HUMO ALREDEDOR (YoonKook) [OneShot]

HUMO ALREDEDOR



JungKook POV

1857 – Corea (País protectorado de China)

 

 

Camino a prisa, pisando con mis zapatos los pequeños charcos de lluvia que han quedado en el suelo de tierra. Me conduzco por un saliente en el suelo de madera entallada y llevo mis manos a mi chaqueta negra de manga larga con estampado en flores doradas, apenas perceptibles en la noche y bajo esta, mi camisa blanca se oculta aunque sobresale por la línea del cuello con un cuello redondeado. Los pantalones negros holgados se manchan en la zona de los tobillos mientras chapoteo a prisa para dirigirme cuanto antes al sitio que me aguarda. La noche es ya muy intensa, apenas son las cuatro de la mañana y siento que el día no va a volver a salir. El sol ha desaparecido por completo y me guía a través de las calles embarradas gracias a los pequeños farolillos en algunas paredes y las luces inferiores de algunas casas por ahí con suficiente economía como para permitírsela.

A lo lejos, al fondo de la calle, percibo la sombra de un gato cambiando desinteresadamente. Cae en la cuenta de mi presencia y se aleja a un paso más rápido. Camino haciendo el ruido suficiente como para hacer evidente mi estado y, acelerando mi paso un tanto, acabo torciendo la esquina y divisando ya el lugar al que se dirigen mis pasos. La luna aparece detrás de una nube y puedo ver unos cuantos rostros desconocidos en la entrada del local, unos hombres adultos coqueteando con unas cuantas prostitutas, vestidas con ajustados trajes rojos y dorados que realzan su figura. Sus peinados, casi ingrávidos, están decorados con pequeños accesorios baratos que reflejan un coste que realmente no vale. A medida que me acerco a esa velocidad, con esta expresión nerviosa y seria, casi enfadada, estos se me quedan mirando de arriba abajo con una mueca de confusión y asco. Mi rostro es joven, apenas tengo veinte años, pero tengo la edad suficiente como para pasar a su lado ignorando sus rostros y entrar por la puerta adentrándome primero en un pasillo un tanto oscuro y después, casi como un fogonazo de luz, entrar en una sala con varios farolillos alrededor. Un par de hombres con apariencia adinerada están sentados en una mesa a mi derecha jugando lo que parece ser una partida de póquer. El dueño me mira desde la barra y una de las camareras, con la misma apariencia que las prostitutas de fuera, pasa por mi lado con una bandeja y dos copas de algo que apesta sobre ella. Ella me mira, me reconoce, pero pone los ojos en blanco y se desliza por mi lado para servir a la mesa de los hombres del póquer.

Yo me quedo un segundo en medio de la sala mirando alrededor, buscando con la mirada. Cualquiera que entre aquí juraría que esto es un mero bar en donde venir a pasar un rato, cualquiera al que no le falte el sentido del olfato. Un fumadero de opio. Un maldito fumadero. Me acerco con cara de pocos amigos al camarero que ya de sobra sabe a lo que vengo pero este se limita a coger uno de los vasos de cristal y comenzar a limpiarlo, perdiéndome de su punto de visión. Cuando me quedo parado delante de él respira profundamente y yo espero porque me preste atención. No es la primera vez que vengo, y me temo, no será la última.

—¿Dónde está mi hermano? –Pregunto a su desinteresado rostro a lo que él se mantiene en silencio. No va a delatar a ninguno de sus clientes que no esté montando alboroto. Golpeo con mi palma la barra de madera pero él se limita a mirar mi mano rebotando en la barra. Yo aprieto la mandíbula mientras me quedo mirando la trenza negra que cae por su espalda. Sus pequeños ojos oscuros se esconden de mí pero todo el conjunto de su expresión denota suficiencia y yo me muerdo el labio inferior—. Sé que está aquí, siempre está aquí.

