MENTIRAS (YoonKook) [One Shot]

 MENTIRAS 


Jeon JungKook POV:


El sol entra levemente por las ventanas a través del color beige de las cortinas que lo dota de una tonalidad acaramelada, impropia de él. Hace mucho que el sol no se me muestra animado y colorido, hace mucho que no disfruto despertando a su lado. La noche que ha degenerado en viento y lluvia amanece con una radiante luz propia de la estación, pero no genera en mí ningún sentimiento de dicha o desazón. Nada. No hay nada.

Abro los ojos y miro al exterior por una de las pocas rendijas que dejan las cortinas, mostrándome un cielo azul atravesado por antenas de telefonía y algún que otro pájaro surcando el vuelo. Describe un semicírculo y cambia su órbita alejándose de mi vista. Es un pájaro negro y solo puedo pensar en un cuervo negro de ojos oscuros y pico ensangrentado, de haber estado escarbando en algún cadáver reciente, aún sin pudrir, recién asesinado. Un cuervo que se posaría en el alfeizar de mi ventana y me susurraría un “nunca más” como en el poema de Poe*.

A lo lejos, a pesar de estar la ventana  cerrada, se puede distinguir el barullo de coches yendo de un lado a otro y alguna que otra voz bajo la ventana pasando como si nada, hablando animadamente con alguna risa entre la conversación. Esa risa sí que la siento, es dolorosa. He comenzado a sentir envidia de las personas que saben como sonreír sin fingir. Dicen que es algo natural pero ya hace años que he perdido toda naturalidad en mi cuerpo. Estas sábanas, sobre mí, han dejado de ser mías y acariciarlas es mucho más violento que desnudarme frente a ojos ajenos.

Como es el ser humano. Siempre lucha por sobrevivir, siempre se mantiene a flote aunque la marea le azote y le amenace con hundirle. El ser humano es capaz de adaptarse a la más peliaguda de las situaciones con tal de seguir adelante. Seguir viviendo, una expresión tan aburrida… Incluso cuando quieres hacer lo posible por caer por el precipicio, tus pies te obligan a frenar y todos tus nervios se activan, acobardados. Piensas que no merece la pena continuar y lo sabes. Estás convencido de ello pero aun así, nuestra parte animal que seguimos sin poder dominar se aferra de una forma u otra a seguir viviendo, a seguir sufriendo. Siempre que intento dejar de lado todo lo malo, un cuervo aparece y me anima con un “nunca más”. Pero él es el único que tiene el valor de decirlo y solo está en mi cabeza. Las palabras no se formulan en mis labios. Yo no tengo el valor. Porque tengo que seguir. Tengo que seguir con esto…

Unas manos surgen del bulto a mi espalda, enrollado en sábanas, y me abrazan por la cintura atrayéndome más a él, para sentir como la forma de su rostro se acomoda en mi cuello y respira fuertemente distinguiendo mi olor de entre el sueño. Sus pálidos dedos surcan mi pecho, mi vientre, mi cadera. Forman una imagen de mí en su cabeza y cuando se cansa, simplemente me abraza y vuelve a respirar con normalidad, dejándose abrazar de nuevo por el sueño. Sus rubios cabellos me acarician la nuca. Su olor me llega hasta las fosas nasales y lucho por deshacerme de él pero lo único que mis manos llegan a hacer es caer sobre las suyas dejándome envolver en el abrazo.

El cerebro humano, como acabo de mencionar, es capaz de adaptarse a las situaciones y yo me he adaptado a él mucho mejor de lo que me esperaba. Él no es a quien he tenido que amoldarme, sino a la situación que me plantea. Una situación de vida o muerte pero que en realidad es tan simple como seguir… seguir viviendo. Suena absurdo pero es como mantenerse a flote en un pedazo de madera. Si no te mueves, no hay peligro pero al mínimo gesto puedes caer y hundirte en el mar. Llevo días sin comer, sin beber. El sol calienta mi frente y mis ojos están ciegos. Quiero caer y hundirme en lo más profundo para que el sufrimiento cese, pero el animal dentro de mí se mantiene agarrado con uñas y dientes al trozo de madera que me garantiza seguir. Seguir viviendo.

