ACUARIO (VKook) [ONE SHOT]

 ACUARIO


JungKook POV:

 

El olor del café es algo que ya de por sí identifico con la madrugada. Su olor, su sabor. El sonido de la cuchara chocando con la porcelana en un intento por enfriarlo. Su amargor, su dulzor en algunas ocasiones. Como cada mañana una taza de negro y aromático café adorna mi mano y la de mi esposa. Ella, sentada frente a mí en la mesa me habla del mal trabajo que hicieron las empleadas durante la semana en sus tareas. La miro y veo como mueve sus labios pero solo el llanto de mi hijo en la trona a su lado parece hacerse evidente dentro de mi ensoñación. Ella lo coge en sus brazos y parece incluso calmarse pero ella no desiste en querer hacerme ver la incompetencia del reto de mujeres en la casa.

–¿Y qué quieres que yo haga? –Le pregunto como si no fuera mi problema pues sí lo es ya que las pago de mi sueldo pero ella no se da cuenta de que me importa una mierda.

–Despídelas y contrata personal nuevo. –No he escuchado sus argumentos para tal acusación pero deben ser los mismos de ayer y los de la semana pasada. Los de cada mes pues ella se cree que con sus manos que no han tocado un trapo en su vida puede hacer mucho mejor su trabajo. La miro de arriba abajo asintiendo, dándole la razón pues nada puedo hacer más que eso. Ella parece contentarse aunque no se calla y acabo removiendo la taza de café con la mirada perdida en la vista de los ventanales. El mar.

Desde pequeño he trabajado como pescador y ahora tengo yo mi propia flota y pago a trabajadores para que pesquen por mí. ¡Cuánto echo de menos mojarme las manos y sumergirme en el mar para poder pescar aunque sea una estúpida sardina! Mi mujer ya me conoció con todo mi dinero y mi hijo nunca sabrá qué es trabajar. Siento pena por él y también por ella porque una vida acomodada no te da la felicidad que te da el riesgo de poder morir en cualquier momento por un mal tiempo o una infortuna caída al mar. Tal vez algo temerario pero ahora el olor del mar solo me acompaña en mis matutinos paseos por la playa.

Al fondo veo llegar mis naves que madrugaron para conseguir los pesados más frescos. Sus velas se mueven por el cálido viento que sopla y sus cascos de madera se humedecen por las olas. A veces, cuando me siento tan solo que desearía terminar con mi vida ahogándome entre la marea, bajo al sótano donde habilité una zona para un gran acuario donde el agua es marina y los peces son exóticos y de vivos colores. Ellos me hacen pensar aún más en la idea de una muerte bajo el agua porque morir junto con ellos y servirles de alimento me causa una extraña sensación dado que de alguna manera sirvo para algo ya que he perdido los mandos de mi vida hace mucho tiempo ya.

–Cariño, ¿me estás escuchando? –Asiento en su dirección–. Nuestro hijo dentro de poco empezará a hablar y a caminar. Tenemos que contratar a una niñera que esté con él las veinticuatro horas del día. –Tomo un poco más de café con intención de endulzar mis siguientes palabras pero no hago sino amargarlas.

–¿Qué tienes que hacer tú que no sea cuidar de tu hijo?

–Yo tengo otras cosas que hacer. –Dice enfadada mientras deja al niño de nuevo en la trona de madera y se cruza de brazos. El niño comienza de nuevo con sus pucheros–. Tengo que bajar al pueblo y el niño no puede venir conmigo siempre. Tengo que ir a la iglesia y…

–A la iglesia… –Repito con una sarcástica sonrisa.

–Amor, tú deberías ir también. Hace mucho que no se te ve por allí y las mujeres del pueblo ya me han preguntado por ti varias veces.

–¿Tengo admiradoras? –Me mofo de sus preocupaciones.

–Deja de decir tonterías. El padre te visitará la semana que viene si no apareces por la iglesia. Amor, es de buen cristiano rezar y cumplir con la iglesia…

–Yo rezo en solitario, no tengo porque hacer una presentación estelar cada semana. Me asquean las gentes del pueblo…

–Mi amor…

–Dios está muy bien para los desesperados y los terminales, pero yo no le necesito. –Ella se horroriza como cada vez que sale el tema–. Nada va a darme Dios que no pueda conseguir yo con mi trabajo. Dios es una excusa para los vagos que les asusta el trabajo y creen que les van a llover panes y vino del cielo.

–Deja de hablar así delante del niño. –Ella tapa sus oídos y sus pucheros se tornan llantos.