—Si tan seguro estás no tienes de que preocuparte. –Me contesta, con voz tranquila y sosegada—. Está a buen recaudo. –Me contesta sentenciador y yo me quedo un tanto pensativo, juzgando si realmente está aquí o no. De pasadas experiencias si no estaba, me ha sacado del local con una expresión amargada, con una negativa y una mueca de indignación, pero ya no puede echarme, ya soy adulto y tengo tanto derecho como cualquiera de estar aquí. Ignorando su tranquila expresión me alejo de la barra conduciéndome al fondo del local donde hay unas escaleras que se pierden en la oscuridad del vacío. El sonido de mis pies bajando las escaleras ya me es familiar. He tenido que sufrir esta misma sensación varias veces. La madera crujiendo bajo mis pies, el olor a opio ascendiendo. Una ligera capa de humo formándose poco a poco en el ambiente a medida que voy descendiendo. Me agarro de la barandilla hasta que mis ojos se acostumbran lentamente a la oscuridad alrededor. Me encuentro con la misma decrépita escena de siempre. El espacio vacío con camastros de madera y cubiertas de paja u hojas de caña trenzadas. Personas caídas en el suelo, colgando de sus camas. Tumbadas, recostadas. Se huele el opio pero también sus efectos, la maltrecha escena de la impotencia y la falta de ánimo corporal. Algunos levantan la mirada para observar al intruso que desciende las escaleras. Algunos esperan que sea la camarera que les trae una nueva dosis. Otros simplemente están absortos y no ven en mí más que a una sombra que se desplaza escaleras abajo con la intención de sumergirme, como ellos, en una nube de humo y decadencia.

Cuando llego al centro de la sala comienzo a mirar alrededor, buscando el perfil del rostro de mi hermano en alguno de esos rostro sedados por el suelo tirados. Algunos sobre las camas, en literas. Me acerco a algunos que no distingo bien, a otros que están vueltos y tumbados. No quiero comenzar a llamarle tan pronto, él no me respondería y de saber que estoy aquí y si aún conserva sus sentidos, comenzaría a huir. Como en la sala central no lo encuentro comienzo a rebuscar en los reservados. Me cuelo en el primero recibiendo una mirada despectiva de la pareja que hay en el interior. La prostituta me mira, sin decir nada, y el hombre, ya cano y con carencia de pelo, me hace un gesto para que me vaya. Yo cierro detrás de mí y camino hasta la siguiente, la cual me sorprende, está vacía. Continúo con unas cuantas más hasta dar con una en la que la oscuridad predomina en todo el lugar.

Estoy a punto de irme cuando veo un bulto revolverse en medio de la oscuridad del suelo. Un bulto pequeño, no más grande que yo, de cintura estrecha y hombros pequeños. Distingo el color de su pelo y su textura de lo poco que sale por entre la manta. El olor a opio incluso rasga en mi garganta. Estoy a punto de toser pero de mis labios solo sale su nombre en una súplica porque sea él, pero en realidad, deseo que no lo sea.

—¿YoonGi? –Pregunto en el tono suficiente como para que me oiga. Su reacción primera es responde a su nombre cuando se le llama y veo como el bulto se revuelve, la luz que entra desde el exterior le ilumina parcialmente sus rostro. Veo uno de sus oscuros orbes mirarme desenfocado, ido, obnubilado, y al distinguir mi perfil se vuelve de nuevo a la oscuridad que le proporciona el cuarto. Tirado en el suelo sobre una especie de tatami marrón se revuelve unos segundos hasta quedar de nuevo inmóvil.

