ENTRE IGUALES (JiKook) [One Shot]

 ENTRE IGUALES (JiKook) [One Shot]


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Jimin – Lucifer

Jungkook – Arcángel Miguel

 

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Jimin POV:

 

La adrenalina corre por mis venas. Es una adrenalina que hacía tiempo que no sentía. No es un miedo humano, tampoco un sentimiento de pánico ni tampoco una emoción impactante. Durante mucho tiempo me he estado empapando de las emociones humanas pero apenas han conseguido rozar superficialmente mi piel. El amor, ha sido el que menos se me ha acercado. La tristeza ha sido siempre una sensación entre placentera y reconfortante pero el miedo, el miedo ha desaparecido por completo de mi comprensión. Solo hasta que duermo. Solo hasta que regresan las pesadillas. La adrenalina que me recorre es una tortura química que recorre hasta el más pequeño de mis nervios. Me pone los pelos de punta, me revuelvo unos segundos sintiendo la textura de las sábanas en torno a mi cuerpo, pero solo es una sensación místicamente imaginaria. Desaparece y reaparece como si saliese de mi cuerpo por unos segundos y regresase a él con hambre de realidad.

Me agarro con fuerza de las sábanas, las imágenes aparecen demasiado borrosas en mi retina. Intento abrir los ojos pero solo lo hago en mi inconsciente para no ver más que sábanas. Estoy envuelto en sábanas. Camino entre sábanas blancas colgando de alguna parte. La sensación que me embriaga es de un completo desconcierto y desorientación. No sé de dónde he venido, ni tampoco a donde voy. No sé donde está la salida, ni siquiera si hay una, solo veo la luz blanca atravesando con intensidad las sábanas alrededor. Paso mis dedos por ellas, las aparto pero hay más, algunas llegan hasta el suelo y cuando miro hacia arriba solo veo luz cayendo directamente hacia mis ojos, me ciega unos segundos y me obligo a seguir adelante mientras me abro camino entre la luz a través de las sábanas. Me miro a mi mismo, voy vestido con harapos blanquecinos. Sucios, un poco desgastados. Tengo el cuello de la camiseta roto y una de las mangas sucias. Me siento terriblemente confuso pero con la extraña sensación de que ya he estado aquí antes. No dejo de mirar alrededor esperando ver algo o a alguien que me saque de aquí. Pero me encuentro en la más absoluta soledad y eso me crea un extraño temblor del que no sé como recomponerme.

Me paso la mano por el pelo, me quedo mirando alrededor, a mi espalda, frente a mí, a cualquier lugar en donde cualquier sombra producida por las sábanas moviéndose por una leve brisa me reconforte esa sensación de que hay alguien que va a ayudarme. No hay nadie y me detengo en un punto en concreto en donde decido permanecer quieto hasta que alguien me ayude a salir de aquí. Durante mucho tiempo me he encontrado en la más absoluta soledad y es ahora, en este extraño lugar surrealista en donde por primera vez me siento terriblemente necesitado de la presencia de otro ser a mi lado. Quiero gritar, pero hace mucho tiempo que he olvidado como es el sonido de mi voz, y tengo miedo de exaltarla, por si me recuerdo en un momento en que sonaba una melodiosa sinfonía. Me muerdo el labio inferior, doy un par de pasos más y de repente siento como si el suelo bajo mis pies se estuviese convirtiendo en una masa inconsistente, como si mi peso pudiese con la cimentación de este espacio y cediese hacia abajo.

Mi primer instinto es agarrarme con fuerza a una de las sábanas a mi lado. La primera, ni siquiera lo pienso y esta pasa a ser repentinamente el pilar más fundamental de mi existencia, sujeto a ella mientras los pies me van cediendo en el suelo. Es una sábana, apenas un trozo de tela en donde mis dedos se aferran con fuerza y la adrenalina me domina hasta tal punto en que estoy a punto de gritar. Siento el grito agazapado en la punta de mi lengua pero no termina por salir. Mi respiración se ha tornado tan profunda que podría tragarme cada una de las esporas de polvo esparcidas por este lugar y mi corazón late a una velocidad que extrañaba. Me siento vivo, después de mucho tiempo pero es una sensación que me viene molestando desde hace tiempo. Una sensación muy peculiar. Muy familiar, pero al mismo tiempo, odiosa.

