EL CORAZÓN REVELADOR (VKook) [One Shot]
EL CORAZÓN REVELADOR [One Shot]
1853
JungKook
POV:
El sonido de la tetera retumba por toda la estancia. Reverbera por entre las paredes y llega a mis oídos con un pitido ensordecedor. Con los ojos fijos en la estantería de libros recorro con la vista todos los lomos buscando el hueco que aguarda al libro en mis manos. Tras encontrarlo lo hago más evidente apartando los libros de los laterales e introduzco ahí el libro en el interior. Con paso acelerado me giro y camino hasta la tetera sobre el fuego mientras mis pasos retumban contra la madera del piso. Retirando la tetera del fuego deja de hacer ese pitido tan desagradable y se limita a dejar escapar el vapor por la boca del cuello de porcelana. De un color blanquecino con decoraciones en negro y plateado la dejo sobre una bandeja y junto con ella pongo dos tazas y dos platos correspondiendo a cada una de las tazas con decoraciones similares a las de la tetera.
El sol de la tarde ilumina con un color anaranjado los cristales de la ventana y se vuelve ocre la luz cuando cae sobre las maderas del suelo. En la mesa central de tapete blanco aguarda la bandeja con la tetera aún humeante y las tazas vacías. El silencio es ahora algo incómodo pero como soy el único oyente, supongo que la sensación es del todo subjetiva. Caminando alrededor vuelvo a ajustarme los botones de la camisa bajo la americana y el lazo en mi cuello. Me abrocho el primer botón de la americana y me miro los cordones de los zapatos, perfectamente acordonados. El reloj en mi bolsillo, atado con una cadena al chaleco, marca un incesante “tic–tac” que me obliga a mirarlo. Es ya tarde pero aun le permito un poco de tiempo. Solo un poco más.
El timbre suena. Es un sonido chirriante que he de reconocer, no me agrada demasiado. No es nada que pueda evitar pero no me hace sentír entusiasmado al oírlo, simplemente subordinado al camino del recorrido hasta la puerta. Sin embargo la visita si es de mi agrado, mucho más que eso, llevo horas esperando. Me encamino a paso rápido mientras la madera cruje bajo mis pies o tal vez el latido de mi corazón acelerado por el reencuentro. Con una mano en el pomo de la puerta ya puedo entrever a través de la cristalera traslúcida la sombra de mi amigo aguardando a que le abra. Me quedo unos segundos mirando a través, con la mano sobre el metal haciéndole aguardar un poco más. Como si pudiera sentir su nerviosismo le hago aguardar solo por incomodarle. Solo un poco, un poco más. La ansiedad me supera.
–Taehyung. –Digo nada más abro la puerta y él me mira, distraído como estaba en su mano sobre el bastón de su mano. Al alzar la mirada me regala una hermosa sonrisa que devuelvo y se acerca a mí para pasar una de sus manos, la que está libre del bastón, por mi hombro y me atrae hacia él con un silencio roto por su risa. Una risa que reverbera por mis oídos hasta colarse en mi mente y crear sombras como las de las hondas del vapor del té.
–Kookie, pequeño, ¿cómo estás? –Me dice separándose de mí mientras entra a pasos pequeños en mi casa mientras que yo retrocedo a igual velocidad dejándole espacio en el recibidor. Su olor llega a mí hasta que inunda poco a poco mi casa. Me encanta sentir eso, su olor alrededor aun cuando ha desaparecido. Siempre es así, siempre igual. Siempre con la misma intensidad, el mismo olor cítrico y siempre en los mismos puntos de su fisionomía. Muñecas y cuello.
–Sabes que no me gusta que me llames pequeño, hyung. –Digo un poco ofendido, frunciendo el ceño junto con un puchero–. Ya tengo mi propia casa, no soy un niño. –Él me mira condescendiente y yo me limito a mirarle por encima del hombro mientras me encamino pasillo adelante hasta el salón.
–Siempre serás mi pequeño. –Me dice mientras camina detrás de mí y le veo dejar su bombín en el perchero al lado de la puerta, justo con su abrigo y el bastón de mano que cuelga al lado de su sombrero. Antes de seguirme comprueba que su abrigo está bien colgado y le pasa la mano por encima seguramente para quietar algunas motas de polvo que le hayan podido caer encima por las ruedas de los carruajes pasando a su lado. Yo le observo detenidamente mientras lo hace, escondido en el umbral de la puerta del salón. Cuando se gira a mí me sonríe, tímido–. Ya ni si quieras me pides el abrigo para colgarlo, te estás volviendo un descortés.