Con un suspiro y cargándome de paciencia entro dentro de la estancia y busco medio a tientas una cajetilla de fósforos por el suelo, cerca de la amalgama de instrumentos de fumar cerca del bulto bajo la manta. Piso una y me agacho a recogerla para encender uno de los fósforos y acercarme a una de las lámparas de aceite colgadas de la pared. Enciendo las dos que hay e iluminan la estancia con una luz suave decolorada en una tonalidad anaranjada que parpadea a gusto del movimiento de la llama. Comienzo a recorrer, ahora si con una visión más certera, la estancia con los ojos. Una habitación de diez metros cuadrados con un tatami a un lado y el cuerpo de mi hermano hecho un ovillo encima. A su lado, una larga pipa de metal y madera con una pequeña superficie cóncava en un extremo para colocar el opio. En su interior quedan unos restos quemados de esta hierba. A su lado, un pequeño cuenco de madera con varios cogollos de opio aun sin fumar y un pequeño plato donde ha echado las cenizas. La escena es siempre la misma podría repetir en mi mente el proceso que ha llevado a acabo. Después de las dosis suficientes su cuerpo ha cedido y ha caído dormido por la sustancia. Sedado. Agotado. El olor es intenso, no ha dado tiempo a marcharse. O alguien ha fumado antes aquí o no hace mucho que él ha dejado de hacerlo. Al otro lado del tatami, cerca de donde se encuentra su rostro, veo un pequeño vaso de hojalata con agua en su interior.

—Yoongi, despierta. Nos vamos a casa. –Le digo, como suelo hacer siempre. Ya casi es una tradición. Él no me contestará y esperará a la quinta vez que se lo repita para comenzar a excusarse y negarse a volver a casa. A diferencia de otros días, él se vuelve a mí con el rostro adormilado, me mira de arriba abajo como asegurándose de que estoy ahí y soy real, y suspira largamente. Eso me deja un tanto impactado. No suele responder a mi presencia pero hoy está ahí, mirándome, con una expresión cansada pero mirándome aun así. Eso me descoloca. No sé cómo reaccionar a ello y cuando parece cansarse de mí, mira alrededor, buscando de nuevo la pipa y yo me acerco a él, me arrodillo en el suelo y se la quito de su agarre. La desplazo fuera de su trayectoria y eso le impacta y le enfurece, haciéndole erguir sobre el tatami.

—¿Qué diablos estás haciendo? –Pregunta, con un tono de voz mucho más grave y fuerte de lo que habría esperado. Cuando normalmente suele gemir lastimero ahora se muestra violento y furioso. Es la consecuencia de alejarle de su adicción.

—Tenemos que volver a casa, es muy tarde.

—¿Qué importa eso? –Pregunta, haciendo un nuevo amago de agarrar la pipa—. Trae eso aquí.

—Padre está preocupado… —Consigue perder el interés por la pipa y agarra el cuenco de madera con el opio dentro y coge uno de los cogollos para comenzar a desmenuzarlo. Yo, arrodillado a su lado, me quedo mirando sus acciones.

—Padre ha perdido toda esperanza en recuperarme. –Dice, con voz cansada. La manta cae de su cuerpo y le ve con la camisa que solía ser blanca totalmente sucia y desgañitada. Arrugada y medio desabotonada. Su pelo revuelto, sus ojos cansados.

—No digas eso. –Susurro.

—Y madre… madre ¿qué ha hecho por mí? –Pregunta—. Me separó de ti con la misma crueldad y frialdad con la que padre se desprendió de mí.

—No hables así. No hables de eso. –Susurro, casi más para mí que para él.

—¿Tú no lo ves así? –Me pregunta y sus palabras me parecen mucho más lúcidas de lo que quiero reconocer.

—Eres un adulto, eres un hombre. Tienes que casarte.

—¿Para qué? ¿Para qué tener descendencia? ¿Para qué trabajar? ¿No entiendes que he perdido todas las ganas de vivir? –Pregunta y yo me muerdo el labio inferior. Ante la perplejidad de sus palabras acaba arrebatándome la pipa de la mano y ya es demasiado tarde,  ha introducido el opio en la ranura y coge una cerilla para encenderlo. Yo le detengo cuando está a punto de encender la cerilla.