El suelo acaba cediendo bajo mis pies e intento sujetarme a la sábana, pero esta cruje, se zarandea, levemente se resquebraja por mi peso colgando de ella y cede, igual que el suelo. Me quedo con un jirón blanco de la sábana entre mis dedos mientras me precipito al vacío. A la oscuridad. Una oscuridad que puede con todo, una inmensa masa negra de nada. Nada en absoluto. Me siento levemente aturdido mientras caigo y la sábana se acaba enrollando en mi cuerpo. Me siento como si pudiera desplegar las alas y volar, pero ha pasado tanto tiempo desde aquella posibilidad que ya es imposible que pueda si quiere recordar cómo era sentirse a salvo de una caída mortal como esta. No veo el suelo hasta que no llego a él. Un suelo de piedra dura que machaca cada uno de mis huesos al caer de cara. Me entumece unos segundos, sé que no es real, pero el dolor es mucho más vívido de lo que podría haber imaginado y me gustaría pensar que nada de esto está sucediendo, pero en realidad, sucedió. Esto no es más que una representación mística de una realidad palpable, hace ya, muchos años. Pero real.

Cuando vuelvo en mí me encuentro tirado en medio de la nada, bajo un foco de luz redondeado, el lugar de dónde he caído. Estoy seguro de que si intento mirar en esa dirección la luz volverá a cegarme y me veré de nuevo en la incertidumbre de desorientarme, por lo que me quedo quieto, estático, con la cara girada apoyada en este suelo de piedra mientras la sábana cubre mi cintura y se engarza a uno de mis tobillos. He perdido la ropa. En algún momento de la caída he perdido las prendas que portaba. La única representación de algo que me dignificaba como ser. Doy gracias que la sábana rota cubre mis partes pudendas, porque casi de forma repentina siento vergüenza, siento miedo, siento un pánico de no poder moverme que me aterra. No puedo hacerlo, no puedo mover un solo músculo. No lo he intentado pero tengo esa vaga sensación de que aunque lo intente me veré imposibilitado y no quiero tener que enfrentarme a ese miedo que me resulta tan conocido.

Miro como, a través del techo hundido, caen motas de polvo y pequeñas virutas de escombro. Alrededor hay escombro, tierra, parece cemento triturado, o ladrillo golpeado, está demasiado oscuro y solo puedo sentir como alguna de las piedras se clava en alguna parte de mi cuerpo. Me siento terriblemente dolorido, hasta el tuétano, y solo pienso en que no quiero que el suelo en donde estoy ahora vuelta a caerse, porque esta vez no creo que pueda aguantar la caída. Ha sido una caída muy lenta, muy larga, brutal, mortal para alguien con la capacidad de morir, pero yo no puedo, solo puedo sentir un permanente dolor en una dulce agonía de desesperación. Intento mirar hacia arriba, levemente mareado y puedo ver que el agujero por donde se desparrama la luz está al menos a unos veinte metros, casi seis pisos de altura. Y ahora, ¿qué? Me pregunto.

Espero en medio del silencio mientras sigue cayendo polvo y gravilla que se desprende del hueco ahí en lo alto. Hay algo más que polvo y gravilla, hay algo más cayendo a una lenta velocidad, casi como si flotase en medio de la nada. Algo blanquecino que comienza a repartirse como pequeños copos de nieve alrededor. Son pequeñas plumas. Plumas. La palabra me suena tan lejana, tan irreal. Plumas pequeñas. Una se posa en el suelo justo al lado de mi rostro y me la quedo mirando con una nostalgia que había perdido de mi memoria. Es muy pequeña, casi como mi dedo meñique. Blanca, terriblemente pulcra y brillante, casi como si tuviera luz propia, pero es el reflejo en el blanco de su estructura por la luz que cae desde el cielo. Está levemente sobada, como si alguien la hubiera arrancado, por eso su forma no es del todo perfecta, pero se ve limpia y suave, terriblemente sedosa. Sus pequeños y finos pelos se ven muy delicados y me gustaría acercarme a ella, palparla con mis dedos, pasarla a través de mis mejillas y oler su perfume, asegurarme de que sé de quién es. Mía. Sé que la reconocería en cuanto la tocase, pero no puedo aunque intente acercar la mano, aunque intente incorporarme.

