MONSTRUOS (YoonKook) [OneShot]

MONSTRUOS


Yoongi POV:

 

Vuelvo a pasar mi mano a través de mis hebras castañas, en forma de cepillo para alisar un poco mi pelo. La luz de los fluorescentes refractados a través de los azulejos azulados y blancos crea una fría atmósfera triste. Me miro más detalladamente el pelo a través del reflejo de mi espejo con una mano apoyada sobre la cerámica del lavabo y respiro la humedad del ambiente dado que acabo de salir de una corta ducha. Tras secarme con paciencia el pelo paso ahora mis dedos a través dándole la forma deseada sin demasiado esmero, evitando de todo punto mirarme directamente en mi reflejo. Es un hábito que he acabado por coger no sé en qué momento exacto. Miro cosas concretas de mi rostro de forma involuntaria y completamente inconsciente. Solo me miro el pelo, algunos mechones en concreto. Me miro solo las orejas, solo la forma del cuello de mi camisa. Solo miro mis manos a través de mi rostro y, si puedo evitarlo, no miro pequeños detalles de mi rostro como la línea de mis ojos o la forma de mis labios. Pero lo que no hago desde hace mucho es detenerme en el conjunto de la composición que formo yo solo como el retrato de un óleo triste y gris azulado.

El peine ha caído sobre la forma cóncava del lavabo arrastrado consigo algunos pelos húmedos que se adhirieren a la cerámica blanca con restos de la espuma del jabón de manos. El bote de desodorante está en la primera balda comenzando por debajo, caído y casi a punto de caer, pero lleva así una semana, así que dudo que vaya a vencer ahora mismo. Ni siquiera me detengo a moverlo, no me gustaría que por mi culpa se cayese. En la segunda balda encuentro una colonia casi sin olor y una pequeña cuchilla de afeitar aun con los restos de mi barba y con algunos restos de sangre seca por culpa de mi incapacidad para detenerme a mirar zonas de mi rostro. En la última balda, en la que con dificultad veo su tope, me encuentro un bote de gomina que nunca he llegado a usar y unos pequeños botes de crema para los golpes. Apurado hasta el borde.

Como último gesto dentro de estas cuatro paredes alcanzo mi cepillo de dientes al lado del lavabo dentro de un vaso de cerámica y del mismo vaso saco la pasta de dientes. Paso las cerdas del cepillo bajo el grifo del agua corriendo y cayendo sobre el peine y después, extiendo sobre la superficie de las cerdas un poco de pasta de dientes, la suficiente como para sentir que me he lavado los dientes y para que deje un regusto a menta por una hora al menos dentro de mi boca. Me llevo el cepillo al interior de la boca y me lavo los dientes mirando directamente al peine en medio del interior del lavabo. No lo cambio de sitio porque de hacerlo perdería mi único punto de referencia para tener la vista ocupada, pero me veo en la obligación de ello cuando tengo que escupir la pasta de dientes y tras retirarlo a algún sitio apartado, bajo la cabeza y escupo la espuma que se ha creado de la pasta de dientes.

Cuando levanto el rostro no puedo sino mirar hacia el espejo encontrándome con una sombra oscura que pasa a toda velocidad a través de la puerta a mi espalda que va a dar al pasillo de las habitaciones. Pasa de un lado a otro a lo lejos y puedo distinguir incluso la dirección de su movimiento. Se me dispara la adrenalina como ya está acostumbrada y rápido me giro para cerrar la puerta detrás de mí mientras dejo caer el cepillo de dientes en el interior del lavabo. Cuando me he asegurado de echar el pestillo me giro al lavabo que veo manchado con salpicaduras de pasta de dientes y gotas de sangre y llevo mis labios a la boca del lavabo para llenarme los carrillos con agua y limpiarme el interior de la boca de la espuma de la pasta de dientes. Esta sale con sangre acompañada y me limito a pasar el dorso de mi mano a través de mis labios como forma de limpiármelos de restos de agua y me giro de nuevo a la puerta como única salida al exterior, pero el exterior no me salvará de la oscuridad de su presencia.

