AMANDA, AMANDA
AMANDA*, AMANDA.
Símbolo personal de la feminidad, de la
fiereza y la independencia. Te recorro con la mirada en cada una de las oleadas
de oro que refleja cada mechón de tu cabellera, cayendo como una cascada a
través de tus hombros, como el pelaje de un animal exótico que despliega sus
alas a través de tus pechos y se desborda, sumiso, como un minino sobre tu
brazo izquierdo. Amanda. De ojos fieros cual pantera contenida o tsunami
inminente, puedo avecinar la tormenta que suspiras a través de tus pestañas,
como las bates, como las contienes. Esa fugaz mirada heladora que consigue
detener el tiempo en su mejor faceta. Amanda. De pelo en llamas, de tez
sonrosada. Ojos castaños, pecas como estrellas en aquellas partes tan
protuberantes de tu anatomía. Pecas en las mejillas, en los hombros y rodillas.
A veces en el pecho, a veces solo es un rubor ligero. Enloquecida, querida
Amanda. Voluptuosa, mi Amanda.
Cuando me miras, eres belleza. Cuando
hablas, eres belleza. Cuando te desnudas eres belleza y cuando te vistes, eres
belleza renovada. Como si de algo tan trivial se tratase, nombras a Cupido con
la mayor despreocupación, cuando tú eres su madre, y puedo sentir como tu hijo
clava su flecha sobre mi incendiado pecho. Ardo en deseos de poder rozar con mi
impura mano el dulzor de tus mejillas, el roce de tus labios, deseo beber de
ellos como si de un cáliz probase. Ardo en deseos de caminar a tu lado hasta el
fin de los tiempos para ser tu esclava, para ser parte de ti y ser tuya,
contigo y sin ti. Deseo poner tus palabras en mis labios y hacer que estas sean
la muestra de mi símbolo de feminidad, Amanda. Mi dulce Amanda. Amanda.
Siempre se ha definido la feminidad como
la sutil mariposa que revolotea en silencio, sola y colorada de vívidos colores
sobre un prado de margaritas, que ante su roce, se vencen con sumisión. Pero tú
no eres sutil ni silenciosa. No estás sola ni te prestas a vividos colores. Y
mucho menos eres sumisa. Eres el rugido de un león en plena caza, el rugido de
un bombardeo y las largas noches de gemidos a la luz de la luna. Nunca musa,
solo artista. Creadora, no inspiradora. No eres solo la mente, ni la idea.
También eres el brazo ejecutor, que con dulces pecas adornada, me arrebata de
la realidad para transportarme lejos de la monotonía. Amanda. Amanda. Tan decidida
como atrevida, tan fugaz como un sueño y ese dulce recuerdo que anhelo en ti me
tortura hasta la nueva visita. ¿Cómo podría retenerte? Si eres tan
aventurera.
Mi Amanda, dulce y querida Amanda. Cuanto
duele no poder ser como tú, no poder tenerte o poseerte. Como duele la traición
de ver que te entregas a otros, y no soy yo de tu placer, solo porque no puedo
mostrarme ante ti con valor. Por culpa de que me has domesticado y sometido a
adorar el ideal que supones. Me encanta ver como desprecias a otros y no a mí.
Adoro ver como consigues tus objetivos carnales, pero duele saber que yo aun
sigo en espera, aguardando a que algún día mi subordinación te interese. Y sin
embargo, ahí estoy siempre que me llamas. Acudo a ti sin miramientos mientras
me arremolino a tus pies para besarte con placer y honor las yemas de tus dedos
siempre que tengas oportuno acariciarme. Mi doliente Amanda.
Añoro los tiempos compartidos, y extraño
el sonido de tu voz recriminándome o incentivándome. Ansío los momentos que
están por llegar, Amanda, mi amor. Añoro las veces que me has besado, y ansío
nuevos besos de tus cálidos labios sin dueño. Me reconcome el arrepentimiento
de haberte dejado escapar, y me habría reconcomido igual de haberte intentado
retener, pero la libertad te pertenece y eres solo suya, fiera, de alma morena,
pero tan lechosa… eres tan rosada, mi Amanda… tú, como ser, no eres nada, pero
como idea te has convertido en la base fundamental de mi existencia, de mi
persona y de mi filosofía. A quién le importa si eres fértil, para poder
coronarte como símbolo de mi feminidad. Los hijos son solo una prolongación de
una raza animal, pero tú no eres animal, eres ideal. Una idea que sobrevuela mi
cabeza como aquellas sombras en la cueva de Platón, como la idea de Dios en una
religión monoteísta. No. Es tu hijo que sobrevuela el firmamento mientras yo
planeo a tu alrededor.
Amanda, Amanda. Quien pudiera estar entre
tus piernas, o acunándome en tus brazos. Desearía las dos, y ninguna a la vez,
conocedora de los efectos narcóticos de tu piel, de la quemazón de tus manos en
la mía. Eres la muerte más inhumana y el más agónico dolor, mi cruel Amanda.
Como me gustaría que me acariciases el pelo y me susurrases tranquilizadoras
plegarias de amor, yo lloraría en tu pecho y tú me abrazarías. Que cruel
destino, que devastadora fantasía. Fantasiosa Amanda. Eres el sonido de unas
bélicas trompetas. El apocalipsis se acerca, y tú llevas el fuego en tu piel.
Los ángeles se arremolinan y yo me debato en acompañarte. Todo cae, nos sumimos
en profundos pensamientos mientras me miras con esa pícara expresión de armonía
y me extiendes la mano.
Y yo te sigo, Amanda.
Mi Amanda
Hasta el fin del mundo.
FIN
–––.–––
*Amanda es un nombre propio y
femenino proveniente del latín Amandus, gerundio de la palabra “amar”. Dicho
nombre le otorga a la fémina que lo posea el significado: “La que será amada, o
la que debe ser amada”, o entre los católicos: “La que será amada por Dios”.
Este nombre es popular en países latinoamericanos y posee una variante masculina,
“Amando”, que por razones de desagrado entre la gente ha sido erradicado.
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