En mi intento por mantenerme a su lado he llegado a vislumbrar una extraña rutina en su comportamiento. El cerebro siempre busca la normalidad, lo conocido, lo rutinario, y al principio creí estar volviéndome loco pero dentro de esta rutina que me he inventado, creo poder sobrevivir. La rutina de la que hablo se basa en mentiras diarias. He contabilizado las mentiras que dice cada día y como media son unas diez. A veces está demasiado cansado como para esforzarse, otros días, se excede, pero como resultado de muchos días a su lado creo que diez es la cantidad media.

—Buenos días. —Susurra su voz a mi espalda. La primera mentira del día, pues a pesar de que el sol esté calentando las cortinas y el aire esté limpio después de una noche de lluvia, no es un buen día. Yo no lo veo bueno. Como en una pequeña agenda mental tacho con un “tic” la casilla de “la mentira de los buenos días” que siempre es la primera de las mentiras. Igual que la taza de café que se tomará en unos minutos, es algo que no puede pasar por alto. Lo hace siempre y con sumo cuidado, escogiendo bien cada uno de sus actos. Es de las mentiras que más odio en él porque a veces lo dice sin pensar, otras no lo dice convencido, otras, no sabe a quién se lo está diciendo. Pero yo siempre contesto de la misma forma a la misma mentira.

—Buenos días, mi amor. —Tacho mi casilla girándome a él mientras sus brazos no me sueltan. La luz que entra por la ventana le da un tono más cálido a su piel y me hace olvidar la palidez a la que tan acostumbrado estoy a ver. Siempre es igual, siempre es la misma mirada somnolienta pero con una sonrisa socarrona. Cierra sus ojos de nuevo y se hunde en mi pecho posando allí uno de sus besos matutinos. Sus besos son como las risas ajenas, tan dolorosos… tan humillantes.

—Nunca más. —Dice el cuervo posado en la ventana e intento reprimirme para no escucharlo. Muchas veces me he imaginado diciéndoselo a Yoongi, “Nunca más” “No vuelvas a besarme, nunca más”. Pero, ¿a quién voy a engañar? No puedo vivir sin sus besos y ya espero por la siguiente mentira del día.

—Te quiero. —Susurra en la línea de mi cuello. Ahí está. A veces esta mentira se la salta, pero otras, parece que la recuerda súbitamente. Esta mentira siempre viene acompañada de un beso en mis labios y ahí viene, ese beso que tanto miedo me da. Posa sus labios sobre los míos saliendo de su escondite en mi pecho y el sonido de nuestras salivas al separarnos es tres veces más doloroso que cualquier risa ajena, suya o nuestra. No importa.

—Yo a ti también. —Respondo. Esto no es, desgraciadamente, una mentira.

Sus pies se revuelven por entre las sábanas. Unos pies fríos y desnudos que me acarician las piernas. Enrosca sus piernas en las mías y sus manos las dirige a mi cuello para besarme de nuevo mientras acaricia los mechones en mi nuca. Cuando se cansa, recorre la línea de mi columna con la yema de sus dedos, la forma de mis omoplatos y ambos dos costados. Antes no lo hacía de esta forma tan sutil y desinteresada. Casi como un recorrido que ya tiene planificado. Antes no lo hacía, alguien se lo ha enseñado. Cuando nos separamos en el beso sus ojos ya están lúcidos y puedo perderme en la profundidad de sus orbes negros. Cuánto miedo me dan. Cuanto ocultan, tanto como sus labios callan.

—¿Has dormido bien? –Asiento. Esta es una mentira que suelo adjudicarme yo. Es una mentira personal que he ido perfeccionando con el tiempo. Cuando más me gusta decirla es cuando he pasado la noche en vela esperando porque él regresara. Son mis momentos favoritos porque deja de ser mentira en el momento en que él sabe que no es cierto, que es inmediatamente.