Giro muy despacio el pestillo y abro la puerta asomándome al exterior y mirando a todos lados a lo largo de la casa. El silencio es abrumador y aunque sigue siendo de noche, tengo las luces prendidas y no hay una sola muesca de oscuridad que pueda ocultar un solo resquicio de humanidad. Salgo al exterior del pasillo y camino a paso rápido y sin mirar atrás hacia mi cuarto encontrándomelo vacio y aun con la luz del escritorio dada. Los apuntes de historia esparcidos por el escritorio. Restos de una taza de café que expande su olor a través del cuarto. Varios cigarrillos apagados sobre un cenicero blanco y algo de ceniza fuera de este. Me acerco a la cama donde tengo la chaqueta y me la pongo centrando mi vista en la mochila con una de las cintas del hombro descosida y rota. Me la ajusto sobre el hombro de la correa aún intacta como ya estoy acostumbrado y rebusco sobre el escritorio todo lo que vaya a necesitar. Rescato mi móvil, mi tarjeta del bus y una bufanda y una gorra que consigo adquirir en el último instante. Apenas es un pensamiento meditado, es un impulso por mi salvaguarda.

Paso a través de las habitaciones de mi piso apagando todas las luces sin mirar a través de la oscuridad y cuando llego al recibidor me ajusto la bufanda alrededor de mi cuello y me coloco la gorra de forma que la visera me cubre mis rasgos superiores. No es algo que esté acostumbrado a hacer, es algo que sé hacer, y he aprendido con el tiempo. Antes de salir me acerco muy despacio y sin hacer ruido con las pisadas hacia la mirilla. Me asomo con un ojo miedoso al exterior y me sorprende la oscuridad del descansillo. No me atrevo aun a salir, pues esa es la oscuridad más tenebrosa, la que me obliga a salir y la que no puedo manipular. Me quedo de pie al lado de la puerta y me sujeto a ella mirando hacia el exterior con el corazón encogido y puedo sentir una respiración en el exterior. Una respiración fuerte e intensa que me corta el aliento. Es la mía, y yo mismo me siento patético.

Uno de los vecinos abre la puerta de su casa. Oigo el ruido de la cerradura y después la luz se hace. Se ilumina el portal y me muestra la imagen de una soledad demoledora. Yo me aseguro de ello y salgo con cuidado rescatando las llaves de la mesilla al lado de la puerta y abro los tres cerrojos instalados de forma posterior a la adquisición del piso. Cuando salgo al exterior me asomo con cautela, con el corazón desbocado y me aseguro de que no hay nadie ni en este piso, ni en los dos contiguos. Solo entonces me atrevo a cerrar detrás de mí con llave y bajo corriendo pero de forma imperceptible las escaleras. Veloz y ágil, pero muy silencioso. No es algo con lo que haya nacido, es algo que se adquiere con el tiempo. Cuando llego abajo del todo me asomo a la noche de cielo azul oscuro que aun se muestra avergonzada para amanecer. No lo hace y podría estar aquí todo el día, pero me consume la prisa por llegar a clase y me destroza la idea de saber que, por mucho que espere, nunca se hará de día.

