DESESPERADAMENTE SOLO

DESESPERADAMENTE SOLO


Las luces amarillentas se han vuelto mucho más melancólicas. Ese aspecto hogareño ha desaparecido. ¿En algún momento llegó a estar allí? Solo Dios sabe si alguna vez este lugar pudo parecer hogareño. O simplemente reconfortante. Todo eso parece haber desaparecido junto con la pequeña neblina que se acumula en la superficie de este local. El camarero limpia, con gestos cansados y tediosos la barra en algún lugar abandonado en donde unos cercos de algunas bebidas húmedas aún se mantienen presentes como un par de clientes más que esperan por un trago. Las borra con una sola pasada haciendo que esa humedad se esparza por toda la superficie de madera de la barra. A lo lejos, una canción suena. Debe ser algo aburrida porque nadie parece prestarle atención. Nadie parece haber caído en la cuenta de que a lo lejos se escucha algo que no sea el murmullo generalizado de las personas que ya a altas horas han quedado esparcidas por doquier.

De nuevo miramos las luces, reflejándose en los lomos de cada una de las botellas amontonadas en las estanterías tras la barra. Se ven solitarias y sin embargo parecen mucho mejor acompañadas que cualquiera de las personas aquí dentro. No parece haber nadie que se haya percatado de que son más de las cinco de la mañana. Nadie parece haberse dado cuenta de que la noche está a punto de terminar para que el sol raye el alba sobre el horizonte. Nadie cae en algo tan evidente como que mañana es un nuevo día y que empieza en apenas unas horas. Nadie.

Un hombre. Unos anchos hombros hundidos sobre uno de los taburetes en la barra. Porta su chaqueta como si diese a entender que acaba de entrar. O tal vez se vaya pronto. A juzgar por la cantidad de vasos vacíos en derrededor de su asiento se deduce que la que aún porta en la mano no ha sido su primera copa, y tal vez, no sea la última que ingiera esta noche. Con un dedo, ingenuo pero experto, hace malabares sujetando el borde del vaso de cristal mientras inclina este, haciendo que el líquido se mueva con el gesto. Balancea el vaso, pero a nadie parece importarle que esté a punto de verter la bebida. Tampoco parece muy atento a lo que está haciendo. El efecto del alcohol se está cobrando su compostura y su sentido de la coherencia y presencia. Su pelo cano cae a través de su nuca. No sobrepasa el cuello de la chaqueta pero tampoco parece estar bien cuidado. Más bien algo revuelto. Sus manos se han pasado varias veces por sus mechones retirándose el cabello de la frente, de los ojos, del rostro. Parece algo nervioso, o tal vez agitado. Cuando su mano, cansada de tanto ajetreo, se sujeta en su mejilla, apoyando en ella su rostro, parece que todo su cuerpo sufra el descanso que necesitaba. Se deja caer sobre la palma de su mano, su humilde palma y respira con profundidad varias veces.

Sus pies llegan al suelo, puede que supere el metro ochenta, pero se mantiene con ambos pies sobre el pequeño soporte del taburete. De rodillas flexionadas y espalda encorvada hacia la barra parece querer fundirse con el local. No parece querer llamar la atención de nadie y sin embargo no parece lograr ese efecto. Zapatos de piel marrones, vaqueros algo desgastados y chaqueta informal. De color oscuro, y debajo se deja intuir el cuello de una camisa de color azul. Confunden ligeramente su porte y altura con su pelo canoso, y sin embargo, la mano en el rostro cubre parte de sus facciones. Facciones rotas. Están dañadas, heridas. Su mandíbula presionando con fuerza y ojos cerrados, húmedas las pestañas. Está llorando. Con este gesto de impotencia y fuerza por aguantar el llanto acentúa sus arrugas en las comisuras y en las líneas de sus ojos. Crea una expresión mucho más lejana a la de un anciano sollozando. Muestra algo mucho más doloroso. Es terrible el impacto que provoca ver ese silencioso llanto, casi infantil, mientras tambalea nuevamente la copa en su mano dando la sensación de completa irresponsabilidad. Tal vez no sea irresponsabilidad, sino completo desinterés. ¡Qué le importa tirar una! Se ha bebido al menos diez. Esta, con el movimiento de su escuálida mano parece fingir ser un fangoso mar revoloteando en el interior del vaso, esquivando los cubos de hielo que se interponen en el camino. Miedo, es lo que expresa su rostro, y el mar de barro en su vaso. Whiskey que ondea como las olas. Tras un largo suspiro casi forzado se lleva el vaso a los labios pero antes de llegar a ellos lo mira. Observa algo a través de él, como si realmente se preguntase en qué momento ha nacido otra copa de su mano, o tal vez cavilando las consecuencias de beber. No. Nada de eso. Ve algo mucho más allá de ese whiskey. Algo más allá de la bebida y de las paredes de este bar. Se puede alcanzar a descubrir que es algo muy doloroso, porque ingiere de un trago el whiskey que le quedaba a sabiendas del dolor que eso puede causarle en la garganta. Y le causa, pero no se puede distinguir entre el dolor que antes poseía y el del desgarro por el alcohol.