–Él no entiende, querida. Y si de mí dependiera jamás le habríamos bautizado. No quisiera que tuviera que pasar por… –Miro el reloj de la pared y algo hace detener mis palabras. Son las nueve y media de la mañana. Los barcos regresan una hora antes de lo normal. Miro mi reloj de bolsillo comprobado que la hora de ese reloj es la correcta y rápido me levanto de mi asiento. Mi esposa me mira preocupada por mi repentino semblante pero antes de que pueda decirle nada un hombre aparece por la puerta, vestido con el traje de pescador. Es el capitán de uno de mis barcos.

–¡Señor! ¡Señor Jeon! –Sus botas están mojadas igual que sus ropas. En su camisa blanca hay manchas de sangre. Todo mi cuerpo tiembla y le miro, asustando esperando porque diga lo que ha sucedido pero parece no tener palabras para describirlo–. Tiene que venir a ver esto, señor. No va a créeselo.

Algo que haya hecho regresar a todas mis naves tiene que ser algo extremadamente bueno o al contrario, muy peligroso. Por lo que rápido me retiro de la mesa dejando allí a mi esposa y a mi hijo y me conduzco corriendo por todo el castillo siguiendo al buen hombre que me ha venido a buscar. No quiere darme ningún detalle por el camino y tampoco parece poder hacerlo pues cuando le pregunto el porqué de su sangre que entiendo puede ser de destripar los pescados, él comienza a blasfemar y a jurar por Dios para nuestra seguridad. A la par que asustado, parece excitado y conmovido. Dios es para todos un salvador, pero también un hacedor de la justicia y puede condenarnos a todos. Es ahora, cuando corriendo detrás de ese hombre comienzo a ver el verdadero significado de Dios pues es refugio de los temerosos por su poder.

Un poder creador como ninguno pues cuando llego al casco de uno de los barcos y subo a él me encuentro un círculo de personas rodeando algo en el suelo. Las aparto sin dificultad, pues soy su jefe, y cuando me he abierto camino me pongo en primera fila para observar aquello de lo que tanto temor y curiosidad ha creado. La cola ensangrentada de un pez se mueve asustada y nerviosa. Dolorida porque tiene un arpón para tiburones atravesándola y sus escamas, aunque mojadas y manchadas de su sangre, se ven hermosas y brillantes pero esto no son más que detalles insignificantes pues donde debería haber un cuerpo y cabeza de pez, una cintura aparece, estrecha y delgada. Un vientre plano y un torso húmedo y frágil. Un rostro humano me mira asustado y unos cabellos rojos se mueven según gira su cuello para observarnos a todos por miedo de hacerle más daño.

–¡Es increíble! ¿Cierto? –Las voces de los tripulantes no cesan–. ¡Dios nos ha hecho el mejor regalo del mundo! ¡Ciertamente es maravilloso!

–¿Qué debemos hacer con él? –Me pregunta el capitán–. ¿Matarlo? ¿Venderlo? Sacaríamos un buen pellizco. ¿Exponerlo? ¿O devolverlo al mar?

Miro más detenidamente los ojos oscuros de ese ser tirado en el casco. Sus manos, apoyadas en la madera de este intentan sostenerle pues no está en su elemento pero sus brazos tiemblan por el terrible dolor que debe sentir. Una de sus manos va allí en su herida y toca su piel dañada. Creo que quiere gemir de dolor pero el miedo a nosotros es más fuerte y no se lo permite. Vuelve a mirarme. Sabe que soy yo quien decide su futuro.

–Sáquenle el arpón y cúrenle la herida. Saquen todos los peces de mi acuario y métanlo allí.

 

 

El agua natural del mar entra por unas pequeñas ventanas con barrotes y con el movimiento de la marea el agua se renueva. El cristal delante de mí es casi inmenso. Nueve metros de longitud, cuatro de altura pero poca anchura. Sin embargo la criatura dentro tiene espacio suficiente para nadar. Su cola está vendada y aunque nada con dificultad parece manejarse bien. Ya lleva dos días aquí y mi mujer se ha horrorizado desde el primer momento en el que lo vio aparecer.

–Es una criatura del demonio. Una aberración. No entiendo como no la mataste y permites que conviva aquí con tu hijo.

–Es hermoso. –Digo mirando como los cabellos rojos de ese hombre se mueve debajo del agua con su movimiento mientras escarba entre las piedras de colores del fondo. Coge una piedrecita en la mano y la observa fascinado. Sonríe ante ella y la vuelve a dejar en su sitio. Su sonrisa ya es la cuarta vez que la veo porque me paso el día y la noche aquí encerrado, observándole y a cada hora, a cada minuto que pasa me siento más fascinado por él–. Si Dios lo ha creado es tan digno como nosotros de vivir, ¿no crees? –Le digo con sorna pues no creo que Dios sea capaz de crear algo tan hermoso. Mi mujer se va y yo me quedo a solas con la criatura de nuevo. Observándole soy feliz.