Me asomo a la cristalera que da al exterior y miro a los pocos transeúntes que deambulan a las siete de la mañana. Pocos para una hora punta, demasiados para ser aun de noche. Salgo al fin al exterior y me quedo unos segundos en la puerta, sujetándola aún abierta, por si necesito escabullirme al interior de nuevo. Miro a ambos lado de la acera en la que me encuentro y al no ver nada extraño, miro en la acerca de enfrente, encontrándome con el mismo resultado. Aún escéptico miro en la carretera que separa ambas calles y entre los coches aparcados, detrás de los contenedores. Diviso con rapidez pero con precisión cada coordenada de mi punto de vista en esta visión y cuando me siento satisfecho, suelto la puerta y me encamino sin mirar atrás a lo largo de la calle en la que me encuentro. La parada de bus está a unos cien metros caminando de frente y cincuenta girando a la derecha. Demasiado si es a pie, demasiados cuando te persigue alguien. Camino a paso rápido y con el rostro agachado, escondido entre la bufanda y la gorra. Piso con agilidad y procuro siempre no llevar demasiado peso a mi espalda. Cuando diviso al fin la marquesina de la parada me acerco a velocidad fingiendo que me siento confuso por si he perdido el bus y al llegar miro la hora de este, como si no supiera a qué hora exacta pasa y sabiendo que quedan dos minutos me infiltro entre la gente que espera como yo a que el bus llegue. Me escabullo entre el gentío y meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta, ocultando el último rastro de piel visible de mi cuerpo. Esperando por el bus que me lleve a clase, el bus que me salvaguarde unos minutos.

 

Flota sobre la sábana, el gélido viento te amarra.

Cubre el manto con una fina capa de lágrimas sobre carnaza.

El miedo te atenaza, sufres la congoja de la amenaza.

Ellos te persiguen, ellos te dan caza.

 

(…)

 

Camino por el pasillo desierto de suelo color mate. No consigo concentrarme en nada en absoluto ni si quiera en la música de mis auriculares, pero a la vez, estoy completamente inmerso en cada pequeño detalle que sucede a mi alrededor. No consigo ver nada, una neblina cubre mis ojos pero no es más que el nerviosismo provocándome estos efectos de embriaguez y pérdida de la cordura. Esta es la peor parte, cuando no soy capaz de controlar ni mis funciones más básicas como son la vista y la respiración. Me siento acalorado y atontado, completamente vulnerable en un pasillo vacío, pero que no me sentiría de otra forma ni siquiera rodeado de gente. No es la gente el problema, es el sonido de esos pasos que viene siguiéndome desde hace bastante tiempo a través de los pasillos. No soy capaz de deshacerme de ellos y evitan el sonido de la música en mis oídos haciéndose paso a través de ella para llegarme con aun mayor resonancia.

Camino metiéndome las manos en el interior de los bolsillos de la chaqueta. Ha amanecido hace horas y el sol entra a trabes de los ventanales que dan al patio. Puedo sentir como el sol calienta mis mejillas pero yo bajo el rostro para pasar inadvertido. No sirve de nada, no hay nadie a mi alrededor. Finjo una pose cualquiera. Algo que no haga sospechar que estoy huyendo pero no parece realista, he perdido el control y a cada diez pasos tengo que mirar a mi espalda para ver como las sombras me persiguen, acercándose a través de la esquina que acabo de cruzar. No parecen bien definidas pero sí ágiles y rápidas. No me detengo a mirarlas por más tiempo y sigo adelante con los ojos anegados en lágrimas y con una de mis manos sujetando mi móvil en el bolsillo de mi abrigo. Araño la carcasa con nerviosismo, solo como salida a una tensión que me acabará matando.

A lo lejos diviso la puerta de los cuartos de baño. Apenas las he visto me siento como el ratón que divisa un delicioso y suculento trozo de queso que se muestra ante él, pero no es más que una trampa imperceptible que acabará por degollarle, a punto de catar aquel manjar que se le antojó tan sublime. Me acerco a las puertas y rezo porque no me vean entrar, pero el pasillo es largo y la puerta chirría con un estruendo atroz. Me deshago en lágrimas una vez me quedo a solas entre el mármol gris y los azulejos blancos alrededor. Me quedo mirando la puerta que acabo de traspasar y se cierra sola con un fuerte sonido seco. La miro y puedo sentir como poco a poco los pasos se acercan. Están muy cerca y me aterra pensar que soy su presa. No me quedo a ver como entran y me escabullo a uno de los cubículos en donde pueda esconderme pero ya sé que no es una solución, pues ni hay salida ni ellos se cansarían de buscarme. No me parece buena idea una vez que estoy dentro y solo ahora soy consciente de que esto ya lo he hecho antes. Por varias veces me he creído a salvo en un espacio reducido. Al menos no cabemos todos aquí dentro.