—¿Y tú?

—Sí. Muy bien. —Y ahí está, la más endeble que necesita de su infantil sonrisa para ser creíble. Me sonríe y por un momento realmente me la creo pero retomo mi libreta y con mi mano temblorosa tacho la tercera casilla. Una más en el día de hoy. Esta es la que menos quiero creerme porque no quiero tomarla como cierta. Tal vez haya sido placentero para él susurrar otro nombre en sueños pero para mí, no es bueno. No debe haberle gustado. No puedo creer que no tenga cargo de conciencia. Tal vez él siga viviendo, como yo–. Voy al baño. –Dice y con un golpe seco de su brazo se quita las sábanas de encima y se sienta en el borde de la cama, dejándome ver su espalda desnuda encorvándose mientras apoya su rostro entre sus manos, bostezando. Se estira alzando los brazos al aire y todos sus huesos se mueven bajo su piel. Después de eso se levanta y, completamente desnudo, se encamina al pequeño cuarto de baño que hay en la pared contraria a la de la cama.



Yo me froto los ojos y comienzo a recordar, no por voluntad propia, lo acontecido anoche. Recuerdo como sus cabellos estaban empapados de la lluvia que caía fuera mientras entraba por la puerta dejando su abrigo empapado sobre el perchero tras esta. Recuerdo el sonido de su respiración acelerada y el de sus pisadas encharcadas acercándose a la cocina, donde yo estaba leyendo con una taza de café caliente en las manos. Recuerdo como sus ojos me miraron y tardaron en reconocerme, como si no se esperase que estuviera esperándole pero no era tarde y yo no tenía otra cosa que hacer. Más me molestó la sonrisa que me dirigió, obligada, fingida, ensayada. Estaba cansado de verla y juraría que el cuervo me acechaba desde algún rincón de la estancia esperando el momento oportuno para susurrarme un “nunca más” que me hiciera cobrar valor.

—¿La reunión ha ido bien? ¿Les ha gustado la novela? —Le pregunté y él me miró frunciendo el ceño mientras se servía una taza de café como la mía. Tuvo que hacer memoria para recordar cuál era la excusa que me había puesto esta vez. Asintió emocionado.

—Sí, la primera impresión ha sido buena pero hasta que no la lean no puedo decirte nada. Parecían ilusionados, de todas formas. —Asentí y miré mi reflejo en el negro color del café. Era como verme reflejado por sus ojos pero el café de seguro que era más dulce—. ¿Y tú qué tal el día?

—Bien. Hoy uno de los niños se ha puesto perdido porque le han empujado a un charco del patio y hemos tenido que llamar a su madre.

—¿Las prácticas en la escuela te están resultando difíciles?

—No. La verdad es que la mayoría no da problemas.

—Me alegro mucho, mi amor. —Vino hasta mí y me besó. Se sentó delante de mí y yo le miré recordando al niño que se había caído en el charco. Empapado de pies a cabeza pero solo le preocupaba mi reacción para con él.

—¿No quieres darte una ducha? Estás empapado…

—No, estoy bien. —Dijo. Habría jurado que era culpa de la lluvia su estado, pero un olor extraño emanaba de él. Un olor a limpio, a dulce. Un olor diferente. Coco. Olía a coco. Era como ver a un tiburón rondar la balsa. Si caigo, me devorará, pero ¿no es eso lo que quiero?

—¿Hueles eso? —Dije olfateando el aire. Él imitó mi gesto y negó con el rostro.

—¿A qué huele?

—Da igual. —Rápido volví a subirme a la balsa. Mis manos temblaban. Había sido una estupidez pero el cuervo aleteó por ahí graznando enfadado. Cuando me terminé el café me levanté y caminé hasta el cuarto a paso lento y comencé a desvestirme para ponerme el pijama pero unas manos me rodearon por la espalda acariciando mi vientre. Su altura le dejaba una posición inferior y apoyó su rostro en mi omóplato mientras me besaba con cariño. El calor de su respiración me puso los pelos de punta y yo ya solo tenía atención para sus manos recorriéndome.