He ambientado el acuario a lo que creo que puede ser su gusto. Lo he llenado de conchas marinas de mi colección personal, con algunas plantas acuáticas, piedras de las playas que he visitado en mis viajes, incluso he esparcido algunas algas a las que no presta mucha atención. Cuando se aburre, pues ya se ha hecho a mi incesante mirada, se pone a nadar de diferentes maneras estirando más su espalda o retorciéndola. Cuando duerme, un par de horas, nada más, se acomoda en una esquina del acuario y cierra los ojos apaciguando su respiración. Cuando parece más entretenido es mirando las caracolas o escarbando en la arena en busca de algo que llame su atención. Todo él es un misterio. Su rostro parece el de un adolescente. Su mirada es alegre y tranquila. Su sonrisa, cuadrada.

La parte de arriba del acuario no está cubierta pero en ningún momento ha intentado escapar pues entiendo que no sobreviviría. Pienso en hablarle pero dudo que me entienda. En acercarme al cristal y golpearlo para que me preste atención como haría con un animal pero no estoy seguro de que él fuera a atender mis súplicas. De repente, detiene sus movimientos y me mira a través del cristal. Mis ojos se centran en todos y cada uno de sus movimientos y rápido lleva sus manos a su vientre apretando allí. Me mira con un extraño puchero en los labios y yo me acerco a la pecera para fruncir mi ceño.

–¿Quieres algo? –Me escucha y nos solo eso, también me entiende. Asiente y vocaliza algo pero yo no soy capaz de oírle–. No te oigo. –De nuevo vocaliza pero como niego con mi rostro él se lleva de nuevo las manos a su vientre y hace un gesto de masticar–. ¿Tienes hambre? –Asiente con una sonrisa y pone sus dos manos en el cristal. Me mira expectante y llevo mis manos a un bote con comida para peces pero él hace un mohín y niega con la cabeza–. ¿Qué quieres?

Con su mano hace un gesto de olas en movimiento.

–¿Peces de verdad? –Asiente y rápido vuelve a hacer el gesto–. ¿Qué clase de pez? ¿Atún? –Niega con su rostro deformándolo en una expresión de asco o disgusto. Sonrío ante el adorable gesto y pruebo de nuevo–. ¿Bacalao? ¿Rape? –Niega de nuevo y con sus manos hace un gesto indicándome una pequeña longitud entre sus palmas–. ¿Más pequeño? ¿Boquerón? ¿Sardina? –De repente asiente sonriendo como un niño–. ¿Sardinas? ¡Ahora mismo te traigo! ¿Cuántas?

Abre sus brazos en una expresión de infinidad y se pone a nadar contento por todo el acuario. Verle así de feliz me hace sonreír como hacía tiempo que no sonreía y rápido salgo del sótano para dirigirme a la fábrica contigua a mi castillo donde se comercializa la sardina que mis barcos pescan. Sin pedirle permiso a nadie y sin que nadie lo sepa me llevo un cubo con sardina recién pescada y regreso al castillo pasando por delante de mi esposa que me mira con una ceja en alto, preguntándose el porqué de mi excitación. Yo no necesito de darle explicaciones y regreso al sótano para encontrarle donde le dejé. Nada mas verme me moja en un movimiento de su cola salpicando fuera del agua. Al contrario de enfadarme me hace sonreír y más y cogiendo una sardina con mis dedos la pongo delante del acuario para mostrársela y conseguir su aprobación. La lanzo dentro y una vez allí, mientras se hunde en el agua, él la coge y se la come con cuidado de esquivar las espinas.

–¿Te gustan? –Le pregunto y asiente mientras me pide más y le lanzo otras dos. Cuando llevo diez me pide parar. Se siente satisfecho y regresa a su estado normal de tranquilidad en un rincón mientras cierra sus ojos y descansa. Aprovecho para regresar a las instalaciones y ducharme, cambiarme de ropa, comer y descansar yo también.

 

 

Ha pasado una semana desde que le recogimos y mi mujer me ha retirado la palabra. No me importa y al contrario que molestarme me alegra porque no la necesito. He hecho trasladar muchas de mis cosas al sótano como un escritorio y una estantería para poder entretenerme en las horas muertas. En un pequeño cuaderno apunto todo lo nuevo que descubro sobre este ser y tras haberle dibujado varias veces no consigo captar del todo su esencia porque no reflejo en el papel la inocencia de su mirada ni la ignorancia de sus gestos. Su curiosidad indomable y su férrea felicidad. Cuando sabe que le dibujo intenta mantenerse todo lo quieto posible dentro de su constante movimiento y cuando le pregunto, cada vez coordina mejor sus gestos para poder obtener de él una respuesta. El vendaje ha desaparecido de sus escamas, ya no lo necesita.