–Y tu un impertinente. ¿Acaso no te he dicho más de cien veces que no me digas pequeño?
–¿Y qué si lo sigo diciendo?
–La impertinencia se volverá osadía.
–¿Osadía? –Pregunta a medida que se acerca. Cuando está a mi altura me mira sonriente y se apoya en el mismo madero que yo, apenas nos separan unos centímetros, eso hace que mi sonrisa se ensanche.
–Osadía. –Repito.
–Osado es que sigas tratándome de tú cuando soy diez años mayor. –Palmea mi hombro y entra sin permiso en mi salón atraído por el aroma del té de vainilla, que sé que es su favorito. Entra husmeando y pasa por mi lado dejándome con una pícara expresión de haberme tenido que comer mis últimas palabras para no hacer más largo el poco tiempo que tenemos para compartir. Sus pasos por el suelo de mi casa se hacen tan melodiosos como la mejor pieza de Bach, tocada por un experto, por un instrumento perfectamente afinado y en consonancia con la sala–. Té de vainilla. –Dice, como sacándome de mi ensoñación mientras se acerca a la mesa y husmea alrededor–. Me estás malcriando.
–Lo mejor para mi hyung. –Me acerco y le señalo una de las dos sillas y accede a sentarse. Yo hago lo propio frente a él y cuando me dejo caer sobre el respaldo, suelto un largo suspiro acomodándome, cruzo una de mis piernas sobre la otra y pongo ambas manos en la rodilla en alto.
–¿No vas a servirme? –Pregunta atónito.
–Lo siento, hyung. Pero no debo malcriarle. –Niego con el rostro sonriendo y él, con un resoplido y una naciente sonrisa se incorpora y nos sirve a los dos un poco de té en cada una de las tazas. Él se pone un azucarillo y a mí me da dos, como sabe que me gusta. Remuevo mi taza y la cojo con plato incluido para acercarla a mi regazo y estar con ella en mis manos. La cuchara la dejo aparte y me llevo el borde de la taza a los labios. Quema momentáneamente y cierro los ojos sintiendo la leve quemazón en mis labios y en la punta de la lengua. El sol del atardecer nos ilumina a los dos y puedo ver su rostro mirándome, enmarcado por la luz amarillenta de un día despejado. Él bebe también de la taza pero al contrario que yo la deja en la mesa donde pueda alcanzarla siempre que lo necesite. Saborea, con agradable expresión, el sabor a vainilla que ha quedado en su paladar y solo cuando no queda nada, aprovecha para hablarme con una expresión sospechosa.
–Últimamente estás siendo tan amable…
–¿Y a qué esa expresión? Pareciera que le disgusta.
–No es disgusto. –Niega con el rostro–. Sospecha. Inquina.
–¿Maldad en mis gestos? –Pregunto.
–Eso lo has dicho tú, no yo.
–¿Cómo puede decirme eso, hyung? –Me hago el ofendido mientras intento por todos los medios reprimir una cínica sonrisa–. Yo que le preparo té de vainilla y le presto mis libros siempre que quiera… Yo que le acojo en mi casa a estrenar y le permito venir aquí en sus momentos de aburrimiento. Que ofensa.
–Tienes la mirada de un Cupido escondiendo una flecha de plomo.
–Confundes la maldad con la picardía.
–¡Cuán peligrosa es la picardía! Se disfraza de inocencia pero es tan venenosa como la cicuta.
–¿Me veo inocente, hyung? –Niego con el rostro–. No lo diga, no quiero volverle a oír decirme niño. –Acaba riendo dándole otro sorbo al té pero yo me quedo estático, con un permanente puchero en los labios. El olor de vainilla se ha camuflado ya en el ambiente, solo me llega su cítrico olor. Respiro con fuerza y suelto el aire por los labios.
–¿Y bien? ¿A qué tanta bondad con este hyung?
–¿No le gusta mi compañía?
