HABITACIÓN Nº 126 (JiKook) [One Shot]

 
HABITACIÓN Nº 126 (JiKook) [One Shot]

 

 

JungKook POV:

 

Miro nuevamente mi reflejo en el retrovisor. El coche está aparcado ya y puedo tomarme la libertad de pasar mis manos por mi cuero cabelludo revolviendo el pelo en mi frente. No he sabido manejarlo a tiempo y ahora es demasiado tarde para remediarlo. Resoplo, ya no tengo más alternativa que dejarlo estar. A mi lado pasan los coches por la carretera en medio de una ciudad con un bullicio de personas de un lado a otro. Es ya muy tarde pero eso no parece que reprima a las personas para encerrarse en sus hogares. Algo me dice que la fiesta está tan solo a punto de empezar, al menos para mí.

Las luces de los coches se reflejan fanáticamente en las cristaleras de los edificios y por consiguiente en los cristales de mi coche, deslumbrándome desde fuera. El sonido de los motores me ensordece pero el barullo de las personas es mucho más violento. Puedo sentir, como a cada segundo que pasa, la corbata en mi cuello aprieta y me miro, una vez más, en el espejo del retrovisor para ajustarme mejor el nudo y sobar la tela de seda negra para buscar en ella la seguridad. Muerdo mis labios pero rápido me arrepiento y me dejo de fustigar los labios. Suspiro y miro fuera. El hotel reluce con propio resplandor y saco el teléfono para mirar de nuevo el mensaje, que me indica la dirección.

 

“Hotel Partenón, sábado, 00:30 am.”

 

Miro de nuevo por la ventana asegurándome de que el hotel de cinco estrellas que se asienta a mi lado es el correcto y tras suspirar varias veces, salgo. El viento de un otoño revoltoso me sorprende y meto mis manos en los bolsillos de mis pantalones de traje mientras cierro el coche y me encamino mirándolo a mi espalda mientras desaparece en la lejanía. Las puertas de cristal giratorias de la entrada me sorprenden con un brillo de oro que me pone nervioso. El lujo no es algo a lo que no esté acostumbrado, pero tal como es parte de mi vida creo, tengo la fuerte sensación, de que hay ojos tras las vetas del mármol en cada azulejo en el suelo que observan, curiosos, todos y cada uno de mis pasos. Cuando accedo al hall me sorprende una recepción de piedra de mármol blanco y con decoraciones y florituras en oro donde tras todas las amalgamas, un recepcionista vestido de uniforme rojo y negro inclina la cabeza y no se siente en la situación de perturbar mi camino que parece seguro hacia el bar del hotel. Se equivoca tanto como yo al venir porque ni mis pasos están firmes, aunque intente aparentarlo. Camino al bar porque necesito urgentemente una copa de whiskey.

Mis pasos sobre el mármol hacen un extraño sonido que anuncia disimuladamente mi presencia dentro del bar donde un par de personas están distribuidas por la sala. Un par de lámparas de araña caen desde el techo iluminando con luz tenue todo el espacio y me acerco a la gran barra redonda donde un camarero, con un traje de los mismos colores que el recepcionista, me mira, me sonríe y me atiende con ilusión.

–Un vaso de JacksDaniel’s, con hielo. –El camarero asiente y con una amable sonrisa me pone un vaso delante, echa tres hielos y después el whiskey que caer como una deliciosa cascada de un ocre radiante sobre los hielos que los quiebra y resquebraja. Cuando me ha servido cojo el vaso y camino mirando a todas partes en busca de la presencia de alguien, pero como no veo ningunos ojos que se fijen en mí, yo tampoco lo hago con nadie y me siento en una mesa cualquiera entre el leve barullo de las personas y la música de fondo que me acompaña con lo que parece ser un vals tranquilo y sosegado. Con ardiente necesidad de catar la bebida la acerco a mis labios y solo el olor quiebra mi olfato. Cuando me mojo los labios me siento arder y cuando al fin trago el ansiado líquido, mis mejillas parecen entrar en ebullición y relamo mis labios degustando el regusto de la bebida en ellos.