Cuando realmente estoy decidido a quedarme aquí tirado, resignado a que el tiempo pase hasta que me deteriore o hasta que pierda la consciencia cae algo sobre mi espalda. Algo que ha tardado en asentarse, como si cayese a una velocidad a cámara lenta. El tacto es terriblemente suave, es muy sinuoso y terriblemente agradable. Es una de las plumas que sigue cayendo, pero esta se ha precipitado justo en medio de mi espalda y aunque al principio se sienta terriblemente placentero, el tacto se vuelve como impulsado por un estímulo eléctrico, en un dolor penetrante, tanto que llega hasta la médula en medio de mi espina dorsal haciéndome dar un respingo de dolor. Grito, esta vez sí me sale el alarido de dolor mientras me muevo como si hubiese recobrado la capacidad de movimiento. Curvo la espalda, me pongo a cuatro en el suelo intentando recomponerme pero el dolor es tal que vuelvo a caer sobre el suelo como si alguien me hubiese pisado en medio de la espalda, partiéndome en dos. Ve visto por el costado como la pluma caía por mis costillas produciéndome una picor que se convierte en ardor, que a su vez pasa a ser una tortura tan cruel como si me estuviesen arrancando la piel a tiras mientras lucho por mantener la mente fría y prometerme que es solo dolor, un sentimiento humano. Pero es real, es tan real que no puedo creerlo cuando estoy viendo sangre resbalar a través de mis costillas, lugar por el que se ha deslizado la pluma hasta el suelo.

Grito de dolor. Un dolor que me hace rememorar otra serie de sentimientos que tenía ocultos en alguna parte de mi memoria. El odio, la ira, el pánico, un pánico que me evoca a su vez al miedo, la desazón, a la tristeza, tan confusa y desconcertante. Tan hilarante a veces, tan terriblemente avasalladora. Otros sentimientos no, pero la tristeza puede llegar hasta las pequeñas salas privadas de los recónditos lugares del interior de mi cráneo, derribándolo todo. Es como un vendaval de confusión y desorden. Puede con todo, incluso conmigo mismo. Me saca a relucir aquellos recuerdos que tenía tan terriblemente encerrados, porque son tan malditamente peligrosos que era mejor mantenerlos en cautividad. Pues ahí están, saliendo a la luz. Esa sonrisa. Puedo verla a través del dolor en mi espalda. La forma de sus dientes al sonreírme y como sus ojos desaparecen con ese gesto. Sus mejillas rosadas, esas preciosas arrugas de sus comisuras. Las que surgen debajo de su rostro. Unas arrugas incongruentes que en vez de añadirle años parece que se los resta, retornando a ser un pequeño niño inocente. Inocente lo ha sido siempre, al menos en este despliegue de recuerdos de mi más recóndito inconsciente. Recuerdo su mano. Repentinamente, su mano en la mía, tan dulce, tan suave, y el recuerdo es tan doloroso como la pluma ha surcado mi piel.

Sigo retorciéndome, sigo sangrando. Su cabello también era suave. Los recuerdos me vienen y se van con un fogonazo de luz blanquecina. Me siento de nuevo entre sábanas, la diferencia es que él está conmigo. Su cabello se mueve con los giros de su rostro al tornarse para mirarme, y de nuevo su sonrisa. Que agonía. Mis gritos reverberan por este espacio vacío, y cada nuevo pellizco de dolor me desgarra la garganta al gritar. Me palpo la espalda en busca de la pérdida de sangre que comienza a encharcar el suelo y me siento como en un viaje al pasado al verme con dos grandes cortes sobre mis omoplatos. Tocarlos no me causa dolor, el dolor viene con el recuerdo de una espada cortándome las alas. Tal como suena, tal como parece. Una espalda partiendo el hueso, cortando la carne, todo esto después de haberme desplumado con una lenta tortura de una traición incomprensible.

Y de nuevo esos ojos aparecen en la escena, mirándome. Esos ojos oscuros pero con una luz terriblemente herida. Decepcionada. Él se mantiene como espectador, pero en realidad es el responsable de mi dolor. Es el único responsable de mi crueldad. Aunque él no lo entienda, esa mirada me hería mucho más que mi destierro, que mi condena. Él era todo lo que yo necesitaba para sobrevivir, y sin él la realidad se ha vuelto tan oscura que no puedo ver más allá de mi propio cuerpo.