–No he dicho eso. –Me espeta, frunciendo el ceño. Yo le retiro la mirada–. Dejémoslo. ¿Cómo te va con el periódico? –Me dice mientras mira de reojo la máquina de escribir que tengo sobre un escritorio al fondo de la sala. Yo la miro por encima del hombro y suspiro, un tanto frustrado.
–No están acogiendo con los brazos abiertos mi novela. Ya me espetaron la semana pasada que poca gente estaba interesada en leerla.
–¿Van a retirarla?
–No pueden dejar de publicarla a medias, así que cuando terminen esta novela, si no he conseguido suficientes lectores, dejarán de publicarme y me tendré que buscar otra editorial que quiera historietas semanales.
–Si te sirve de consuelo yo las leo.
–Sé que lo hace, lo que no estoy seguro es si porque le gustan o por hacerme un favor.
–No lo digas así. A mí me gustan, y a Shana también. –Su nombre de sus labios vuelve a provocarme ese extraño malestar al que ya creí haber derrotado. Debe notar cómo detengo la taza a medio camino de mis labios, alzo la mirada, finjo una amable sonrisa y me llevo al fin el borde de la porcelana a los labios para saborear el té que de repente se ha vuelto denso como el petróleo y tan desagradable como tal al contacto con mi lengua. Cuando dejo de nuevo la taza sobre el plato en mi regazo escenifico de nuevo la misma falsa sonrisa y él parece complacido con eso, por lo que vuelve a beber mirando alrededor, preguntándose de qué seguir hablando para no provocar un incómodo silencio que ha provocado él mismo sin saber por qué. Por desgracia, y sin ser consciente de lo que hace, retoma el tema de Shana–. Nos hemos estado viendo más estos últimos días. –Dice casi como un susurro avergonzado. Baja la mirada a su taza y sonríe, mirando dentro de ella. Eso hace que sin querer se borre todo rastro de sonrisa de mi rostro.
–¿Y? –Pregunto, más desinteresado que otra cosa. Retiro de él mi mirada y la paseo alrededor. Buscando cualquier cosa más interesante que la propia conversación, pero aun así no puedo evitar que sus palabras se cuelen por mis oído.
–Hemos estado hablando de intereses comunes y un futuro muy reciente. –Yo le miro de nuevo, con mi ceño fruncido.
–¿Qué quiere decir eso?
–Eres muy joven para entenderlo, Kookie…
–Hyung, no me diga eso. Sabe que a mí ya me hablaron de la historia de las abejas y las flores. –Él ríe por mis palabras pero niega con el rostro.
–Estoy hablando de algo más serio, Jeon. –Con un suspiro deja la taza apartada en la mesa y cuela una de sus manos por el interior de su americana. Rebusca algo ahí dentro con una expresión frustrada, y cuando consigue alcanzarlo, suaviza sus facciones. Saca en su mano una pequeña cajita de terciopelo rojo con unas pequeñas muescas decorativas en oro. Yo me quedo expectante con mi mano cernida sobre la taza y con uno de mis dedos por el asa.
–Tae… –A mis palabras abre la caja hacia mí y me muestra un anillo de oro con un diamante brillante sobre la punta. Enganchado en una tela de raso negra destaca dentro del conjunto. Con ojos sonrientes una expresión infantil vuelve a cerrar la caja y se me queda mirando con unas ansias incomprensibles.
–¿Y bien? ¿Qué opinas?
–¿Qué opino? ¿Sobre qué? –Él se guarda de nuevo la caja donde estuviese en el interior de la americana y posa sus manos sobre el regazo.
–Pues sobre esto, ¿crees que debo pedírselo?
–¿Pedirle qué? –Mi mano comienza a temblar y hace que la taza golpee repetidas veces el plato debajo de ella. Al ser consciente de este hecho me deshago de ambas dos cosas sobre la mesa y cojo aire. No miro más a TaeHyung, me limito a mirar a cualquier otra parte.
–Vamos, Jeon. Supongo que sabes de qué estoy hablando. Pedirle matrimonio. ¿De qué va a ser? –Dice como si fuera obvio pero yo me quedo pensativo, mirando a la nada por unos instantes. Comienzo a escuchar el palpitar de mi sangrante corazón debatiéndose en si detenerse en su función o bombardear mi pecho hasta salir de él. Todo cuanto me rodea es demasiado gris, las cortinas se han descolorido y el parqué en el suelo ha perdido todo el brillo. El té en mi taza aún humea débilmente y su color pálido es desagradable. Mi traje ha perdido la suavidad y su voz, todo rastro de alegría. Más bien es preocupación lo que denota su tono y como si despertara de un endeble sueño, su voz me sobresalta.