–¿Tienes familia? –Le pregunto pero niega con la cabeza–. ¿No tienes a nadie? –Pregunto pero asiente señalándome con el dedo apoyado el cristal–. ¿Por qué no puedes hablar? –Le pregunto pero él no parece entender mi pregunta y me ignora. Yo miro mis manos pensando en más preguntas que hacerle pero de repente el sonido del agua golpeando el suelo me sorprende y miro frente a mí, comprobando que el agua cae del borde del acuario donde está él asomado. Me mira con curiosidad desde su altura y yo sonrío al verle. Él me devuelve la sonrisa–. ¿Qué miras? –Le pregunto mientras río y él se encoge de hombros. Me saca la lengua y me hace sonreír aún más–. Habla ahora. –Le pido y lo hace pero solo gesticula con sus labios. Nada sale de ellos–. ¿No puedes hablar? –Asiente con su rostro enfadado, sí puede hacerlo–. ¿Y por qué no te oigo? –Señala el agua y se sumerge en ella. Como no comprendo me señala con su dedo y después al agua a su alrededor–. ¿Tengo… tengo que sumergirme contigo?

Asiente aun no muy convencido y le miro nuevamente recordando las historias que contaban como las sirenas conducían a los marineros a la muerte, guiados por sus cantos y sus falsas promesas. Apoyo mi mano en el cristal y él hace lo mismo desde el otro lado. Suspirando asciendo las escaleras de piedra que llevan al borde del acuario y una vez en lo alto comienzo a desvestirme. Él sale a la superficie para no perderse el más mínimo detalle de mis gestos y aunque me siento tremendamente pudoroso, algo me llama a volver a sentir la calidez del agua marina en mi piel y de seguro que es mucho más agradable con la nueva compañía que me espera. Cuando estoy tan solo con la ropa interior me siento en el borde de piedra sumergiendo mis piernas y él me mira expectante. Salto y me sumerjo pero aun con una mano sobre la piedra, manteniéndome a flote. Él parece receloso pero cuando ve que tengo yo más miedo de él que él de mí, se apiada de mi situación y se acerca muy poco a poco. Cuando lo tengo a mi lado es una sensación tremendamente extraña pero lo es más cuando su mano toca la mía. Suave, húmeda y firme. Me acaricia y me suelta para sumergirse. Yo cojo aire y me sumerjo junto con él. Nado un poco hacia el centro del estanque donde me espero y allí me mira con una sonrisa. Me mantengo todo lo que puedo y de repente habla. Su voz es como una nana de la infancia. Una canción de hace mucho tiempo. Él es el pasado pero también una premonición de mi futuro. Es cercano y agradable pero a la vez, intenso y muy presente. Y tan solo me ha dicho su nombre.

–Me llamo Taehyung. –Su voz es tan hermosa y agradable que siento miedo solo de oírla y esta se prolonga por el eco que produce entre los cristales. Salgo a la superficie porque algo duele dentro de mí y no sé si es el miedo o la falta el aire en mis pulmones. Cuando saco mi cabeza fuera él sale conmigo y me mira esperando por una reacción de mis palabras. Hablo excitado mientras me retiro el agua de los ojos.

–Lo siento, no me he presentado. Soy Jeon JungKook. –Él sonríe y asiente mientras se señala y me muestra sus dedos delante de mi rostro para indicarme que tiene siete años–. ¿Siete años? –Pregunto–. Te ves casi tan mayor como yo. –Sonríe y poniendo sus manos en mis hombros ejerce presión para volver a sumergirse conmigo. Una vez debajo del nivel del agua, habla.

–Crecemos rápido, morimos pronto. –Asiento y aun con tiempo me sumerjo aún más para llegar a su cola e inspeccionarla más de cerca. Él se deja hacer reduciendo el movimiento de esta para que se pueda apreciar con más cuidado. El tacto de sus escamas, más grandes que las de cualquier pez que haya visto, es extraño. Son suaves y brillantes pero están firmemente ancladas a su piel. Más abajo, casi en su aleta, está la perforación del arpón y evito tocar allí aunque parezca que se está recuperando porque aunque no tiene escapas en las partes dañadas, la piel interna y el músculo se está regenerando–. También nos curamos deprisa. –Me dice y asciendo hasta la superficie. Ahora él no me acompaña e imita mi gesto curioso observando mis piernas en el agua. Le miro a través de la superficie y le puedo ver tocar con cuidado mis pies y deslizar sus dedos por mis muslos. Nada un par de vueltas a mi alrededor y regresa a tirar de mí para sumergirme de nuevo–. Son frágiles. No tienes escamas que te protejan. –Me encojo de hombros–. Me siento envidioso. ¿Puedes correr y caminar bien con ellas? –Asiento–. ¿Y también nadar? –Asiento de nuevo y salgo a la superficie.