Oigo unas risas endiabladas, la saliva goteando al suelo, un gruñido y algo parecido a un aullido. No consigo entender qué diablos sucede y por qué no entran. Están olfateando fuera, están riéndose como hienas a punto de saltar sobre mi cuello y eso es lo que intentan prolongar, la espera. Desean que permanezca asustado y que tenga tiempo para idear un plan de fuga, pero saben que no hay escapatoria posible y tampoco es que ellos fueran a permitir ninguna. Oigo el sonido de sus garras siendo afiladas contra la madera de la puerta del baño y como olisquean alrededor mi olor. Saben que estoy dentro, me han encontrado y yo solo puedo retroceder dentro del cubículo. El sonido de la puerta abriéndose hacia el interior es lo más aterrador de todo, ese sonido que preludia lo que va a acontecer a continuación y que no puedo evitar. Es un sonido tan común, pero se ha convertido en mi más horrible pesadilla. A él, le sigue el sonido de profundas respiraciones animales y el de unos pasos de garras y pezuñas cerniéndose sobre los azulejos en el suelo.

Yo camino lentamente hacia atrás hasta que mis piernas chocan con el retrete y me veo en la obligación de rodearlo con cuidado de no hacer demasiado ruido. A través del suelo puedo ver varias sombras acercarse lentamente y poco a poco, de pies grandes y peludos caminar en dirección a mi cubículo pero disfrutando de la espera y de mi tensión en mis venas. Puedo sentir el ardor en mi piel, el dolor en mis pulmones por contener el aire que me delataría al respirar. Me duele el pecho, me sangra el alma y solo puedo pensar en el sonido de las respiraciones acercándose, de los olfatos captando hasta la más mínima partícula de mi olor pululando por el aire alrededor en el baño. Cae una gota de densa baba y choca con el suelo, al lado de una garra negra y peluda de uñas afiladas chocando arañando el suelo. Uñas manchadas de sangre.

Retrocedo y me agacho, no para ver mejor, sino para ser más imperceptible. Llevo mis manos a mi rostro y me cubro los labios con ellas. Siento que ya no hay vuelta atrás y todo está a punto de derrumbarse, de nuevo. Nada se sostiene ya por su propio pie y es como ver la escena de un edificio a punto de ser demolido, si parpadeas, te lo pierdes y solo ves los escombros ya por el suelo, si te paras a verlo, puedes apreciar la sucesión de plantas convirtiéndose en polvo. Es mágico, es terrible.

-¿Dónde estás…? –Pregunta una voz rasgada al otro lado. No contesto mientras una lágrima cae de mis ojos de forma involuntaria. Su risa de hiena se hace eco a través del espacio de este cubículo y me siento completamente indefenso y aturdido. Como una frecuencia de alta intensidad consigue calar en mí y me llevo las manos a los oídos, con miedo, con pánico. Ya no me contengo por más tiempo y me muerdo el labio inferior mientras cojo aire para gritar. El grito es ya inminente y una garra negra colándose a través del borde de la puerta y abriéndola a su antojo es lo último que necesito para cerrar los ojos y sumirme en la desesperación del momento. Prefiero parpadear, y presentarme cuanto antes ante los escombros.

 

El fin de la carrera se acerca, están enfadados.

Tu corazón parte por el miedo, rompe en pedazos.

Tu respiración se acelera, todo se ha parado.

Ellos te persiguen, ellos te han encontrado.