–¿Hum?
–¿Jeon? Jeon… ¿Estás bien? –Sonrío casi como si unos hilos estirasen mis comisuras y me obligasen a hacerlo. Noto la resistencia dañándome por dentro, pero la sonrisa me impide quejarme. Mis manos sobre mi regazo se tensan, asiento y cierro los ojos suspirando largamente. Cuando vuelvo la vista a él me encuentro que su rostro de preocupación apenas ha descendido pero asiento de nuevo más convencido que antes.
–Sí, sí. Estoy bien, hyung. Ha sido la sorpresa… nada más…
–¿Y qué? –Me pregunta tenso–. ¿No vas a felicitarme? –Sonríe, animado. Aniñado, infantil.
–Yo… –Resoplo, sonriendo–. Claro, claro hyung. Felicidades… –Él asiente satisfecho y se dirige de nuevo a su taza sobre la mesa. La coge en las manos y mira su interior antes de llevárselo a los labios y beber de ella, cerrando los ojos con sutileza. Cuando ha terminado el trago suspira y mira el borde de porcelana desde el que ha bebido. Me mira sonriendo y regresa a mirar las ondulaciones que produce su pulso sobre la superficie de té.
Yo, dentro del vacío que ha provocado el silencio recojo también mi taza sobre la mesa y la muevo en el aire revolviendo bien su interior. Alzo la vista y veo como TaeHyung mira a todas partes, sintiendo que ha metido la pata al hablar de un tema que en mi opinión no es tan llamativo, ya que ha sido el culpable del silencio que se ha estancado. El nombre de su esposa parecer votar por las paredes de la sala produciendo un sonido atronador que reverbera en las ondulaciones de mi taza de té. Es un sonido que hace que el latido de mi corazón aumente su velocidad e intensidad de una forma extravagante. Pongo mi mano en mi pecho, me palpo el torso sobre la ropa pero descubro que no es el sonido de mi corazón lo que suena sino algo ajeno a mí, fuera de mi sistema y lejos de mis oídos.
Miro alrededor, y parece que no hay nada que produzca ese sonido más que el reloj que cuelga de la pared pero que recuerdo al instante, no suele producir más que un endeble susurro en el movimiento de sus agujas. Lo miro, alejado de mí y con la madera tallada en rosas y hojas florales. Lo miro con el ceño fruncido y los labios juntos en una línea. Juraría que esos sonidos vienen de algo externo a mí pero en cierto sentido, no podría jurarlo. Son como latidos amortiguados por sábanas. El tic tac de un reloj escondido en alguna parte. Lejos, pero al mismo tiempo, no lo suficiente como para no oírlo. Un sonido constante, paulatino, violento y profundo, pero continuo.
–¿Jeon? –Oigo la voz de TaeHyung, hablándome por encima del ruido y perderlo por un segundo de vista me hace sentir desprotegido. Le mando callar con un gesto de mi dedo sobre mis labios. No vuelvo a oírlo por unos segundos.
–¿Has oído eso? –Pregunto y él hace una extraña mueca volviendo a envolvernos en un silencio extraño. Hace un esfuerzo por escuchar algo que no está a su alcance y acaba negando con el rostro, convencido. Yo me quedo un tiempo más paralizado pero el sonido regresa y vuelve mucho más intenso que antes. Es como si estuviera a mi lado, y las palpitaciones reverberan por todo el suelo. Es exactamente en el suelo entre mis pies donde crece una extraña curvatura de la madera. Esta se comba y queda palpitante entre mis pies. Yo los aparto casi como instinto y me quedo mirando, tremendamente perplejo, como esa curvatura se mueve como en una constante respiración. Me recuerda al lomo de un animal bajo el agua curvando el agua de la superficie mientras se aleja. Lo hace lentamente y poco a poco se hunde en fondo desapareciendo a simple vista. Quedo ahí un segundo, parado, mirando alrededor en el suelo mientras un par de escalofríos recorren mi columna vertebral haciéndome dar un respingo. Las piernas me tiemblan, las manos se me entumecen.