–Pero de seguro que tú nadas mucho mejor que yo. –Se encoge de hombros–. Has dicho que no tienes familia pero, ¿sí hay más como tú? –Nos sumergimos.

–Sí. En realidad tengo muchos hermanos y hermanas pero no vivimos juntos. Cada uno, cuando sale del huevo, aprende a buscarse la vida por sí solo. –Asiento indicándole que entiendo su modo de vida–. Hace mucho que no veo a nadie como yo. Me he alejado demasiado de las profundidades buscando bancos de sardinas. Son mis favoritas, –Sonrío bajo el agua dejando escapar algunas burbujas de entre mis labios que él ve y sigue con la mirada–. Puedo respirar fuera y dentro del agua. ¿Tú no? –Niego con la cabeza y acto seguido me muestra unas pequeñas agallas en su piel casi imperceptible tras su oreja–. También tengo pulmones. Pero es más cómodo aquí debajo. Mi piel necesita estar hidratada siempre. ¿Podrías estar tú siempre aquí conmigo? –Estoy buscando una respuesta en mi mente pero nada me parece claro así que salgo, y una vez fuera, me retiro el agua de los ojos intentando aclarar mis pensamientos. Él sale conmigo y me mira esperando una respuesta a su pregunta.

–Supongo que no podría. Necesito comer, dormir, y tengo una esposa y un hijo fuera, si no salgo podría enfermar por frío y yo… –Me detiene con un gesto de sus manos y asiente comprendiéndome–. ¿Habías visto humanos antes? –Nos sumergimos.

–Solo de lejos. Llevo unos meses por estas costas y he visto barcos, y a personas en ellos. Pero eres el primero que me escucha, el primero que me ha hablado y el primero que me ha tocado. Y además me has salvado, muchas gracias. –Niego con la cabeza y salimos.

–No ha sido nada. De veras. Pero, dime. Si no has conocido a ningún hombre, ¿cómo sabes hablar mi idioma? –Él sonríe divertido y de repente comienza a vocalizar fuera del agua. Lo único que oigo son los choques débiles entre sus dientes y sus labios. Me hace sumergir y de repente sus gestos se tornan sonidos.

–…no es culpa de mi idioma, sino de tus oídos. Emito sonidos, hondas, que sólo se pueden escuchar bajo el agua y cada uno puede ver en ellas su idioma. –Sonrío ampliamente y salgo a la superficie.

–Es genial, maravilloso. ¿Cuántos años te quedan de vida? –Él se encoge de hombros y me señala con sus dedos unos veinte o veinticinco años más–. ¿Solo? Es muy poco. –Él frunce el ceño por mis palabras y me hace sumergirme con él.

–¿Piensas exponerme o venderme a algún circo? –Niego rápidamente con la cabeza y las manos–. Entonces… ¿por qué me retienes aquí? –Le soy sincero encogiéndome de hombros porque realmente no sé qué hacer con él. –Salimos fuera.

–Ahora eres mío, así que hasta que piense algo bueno para ambos estarás aquí. ¿Bien? –Asiente y nos hundimos.

–Siempre y cuando me hagas compañía. –Asiento y salimos. Nos mantenemos unos segundos en la superficie pero como ninguno de los dos tiene nada que decir nos quedamos mirándonos el uno al otro sonriendo. Él hace salir su cola y chapotea el agua para mojar mi rostro con lo que tengo que limpiarme para poder ver y le señalo con el dedo acusador.

–¡Cómo se te ocurre! –Mis palabras son más infantiles que enfadadas y él se señala a sí mismo fingiendo desconcierto y niega con el rostro mientras se encoge de hombros eximiéndose de cualquier culpabilidad–. ¡Mentiroso! –Con mis manos salpico el agua para que le moje a él pero parece darle igual y se sumerge tirando de mis piernas para sumergirme a mí también. Huye de mí en los pocos metros cuadrados que tiene pero yo le persigo a nado a pesar de que sé, no le podré alcanzar nunca. Estoy a punto de acorralarle cuando unos gritos lejanos al otro lado del cristal me ponen los pelos de punta.