—Volvamos a casa. Acaba con esto ahora. Libérate del vicio. –Él me mira con el extremo de la pipa en la boca. Se deshace de este con cuidado y me mira, perplejo.

—¿Acabar?

—Vas a arruinarnos…

—¿Liberarme del vicio? El vicio me libera. –Frunzo el ceño—. No te das cuenta. Aquí puedo pensar en lo que quiera, puedo ser quien yo quiera. Aquí dentro, rodeado de este preciado humo, no hay nadie que me diga lo que tengo que hacer. Y vienes tú a romper la paz que tanto necesito.

—Aquí dentro no tienes a nadie. Morirás aquí dentro, de sobredosis. Morirás en una manta roída y con ropas sucias de mierda… —Le escupo.

—¿Y qué? ¿Realmente crees que me importa? –Me quita la mano de su muñeca de un tirón y enciende la cerilla para conducirla al otro extremo de la pipa y fumar de ella, llevándose una gran calada de humo que sale a los segundos por su nariz, llenando el espacio alrededor de un humo denso. Giro el rostro a ese humo y él me mira, con suspicacia—. Vete, vuelve a casa y diles que no me has encontrado. Iré mañana.

—No me voy sin ti. –Le digo y poso mi mano sobre su hombro descubierto por el cuello de la camisa.

—Tú sabrás. Acabarás tan narcotizado como yo. –Se retira mi mano de sí y vuelve a darle otra calada. Nos quedamos ambos en un extraño silencio de sumisión que ambos hemos creado. Yo no quiero irme, a él no le importa que me quede mientras veo como lentamente se consume en el propio vicio. Su vida comienza en esa punta metálica de la pipa sujeta en sus labios y termina en el extremo opuesto. Mi vida es él, en todo su conjunto y me duele, me duele horrores.

—No quiero perderte. –Susurro y creo que no me ha oído, pero lo ha hecho y me mira entre la nube de humo que se ha formado alrededor. Me devuelve una mirada inexpresiva y me mira de arriba abajo como estoy sentado a su lado.

—Comienza a asumir que me has perdido. –Me dice mientras bebe un poco de agua para aclarar su garganta y deja el vaso por ahí. Desinteresado de todo punto—. Cuanto antes lo entiendas, más fácil será para todos.

—¿Asumirlo? No quiero asumirlo. No es verdad.

—Ya te dije una vez que me olvidases, que hiciese como si nada pero tú te empeñas en querer seguir siendo un hermano para mí.

—Soy tu hermano. –Le digo, ofendido—. Y es mi deber venir a rescatarte.

—¿Qué? No me estás rescatando, estás matando mi momento.

—¿Esto es lo que quieres para el resto de tu vida? ¿Quedarte aquí tirado, medio embobado?

—Sí. –Dice, mucho más convencido de lo que me esperaba y mi reacción es quedarme mirándolo, perplejo.

—Me estás haciendo daño.

—Y tú me lo haces a mí, cada vez que reapareces. –Me dice, serio—. ¿No es mejor dejar las cosas como están?

—No voy a rendirme. –Digo, con la misma seriedad—. Te quiero. No voy a dejarte.

—Entonces, nos perderemos los dos… —Suspira, como una predicción fantasiosa y vuelve a sumirse en una calada acercando sus labios al metal de la pipa pero yo le detengo antes de hacerlo, interponiendo mi mano entre su rostro y la pipa. Desplazo esta un poco lejos de él ante su rostro confuso y acerco mi mano a su mejilla. Acaricio en forma de círculos su pálida mejilla y suspiro largamente ante su intensa mirada. Me acerco un poco a él y para facilitarme el contacto le acerco tirando de su rostro hacia mí. Antes de unir nuestros labios él ya ha cerrado sus ojos. No es nuestro primer beso, él ya ha catado antes esta sensación y yo ya me hice adicto a ella. Sus finos labios se desplazan a través de los míos, con cuidado, con sorpresa, adecuándose al contacto que tanto tiempo hace que no tenemos. Sus labios saben a opio, saben a adicción, a oscuridad, a muerte. Echo en falta el sabor de viveza en ellos pero son sus labios, al fin y al cabo, y no dudaría en seguir besándole si no fuera porque él es el primero en romper el contacto. Me mira, condescendiente—. ¿Por qué has hecho eso? Está mal. –Susurra.