–¿Te encuentras bien, Jeon? No tienes buena cara… –Me dice TaeHyung asustado. Yo suspiro largamente mirando disimuladamente alrededor y acabo sonriendo de forma ficticia, más casi para mí que para él, porque necesito de un falso convencimiento de seguridad que de hacerle creer que me encuentro bien, lo cual no es cierto.
–Sí, bien. Bien. –Miro mi taza en las manos para darle un pequeño sorbo que me reconforte, pero el color del té ha desaparecido para sustituirse por un oscuro y denso líquido de olor putrefacto. Es un rojo intenso que contrasta perfectamente con el blanco de la porcelana y la impresión de sentir como se mueve en el interior de la taza me hace soltarlo de golpe. Aparto mis pies justo para que caiga frente a ellos y la sangre salpica mis pantalones y las patas de la mesa. TaeHyung también da un respingo por la impresión del la taza rompiéndose en varios pedazos y mi extraña reacción. Solo tengo ojos para ver cómo el líquido se filtra levemente por las ranuras de la madera en el suelo. Poco a poco hasta que no queda una sola gota de sangre que rescatar y ha dejado un oscuro cerco de suciedad en la madera. Me pongo en pie, incapaz de seguir conteniéndome a pesar de que mis piernas tiemblan. Tae me imita, alarmado.
–¿Qué diablos está sucediendo, JungKook? –Me dice en un tono que consideraría alto, pero ante todo intenta mantener la calma porque no sabe que es lo que está sucediendo.
–¿No has visto eso? –Pregunto aturdido, señalando el cerco de líquido que hay en el suelo.
–¿Ver qué, Jeon? ¿Qué te está pasando? ¿No te encuentras bien? –Viene hasta mí y posa su mano sobre mi frente y la deja unos segundos hasta comprobar que mi temperatura no pasa de lo normal, sin embargo mi expresión no le hace sentir tranquilo. Me coge del mentón y hace que le mire, por lo que desvío la mirada del suelo y la poso en sus ojos. Mi corazón palpita con mucha más fuerza que antes, pero me recuerdo que no es mi corazón lo que suena sino un sonido ajeno a mí, un sonido alrededor, algo que está ante mí y no soy capaz de comprender.
–¿Quieres que llame al doctor?
–No, hyung. Solo… ¡Míralo! –Señalo de nuevo el bulto que aparece de la nada, como un pez queriendo salir a la superficie y recorriendo todo el suelo en mi salón. Se detiene en la parte central y yo me deshago del agarre de TaeHyung para seguirlo y quedarme observando como se sumerge de nuevo. Me arrodillo ya incapaz de seguir con el temblor en mis manos y poco a poco, y con el cuerpo tembloroso, apoyo mi oreja sobre la parte de la madera donde ha estado curvada. A lo lejos, como a unos die metros de profundidad en el suelo, escucho ese latido amortiguado de un corazón a punto de apagarse. Es lento, tranquilo y muy sosegado. Apenas late una vez cada tres segundos o tal vez sea la distancia a la que está, que no me deja escuchar más que los pálpitos más fuertes.
Suspiro y el sonido de mi respiración golpea levemente la madera. Algo se mueve debajo. Un rápido sonido de madera rasgada contra mi oreja. Tengo que apartarme porque he sentido la opresión ejercida desde el interior de lo que parecen ser uñas rasgando la madera del otro lado en donde estoy yo.
–¡Míralo! ¡Acércate! ¿No lo oyes? ¡Es horrible! ¡Hay algo ahí debajo! –Señalo con mi largo y tembloroso dedo el suelo y madera a mis pies. Él dirige rápidamente la mirada, más preocupado por mí que por lo que intento decirle, pero está ciego a la horrible realidad que poco a poco emana del suelo como sangre, aflorando de entre las grietas de la madera y las uniones entre los baldosines. Sale hacia arriba al principio como una superflua filtración, pero poco a poco mana con presión combando la madera. El charco de sangre comienza a extenderse, poco a poco y muy lentamente. Doy varios pasos atrás impidiendo que esta me alcance, pero cuando creo que está a punto de alcanzarme, se detiene y vuelve a filtrarse por el suelo.