Su nariz se torna algo roja. Igual que la parte superior de sus mejillas y las bolsas debajo de sus ojos. Podría decirse que es el efecto del alcohol, pero sus lágrimas desmienten la afirmación, aunque no es algo rotundo. El nudo en su garganta le obliga a forzar de nuevo una expresión quebrada. Una mueca de dolor indescriptible. En un solo segundo vuelven a verse todas esas heridas en su ser. Unas heridas que se desoncen pero que son palpables, que son tan evidentes como cada uno de los ríos que conforman sus lágrimas en caída libre. Un solo de guitarra se oye por alguna parte, su mano sobre su mejilla no parece poder aguantarle por más tiempo y se la lleva a cubrir sus ojos, de forma que sentencie al fin lo tan evidente que ha tratado de esconder. El dolor. Es un hombre herido. Mucho más que eso. Es alguien que ha perdido algo. Por eso está aquí, el lugar a donde todos acuden, todos los que han perdido algo. El alcohol es la balsa que a todos los sostiene cuando navegan en busca de algo que perdieron, pero nadie es capaz de ver que el mar al que se arrojan no tiene costas y se perderán entre las olas y el sol abrasador.

¿Qué ha perdido este hombre? Se podría pensar que es algo banal, pero es la forma en que aprieta sus dientes, en la forma en que pide con un humilde gesto otra copa, en esa sentencia y condena, se demuestra que no solo ha perdido algo, sino que ha sido algo irrecuperable. En la forma en que aferra nuevamente este limpio cristal vemos su quebrada moral.

Roto. Este hombre yace en ese taburete roto y perdido. Abatido y completamente enloquecido por el propio dolor. El camarero apenas le ha dirigido una sola mirada, y en todo el tiempo que aquí se lamenta nadie ha venido en su ayuda. Nadie ha acudido a su presencia. Tal vez no esperaba a nadie o ese alguien nunca llegará. Su ceño se alza, en señal de derrota. Está hundido. Sus ojos cerrados dejan escapar un par de lágrimas más. Un poco más de esa mueca de dolor y después sosiega sus músculos en una sumisión completa al dolor al que se abandona. Se deja hacer por este mientras el seductor whiskey le reconforta de camino a la somnolencia. La anestesia más asequible, más común. Socialmente aceptada.

¿Qué dolor ha sido ese que puede doblegar a cualquier hombre? Un dolor tan profundo y tan desconocido como el propio hombre que aquí se encuentra. Un hombre del que mañana solo quedará una sombra. Un hombre cuyo nombre o edad pasan inadvertidos frente a la quemazón que supone el dolor reflejado en su mirada, en sus muecas. En cada una de las lágrimas que derrama cerca del vaso de whiskey que lo aguarda con un humilde y cálido abrazo. Mucho más cálido que el propio malestar. Una esbelta figura hundida frente a una copa de whisky. Anchos hombros, porte elegante, pelo cano, doblegado frente a un inquietante desequilibrio emocional que le obliga a hundirse entre los hielos de ese vaso de whiskey. Lo macabro de este dolor es que no es un instante, no es un momento ni tampoco es nada que el alcohol vaya a llevarse, aunque parezca que esa es la única alternativa. El dolor permanece a cada segundo en su ser y se vuelve cada vez más agónico por cada minuto que pasa. Cada vez es más incontrolable y por cada segundo de llanto se pierde un poco más de su orgullo herido. Tal vez a estas alturas de la noche no le quede nada. Tal vez se ahogue en él. como se ahogará en ese vaso de penas. Morirá entre amargas lágrimas de desesperanza y el sonido de los hielos golpeando el cristal. 

  

FIN



 


↤ RELATOS CORTOS


Comentarios

Entradas populares