Saco el teléfono, angustiado y muy preocupado porque no solo llego cinco minutos tarde, sino que la otra persona aun no llega y eso me hace pensar que tal vez se haya arrepentido, tal vez se haya cansado de esperar o bien no haya llegado aún. Tantas posibilidades y ninguna me convence tanto como pegar otro largo trago a la copa y dejar que la incertidumbre se marche junto con la conciencia y los remordimientos.

Suspiro subordinado a la espera mirando a mi alrededor con disimulo solo para entretener unos segundos muertos. A mi derecha hay una pareja sentada en una mesa apoyada en la pared. El hombre lleva un traje parecido al mío, simple y recatado, mientras que la chica que le acompaña lleva un vestido negro ajustado a sus denigrantes cubras. Su cabello está recogido en su coronilla y algunos mechones caen despreocupados. Ambos creo, son una pareja ya que estoy por apostar son algo más que amigos, por la mirada interesa en ella, por la pícara sonrisa de él. Ella lleva una pulsera de oro, él un reloj de oro junto con unos pendientes de oro a la par. A mi izquierda hay un hombre solitario como yo con una copa de vino tinto frente a él. Da un largo suspiro y saca de su pequeño maletín a su vera un pequeño libro de bolsillo que se pone a leer por una página que ha marcado con antelación. No leo el título desde donde estoy pero no es tampoco importante. Detrás de mí, lo que parece ser un matrimonio con un hijo pequeño en un carrito. Del carro negro caen varias mantas de lana de color azul y blanco. Un pequeño juguete infantil cuelga del asa del carro y ambos dos adultos hablan en un tono más bajo del que se esperaría, por lo que entiendo que el niño a su vera debe estar dormido. La luz no me deja ver el interior del carro pero no veo un solo movimiento, nada despierto hay ahí dentro.

Frente a mí, sin embargo, se acerca un camarero que acaba de aparecer por la puerta del bar mirando a todas partes pero tras posar los ojos en mí su expresión cambia a una infantil, como un niño que encuentra su regalo de navidad escondido. Cuando se ha acercado lo suficiente deja con disimulo una tarjeta del hotel sobre la mesa y me saluda con una inclinación de su rostro. Se marcha, dejando ahí la tarjeta donde puedo ver el nombre del hotel en letras doradas sobre un fondo beige y la dirección junto con el número de teléfono. Bebo un trago del whiskey en mis manos y suspiro con recelo del trozo de cartulina frente a mí. Miro a todas partes pero como todo sigue en la misma estabilidad que cinco segundos antes me atrevo a coger la tarjeta y leer tras ella un mensaje en una letra detallada, cuidada, simple pero elegante.

“Habitación 126”

Con un largo suspiro leo varias veces las palabras, con detenimiento, con el mismo cuidado con que él las ha escrito. Bebo whiskey, giro la tarjeta y vuelvo a girarla en mis manos. Es una tarjeta peligrosa, es muy tentadora y al mismo tiempo, redentora. La dejo donde el camarero me la ha puesto pero antes de que el inexistente viento se la lleve o el recuerdo la borre, la cojo y me la guardo en el bolsillo interno de la americana de donde saco mi cartera y pago la copa que me termino de otro trago más. El camarero me hace una reverencia al salir y yo inclino mi cabeza como respuesta saliendo del salón hacia las escaleras que me conducen al primer piso, donde se encuentra esta habitación.

Cuando me he alejado de la presencia de cualquier persona el silencio es demoledor. Tan solo oigo mis pasos y mi acelerada respiración sucumbiendo a mi lenta velocidad. Los pasillos están forrados en el suelo de una agradable alfombra granate que amortigua el sonido de mis pisadas mientras que a ambos lados en las pareces la pintura del mismo color que la alfombra me resulta agobiante y sofocante. Paso mi mano por la pared de mi derecha y detengo el contacto cuando un cuadro se interpone en el camino de mi mano. Las puertas se suceden unas a otras y no pierdo de vista las placas sobre la madera caoba de estas. La luz es tenue. El olor, una mezcla entre madera, producto de limpieza y mi propio perfume. Todo a mí alrededor parece fundirse junto conmigo en una realidad que muy lejos está de mi verdadera vida y al contrario que sentirme incómodo me hace ver mucho más relajado de lo que me gustaría.

