena por lo que me niego. A los minutos, deja de sonar y es como un gran peso que cae sobre mi cabeza.

Me acurruco más tiernamente sobre el colchón y antes de lo que esperaba la música vuelve a llenar el espacio en mi cuarto. Enfurecido retiro las sábanas de mi cuerpo y cojo el móvil deslumbrado por la radiante luz del medio día que entra por la ventana. Su voz me sorprende al otro lado.

—¿DÓNDE ESTÁS, JUNGKOOK? –Sus gritos parecen más de un jefe cabreado que de un amigo preocupado por mi integridad física. Pero ¿qué digo?, no es mi amigo—. Llegas tres horas tarde.

—No he ido en días.

—¿Cómo? –Seguramente ya se haya recuperado y este sea su primer día después de su fingida enfermedad.

—Como oyes, no me he presentado.

—Ven aquí, ahora mismo.

—No, antes me tienes que dar una explicación de…

—Ven y hablamos. Si no lo haces te despediré por tu incompetencia.

 

 

Mis manos aprisionan fuertemente el volante entre los dedos. Frunzo el ceño y conduzco camino a la empresa todo lo rápido que puedo temiendo una explicación que no me convenza. Ya me lo estoy imaginando, haciéndose el loco, creyéndome loco a mi también y negándolo todo como un niño que no asume las consecuencias de sus actos.

Su estúpida sonrisa me hará sentir inferior cediendo a sus actos y solo sus ojos me dirán la verdad de lo sucedido pero ese es el problema, no veo más allá que simples fantasmas delante de mí. Ya no sé a qué atenerme cuando una enfermedad se convierte en una mentira de tantos calibres como encontrar el baño encharcado en sangre y escondrijos con armas militares.

El otro día viví una locura que no esperaba ni por asomo y tal vez ahora encuentre la solución a todo. Y llego antes de lo pensado ya que me he perdido en mis pensamientos durante todo el camino y como he hecho estos días solo en un vano intento de conciliar un sueño que no acaba por destriparme como a un cerdo.

Llamo a la puerta de su despacho incluso antes de dejar mis pertenencias en mi mesa de trabajo. No quiero entretenerme más.

—Adelante. –Me contesta una voz al otro lado y al pasar una imagen completamente estúpida me sorprende. Es algo que en mi cerebro no encaja demasiado bien y es su rostro completamente impoluto. Sin un rasguño, sin una sola herida. Me siento en la silla delante de él y deja lo que hace para prestarme atención. Se cruza de brazos delante de mí y me mira alzando las cejas esperando por algo—. ¿Y bien?

—Te exijo una explicación.

—¿Me exiges? No empiezas bien, muchacho.

—Es lo justo.

—Me temo que no. ¿Recuerdas lo que te dije el día que nos conocimos? No juzgues mis actos o mis palabras.

—Juzgo tu estilo de vida en la que me veo involucrado. –Susurro acercándome a él con los dientes apretados.

—Te has metido tú solo. Tu función es trabajar aquí y proporcionarme la información que te pido sin rechistar. Por eso estás aquí, no para llevarme sopitas a casa. –Frunce su rostro en una expresión de asco que me destroza.

—¿Debería pedir perdón por ser amable?

—Tal vez deberías, pero por cogerme cariño.

—¿Cómo?

—No me tomes afecto, no por ser tu jefe, sino porque yo lo digo.

—No estoy aquí para discutir mi capacidad empática. Quiero explicaciones de lo que vi ayer.

—¿Qué viste?

—Todo.

—No viste nada.

—¿Nos jugamos algo a que si paso mi mano por tu cara me mancho de maquillaje? –Hago el amago de levantarme con la mano en su dirección pero retrocede asustado y algo tímido.

—Sigues sin saber…

—¿Y el baño? ¿Mataste a alguien? Porque lo parecía. Pero juraría que la sangre que pintaba las paredes era la tuya porque tu cuerpo está destrozado. Había una jeringuilla en el suelo. ¿Drogas?

—Anestesia. –Ya no me muestra una expresión confiada en sus palabras sino más bien avergonzada y tal vez enfurecida consigo mismo.

—Creo que lo de las armas fue lo de menos. Aun así mentiste a Yoongi.

—Debía hacerlo. Sé que es más difícil ganar el juicio sin tengo tendencia ilícita de armas que… —Le interrumpo.

—Vaya, así que te has estudiado la situación a fondo eh…

—Basta ya. He dado suficientes explicaciones.

—Y lo de la casa. –Me levanto de mi asiento y empiezo a hacer aspavientos a la par que intento controlar mi tono de voz e ignoro las suplicas de Jimin porque me detenga—. Y pensar que eso parecía ser lo más raro. ¿No tienes dinero? Venga allá. ¿Y las armas? No son baratas. Y tampoco los son las pastillas con las que te drogabas. Las he mirado en internet y…

—Las necesito. Y las armas, no son mías.

—¡Claro que no! Te las ha dejado el ratoncito Pérez debajo del suelo. Todo esto es una locura. Y me está empezando a afectar. –Me llevo las manos a la cabeza.

—Cálmate Jungkook. No puedo darte más explicaciones de lo que ya sabes. Y sabes demasiado, no me hagas remediarlo.

—¡NO me has dicho nada!

—Te estoy dando un consejo. Limítate a hacer tu trabajo. 

—Quiero volver a mi mundo, a mi realidad. –Comienzo a hablar conmigo mismo en alto—. A mi realidad exacta en la que me levanto cada mañana y todo es normal.

—Eso no es cierto Jungkook. —Frunzo el ceño sin entender sus palabras, como siempre—. La realidad es de todo menos exacta. Por ejemplo, tu realidad es que estás manteniendo una aburrida conversación con tu jefe. La mía es que ambos podemos morir en cualquier momento.

—¿Estás diciendo que eres aburrido? —Río olvidando sus terribles palabras y niega con la cabeza.

—Digo que no sabes quién soy.

—Por lo que veo es muy fácil decir lo que no eres. ¿Te llamas Park Jimin? ¿Tienes la edad que dices tener? –Asiente—. ¿En qué más me has mentido? –Piensa un momento y a los segundos una tímida e inocente sonrisa aparece en sus labios.

—La chica de la que te hable, —asiento—, no estoy enamorado de ella. No al menos de la manera en la que te he hecho entender.

—¿De qué manera, pues?

—Es un secreto. –Se lleva el dedo índice a los labios y emite un silbido haciéndome entender que no me lo contará. Y así, después de una conversación con él se cumplen mis vaticinios. Me voy igual que he llegado, sin sacar nada en claro—. Vuelve a tu puesto de trabajo.

 


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