 

(…)

 

La luz entra a través de la puerta abierta de este pequeño local de ultramarinos. Se cuela entre las estanterías de productos alimenticios y justo delante de mí brilla en una de las latas de metal que contiene tomate frito. Cojo la lata, llamado por la necesidad de la ausencia y miro la etiqueta del producto. Es una etiqueta que recorre el perímetro con el dibujo de varios tomates y el nombre de la marca junto con el del propio producto. Leo los ingredientes en la parte posterior mientras miro de reojo la cesta que cuelga de mi otra mano. Está ya con las cosas que necesito por esta semana. Algo de pasta, un par de pequeños sacos de arroz y pollo envasado. Un cartón de leche, algo dulce, algo de pan. Me faltan las pequeñas cosas insustanciales que acaban por combinar en el conjunto.

La lata en mi mano comienza a pesar y me siento débil pero la sostengo mientras leo la lista de ingredientes y el brillo cegador que refleja la lata se ve levemente opacado por una sombra, que rápido desaparece y regresa la intensa luz del sol. Yo miro directamente a la puerta y me quedo mirando a los transeúntes  que pasan de un lado a otro por la calle. Todos mirando al frente, todos despreocupados y ninguno ha sido el culpable de esa falta de reflejo. Miro más allá de la calle y puedo divisar los coches que pasan a través de la carretera y entre uno y otro, la calle al otro lado. Con un gran suspiro nervioso dejo el bote de tomate en la balda de donde lo he sustraído y me giro para caminar detrás del propio estante en donde no tenga la perspectiva de la puerta a mi alcance.

Sin darme cuenta me he desplazado a las baldas de comida rápida y aprovecho la situación para hacerme con algunos vasos de fideos instantáneos y con salsas picantes que no recuerdo si he gastado ya pero no me importa. Tengo dinero, tengo tiempo. Camino al pasillo contiguo mirando a todos lados y asegurándome que en este nuevo pasillo no hay nadie extraño. Está por suerte vacío y me sumerjo entre las baldas de higiene personal, mirando a todas partes sin necesitar nada pero solo haciendo tiempo para que mi ritmo cardiaco vuelva a su estado y mi respiración acelerada no nuble mi visión. Cojo un par de paquetes de pañuelos, una nueva cuchilla de afeitar y algo de crema corporal, la más barata, apenas si miro para qué tipo de piel es. No importa. Aun tengo que pasar por la farmacia e ir a buscar algo de material escolar pero estoy comenzando a valorar la posibilidad de dejarlo para otro momento. Cuando la oportunidad surge en mi mente ya es imposible sacarla de ahí. Acabo convenciéndome a mí mismo, acabo cediendo a mi necesidad de salvación. Iré mañana. Decidido.

Miro alrededor en la propia sección en la que me encuentro y cojo una pequeña botellita de alcohol etílico y algodón. Suspiro largamente y regreso a la sección de donde necesito coger algo más que tomate y me asomo con cuidado al borde de la estantería para comprobar que no hay nada y me adentro rápido al pasillo sin perder de vista la puerta. Sin mirar siquiera los estantes comienzo a meter un par de botes que voy mirando de reojo y los dejo caer sobre la cesta en mi mano. Dos latas de tomate triturado, champiñones deshidratados, algas y maíz dulce. Todo cae en la cesta y cuando dirijo mi mano a un pack de latas de sardinas, veo a través de los objetos sobre las baldas una sombra desplazándose al otro lado de la estantería. Puedo ver como una sombra una cabeza más alta camina a través del pasillo al otro lado con lentitud y con una sinuosa apariencia que hace presencia en la parte baja de los estantes, desde donde puedo ver sus ropas, sus pies, caminando con lentitud a través de este estante.