Al fin una de las placas doradas en una de las puertas me hace detener y antes siquiera de tocar la madera, miro a ambos lados. Saco la tarjeta del bolsillo y me retracto de que este es el lugar donde debo estar. Asiento mirando la placa.

“126”

Todo mi cuerpo da un vuelco cuando al golpear con los nudillos débilmente sobre la madera, nadie me contesta desde el interior. Vuelvo a llamar pero no oigo siquiera un susurro y probando si realmente no hay nadie, abro y la puerta cede ante mi agarre. El interior que diviso al principio es el de un cuarto oscuro, tremendamente oculto de mi vista pero mientras voy abriendo la puerta puedo ver como la luz que hay en el exterior ilumina las formas de los muebles del interior con delgadas y sinuosas líneas artificiales. Doy el primer paso al interior sumergiéndome en la oscuridad que antes de lo que creo me ha rodeado y la puerta se cierra detrás de mí sin darme tiempo a girarme a ella porque un cuerpo a mi espalda aparece de la nada para tapar mis labios con una manos firme que me deja sin aliento. Yo doy un respingo pero la otra mano del desconocido se dirige a mi pecho y sujeta la corbata con fuerza asegurándose de que deshaciéndome del agarre en mis labios no puedo huir.

–Me has hecho esperar mucho, pequeño. –Susurra con su delicada y acaramelada voz en mi oído. Todo mi cuerpo comienza a temblar con el sonido de su voz tan cerca de mi cuello y mis manos van a las suyas en mi rostro y en el pecho. Con cuidado retiro su mano de mis labios para contestarle.

–Lo bueno siempre se hace esperar. –Susurro y puedo oír su risa a mi espalda. Es una risa que me pone los pelos de punta. Ya puedo oler su perfume, siempre tan picante.

–¿No me digas? –Me gira en su abrazo y me hace mirarle pero no le veo por culpa de la oscuridad–. Vamos a ver cuán bien sabes. –Besa mis labios con violencia mientras tira de mi corbata para acercarme a él. Debe levantar su rostro porque le saco medio palmo pero es tremendamente autoritario y con la corbata en su mano me maneja a su antojo. Cuando quiere detener el beso lo hace y siento como se relame los labios a un centímetro de los míos comprobando la calidad de mi beso–. Mmm… siempre tan delicioso…

–Hyung… –Quiero hablar pero tira de mí para que me detenga.

–Shhh, pequeño. No seas impaciente. Como me has hecho esperar vas a ser castigado, amor. –Me suelta–. Pero antes voy a encender un par de luces, quiero ver cómo te humillas. –Camina lejos de mí y yo temo moverme porque me siento desorientado pero de repente, una luz parece dotar a la realidad de sentido. Una vela, de color rojo colocada sobre una pequeña estantería que está acompañada de un montón más. Con un encendedor camina por toda la longitud de la estantería encendiendo el resto, también en las mesillas a ambos lados de la cama y sobre una mesa donde hay también acompañando a las velas, unas copas de vino vacías con la botella en una cubitera.

–Esto… esto es…

–¿Demasiado? –Pregunta y yo asiento–. Quería que fuera… no sé…

–¿Especial? –Asiente ahora él–. Está bien.

Cuando ha terminado de encender todas las velas puedo ver un amplio cuarto con una cama redonda apoyada en la pared enfrente de la puerta, una mesa en la parte derecha de la habitación y unas puertas corredizas a la izquierda que entiendo es el baño. Él camina contoneándose hasta la cama y la mira con una sonrisa pícara mientras le veo sentarse en el borde. En su cuerpo porta una camisa blanca con los primeros botones desabrochados y unos pantalones de traje negros como los míos. En sus pies, unos simples mocasines. La americana y la corbata yacen en una silla al lado de la mesa. Él me mira con ojos lujuriosos y yo ya no tengo atención para nada más.

–Desnúdate. –Me pide mientras se cruza de brazos y de piernas mientras me sonríe cínico–. Ah, ah, ah. –Niega con el rostro–. La corbata no te la quites, me gusta cómo te queda. –Suspiro sonriendo y me desabrocho los botones de mi camisa pera verle relamerse los labios mientras camino hacia él pero me detiene con una mano y me quedo a unos metros de él mientras puede observarme por completo. Me deshago de una vez de la americana y de la camisa que saco de los pantalones y comienzo a desabrocharme los pantalones–. Que vistas tan hermosas…

–¿Te gustan, hyung?