—Quiero hacerte el amor. —Me dijo en un susurro que casi dudé de que fuera real. Mentira número ocho del día. No quería hacerme el amor, solo quería sentir que yo estaba a su merced. Que aún le correspondía. Solo quería hacerme olvidar que había olido el perfume de otra persona, o tal vez, el gel de una ducha ajena que había aprovechado para limpiarse los restos de otra persona y alegar que la lluvia le había empapado. Nadie había empujado al niño al charco, se había tirado de cabeza solo por poder ver de vuelta a su madre.

—Yoongi hyung… —Ronroneé y él me mordió el hombro con cuidado de no hacerme daño más que para hacerme dar un leve respingo. Una risa salió de mis labios de forma inconsciente y me giré a él para verle alzar el rostro con una mirada suplicante. Con el paso del tiempo había tenido que empezar a suplicar por mi cariño pero aún no se había cansado de hacerlo, todavía con un puchero me tenía ganado y antes de que lo hiciera, le cogí en mis brazos y él rodeó mi cadera con sus piernas, riendo. El maldito sonido de su risa… tan cruel.

—Nunca más.

Caminé con él hasta la cama y me senté en el borde dejándole a él sobre mis piernas. Nunca le gustaba sentirse tan sumiso a mis gestos, nunca le gustaba verse pequeño y débil. Pero se estaba dejando con una facilidad asombrosa, lo cual me puso en alerta. Algo muy malo estaba sucediendo porque lo único que buscaba era tener contacto conmigo, de la forma que fuera.

—Te quiero. —Susurró en medio de un beso cualquiera. Mentira número nueve. Cerré mis ojos y seguí con el beso mientras comenzamos a retroceder en la cama y hasta dejarme con la cabeza en el almohadón. Él se deshizo de todo gesto de sumisión y se colocó entre mis piernas, penetrándome sin preparación—. Te he extrañado. —Mentira número diez. Besé sus labios con fervor y las embestidas comenzaron al principio despacio, con una separación de varios segundos entre una y otra pero acentuadas por la profundidad a la que iban dirigidas. Cuando tocó el punto que tan débil me hace mordió mi cuello, me dejó marcas alrededor y sobre las clavículas–. Me pones tanto… —Mentira número once.

—Yoongie… hyung.. ahh…

—Te quiero tanto… te quiero Jeon… —Mentira número doce.

—¡Humm! Ah….

—Te necesito Jeon… —Mentira número trece.

—Hyung… ¡ah!

—Hum… Kookie… te quiero solo a ti. Te amo Jeon. ¡Ah! Kookie… eres tan caliente. —Catorce, quince, ¿dieciséis? Algo estaba pasando, había excedido con creces el límite de lo común. Todo estaba muy claro. Hoy había estado con él.

Cuando vives en una rutina es más fácil seguir adelante pero puedes ver como todo lo que hay en el exterior de esta es llamativo y evidente. Los pequeños detalles que me descolocan, un nombre que no conozco, un olor que no me resulta familiar. Miradas de pena, miradas de asco, de odio, de lujuria. Besos dulces, amargos, feroces. El sonido de la puerta del baño abrirse me saca de mis pensamiento y le miro de reojo como se acerca a la cama de nuevo y se sienta en el borde pasando su mano por mis cabellos alborotados sobre el almohadón. Le sonrío y él me devuelve una sincera sonrisa. Una de esas que hoy día escasean.