Me repito una y otra vez que no importa en absoluto, que no es real, que es una tontería y que no va a pasar nada pero eso me lo he repetido las suficientes veces como para desconfiar incluso de mi mismo y no me atrevo a repetirlo por más tiempo una vez que veo la mano de la persona deslizarse con cautela a través de los objetos en la balda. No son una sola persona, son varias, y puedo oír a través del poco espacio sus risas y la forma en que respiran. Esa forma pesada y animal que me indica que están de caza. Un gruñido que me pone la piel de gallina, un segundo de silencio y la sombra avanza hasta que se acerca al límite y está a punto de doblar la esquina. Este es probablemente el segundo más largo de toda mi vida y juraría que puedo ver como el oficio peludo de la alimaña asoma a través de la esquina y se gira en mi dirección, sujetándose con una de sus garras en la madera del estante, haciendo un par de muescas en la madera con sus uñas negras y afiladas. Puedo sentir como si mi corazón bombease hasta colapsar y mi estómago da un vuelco por el susto, por el miedo.

La cesta verde de la compra cae al suelo por mi incapacidad para sostenerla por más tiempo y sin perder un solo segundo más de mi tiempo, salgo corriendo lejos. Mis pasos suenan por todo el establecimiento pero no por mucho tiempo después alcanzo la puerta mucho antes de que nadie sea consciente de lo que sucede. Solo oigo de lejos al dependiente gritarme asustado y preocupado, pensando que le he podido robar, pensando que me ha podido pasar algo, por suerte y gracias a mi velocidad, no me ha sucedido nada pero mientras camino a prisa no pierdo de vista mi espalda rezando porque no me sigan en medio de este bosque de personas y no me vea presa de sus fauces. Algunos se me quedan mirando preocupados, a otros les paso inadvertidos, y a medida que voy avanzando me voy haciendo cada vez más invisible hasta que veo la puerta de mi portal y me abalanzo sobre ella con el corazón en la garganta y uno de mis ojos mirando la calle a mi lado por donde he venido. Consigo entrar y me quedo en el interior cerrando detrás de mí y no dejando que esta se cierre por sí misma.

Cuando me siento a salvo me quedo mirando a la gente a través de la cristalera y retrocedo muy lentamente hasta las escaleras para sumergirme en ellas y subir dos a dos los escalones de forma que llegue antes a mi apartamento. Cuando llego no dejo de mirar las escaleras a mi espalda o las que siguen ascendiendo. Abro, entro y cierro detrás de mí de nuevo todos los candados. La oscuridad de mi casa por una vez me hace sentir protegido y me quedo apoyado en la puerta de cara a ella y con uno de mis ojos mirando a través de la mirilla mientras respiro agitadamente. Miro a todos lados dentro del portal y espero pacientemente por si me hubiesen seguido. No sería la primera vez que me alcanzan antes de llegar, no sería la primera vez que se quedan aquí, que permanecen al otro lado, que amanezco con ellos aun ahí.

Cuando alejo el rostro de la puerta me giro y apoyo mi espalda, suspirando largamente mientras me deslizo lentamente a través de la madera hasta caer al suelo y cubrir mis manos con mi rostro. No suelo llorar más de lo habitual, pero este es el momento en que acabo por derrumbarme al día y me dejo invadir por la sensación de pánico que sigue recorriendo mi torrente sanguíneo llegando a cada parte de mi cuerpo. Me siento tembloroso, perdido, cansado y muy acalorado, no consigo pensar con tranquilidad, con claridad, nada me permite un respiro, me estoy ahogando en mis propias lágrimas.

 

Solo te queda el pánico, el no saber.

Pero en realidad sabes, y prefieres creer.

Crees en la bondad, en el bien, pero,

ellos te persiguen, ellos te van a comer.

 

(…)

 

La noche ha caído en Seúl. La falta de luz provoca un extraño silencio alrededor de la gente comenzando a apaciguarse después de un largo día, los coches regresan a sus casas y yo apago el televisor mientras me levanto del sofá para salir del salón al recibir y encontrarme de nuevo con la soledad del portal al otro lado de la mirilla. Me aseguro de que todos los candados están tal como deben estarlo y regreso al salón comenzando a apagar las luces a medida que camino. De la mesa central rescato una taza de tila que me he terminado hace rato y me acompaño tan solo del sonido de mis pies descalzos hasta la cocina, me aseguro de que la ventana está cerrada y dejo dentro del fregadero el vaso de té con una mueca de disgusto por la sensación de que no me ha hecho nada tomarla, sigo en el mismo estado de nervios que siempre.