–Me encantan Kookie… –Suspira–. Date la vuelta, quiero verte de espaldas. –Lo hago sumisamente y cuando me deshago por completo de toda mi ropa hasta quedarme en la interior él me mira negando con el rostro–. Toda, mi amor. Todo menos la corbata. –Con la vergüenza ascendiendo a mis mejillas llevo mis manos al borde de mis calzoncillos y los bajo mostrándome humilde, simple e indefenso frente a unos ojos que fantasean libremente con devorarme–. ¡Vaya! Pero, ¿qué tenemos aquí? Qué cosa tan hermosa… Ven, pequeño, ven aquí. –Palmea sus rodillas pero cuando pretendo caminar me niega con el rostro–. No, no, a gatas, mi amor… ponte a cuatro y camina hasta aquí.

Muerdo mis labios mientras le veo palmear su regazo y yo me arrodillo y camino a cuatro completamente desnudo y dando gracias que nadie más puede verme. Mis testículos y mi pene se mueven con un ridículo vaivén y cuando llego a su regazo pongo ambas manos en sus rodillas y él abre las piernas para verme mejor. No se resiste a coger mi corbata y usarla como correa para dirigir mis movimientos. Me acerca a su rostro para besarle pero tan solo un sello corto, rápido.

–Que perrito más bueno, ¿hum? –Con una de sus manos acaricia mi espalda y me da un cachete en una nalga haciéndome quejar–. ¿Duele? ¿Más fuerte? –Asiento y vuelve a repetirlo esta vez con más fuerza y una expresión más divertida–. Vamos, te daré muchas más si usas bien tu boquita. Lame, perrito.

Se abre la bragueta del pantalón del traje y deja salir su media erección mientras suelta un suspiro de alivio. Con sus manos mueve el falo frente a mi rostro y yo lo agarro con las manos mientras relamo mis labios. Me coloco entre sus piernas abiertas y comienzo a lamer el glande provocando que se caiga de espaldas sobre la cama. En ningún momento suelta la corbata que me obliga a no alejarme de él. El sabor preseminal ya ocupa toda mi cavidad bucal e introduzco todo su pene en mi boca. Toco adrede mi garganta y él sufre un espasmo adorable. Gime con sus manos aferrada con fuerza a mi corbata obligándome a repetirlo y lo hago todas las veces que él necesita para correrse. Cuando se ha venido en mi boca lo saco de mí y lamo toda la longitud para limpiarlo y lubricarlo bien pero él me aparta delicadamente y se deshace de los pantalones, la ropa interior, y de la camiseta. Se queda desnudo frente a mí y se sienta en el suelo donde yo antes estaba, dándome la espalda y apoyando sus codos en la cama. Me mira por encima del hombro.

–Vamos, perrito, ¿a qué esperas? –Asiento confuso con su repentina sumisión y me inclino para lamer su entrada y meter mi lengua como preparación, que sé perfectamente que no necesita. Me incorporo y apoyando mis manos a cada lado de la suya en el colchón me meto dentro de él recibiendo un gemido de sus labios como respuesta–. ¡Mmmm! ¡Ah! –No me resisto a besar su nuca viendo como se encoge con el inesperado contacto. Lo repito un poco más abajo en donde sus omoplatos forman un cauce y pasó mi lengua por toda esa línea en su columna. Hago tiempo para que se acostumbre a mí en su interior y mis manos van sobre las suyas para apresarlas aprovechando que estas son más pequeñas, adorables y manejables. Las encoge en un puño bajo mi presión y me mira sobre su hombro. Le hablo curioso.

–¿A qué tanta prisa? ¿Te has aburrido de los preliminares?

–Quería tenerte dentro ya. –Me dice ya con las hebras sobre su frente húmedas. Sus ojos me retiran la mirada avergonzado pero le beso en sus labios jugosos y carnosos.

–Pues ya estoy dentro, hyung. Hoy mandas tú, Jiminie. ¿Qué hago, mi amor?