–¡¿Qué diablos crees que estás haciendo?! –Mi mujer al otro lado se escandaliza y oculta el rostro de nuestro hijo para que no pueda vernos–. Sal de ahí de inmediato. ¿Qué se te ha pasado por la cabeza para meterte ahí dentro? Aún no sabemos qué diablos es esa cosa. –Miro el rostro de Taehyung que forma un puchero mientras se mantiene en un rincón acongojado y me ve salir hasta la superficie donde me acerco al borde en donde las escaleras y mi ropa me esperan. Aquí, los gritos de mi esposa son mucho más claros y evidentes–. ¿Y si te hubiera hecho algo, mi amor? ¡Ha sido una temeridad! ¡No te hace bien estar aquí encerrado todo el día!

Tras vestirme bajo las escaleras y regreso al lado de mi mujer quien coge mi brazo como a un niño y me saca del sótano seguido por la incesante y preocupada mirada de Taehyung.

 

 

Otra semana ha transcurrido desde que mi esposa me ha alejado de TaeHyung. Ella se ha encargado de que una persona le alimente dos veces al día y que cuide de él y de lo que necesite pero siento que debo saber de él y que debo comprobar yo mismo que está bien. Echo en falta escribir sobre él, dibujarle. Pero más aún el tacto de su piel, el sonido de su voz. Es algo que me tortura, que me viene surgiendo en los sueños por las noches. Lo oigo incluso cuando estoy con gente manteniendo una conversación. La recuerdo tranquila y agradable. Dulce y melosa. Siento que me llama y ya no lo soporto más. Aquí acostado con mi esposa en un intento inútil de quedarme dormido siento como me grita y me llama por mi nombre para poder reencontrarme con él. El olor salado, su tacto suave, el color de sus ojos. El rojo intenso de su pelo.

Me levanto muy lentamente de la cama sintiendo como mi mujer aún está dormida y me pongo un albornoz sobre la ropa para dormir. Salgo del cuarto y me dirijo a prisa por los pasillos hasta desembocar en el sótano y tras abrir la puerta de metal la cando por dentro para que nadie pueda molestarnos. Rápido me acerco a la pecera y puedo verle allí, acurrucado en un rincón entre piedras como con sus ojos tristes juguetea con una concha anaranjada. Me acuclillo a su lado y él alza la mirada para verme ahí parado frente a él. Rápido una sonrisa hermosa y sincera aparece para sorprenderme y me hace sonreír a mí también. Apoya ambas manos en el cristal obligándome a apoyar una a mí. Le hablo al fin después de tantos días.

–Te he extrañado. –Asiente con una gran sonrisa–. ¿Estás bien? ¿Estás hambriento? ¿Te duele la herida? –Niega con la cabeza dándome a entender que está perfectamente–. Aquí abajo hace frío en las noches, ¿tienes frío? –Niega de nuevo con una sonrisa y de repente esta desaparece formando un puchero con sus labios–. ¿Qué te ocurre? ¿Te encuentras mal? –Niega de nuevo–. ¿Qué quieres? –Me señala y yo sonrió pero mi sonrisa desaparece cuando después de señalarme señala el entorno a su alrededor–. ¿Yo? ¿Ahí contigo? –Asiente sonriendo y mueve su cola impulsándole hasta el borde y se asoma desde el cristal–. No sé si es lo más correcto. Mi esposa está durmiendo y tengo que subir pronto, yo… –Su puchero se intensifica y señala las escaleras así que las subo y me quedo ahí en donde aparece enseguida.

Me siento en el borde con las piernas fuera del agua y él se queda a mi lado. Cojo su mano y la acaricio pero él lleva mi mano a su rostro y me deja que le acaricie las mejillas y los cabellos mojados. Añoro aún el sonido de su voz y antes de poder decirle que me tengo que ir se impulsa en el agua y me abraza para hacerme caer dentro y me sumerjo con él pero rápido salgo a la superficie para recriminarle su gesto pero no me deja y rápido me abraza sonriendo y tras el abrazo comienza a desvestirme, primero el albornoz y después la camiseta. Lo tira fuera y yo me quito los pantalones y los calcetines. Mis zapatillas han caído ya al fondo de la piscina y nada él hasta el fondo para rescatarlas y sacarlas junto con el resto de la ropa. Ahora sí le regaño.