—Quiero hacerlo.

—Tú decidiste dejar de hacerlo. –Susurra excusándose mientras no pierde de vista la pipa en su mano como mecanismo para no mirarme a mí directamente.

—Pero ahora quiero…

—¿Lo haces para complacerme y que vaya contigo a casa?

—Lo hago porque quiero hacerlo.

—¿Es que no entiendes nada? Estoy aquí para olvidarte. Para alejarme de ti. No soporto estar un segundo más a tu lado. –Suspiro por sus duras palabras que tardo tiempo en asimilar. Bajo el rostro.

—¿Me odias?

—Me odio a mi mismo por… —Suspira y retira la mirada de mí con una expresión frustrada—. Eres la peor droga de todas…

—No me digas eso. –Digo triste pero él chasquea la lengua y vuelve a besarme, esta vez con más intensidad, con más pasión. Su lengua se cuela dentro de mi boca y quedo impactado por la voracidad con la que consigue devorarme. Solo por eso gimo dentro del beso y él se lo toma como un incentivo para continuar. Llevo mis manos a su cuello, después a sus hombros, a su nuca. Le recorro con mis manos sintiendo como él poco a poco va arreglando su compostura. Caemos los dos en el tatami y, tumbado yo sobre él, comienzo a saborear la libertad a la que antes hacía referencia. Una libertad extraña, dulce, pecaminosa. Tremendamente adictiva. Veo su rostro, las líneas de sus facciones, delineadas por la luz de las lámparas y como sus ojos negros me miran al cortar el beso. Me miran con una profundidad y una oscuridad que antes no había sabido valorar. Esa expresión cansada, dormitada, embobada. Sus labios brillantes de mi propia saliva. Nunca antes le había tenido a mi tan libre disposición y ahora es, sin duda, cuando más miedo tengo de caer en sus brazos. Ha pasado mucho tiempo desde que nos hemos vuelto a encontrar de esta forma y hacía mucho tiempo que no le miraba en esta situación. Él comprende lo que siento, me mira al menos como si entendiese que es lo que pienso y lleva una de sus manos a mi rostro para acariciar mi mejilla como he hecho yo con él segundos antes.

—Mi pequeño Kookie…

—¿Nos arrepentiremos de esto mañana? –Pregunto mientras me dejo acariciar por su mano. Las mías las llevo a cada lado de su cabeza para incorporarme un poco y poder verle con una mejor perspectiva. Sus piernas juegan entre las mías. Sus pies descalzos me rozan los tobillos. Su pecho al descubierto me hace querer abocarme a él como cuando éramos niños y me acurrucaba en su regazo a dormir.

—Este es el lugar donde se olvidan los recuerdos. –Me dice, mirando alrededor—. Vengo aquí  cada noche para olvidarte…

—¿Te ha funcionado?

—Nunca. –Sentencia.

—¿Entonces?

—Tal vez no podamos olvidar lo que haremos, pero sí el remordimiento que nos proporcionará. –Asiento, energéticamente y me escondo en la línea de su cuello mientras recibo besos en los hombros. No se contiene a comenzar a deshacerse de mi chaqueta y mi camisa. Yo me deshago de la suya y su olor comienza a impregnarme. Sus piernas comienzan a deshacerse de sus pantalones y de su ropa interior. Se ve lento pero muy decidido, eso me hace sentir tranquilo y confiado. Yo me adapto a su ritmo y poco a poco me deshago del resto de mi ropa dejándola a un lado entre las sombras que proporcionan las lámparas.