–Muévete.  –Comienzo a hacerlo mientras le veo esconder el rostro en la cama y yo dejo una de sus manos para dirigirla a su cadera y guiarme con ella en el movimiento. El sonido de nuestras pieles chocando y nuestros gemidos llenando el ambiente nos hace sentir mucho más calientes a ambos y él poco a poco cede al vaivén ayudándome con su movimiento. Su trasero, protuberante y acolchado, chocando con mi cadera, es lo mejor que he sentido jamás, me hace ver las estrellas con tan solo cerrar los ojos y sentir el ardor recorriendo mi cuerpo. Sus gemidos pasan a ser aniñados y demoledores cuando he pulsado su próstata y me hace golpearle más fuerte desviando una de sus manos tras su espalda a mi trasero embistiéndole. Me clava las uñas allí y yo me yergo para posar ambas manos en su espalda e inmovilizarle mientras le embisto con fuerza–. ¡Kookie! ¡Ah! Me vengo… –Se lamenta y yo me aparto de él saliendo y haciendo que me mire con odio y confusión.

–No quiero que esto termine tan rápido, vamos, te he echado mucho de menos para que terminemos tan pronto. –Suspira resignado y se levanta para subirse a la cama y caminar hasta colocarse en el centro del círculo. Yo me incorporo y le sigo para ser otra vez apresado por su mano en mi corbata y me besa. Sus besos, son los más deliciosos, porque están prohibidos.

Con un tirón me hace caer sobre su cuerpo en la cama y rodea mi espalda con sus manos. Pequeñas, delicadas, sumisas al contacto, y me recorren mientras sus labios me hacen un camino de besos dese el cuello hasta los pezones. Para más comodidad me hace caer a su lado en la cama y se sube sobre mí para rozarse con mi miembro mientras me sigue lamiendo el pecho.

–No he sido gentil con mi perrito… perdóname Kookie… –No tengo respuesta para sus palabras mientras le veo colocarse mi pene en su entrada y dejarse caer suavemente para acomodarse. Con sus manos acaricia mis pectorales y cuando comienza a moverse, me araña. Él tiene el privilegio de dejarme marcas, yo no tengo esa suerte. Y de repente, comienza. De la nada aparecen esos alaridos infantiles que tanto me enloquecen. Esa versión aniñada de unos gemidos que debieran ser masculinos. Nada, no veo nada de eso en ellos. Son unos gritos lastimeros cada vez que caer sobre mí botando como una prostituta experimentada. Cierra sus ojos dolorido pero no le duele tanto como a mí verle en esta situación, tan tremendamente excitante. Con mis manos en sus caderas intento guiarle pero me las golpea y me dejo hacer mientras abre sus ojos y me muestra la más sádica sonrisa que he podido verle nunca.

–Hyung… ¡ah! Humm… más rápido.

–Calma amor, ¿no eras tú el que decía que no tan rápido o terminaría… ah… ¡Ah!... mm… nues… nuestro juego… mmm...?

–Mmm…

–Tócame, pequeño… –Dirijo una de mis manos a su pene y le masturbo con rapidez para que él siga con el resto de su cuerpo el mismo ritmo pero no lo hace. Me sigue torturando a este lento ritmo que me pone de los nervios. Muevo mi cadera para embestir y él se agarra instintivamente a mi pecho para no caer.

–Si no me haces correr me deberás dos… –Le aviso y él sonríe divertido mientras, resignado, sale de mí y se queda sentado, con la respiración agitada, delante de mí.

–Eres un quisquilloso. –Me contesta con sorna y me empuja de nuevo para caer sobre el colchón y tumbarse él entre mis piernas levantando mi cadera para lamer mi entrada, obligado. Después de su lengua vienen un par de dedos pequeños e inquietos que me preparan mientras lame y muerde mis ingles y testículos. Mi pene palpita ya, deseoso de correrse pero no me toco y él tampoco lo hace, tan solo sus dedos no son suficientes–. Estás muy caliente, Jeon. –Me dice y yo suspiro mientras saca sus dedos de mí y se coloca sobre mi cuerpo acomodándose entre mis piernas. Su rostro ya no es sádico ni divertido, ahora solo busca mi satisfacción, la de ambos. Acariciando mis mejillas y mi cabello entra despacio en mí y yo cierro los ojos con fuerza apretando los dientes y retirando mi rostro a un lado. Él besa mis mejillas dulcemente, y cuando puede, mis labios. No deja de mirarme un solo segundo y eso me hace sentir intimidado pero al mismo tiempo, apreciado, adulado, querido. Que mentira, tan grande. Un simple teatro bien ensayado. Una caricia, repentina en mis labios, de su dedo pulgar haciéndome sentir deseado. La primera embestida llega antes de lo esperado y me mueve con su gemido hacia atrás. Él me sostiene mucho más posesivamente de lo que aparenta y mientras suspiro intentando controlar el dolor él vuelve a embestirme sacándome un gemido lastimero–. Tan apretado… –Susurra mientras esconde su rostro en la línea de mi cuello–. Tan caliente, mi amor…