Me arrodillo allí casi desesperado, comenzando a sudar, rompiendo en la frente ya y en las manos. Apoyo mis palmas en el suelo palpando la sequedad y el pulido de la madera intacto. Aun escucho esos irritantes latidos lastimeros. Bombean sangre desesperados en algún lugar que no alcanzo a ver. Están bajo las maderas, están ahí debajo.
–¡Ahí debajo! ¿No lo ves? ¡Está ahí debajo, Taehyung! –Casi rompo a llorar, arañando las baldosas de madera con las uñas, como un maldito lunático. Las piernas me tiemblan y comienzo a ver la madera borrosa, camuflándose entre el desconcierto y el miedo sobrepasándome. Una mano me aparta del suelo y me siento por un momento ajeno al control de mis movimientos. Las manos de TaeHyung sobre mis hombros y alrededor de mis brazos me ayudan a incorporarme y me apartan de la escena, haciendo que le mire, atentamente.
–¿Qué es lo que hay ahí debajo?
–¡El corazón! ¡El maldito corazón! –Grito, con mirada desorbitada y las manos temblorosas sobre sus hombros, haciendo que me mire con firmeza.
–¿El corazón de quien? –Pregunta alarmado, esta vez temeroso de que mis palabras acaben por ser verdad. Yo no contesto, me quedo mirándole con una expresión perdida, desazonada, sabiendo que no voy a darle la respuesta. Me quedo mirando sus oscuros orbes atravesándome el cráneo. Delineo en mi mente la curvatura de su párpado y el arco de su poblada ceja en una expresión asombrada, preocupada. Deja de mirarme en el momento en que comprende que no puedo responderle. Se inclina como yo en el suelo y escucha detenidamente, pero al no oír nada se queda un tanto inquieto. Mira a todas partes y cerca de la chimenea encuentra unos utensilios metálicos para remover la madera candente. Se levanta con agilidad dejándome ahí parado en medio del salón, coge una palanca de metal negro y regresa a donde estaba antes inclinado pero se limita a hincar una de las rodillas en el suelo, para acercarse a él pero no se sienta.
Busca con los ojos alguna hendidura de la unión entre tabla y tabla de madera y clava ahí el extremo de la palanca y produce un sonido que hace vibrar el suelo bajo mis pies. Con fuerza intenta levantar uno de los tablones y cuando lo consigue, a duras penas, tira la palanca lejos, teniendo ya un espacio abierto por el que guiarse. Mira al principio ese espacio en el suelo encontrándose la tierra compacta que hay debajo. Una tierra seca y oscura, cubierta durante años por esos tablones de madera. Con los dedos un tanto temblorosos, y con una expresión preocupada, remueve la tierra con las manos un poco, como escarbando, como rebuscando debajo. Apenas es medio metro cuadrado, con lo que no tiene mucha amplitud de recorrido. Decide quitar unos cuantos tablones más alrededor de ese agujero ampliando el espacio a un metro y medio de radio.
–¿Por aquí, Jeon? –Me pregunta mientras comienza a revolver la tierra. Se mancha las manos, indudablemente, y con ello los pantalones pues está arrodillado en el suelo y las manchas de la camisa y americanas. No se ha desprendido de ellas en lo que se supone que es un esfuerzo físico. Eso es que el miedo le ciega la preocupación por su propia ropa.
–Sí… hyung… por ahí está… –Digo un poco más tranquilo. Él me mira de soslayo y yo hago un puchero preocupado mientras suspiro, largamente. Él vuelve a su tarea y comienza a cavar con las manos, sacando pequeños montículos de tierra encima de la tarima de madera a un lado. El latido sigue más fuerte que nunca. Puedo ver como las manos de TaeHyung, se manchan con un líquido rojo, producto de la humedad en las capas más profundas de la tierra. Los pequeños montículos desprenden un fuerte olor a podrido y gotean sangre, manchando la madera alrededor. La camisa blanca de TaeHyung se ha manchado en las mangas y yo me quedo un segundo escuchando como el latido del corazón ahí enterrado se convierte poco a poco en un sonido más fuerte, más impactante. Algo metálico, como las campanas de una iglesia condenando a dos esposos, celebrando una defunción. Una sola.
