HOY HE TENIDO UN SUEÑO

HOY HE TENIDO UN SUEÑO


 Hoy he tenido un sueño, uno de esos, fríos y febriles, que aún en el momento de despertar y reconocer la realidad que me rodeaba, todavía podía sentir el peso de la ensoñación arrastrando consigo ciertos vestigios de razón y sentido común, turbando mi desvelo y angustiando mi cordura con absurdas preguntas que se desvanecían tras de sí como hilos que se lleva el viento. Tardé unos segundos en reconocerme a mí mismo en mi propio cuerpo, así como asegurarme de que el espacio que me rodeaba y la cama sobre la que estaba tumbado, eran el mismo lugar que había despedido la noche antes, en el momento previo de sumirme en el pecho de Morfeo.

Aún recuerdo con escalofríos la sensación de súbita impresión que causó en mí el despertar, aún más que el propio sueño, del que apenas tengo ya vagos recuerdos. Regresar, mejor dicho, retornar a mí, como si durante un instante no hubiese sido yo quien vagase entre los diferentes tramos de escaleras que conforman las diversas profundidades del sueño, un instante de confusión bastó para alterarme, solo un momento de proyección astral de mi ser, para convencerme de una realidad, clara y absoluta que ahora se me vaticina fantasiosa pero que por un instante fue evidente como nada antes había podido considerar. Un funesto destino que ahora tomo como una certeza imperiosa: hoy voy a morir.

Ante mí surge la clarividencia de ese destino como si se hubiesen abierto las puertas de una verdad que se mantiene oculta para todos hasta momentos previos a descubrirla, como si me hubiesen dejado echar una ojeada a ese futuro inmediato antes de permitirme cruzar el umbral del propio acontecimiento. Es una idea tan fugaz y de sensaciones tan efímeras que temo olvidarla, y desde luego que no se me estará permitido hablar de ella, aunque dudo que llegue a encontrarme con nadie antes de que la muerte me suceda. Es claro que en pocos minutos, aún rodeado mi cuerpo del calor de la cama, se desvanecerá toda sensación apocalíptica y el destino me permitirá vivir mi último día como cualquier otro, pero no puedo dejar pasar la oportunidad de dejar esto por escrito, y trasladar mis ideas y sensaciones a papel, con el único objetivo de que queden redactadas con detalle mis turbaciones más profundas, que aún vivamente recuerdo, del momento previo al despertar.

No hay símiles ni metáforas en mis palabras y tampoco ejemplificaré con escenarios cotidianos para hacerme entender. El mundo real no es comparable al de los sueños y mucho menos análogo a las sensaciones del alma, por lo que la tarea se me complica, y ya comienzo a sentir como la angustiosa sensación decae. Pues bien, si mientras esta noche soñaba, un sueño del que no tengo ya ni siquiera una breve reminiscencia, hubo un momento en que el sueño cesó y aunque mi cuerpo se mantuvo quieto y mi mente dormida, mi alma se transportó fuera de mí, lejos del presente, viajando, volando lejos de la realidad para caer en mi mismo, en un yo de un pasado que si bien puedo haberme inventado, más parecía un recuerdo que había olvidado. Mi yo de apenas un año de vida, y lo supe, o al menos pude intuirlo por el tamaño de los objetos que se distribuían en torno a mí, por los cegadores estímulos que me rodeaban y por mi madre, que joven como era entonces, me tenía en sus brazos mientras me acunaba. Su rostro estaba dulcificado por la inocencia y su sonrisa era cándida, y no lánguida como me he acostumbrado a verla. El primer rayo de luz primaveral cruzaba el salón calentando la estancia y mientras oía como mi madre cantaba, yo me dejaba acunar, convencido de que aquel era el primer instante de mi vida, el primero que guardaría en mí y la única sensación que me retrotraería al ser vacío y raso que aún era y que con los años maduraría.

Pero este no es el punto del viaje, solo es el comienzo. Un comienzo que empieza a volverse angustioso a medida que mi alma sale de ese yo, de apenas un año de vida, y sigue retrocediendo en una amalgama de sensaciones nada empíricas y cuyas ideas finales no son más que el resultado de mis propias suposiciones, a saber, por un momento creí encontrarme en el instante de mi nacimiento pero solo fue un segundo, un pequeño trámite en que todos estamos obligados a detenernos. Un peaje. Creyéndome al inicio de los acontecimientos y pensando que o bien me despertaría o bien moriría en ese momento, para mi sorpresa fui capaz de llegar, o bien algo superior a mí me arrastró, hasta una vida anterior, una que comenzaba con la propia muerte de mi mismo y como una flecha atravesaba toda su vida como quien estira de un carrete de fotografías en una sucesión de imágenes que parecen coincidir, dando un contexto común a todas, pero con individualidad de sucesos. Antes de darme cuenta también había llegado al principio de aquella vida y a esta la sucedía otra más. Y así una y otra vez en un viaje que parecía infinito y que de seguro apenas si me mantuvo ocupado unos segundos.

Cuando había conocido infinidades de yos, cuando tantas veces había muerto y renacido en mí mismo y cada una de las experiencias vividas habían enriquecido mi persona presente, que comenzaba a sospechar que aquel viaje no terminaría nunca, llegó el momento de mi yo primero, el que llegó con un grito desgarrador de dolor, no sé si mío o de mi madre. Tal vez de mi Yo del mundo de las ideas en su momento de creación. Tal vez la voz de Dios, insuflando algo de vida a un pobre ser ingenuo. Y con el nacimiento de este el viaje terminaba en un silencio sepulcral, como amortiguado por el útero o la cúpula celeste. El viaje terminaba con la imagen de un ser amorfo y peludo, cubierto de no sé si pelo o plumas, irradiando no sé si luz u oscuridad que flotaba en medio de la inmensidad mientras que con ojos dormidos y apaciguado respirar se dejaba acunar por el éter. Un ser completamente inocente que a mí me llenó de horror y consternación, tal como si se me hubiese revelado la verdadera forma del mismo Dios, que aún estando deforme y a medio hacer, fuese todopoderoso y frente a él, mi existencia pudiese ser apartada y rechazada, convertida en polvo al instante. Tal vez fuese el ángel poderhabiente y responsable de la creación de mi alma, o incluso mi propio Yo del mundo de las ideas. Fuese lo que fuese, estaba lejos de mi alcance, y sin embargo en el momento en que le hube reconocido como un ser intrínseco a mí, surgió la certeza: aquel despertar que me esperaba al otro lado de la consciencia, sería el último.

Y aquí me encuentro, dejando por escrito este delirio condenatorio, ya que si no me dará tiempo para llamar a un notario que redacte mi testamento que al menos quede en papel mi último pensamiento.




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