–Hyung… ¡ah! Mmm…. ¡Ah!... du–duele…

–¿Estás bien? –Pregunta mientras me mira y se detiene. Asiento.

–Sí. Continúa…

Me obedece sumiso a pesar de que él lleva las riendas del placer en mi cuerpo. Cuando al comienzo es tan solo un vaivén para acomodarme, unos segundos después todo se descontrola con unas embestidas mortales que me hacen sujetarme al cabecero de la cama sobre mi cabeza. Si me agarrase a su cuerpo me vendría, tan solo por el tacto de su espalda musculada moviéndose con violencia. Me sujeto mejor a los hierros del cabecero mientras se yergue y me abre mejor las piernas para colarse indiscriminadamente hasta el mismo fondo que su longitud le permite. Cuando no le parece suficiente, abre los cachetes y me la mete más profundo. Grito, con ello, retorciéndome bajo su cuerpo y gritando su nombre con violencia desmedida. Sus manos van a la corbata en mi cuello y se sujetan ahí mientras yo aun sigo cegado, sujeto al cabecero con ferviente necesidad.

El dolor hace mucho que ha desaparecido, el miedo se ha tornado complicidad y la vergüenza, en violencia sexual. Toda la cama se mueve. Ambos nos movemos con ella y él me embiste con mucha más rapidez llegándome a un punto que solo él sabe tocarme. Es casi instantáneo correrme en mi vientre y él, con la imagen y dos segundo más, se corre en mi interior llenándome de semen hasta gotearme por los muslos. No sale de mí, no quiere aun desprenderse y cuando cae sobre mi cuerpo no puedo por menos que abrazarle y susurrarle que le amo, que le quiero y que le necesito.

–Te amo mi pequeño Kookie… ¿te encuentras bien? ¿Te ha dolido? –Niego con el rostro besando sus labios y sin romper el beso sale de mí con cuidado y se tumba a mi vera mientras ambos miramos al techo del cuarto y controlamos nuestras respiraciones. El silencio se hace violento sin darnos cuenta y cuando nos miramos, ya no vemos en el otro al rostro que se descomponía de placer segundos antes. Vemos una culpabilidad mucho más real de la que nos queremos creer. Ninguno quiere ser el primero en levantarse. Ninguno quiere ser el primero en hablar pero no necesitamos palabras cuando un gesto puede significar tanto y es mi mano la que se dirige a la suya para apretarla con fuerza. Él sonríe y ahora sí, se incorpora, ya recuperado.

–¿Te vas ya? –Pregunto y él suspira, dubitativo.

–Tengo que estar antes de las dos. –Mira a todas partes y con sus ojos busca su ropa. Se dirige a ella pero le detengo y me encaramo sobre él poniendo mis piernas a cada lado de su cuerpo.

–No te vayas~ –Ronroneo en su cuello y él me abraza, pero me besa en los labios y eso me indica que no puede quedarse más tiempo. Asiento y me levanto de él sentándome en la cama y arropándome con la sábana mi entrepierna. Él me mira mientras se coloca el bóxer y me sonríe, mientras yo me deleito con la mirada en todo su cuerpo desnudo, esculpido y tan bien trabajado. Muerdo mis labios y de repente se me muestra avergonzado. Con lentitud se pone los pantalones y la camisa, junto con la corbata.

–La habitación está pagada, puedes quedarte. –Niego con el rostro.