Me intento incorporar y siento como mis pies descalzos tiemblan, como mis piernas me tambalean y siento que de un momento voy a desplomarme sobre el suelo. La sábana sigue cubriéndome la cintura y me agarro a ella de forma inconsciente para sentirla como comienza a empaparse de sangre. No me extrañaría que la parte trasera estuviera completamente mojada, y cada vez va a estarlo más porque siento el pequeño río que forma mi sangre recorriéndome la columna y poco a poco calando en la tela. Me siento terriblemente confuso y desolado mientras intento mirar alrededor sin encontrar una sola salida en esta estancia sin fin que se ha convertido en una completa cárcel. La única referencia que tengo es este círculo de luz que se desdibuja desde la luz que cae desde la parte superior y no quiero separarme de él porque perderme entre las tinieblas es algo que ya experimenté, y no quiero volver a repetirlo. Me aventuro a dar un paso a través de este círculo de luz y mis pies se sienten cansados y dolorido. Todo mi cuerpo tiembla de dolor pero me siento aun así animado a salir de aquí, como instinto de supervivencia. Me atrevo a dar un par de pasos, solo unos pocos, los suficientes como para dejar atrás la luz pero siempre divisándolo, como punto de referencia. Me giro a ella de vez en cuando para ver las plumas por el suelo, un charco de sangre y unas cuantas gotas que indican mis pasos. En caso de perderme, puedo ir palpándolas por el suelo.

Sigo un poco más, pero cuando me giro al foco de luz, me sobresalta encontrar un cuerpo ahí de pie, parado. La luz que cae desde arriba deja sus facciones en sombras pero puedo distinguir que me está mirando, y lo hace con una ferocidad de la que no puedo sino soltar un alarido de terror que me convierte en una presa entumecida. Doy un paso retrocediendo, siempre de cara a él pero él se mantiene ahí, estático. Puedo saber, por su presencia, que no tiene miedo de que yo huya. No creo que pueda hacerlo por mucho tiempo dado mi estado y tampoco me veo como alguien feroz ni valiente. No soy un digno adversario para él, y menos encontrándome desnudo y empapado en sangre. No soy más que un desecho de lo que solía ser antes. Él levanta levemente el rostro y en sus facciones puedo ver un recuerdo del pasado. Un recuerdo que me atraviesa como una lanza. La misma que él porta en su mano y que había pasado desapercibida hasta este mismo instante. Vestido con una armadura sobre su pecho y unas ropas de gladiador romano me hace sentir intimidado, pero más lo hacen sus dos alas blancas e imponentes sobre su espalda mientras las extiende y me muestra todo su potencial. Siento que va a saltar sobre mí en cualquier momento y creo poder desmayarme en este mismo instante, pero lo que me piden las piernas es correr, porque de lo contrario, reviviré una escena que ya tengo demasiado vivida.

Y es lo que hago. Casi sin pensarlo, como un instinto animal que no me permite luchar contra algo que puede derribarme, atropellarme como un camión, como un tren. Me destrozará, me hará pedazos si intento hacer algo contra mi vida y lo sé. Soy muy consciente de su potencial. Es un arcángel, sé de lo que es capaz cuando se trata de su deber. Y su deber ahora es matarme. Me pongo a correr en dirección a la más absoluta oscuridad mientras intento por todos los medios no mirar hacia atrás, confiando en que él no me sigue, no le oigo correr detrás de mí pero de un momento a otro eso dará igual porque yo me perderé entre las sombras de esta intensidad devastadora y puede que no vuelva a ser una peligro para nadie. Este es el castigo por mis pecados, este es el precio de mis actos, de mis peligrosas aventuras durante todo el tiempo en la Tierra.

Repentinamente, tras al menos tres minutos corriendo a ninguna dirección siento una brisa de aire recorriéndome la espalda, chocando contra cada gota de sangre que me embadurna y baja su temperatura. Esta pequeña ráfaga de aire me pone los pelos de punta, me lleva a un estado de terror en que no puedo evitar girarme para ver a lo lejos el foco de luz cayendo hacia el suelo en una línea perpendicular a este y me encuentro con la nada más absoluta. Ya no está ahí y me detengo mientras intento mirar a todas partes en el resultado que espero. No lo encuentro y no estoy dispuesto a llamarlo, no por poder atraerlo, sino porque su nombre de mis labios me resultaría tan terriblemente doloroso, tan agónicamente hiriente que podría simplemente dejarme caer y encomendarme a la más dulce de las muertes con nada más que un suspiro de mis labios.