La sensación de tener su cuerpo rozando con el mío es una extraña nostalgia que comienza a inundarme. El tacto de su piel con las yemas de mis dedos, no recordaba ya lo lisa y suave que es su piel en las piernas. En sus muslos. Lo pálido que es su vientre ni la forma de su movimiento al respirar. Ya había olvidado cómo se siente cuando me besa, cuando me acaricia la espalda, el pecho. Me explora con la mirada igual que lo hago yo con él y eso es lo único que necesito para entender y comprender que realmente me ha echado de menos. Me siento sobre su cintura y él me mira desde la distancia con una media sonrisa mientras pasa sus manos desde la línea de mis costillas hasta mi cadera, pasando por mi cintura y más tarde, deslizándose por mis muslos. Se saborea los labios, se muerde el inferior y cierra los ojos mientras dirige sus manos a mis glúteos. Yo me dejo hacer y ralentizo mi acelerado corazón para acompasarlo con el suyo, drogado y anestesiado. Sus manos terminan en mi vientre y se quedan ahí, un segundo, deslizándose poco a poco hasta mi vello púbico. Me acracia ahí con las yemas de sus dedos que ahora se sienten frías en comparación con la temperatura de mi piel.

—Yoongi hyung~—Gimo mientras él sonríe por mi reacción al sentir sus manos vagando alrededor de mi entrepierna. Mientras, yo me muevo sobre su pene con movimientos circulares y una expresión frustrada y excitada—. Relájate. –Le digo mientras me levanto de él y me cuelo entre sus piernas. Retrocedo hasta que mi cabeza queda cerca de su abdomen y él al principio se muestra receloso, alzando el rostro, pero cuando le miro con una mano rodeando su pene, se deja caer y cierra los ojos con fuerza. Con las manos acariciándome los hombros y la espalda comienzo haciendo pequeñas marcas con los labios y los dientes alrededor de su ombligo. Su piel ahí es suave, dulce, con una textura agradable y blanda. Paso mi lengua alrededor y desciendo hasta su pelvis. Abro sus piernas con cuidado colándome entre ellas y él se deja hacer. Sus piernas se han vuelto más delgadas de lo que recodaba, más frágiles. Las abrazo sintiendo los remordimientos devorarme y las beso y las acaricio sintiendo un gran nudo en mi garganta.

—Kookie… —Suspira y su gemido me hace querer continuar. Llevo mis labios hasta la punta de su pene y beso el glande con una expresión seria. Sus manos me acarician el pelo y comienza a gemir improperios mientras me introduzco su pene por completo en mi boca. Eso le hace dar un respingo y levanta las caderas para llegar más profundo dentro de mí. La primera vez me atraganto pero continúo agarrando con fuerza sus caderas. Llega un momento que solo se oyen sus gemidos y el sonido de la saliva chocando con su pene en mi boca. La mano de YoonGi en mi barbilla retirándome delicadamente de él me hace levantar la mirada y le veo incorporase despacio y con los labios torturados por sus dientes.

—¿No lo hago bien? –Pregunto pero él me deja sentado delante de él y se pone a cuatro para llevar su boca directa a mi pene. Yo le detengo—. No es necesario… —Suspiro.

—Cállate. –Me dice con una expresión sonriente y yo le dejo hacer mientras le veo inclinarse y tragarse mi pene de una. Doy un respingo por la sensación de su cavidad rodeándome. La humedad de su lengua, su textura, el fondo de su garganta. El sonido de sus labios con su propia saliva y la imagen de su cabeza cerniéndose poco a poco. No puedo contener mis manos a acariciar sus hombros, bajar por su espalda, y colarme por su trasero. Acaricio sus glúteos con la libertad que nos proporciona la intimidad y siento como poco a poco mi cabeza está a punto de estallar. Tal vez es el efecto del humo alrededor o tal vez sus besos me han narcotizado, pero siento como todo alrededor no es más que un mal sueño, una malsana ilusión de mi mente, un delirio adolescente.