–¿Y qué hago yo aquí? También me voy. –Me levanto cuando él ya está completamente vestido y se acerca a mí para dirigir su mano a la corbata en mi cuello y reclama con fuerza un pasional beso en los labios. Cuela su lengua discriminadamente en mi boca y cuando nos separamos me susurra.

–Hoy has estado impresionante.

–Como siempre, ¿no? –Sonrío cínico y él me da un cachete en el culo mordiendo su labio inferior y me mira mientras se marcha con lentitud. Cuando la habitación ha quedado completamente en silencio miro el estropicio a mí alrededor. Sin poder resistirlo me encamino aun desnudo a la mesa donde las copas de vino se han mantenido pulcras y abro la botella para servirme una copa cayendo en la cuenta de un papel sobre la mesa que me había pasado desapercibido. Lo leo mientras bebo un trago largo que endulce mis penas.

<Cree en mí cuando digo que te amo. >

La luz entra desde la cristalera con una fuerza impresionante. El invierno está dando paso a una hermosa primavera que hace que mi jardín se va mucho más hermoso de lo que realmente es. Unas cuantas margaritas están saliendo en la parte cercana a la cristalera, donde, por instinto, un par de abejas y mariposas revolotean buscando necesitadas de alimento. A lo lejos puedo ver la piscina que aunque vacía, parece tentadora de un baño y debo pensar ya en llenarla un año más. Con un cigarro en mis dedos y una taza de café en la otra mano observo el idílico panorama que se me presenta y le doy una calada al Camel  en mis dedos. El humo hace que mi visión se distorsione y antes de darme cuenta, el sonido del motor de un coche me pone los pelos de punta. Doy un respingo y rápido me dirijo a la parte delantera de la casa para mirar por las ventana que dan a la entrada cómo un delicioso Mercedes aparece por la valla que rodea toda la finca y tiene intención de aparcar. Sin pensarlo mucho subo escaleras arriba y me introduzco en el cuarto y después en el vestidor para ponerme unos pantalones de traje y una camisa blanca y deshacerme de la ropa de chándal que traía puesta. No estoy presentable y la visita llega demasiado pronto. El timbre suena, doy un respingo y con los pies descalzos me dirijo a la pequeña pantalla en la puerta de mi cuarto desde donde puedo ver a través de la cámara la puerta de la entrada. El rostro de mi hermana mayor me sorprende con una radiante y brillante sonrisa que me hace sonreír a mí también aunque no pueda verme.

–¿Sí? –Pregunto y ella adrede se acerca a la cámara para distorsionar su rostro a posta.

–¡Vamos Kookie! ¡Abre a tu hermanita!

–¿Y si no quiero? –Digo riendo y ella hace un puchero enfada.

–¡Abre o no te doy los pasteles que he traído! –Suspiro y cuelgo la imagen para bajar escaleras abajo y recibir a mi hermana que trae, como cada domingo, pasteles para comer, ya que siempre que quiere está invitada a comer en mi casa. Ya oigo su voz a través de la puerta  y cuando estoy a punto de abrirla, suspiro, intentando mantener una sonrisa que no parezca fingida.

Su rostro aparece por detrás de la puerta y sus brazos se lanzan a mi cuello para ahogarme en un abrazo reconfortante. Su olor es el mismo que el de siempre y su pelo rozando en mi nariz, igual de incómodo. Cuando se separa de mí me mira de arriba abajo y frunce el ceño.

–¿Has crecido? Siempre tan alto…

–Hermana, ya tengo 27 años, yo ya no crezco más.

–¡Ay mi hermanito, eras tan pequeño y ahora eres ya todo un hombre! –Coge mis mejillas para estirar de ellas y después se adentra en el hogar. Yo aun no cierro la puerta porque su esposo aún falta por entrar, quedándose con la bandeja de pasteles en las manos mientras es espectador de la escena a la que ya está acostumbrado. Nos miramos, nos sonreímos y le hago pasar con un gesto. Mi hermana ya está en el salón y su esposo y yo nos miramos mientras me da los pasteles y me habla, con complicidad formal.

–Los pasteles, JungKook. –En sus ojos puedo ver, ahora sí de nuevo, al hombre que me miraba con pasión anoche.

–Bienvenido, Jimin. Siéntete en tu casa.


FIN

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