Cuando salgo de la cocina apago detrás de mí y me conduzco a mi habitación, el último lugar con algo de luz artificial. Una vez en el interior cierro la propia puerta del cuarto y me quedo mirando la cama hecha con una mirada suplicante, deseando que por una vez, mis sueños sean gentiles conmigo. Tras suspirar largamente apago la luz y me dejo rodear por la luz de la luna entrando con violencia a través de la ventana, iluminando las sábanas como si una caricia blanquecina las tomase. Yo me acerco a la ventana y me aseguro de que está bien cerrada y con una mueca de resignación me quito los pantalones junto con los calcetines y la parte superior, una sudadera gris de chándal. Cuando me siento satisfecho me dejo caer en el borde de la cama, miro por última vez a mi alrededor y cierro los ojos mientras retiro las sabanas y me hundo en ella, sintiendo su abrazo rodearme. Me duele la idea de pensar que mañana será un nuevo día y que no tendrá nada de nuevo. Me sumerjo en la ilusión de que esta noche será eterna, agarrándome con fuerza a las sábanas, o que tal vez no despierte jamás.

Me hago una bola dentro de las sábanas y cierro con fuera los ojos, sintiendo el sonido de mi respiración, pero, aparte de ella, hay una más en este dormitorio y puedo sentirla justo debajo de mi cama. Puedo oírla y si yo dejo de respirar, el sonido no se detiene y destaca entre el resto de la habitación. Me apoyo con más fuerza en el almohadón y abro lentamente los ojos para sentir como hay movimiento debajo de mi cama. La madera cruje, alguien la araña, y el miedo en mi cuerpo, se desboca. El movimiento se desplaza a la parte de la cama que yo le doy la espalda y cierro con fuerza los labios, llevo mis manos a mi rostro y no dejo salir una sola hebra de aire. Me oiría y tengo miedo de que lo haga.

El sonido del desplazamiento se detiene justo al borde de la cama, pero al sonido le precede un peso que se apoya justo en el borde del colchón y yo mismo me muevo por la presión ejercida. Me dejo hacer mientras me curvo el rostro aun con los ojos abiertos, mirando a la ventana de cara a mí, manteniendo la vista en un punto fijo sin parpadear. Tengo miedo de hacerlo y perderme en mí mismo. El peso sobre el colchón se traslada, puedo oírle colarse bajo las sábanas y me atenaza una horrible sensación de pánico al sentir los mechones de un cabello rozar mi piel en mi nuca. Una mano sobresale por entre las sábanas y como una gran sombra se cierne sobre mi rostro. Una mano de uñas negras y puntiagudas, de piel negra que nace a través de las yemas de los dedos pero que a medida que recorre su mano se va volviendo pálida y suave. La mano de un endiablado hombre que cubre todo mi campo de visión y que mis ojos no le retiran la mirada. La mano cae sobre mi rostro y acaricia suavemente mis mejillas ocultas por mis manos.

Yo me encojo frente al contacto y esa mano me gira el rostro para toparme de cara con el suyo propio. Sus ojos negros en ese rostro empalidecido me mira con una mueca consiente de nostalgia y tristeza. Yo le devuelvo la misma mirada y me descubro el rostro pero él cambia su expresión a una enfadada y yo me hundo un poco más en las sábanas. Me mira de arriba abajo y acaba tornando su mirada a una de resignación por lo sucedido, sabe qué ha pasado, sabe lo que me pasa. Lo que me sucede cada día.