No hace falta mi colaboración, al parecer. Una fuerza venida de la oscuridad me tira al suelo con una brutalidad que al principio me deja sin aire y a los segundos me veo envuelto en un dolor que viene directamente de mi espalda. Es un dolor penetrante, hasta que llega a los pulmones y me deja de nuevo sin aliento. Intento revolverme pero ha caído un peso sobre mi cuerpo, un peso más equilibrado que una mole de piedra, es un cuerpo sentado sobre mi cadera mientras la luz reflejada en la lanza se mueve sobre su cabeza. Está a punto de ensartarme. Yo me veo obligado a tomarme un segundo, al menos un segundo para comprender la situación en la que me encuentro. Todo pasa lento, como si alguien hubiese ralentizado la realidad, pero no es verdad. Yo grito, y mis gritos se oyen por todo el espacio, su rostro está hierático, como si hubiese perdido todo resquicio de humanidad de… que cosas digo. Él no es humano, no puede tener humanidad. Solo tiene un deber, y es matarme y eso es lo que acata con una sumisión muy peligrosa, muy feroz.

Está a punto de bajar la lanza, cuyo filo apunta directo a mi rosto y estoy por jurar que el dolor desaparece de mi cuerpo, solo queda valentía de un último momento por intentar sobrevivir y mientras me revuelvo debajo de su peso intentando escapar sujeto con mis manos sus brazos para que la lanza no baje. Puedo sentirme justo al borde de la vida, justo en el instante antes de que el abismo vuelva a consumirme, pero esta vez de una forma definitiva. Creo que puedo explotar, si él no hace algo para contener mi miedo. Ante la imposibilidad de matarme hace más fuerza, más presión, y yo grito mientras intento que no me mate. Él acaba gritando, perdiendo completamente la seriedad y el hieratismo tan angelical. Ambos gritamos como animales a punto de devorarse, y cuánto me duele oírle gritar. Es tan artificial, tan visceral que no consigo sentir respeto, sino un miedo atroz. Me intento incorporar para hacerle frente pero solo consigo levantar levemente mi espalda. Lo hago y le tengo cada vez más cerca, su rostro distorsionado por el esfuerzo, sus ojos mirándome pero sin verme, sin reconocerme como uno de ellos. Somos iguales, pero él no se da cuenta, no puede verlo. Solo ve mis actos, mi condena, su sentencia.

Él ejerce aún más presión, indignado y ofendido por mi repentina valentía, la de haberle mirado a los ojos y mis manos se resbalan a través de su brazos. Piero fuerza. Caigo de espaldas al suelo y la lanza cae con una precisión que me hace temer por primera vez sobre mi vida. Cae y quiebra el aire, remueve el sonido, vibra, silba unos segundos a través de la realidad y acaba cayendo, impactando contra el suelo. El sonido vibra en mis oídos y me mantengo con los ojos cerrados y la cabeza vuelta esperando el impacto, el dolor, pero no me doy cuenta de que el impacto ya se ha producido y no ha sido sobre mí, sino a mi lado, justo al lado de mi cabeza. No me atrevo a abrir los ojos pero puedo sentir el cuerpo de madera de la lanza moverse, oscilando por la presión, por el viento. Me muevo repentinamente consciente de que he sido liberado del peso sobre mi cuerpo. Ya no hay nada alrededor, más que la oscuridad y esta lanza aun bailando al lado de mi cabeza. La punta de flecha ha sido introducida en este suelo de piedra que más bien parece ébano y ónix pulidos. Me quedo aturdido mirando a ambos lados mientras me incorporo y aún tenso, esperando un nuevo ataque, me levanto sujetando la sábana en mi cintura y estoy a punto de tocar la lanza, pero me temo que el dolor que me produciría sería mucho peor que se me hubiera atravesado el cráneo.