–No… no veo nada… –Dice casi como un suspiro. Está comenzando a cansarse, a desfallecer por el esfuerzo, por el miedo sin recompensa. Por la nada. Es culpa de la nada de ahí abajo que acabará por absorberle. Con mi mano un tanto más sosegada la llevo al interior de mi americana y palpo el bolsillo interior de uno de los laterales. Con mi dedo índice recorro el borde del bolsillo y la yema ya me pide que me adentre en el interior. Lo hago con un gesto hierático y agarro el pequeño objeto metálico no más grande que mi mano. Pequeña, brillante, recién limpiada, sin una sola mota de polvo y cargada con seis mortales balas. La dejo en mi mano y dejo caer el brazo a mi lado, sin darle la más mínima importancia a su peso, a su rudeza, a su sutileza. Solo escucho el sonido de la arena depositándose en los bordes del agujero en el suelo, la respiración de TaeHyung y los latidos de un corazón enterrado bajo tierra. ¿De quién? Digamos que de un tal remordimiento precoz. Taehyung suspira, se apoya en sus piernas y se queda mirando, un tanto cansado, alrededor, desmotivado. Comienza a negar con el rostro. ¿Realmente esperaba encontrar algo?
Se levanta, muy lentamente y queda de espaldas a mí al borde del agujero. Lo mira con perspectiva, seguramente con una mueca de confusión y descontento impropias de él, pero muy acorde con la situación. No puedo ver su rostro pero ya me estoy imaginando como mira a cada grano de tierra esparcidos por el suelo mientras busca entre ellos el motivo por el que mi locura ha aflorado de una manera tan repentina. Yo me mantengo en silencio con el arma a mi lado. Miro como sus hombros suben y bajan por su respiración y como el borde de su perfil asoma poco a poco, mirando alrededor de la habitación.
–No encuentro nada, Jeon. –Sentencia casi como una súplica de que no quiere continuar cavando, pero ya no es necesario.
La imaginación es un aliciente hermoso, muy poderoso. Puede hacerme imaginar escenas que no han sido aun realizadas, una boda, un beso. Un simple roce me basta para enloquecerme, para tentarme a terminar con todo el dolor que he guardando en mi interior esperando porque un día se amansase con su correspondencia. Ya veo que ese día no va a llegar y ante la decepción, solo tengo una salida. ¿La sangre? ¿Qué sangre? La sangre de mi corazón roto, magullado, partido como una pequeña figura de porcelana que accidentalmente, pero con violencia, cae al suelo y se rompe en mil pedazos. Insalvable. Irreparable.
–¿Alguna vez, hyung, has sentido remordimientos antes de hacer algo que sabes, es muy malo? –Mis palabras quedan un segundo suspendidas en el aire, rebotando entre las paredes y acaban por enterrarse bajo los escombros y la arenilla en el suelo. Se esconde de la realidad y mira con ojos temerosos mi respuesta. TaeHyung se ha quedado de espaldas a mí, escuchando con atención mis palabras que tarda bastante en procesar. Como movido por un engranaje mecánico se gira poco a poco a mí, aun con los pies en el agujero y con una expresión confusa, desorientada por la calma y el sosiego en mis palabras. Ya no hay rastro de miedo, el pánico se ha aplacado.
Cuando está de cara a mí se me queda mirando fijamente a los ojos y yo me limito a levantar el arma hasta tenerla apuntando directamente a su frente. El disparo es bastante sonoro. Se produce un destello de luz y una vibración en mi mano que reverbera por el resto de mi brazo. Todo se queda suspendido en la nada, pero lo único que ha permanecido en movimiento es la bala, que ha salido del otro lado de su cráneo. Le sigue la cabeza y todo el resto del cuerpo. Un perfecto orificio en la frente que con cuidado deja escapar una sola gota de sangre, escogiendo el ojo derecho para conducirse. Todo cae en el espacio, en el suelo y queda ahí, en un perfecto ataúd de arena negra y placas de madera. Alrededor de la cabeza comienza a formarse la sangre, empapando la arena con una humedad rojiza. El cuerpo yace plácidamente en una postura demasiado natural. Perfecta, diría.
Bajo el arma a mi vera y me quedo mirando el espacio frente a mí, escuchando el vacío alrededor. El sonido del corazón ahora parece más cercano, más personal. Mi propio corazón latiendo a gran intensidad con un ritmo acelerado, que con el paso de los segundos, se sosiega. Siempre ha sido mi corazón, un corazón arrancado de mi pecho por la violencia de una declaración de amor.
FIN
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