—Hyung~ —Vuelvo a gemir con lo que él aumenta la velocidad y yo agarro sus cabellos con posesividad dirigiéndole a un ritmo que me satisfaga. Se deja hacer sumiso, mucho más de lo que aparenta aun estando drogado—. Hyung voy a venirme. –Susurro a lo que él se detiene, asciende el rostro y me mira antes de besarme. Lo hace con tranquilidad, pero con una evidente necesidad de satisfacerse. Poco a poco me tumba sobre el tatami y él se coloca sobre mí colándose entre mis piernas y colocándoselas una a cada lado de su cintura. Con una de sus manos sigue masturbándome y yo gimo, con la otra lleva dos de sus dedos a mis labios y los cuela dentro de mi boca. Los lubrica mientras yo gimo y cuando cree que es suficiente los introduce de una vez dentro de mí. La sensación de sus dedos dentro es nostálgica, dolorosa, excitante. Cubro mi espalda por la sensación y abro más mis piernas para dejarla una mayor accesibilidad. Los introduce hasta que llega al límite de sus dedos y comienza a embestirme con ellos.

—¿Estás preparado, Kookie? Nunca hemos pasado de aquí…

—¿Puedes seguir?

—Por ti, siempre. –Me susurra sobre los labios y saca sus dedos de mí para colocarse mejor y conducir la punta de su pene hacia mi entrada lubricada y dilatada. Se introduce lentamente, muy despacio, muy suave. Siento cada pequeña parte de su pene haciéndose paso a través de mí con decisión. Se introduce hasta quedar por completo rodeado de mí y solo entonces cuando se detiene no puede evitar soltar un gemido de satisfacción por la sensación.

—¿Cómo se siente? –Le pregunto con los ojos apretados y con las manos agarrándome a sus brazos.

—¿Cómo te sientes tú, mi amor?

—Bien, bien. –Suspiro mientras me debato por no soltar gemidos lastimeros. Él esconde su rostro en mi cuello.

—Se siente caliente como el infierno, amor. Tan apretado…

—Muévete… —Susurro y él obedece como si hubiera perdido toda voluntad y autoridad. Comienza con unas embestidas suaves, delicadas, cuidadosas. No se mueve lo suficiente como para hacerme daño, pero comienza poco a poco y acaba embistiéndome mientras yo gimo alto, agarrado con fuerza a su espalda, sintiendo como estoy arañándole por la violencia de sus golpes. Nuestras pieles chocando nos incitan a seguir continuando y yo pierdo toda conciencia de realidad en cuanto golpea dentro de mí en un punto donde solo habían llegado sus dedos. Ahora su pene me golpea con violencia mientras sus ojos se mantienen fijos en las expresiones de mi rostro. Sus ojos se han vuelto más oscuros, parecen narcotizados, drogados. Extasiados. Quiero pensar que es por el opio, pero probablemente yo tenga la misma expresión saturada y me vengo antes de poder avisarle, antes de darme cuenta estoy manchando nuestros vientres por la presión del suyo sobre mi glande y él se separa de mí tras unas cuantas envestidas más. No se viene, se queda endurecido mientras vuelve a besarme fuera de mí. Su mano se masturba, pero yo no lo veo justo y le tumbo boca abajo sobre el tatami mientras me tumbo sobre él y le introduzco dos de mis dedos por entre su entrada. Él comienza a gemir y se deshace de su mano en su pene.