–¿Por qué has hecho eso? Ahora no tengo ropa seca para salir. ¡Podrías haberme hecho daño y podías habértelo hecho tú! –Él vuelve a abrazarme y su tacto es reconfortante y cálido. Le abrazo porque comienzo a tener frío por el agua–. Te he echado de menos, idiota. –Sonríe y mostrándome su sonrisa se sumerge  y yo con él. Su mano me conduce a un lugar en la pecera en donde hay unas cuantas caracolas y allí me muestra una de ellas como un niño que le muestra sus juguetes a su amigo. Con la caracola en la mano la mira por todas partes y la gira para que pueda verla en su totalidad. Le gusta y sonríe cuando la cojo yo en mis manos pero rápido necesito aire y pretendo ascender pero él sujeta mi mano impidiéndomelo. Señalo mis pulmones pero él niega con la cabeza.

–No necesitas salir. –Me dice y su voz es armoniosa pero más me preocupan sus palabras que me impiden ascender. Rápido viene a mí y coge mi rostro con las manos–. Suelta todo el aire que tienes. –No quiero hacerlo pero confiando en él lo dejo ir sus labios se unen a los míos para que me pueda pasar él aire. Recargo mis pulmones y cuando no necesita de mantener el contacto, se separa tras darme un sutil beso sobre mis labios sellados. Sonríe y se aleja para seguir buscando entre las caracolas alguna flor marina que le agrade o algo que llame su atención. Yo me quedo helado por el reciente contacto y llevo mis dedos a mis labios aun pensativo. Él me habla–. ¿No te ha gustado? ¿Necesitas más aire? –Niego con la cabeza confuso–. ¿Quieres que juguemos a algo? ¡Vamos! ¡Persígueme si puedes!

Comienza a huir de mí y yo sonrío mientras buceo detrás de él. Es sin duda rápido y muy escurridizo. Es flexible y se escabulle de mí a la mínima. Apenas tarda dos segundos en recorrer el acuario de un extremo a otro cuando yo necesito al menos siete u ocho. De un solo golpe de su cola bajo el agua se impulsa para recorrer la mitad. Llega un momento en que me quedo irremediablemente sin aire y le llamo la atención aferrando una de mis manos a mi cuello mientras dejo salir todo el aire. Él viene corriendo a mí mientras estampa sus labios con los míos para devolverme aire. Cuando me siento satisfecho se separa de mí pero yo no le suelto y le miro con una sonrisa pícara indicándole que le he atrapado.

–¡Eso no es justo! Maldita sea, eres un trmaposo. –Me mira enfadado pero yo hago un puchero y él se contenta rápido–. ¿Tengo que perseguirte a ti ahora? ¿Quieres que te deje ganar? –Me pregunta pues es evidente que puede alcanzarme cuando quiera. Niego con la cabeza y me pongo a bucear lejos de él pero me da ventaja hasta que llego a la otra punta del acuario. Me veo acorralado y él parece entenderlo por eso nada despacio hacia mí y no me atrapa dejándome posibilidad para escapar de él. Me detengo a medio camino y me giro a él para indicarle que venga, que se acerque rápido y me bese. No lo duda y cuando llega hasta mí suelto el aire para recibir sus labios pero cuando tengo aire suficiente no le suelto y sujeto su cuello para acercarlo a mí de nuevo. Beso sus labios, los muerdo y los lamo. Él no se separa de mí pero parece temeroso de mis gestos. Con más intensidad regreso a besarle y abrazo su cuello con mis brazos mientras sus manos se ven guiadas por sus instintos y me abrazan la cintura. Su lengua se cuela en mi boca antes de darme cuenta y  jugamos a una lucha sin fin. Cuando necesito de aire él me lo proporciona deteniendo por unos segundos el beso pero lo retomamos rápidamente. Él gime a los segundos y rápido me separo de él y salgo a la superficie. Allí sale conmigo uniendo sus manos en señal de disculpa.

–No, no, está bien. Ven… –Cojo su mano y le acerco a mí para que me bese de nuevo. En la superficie es mucho más diferente. Puedo agarrar más firmemente sus cabellos mojados y el sonido de nuestras lenguas luchando es espectacular. Ahora yo también puedo gemir en el beso y él sonríe cuando me oye. Rápido nos acercamos a una de las paredes de la pecera y ahí el beso se torna más intenso. Cuando se deshace de mis labios y comienza a besar mi cuello y mis pezones su abdomen roza con mi pene y eso me produce unas cosquillas exquisitas. Entrelazo mis piernas en su cintura e intensifico ese contacto tan delicioso. Él es consciente del creciente bulto en mis piernas y lleva allí una de sus manos para apretarlo con lo que gimo y ahogo un grito de sorpresa–.Tae… Taehyung… –Suspiro y él se deshacen de la única prenda en mi cuerpo hundiéndola en el agua. No le importa y a mí tampoco y menos aún cuando él se sumerge y desaparece de mi vista para sentir ahora el cálido tacto de sus labios sobre mi glande hinchado. Me besa allí y con su mano masturba mi longitud mientras absorbe y lame la punta haciéndome delirar. Agarro sus cabellos bajo el agua y aunque no le obligo a introducirse mi pene en su boca lo hace y me hace la mamada más maravillosa que he sentido nunca. El interior de su boca es caliente y estoy decidido a correrme en ella cuando se detiene y sale de nuevo a la superficie