El dolor vuelve progresivamente a medida que la adrenalina me va abandonando y comienzo a temblar de nuevo. Tiemblo del miedo, de la adrenalina, del dolor y del propio sentimiento de tristeza que está llevándome lentamente hacia la locura más absoluta. Cuando doy el primer paso para alejarme de este espacio levemente encharcado en sangre suena un característico sonido de cadenas metálicas. Me vuelvo a mi espalda pero no veo nada. Me sorprendo al no encontrar nada de donde haya procedido ese sonido y suspiro mientras vuelvo a dar otro paso y me doy cuenta de que es en mi pie en donde suenan unas cadenas. Mi tobillo derecho se encuentra encadenado, con una gran esposa alrededor de mi tobillo y una cadena que sigue hasta que se hunde en la oscuridad hacia mi espalda. Me giro hacia la cadena pero no encuentro su fin, ni tampoco entiendo en qué momento ha aparecido ahí. Ni cómo voy a librarme de ella pero seguirla podría ser una salida, o tal vez una condena definitiva. Tampoco me da tiempo a descubrirlo porque cuando doy un paso hacia delante la cadena tira de mi pie y me hace caer de bruces contra el suelo soltando de golpe el aire en mis pulmones. La cadena tira ligeramente de mi pie arrastrándome medio metro hacia atrás y me quedo mirando la oscuridad procedente por encima de mi hombro. Al mínimo intento por incorporarme la cadena vuelve a tirar de mí pero esta vez sin detenerse. Me arrastra a través de la oscuridad mientras yo intento revolverme, o incluso aferrarme a algo alrededor, pero ante la soledad en la que me encuentro solo se me ocurre agarrarme con las uñas al suelo esperando que eso me retenga, pero solo consigo hacerme sangrar las yemas de los dedos en el intento, algunas uñas se me parten, otras se me agrietan. Solo me queda gritar mientras me veo arrastrado hasta la oscuridad.

No es hasta que no veo nada en que no me dejo simplemente llevar arrastrado hasta que la cadena me lleva hasta algún lugar por el que he pasado por una puerta y esta se detiene. Me detengo en medio de una estancia cuadrada con un pequeño foco de luz en la parte más alta. Una pequeña ventana con una reja metálica. No la alcanzaría ni escalando. Me quedo mirando alrededor. Suelo de piedra, paredes de hormigón. La cadena se pierde en algún punto al otro lado de la pared contraria en donde se encuentra la puerta. Una puerta de metal blindado por donde hay una pequeña ventana a la altura de mis ojos. La puerta está abierta pero tampoco puedo huir por ella dado que la cadena no me da más que para acercarme. Aun tirado en el suelo intento recomponerme y cuando al menos he conseguido erguirme sentándome sobre mis talones mirando alrededor aparece un cuerpo por la puerta. Un cuerpo que reconozco, un rostro que me resulta familiar. Segundos antes intentaba matarme. Yo me pongo en pie, sobresaltado por su presencia, pero esta vez se muestra más tranquilo, conciliador, confiando en que no puedo huir, y tampoco lo pretendo.

—Mil años. –Suspira mientras sujeta la puerta con una mano y con su cuerpo se interpone entre la salida que deja esta. Yo no digo nada, me quedo ahí parado mientras respiro con dificultad y le miro con ojos entristecidos, ofendidos, doloridos, decepcionados. Pero es su decepción la que más me duele—. Mil años. Es tu castigo. –Sentencia y cierra la puerta mientras yo me abalanzo hacia ella y la golpeo cuando ya es demasiado tarde.

—¡Regresa! –Le digo y mi voz suena demasiado irreal, demasiado aturdida. Suena como a través de una habitación sellada. Oigo sus pasos alejarse, su cuerpo desplazándose a través de la oscuridad. Sus alas aleteando, en pleno vuelo. Apoyo mi frente contra la puerta, sollozo unos segundos, en plena desesperación y comienzo arder. Me arde la piel, la espalda, la sangre que me cubre se convierte en fuego, pero no me quema, no duele, porque me encuentro en mi elemento. Lloro a pleno pulmón mientras me dejo caer sobre la puerta y me siento con la espalda apoyada en ella. Grito mientras la habitación se inunda de fuego. Mientras me consumo en ella en el más terrible de los castigos.

Me revuelvo unos segundos mientras las llamas me rodean y despierto con un sobresalto mientras me yergo en la cama y miro alrededor, encontrándome en una oscuridad conciliadora con la luz de la luna que entra a través de la ventana. Las cortinas de esta danzan en silencio por la leve brisa que sopla desde fuera y me llevo una de las manos a la frente, perlada de sudor. Respiro con dificultad y la otra me la llevo al corazón mientras siento mi pulso acelerado devorándome. Me siento aturdido, en llamas, ensangrentado. Solo ha sido una pesadilla, me digo, una como todas las demás. Pero todas basadas en una cierta realidad de hace mucho tiempo. Hace más de mil años. Palpo con la mano las sábanas debajo de mí y me dejo caer de nuevo en la cama mientras miro alrededor sobre esta insulta habitación, mientras me encuentro en una realidad tan disparatada que incluso a veces yo mismo me digo que no es cierto, pero aquí estamos. Yo, la Tierra, mi realidad y mis recuerdos.



FIN

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