-Yoongi… -Me habla con voz triste en un susurro que me enternece y mientras que yo me tumbo boca arriba él se yergue a mi lado, posando su mano de uñas afiladas a través de mis mejillas, pasando desde mi ojo amoratado por mis pómulos rotos y por la forma de mi labio partido. Me recorre con la mirada durante todo el tiempo que debería haber hecho yo conmigo mismo y cuando termina, me retira un mechón de la frente. Suspira y su aliento choca contra mi rostro, un aliento de olor a vainilla. Sus cabellos negros caen a través de su frente, de esta, dos cuernos negros nacen alzándose a través de su cráneo en formas sinuosas y de sus orejas puntiagudas cuelgan varios aros de metal. Dientes afilados, terriblemente aterradores, ojos negros, sin un solo resquicio de claridad en ellos. Su lengua negra, su alma oscura. Y yo solo puedo fijarme en el leve rubor de sus mejillas al mirarme de esa forma que tanto me gusta. Yo llevo mi mano a una de ellas y él entrecierra los ojos disfrutando del contacto, disfrutando de la sensación de mi presencia, igual que yo disfruto de la suya, cada noche.

-Kookie… -Le llamo a lo que él me sonríe y su sonrisa, no he visto otra tan hermosa.

-¿Han vuelto a hacerlo? –Me pregunta esta vez más serio y yo también torno mi expresión a una más sombría. Asiento sin querer vocalizar una sola palabra y él chasquea la lengua mientras se acerca más a mí y me abraza con cuidado, con suma delicadeza. Me enternece la forma tan sublime en la que me trata y desearía que no se separase de mí jamás, pero solo es un demonio, no un animal.

-Lo siento… -Murmuro como forma de disculpa al intentarme ocultar de él, pero él no me lo tiene en cuenta y cuando se separa de mí recorre con su nariz la línea de mi cuello y la de mi mandíbula. Todo él huele a una dulce vainilla que me hace la boca agua.

-No pidas perdón por nada, mi vida. –Dice en un susurro justo sobre mis labios haciendo que se muevan sobre los míos. Después un cálido beso, apenas un sello pero que es tan ansiado que lo disfruto y después me relamo los labios como forma de conservarlo más tiempo conmigo. Él acaricia mis cabellos mientras que yo me agarro a él con fuerza, con una necesidad imperiosa. Necesito tenerle a mi lado, necesito resguardarme cada noche entre sus brazos-. No puedo soportar verte así, cada día. –Me recrimina y yo le miro triste, a lo que él me devuelve la misma mirada.

-Y yo no puedo continuar así. –Le digo con una lágrima cayendo a través de mi sien. Él la mira y después me mira a mí de nuevo. Yo bajo la mirada y él vuelve a besar mis labios-. Son monstruos, Kookie, son animales. –Me excuso.

-No son animales, mi amor. Son personas.

 

La oscuridad se ha cernido sobre el altar.

Solo quedáis tú y tu sangre en el mar.

Se ha derramado, te has perdido al luchar.

Ellos te persiguen, ellos no te van a dejar marchar.

 

 

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Poema:

Flota sobre la sábana, el gélido viento te amarra.

Cubre el manto con una fina capa de lágrimas sobre carnaza.

El miedo te atenaza, sufres la congoja de la amenaza.

Ellos te persiguen, ellos te dan caza.

El fin de la carrera se acerca, están enfadados.

Tu corazón parte por el miedo, rompe en pedazos.

Tu respiración se acelera, todo se ha parado.

Ellos te persiguen, ellos te han encontrado.

Solo te queda el pánico, el no saber.

Pero en realidad sabes, y prefieres creer.

Crees en la bondad, en el bien, pero,

ellos te persiguen, ellos te van a comer.

La oscuridad se ha cernido sobre el altar.

Solo quedáis tú y tu sangre en el mar.

Se ha derramado, te has perdido al luchar.

Ellos te persiguen, ellos no te van a dejar marchar.

 

Cynthia Macchiato.


Comentarios

  1. Entonces los que lo dañan sun los humanos, no los lobos de los que se esconde...
    Hermoso y triste!

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