–¿Por qué paras? –Le pregunto casi enfadado–. Me gustaba mucho… –Sonríe avergonzado pero lleva su mano a mi polla y la dirige a un lugar en su bajo vientre entre sus escamas donde hay un pequeño orificio en donde se introduce mi polla. Una vez está el glande dentro ya puedo hacerlo yo y él se abraza a mí lloriqueando pero sin emitir ruido. Giro nuestros cuerpos y le apoyo la espalda en la pared de cristal para poder penetrarle con más fuerza. Su interior es mucho más caliente y apretado de lo que esperé y duele, pero no me importa porque con cada embestida se dilata más. Su expresión es de dolor pero no soy capaz de oírle así que la preocupación no es tanta. Sus brazos me abrazan con fuerza pero llega un momento en que sus manos dejan de apretarme y arañarme, y su rostro se relaja para proporcionarme besos por toda mi cara. En un momento dentro del placer me señala hacia abajo y yo hago que nos sumerjamos para que, nada más crucemos el nivel del agua, sus gemidos me sorprendan con el mayor éxtasis que jamás había conocido. Oírle solo me da más ganas de follarle y cuanto más rápido voy más intenso es todo. Cuando me quedo sin aire él me lo proporciona y es en uno de esos momentos de intercambio en que me corro. Lleno su interior y él poco a poco se tranquiliza y esboza una sincera sonrisa.

–Ha sido maravilloso. –Dice entre susurros avergonzados y yo le abrazo saliendo a la superficie. Soy yo quien se apoya ahora en el cristal y respiro profundamente. Él me suelta y se queda mirándome con esa sonrisa extraña en su rostro pero algo hay de diferente en ella pues sus dientes se han tornado afilados y sus ojos se han oscurecido más de la cuenta. No me mira pero puedo verlos esconderse de mí.

–¿Estás bien? –A mi pregunta recibo su intensa mirada y su sádica sonrisa que consigue asustarme. Su lengua, húmeda y carnosa se pasea entre el filo de sus dientes y sus manos acarician mi rostro con lo que consigo sonreír pero no por mucho tiempo porque se acerca a mí y besa de nuevo mis labios de una manera intensa y provocativa pero sus dientes entran en juego mordiéndome en el beso. Le separo mientras me palpo los labios sangrando y él se relame gustoso. Mi corazón comienza a palpitar más rápido y creo que es capaz de oír incluso el sonido de mi sangre recorriendo mis venas. Sus manos van a mi cuello y me muerde allí haciéndome gritar de dolor. Todos sus afilados dientes se clavan en mi piel y de un tirón me desgarran comenzando a teñir el agua de la pecera de un rojo que asusta. Yo llevo mis manos a sus hombros para no solo intentar detenerle sino también para alejarle lo cual es inútil–. ¡Basta! ¡Socorro! –Nadie me oye, nadie viene en mi ayuda y puedo sentir como de nuevo me muerde en el hombro derecho provocándome que pierda toda la fuerza de ese brazo. Sus manos me sujetan con fuerza y tiran de mí hacia abajo pero yo intento impedirlo. Poco a poco me veo con el nivel del agua por la nariz y después de una bocanada de aire, la última, me ha sumergido por completo. Ya no vuelvo a oír el sonido de su voz ni a sentir el cálido aire entrando por mis pulmones. Estando bajo el agua la sangre me abandona con más facilidad y un último mordisco en mi cuello me libera. La sangre fluye abundantemente fuera de mi cuerpo y aunque llevo las manos allí a la herida, nada me salva. Caigo al fondo y me veo rodeado de piedras de colores y pequeñas caracolas. Aparece su rostro tras la sangre que describe un sutil baile que me recuerda a las danzas y canciones de Chaikovski mientras se funde con el agua. Sus ojos me miran con intensidad y puedo distinguirlos entre la oscuridad que se empeña en acunarme. Me mira como un animal mira su presa. Me sonríe como un cazador cuando ha matado a su víctima. Un asesino frente a un cadáver.

Y sin embargo lo que más me duele es haber sido engañado en todo momento por sus inocentes gestos infantiles.

 

FIN

 

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