A veces me pregunto si no sabrá que oigo sus susurros en sueños. Ese nombre que tanto me está martirizando y que nunca he oído antes de sus labios. Me pregunto si sabe que no me creo cada una de sus absurdas mentiras. Que no me creo que tenga reuniones hasta tarde, que no me creo que no hable con él a escondidas, que no se van cuando yo estoy en clase, que no me engañen en esta misma cama. Sé que estas sabanas ya no me pertenecen y que en este almohadón ha dormido otra persona. Creo que no sabe que sé que alguien gasta mi gel, que alguien usa condones que yo no gasto, que alguien se pasea con pies desnudos y húmedos por la tarima del cuarto dejando sus huellas. Que alguien ha estado toqueteando mis CDs de música clásica que tengo ordenados en el salón. No sabe que cuento todas y cada una de las marcas que le hago en su cuerpo y que, a veces, su diversión se excede provocando que otras nuevas aparezcan de la nada.

Todo puede tener una explicación razonable. Tal vez a él le haya dado por escuchar esta música que tanto odia, haya gastado solo condones, lo cual es un absurdo pero todo es posible. Tal vez le hayan encogido los pies y se paseé descalzo por el suelo con lo mucho que le desagrada. Tal vez se haya aficionado a mi gel de lavanda que tanto dice desagradarle. Tal vez se haya golpeado, alguien le haya hecho daño y lo que parecen chupetones, no sean más que marcas de forcejeos. Que el nombre de sus sueños no sea más que un amigo, un conocido. Pero no hay una explicación para esa mirada de comprensión. Esa mirada que intenta gritarme que hay un cuervo tras él que le amenaza con sacarle los ojos. Un cuervo que le grita “nunca más” infundiéndole valor para dejarme pero él no es el tiburón, es otro náufrago a la deriva sin valor para quitarse la vida. Sigue viviendo, como yo, esperando que la vida nos devuelva a una playa en la que poder continuar.

Besa mis labios, con cuidado de romperme y se levanta. Se pone su ropa interior tirada por el suelo y se encamina hacia la puerta del salón pero mi voz le detiene. Yo me yergo un poco en la cama y le miro, mordiéndome los labios.

—Te he mentido. —Le digo. Él me devuelve la mirada un poco inquieto.

—¿Hum? —Pregunta aturdido, tal vez temeroso de dejar escapar algo más que un susurro.

—No he dormido bien… —Él parece dejar caer una gran carga de peso sobre sus hombros. Me mira con una sonrisa paternofiliar y hace un puchero.

—Oh… amor. ¿Qué ha pasado?

—He tenido una pesadilla. –Me mira curioso e interesado—. He soñado con un gran cuervo negro que volaba alrededor y que amenazaba con picarme los ojos. —Yoongi frunce el ceño pero suspira.

—Ha sido solo una pesadilla, no pasa nada. Te he dicho que no veas películas de terror…

—Es raro… ¿No crees? —Se encoje de hombros—. ¿Nunca has soñado con algo así? —Puedo ver como sus ojos, por primera vez me miran como yo usualmente le miro a él, buscando en las palabras algo más que meras palabras. Indagando detrás de una mirada, de un gesto. Piensa unos segundos mi pregunta, buscando la respuesta adecuada y susurra un: “Tal vez” zanjando la conversación.

Él desaparece por la puerta del cuarto y yo miro a la ventana donde puedo ver como el cuerpo mira alrededor, con gestos casi robóticos, buscando el origen de un movimiento que le ponga en alerta. Con el pico levemente ensangrentado grazna un sonoro “nunca más” y aletea buscando la estabilidad que sus patas no le dan, sujeto en el alfeizar. Sus ojos me miran de perfil y sus plumas se mueven débilmente por el viento. Al parecer, no solo yo le veo.

 

 

FIN


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Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809-Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de 1849) fue un escritor, poeta, crítico y periodista romántico estadounidense, generalmente reconocido como uno de los maestros universales del relato corto, del cual fue uno de los primeros practicantes en su país. Fue renovador de la novela gótica, recordado especialmente por sus cuentos de terror. Considerado el inventor del relato detectivesco, contribuyó asimismo con varias obras al género emergente de la ciencia ficción. Por otra parte, fue el primer escritor estadounidense de renombre que intentó hacer de la escritura su modus vivendi, lo que tuvo para él lamentables consecuencias.

“Nunca más”: Verso del Poema de Edgar Allan Poe, El cuervo.


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