—Joder Kookie… —Suspira—. Tienes unos dedos maravillosos…

—Hyung… —Susurro y saco los dedos de él para introducir mi pene que ha vuelto a endurecerse por la sensación de sus pareces avasallando mis dedos. Esta es una sensación mucho mejor. Su cálido interior me acoge con calidez y rudeza. Él gime, nervioso y excitado y comienzo con las envestidas sin avisarle. Él no tardará mucho y yo tampoco. De nuevo ese sonido de pieles chocando. De nuevo esa sensación de calor, de excesivo calor alrededor. Rompo a sudar, mis manos en sus caderas me sobrepasan. La línea de su cintura, su pelo sobre el tatami, la luz reflejando en su pálida piel, sus piernas a cada lado, sus manos agarrando el tatami con fuerza mientras su espalda se curva con cada envestida. Me siento delirar y vengo en su interior a la par que él se viene sobre el tatami.

Salgo de él con un último gemido y me quedo observando como de él sale mi semen goteando a través de sus piernas. Yo me palpo sin darme cuenta mis glúteos y están igual de pegajosos de lo que me esperaba. Hyung cae en el tatami y yo me tumbo sobre él con una mueca de cansancio su respiración es entrecortada y me abraza dándome un beso en la frente. Yo me dejo hacer y después viene un beso en los labios. El sonido es la sentencia de un recuerdo, de un momento que quedará pronto en el olvido. El olvido.

—¿Estás bien? –Le pregunto y él me mira con la intención de hacerme la misma pregunta. Yo asiento confirmándole que estoy bien y en sus brazos todo parece estar mucho mejor. Miro alrededor y me encuentro la pipa tirada a un lado. La rescato alargando el brazo y con una cerilla y el extremo metálico en mis labios llevo la cerilla encendida a la parte donde se ha colocado el opio. Trago el humo con fuerza y la intensidad de este quemándome la garganta me hace toser. Recibo una mirada compasiva de mi hermano y la segunda calada es mucho más placentera. Inmediatamente comienzo a sentir como me sube un escalofrío desde los pies y asciende por mi estómago. Se queda unos segundos ahí y termina colándose poco a poco en mi cabeza. Él me quita la pipa y sigue fumando él. Me mira con una expresión de incomprensión por mis gestos—. Si vas a perderte aquí, quiero perderme contigo. –Susurro y él, con una mirada triste y a la par comprensiva, me abraza y me dejo abrazar por sus brazos con fuerza mientras escondo mi rostro en su pecho. El humo alrededor comienza a empañar la visión. Las lámparas de aceite iluminan un denso humo que comienza a fundirse con todo el ambiente. Todo queda en el sonido de nuestras respiraciones, todo queda en la sensación del cosquilleo ascendiendo. Todo es eso, humo. Humo alrededor.

 

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*El opio es una mezcla compleja de sustancias que se extrae de las cápsulas de la adormidera (Papaver somniferum), que contiene ladroga narcótica y analgésica llamada morfina y otros alcaloides.

*La adormidera (Papaver somniferum), igual a una amapola común, es una planta que puede llegar a crecer un metro y medio. Destacan sus flores blancas, violetas o fucsias. Es una planta anual que puede comenzar su ciclo en otoño, aunque lo habitual en el hemisferio norte es a partir de enero. Florece entre abril y junio dependiendo de la latitud, la altura y la variedad de la planta, momento en el que se puede proceder a la recolecta del opio.

*Las guerras del Opio (chino tradicional: 鴉片戰爭, chino simplificado: , pinyin: Yāpiàn Zhànzhēng) o las guerras anglo—chinas fueron dos conflictos bélicos que ocurrieron en el siglo XIX entre los imperios chino y británico. La Primeraduró entre 1839 y 1842. La Segunda, en la que Francia se implicó con los británicos, estalló en 1856 y duró hasta 1860. Sus causas fueron los intereses comerciales que creó el contrabando británico de opio desde la India hacia China y los esfuerzos del Gobierno chino para imponer sus leyes a ese comercio.

 


Comentarios

  1. Me encantas como narras, ☺️

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  2. Siendo sincera.. esto está muy bueno, osea creo que es el mejor one shot de sukook/koogi

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  3. Amo demasiado tu estilo literario

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