DESESPERANDO (Yoonmin) [OneShot]
DESESPERANDO [OneShot]
Yoongi POV:
La vida
siempre ha sido algo que superar, nunca una experiencia de la que disfrutar.
Siempre demasiado centrado en mi mismo, siempre intentando saltar sobre las
cabezas de los demás. Siempre demasiado ocupado intentando formar mi propia
personalidad, descuidando mi entorno, descuidando el ambiente, el aire, el
olor, el perfume de vainilla que aparece de repente en mi vida. Tan dulce, tan
frágil, desmoronando mi vida de la forma más fácil, sin requerir esfuerzo, con
la más mínima presencia. Todo el tiempo invertido, toda la personalidad
formada, cae en vida rompiéndose en mil pedazo.
El olor a
vainilla sigue estando aun impregnado en mi ropa, en la forma del cuello de la
camisa. Voltear el rostro sería toparme con su inexistente presencia, llevarme
las manos a la cara implicaría enfrentarme a una bocanada de su aroma, o
agrandes dosis de una nicotina que no soy capaz de afrontar. Sigo, casi con
miedo por el propio olor, con las manos juntas, unidas sobre mis rodillas y
sentado aquí, en esta vulgar silla de plástico que recoge mi peso sin decir una
sola palabra. Miro al suelo, a los baldosines de un color verdoso y blanquecino.
El color es tremendamente triste, sombrío, quejumbroso. Un par de gotas de
sangre goteando de mis manos hacen que el color sea endiablado. Cierro los
ojos, esas meras gotas juraría que desprenden un dulce olor a vainilla que
quiebra mi alma tanto como quebraron mi personalidad hace mucho tiempo.
Aprieto
mis manos una junto a la otra entrelazando de forma resbaladiza mis dedos.
Están ensangrentados y solo provoco que más sangre caiga al suelo entre mis
pies. El sonido de la gota al caerse de mis dedos, al desprenderse de mis
falanges, me hace sentir tremendamente pequeño, sumiso al sonido de un delicado
constante chocar contra la fría baldosa en el suelo. Su pudiera evitar
escucharlo me arriesgaría a quedarme sordo, porque el dolor que poco a poco se
forma dentro de mi corazón en esta interminable espera está matándome. Sigo,
casi como en un intento suicida de enloquecer, el color de la sangre desde los
grandes resquicios en mis uñas, hasta mis palmas. El dorso de mis manos y
después lo puños de mi camiseta blanca. Me encuentro varias salpicaduras por
los brazos, varias en el pecho y unas cuantas marcas de sus labios en mi
cuello, ocultas con disimulo por el cuello de la camisa a cuadros. Puedo
incluso intuir sin mirarme que las formas de sus labios poco a poco se esconden
dentro de mi piel, o más bien salen volando, como pequeños pigmentos que dejan
de estar adheridos a mi piel y se desprenden con la facilidad de un roce.
En mi
labio encuentro más de su sangre, sangre del corte en mi labio y sangre de sus
labios húmedos por su propia sangre en un beso desesperado después de la
pérdida de su conocimiento. El sabor perdura. Se mantiene, se queda escondido
en el fondo de mi paladar y muy lentamente me voy acostumbrado a él, pero muy
de vez en cuando, como un acto de magia infernal, aparece una leve fragancia a
vainilla debajo de mi lengua para sorprenderme con una sonrisa pícara y
siniestra. Me da miedo pensar que eso siempre ha estado ahí, y me da miedo
asumir que se quedará para siempre. Algo más encontraría en mi rostro de
mirarme en un espejo. Tal vez algunos restregones de mis propias manos
manchadas sobre mis mejillas, o de su sangre al abrazarme a su cuerpo inerte.
Me quedo pensativo unos segundos, pero solo puedo alcanzar a oler el miedo en
mi cuerpo, el olor que ha dejado la excitación del momento, el arrepentimiento
posterior, el miedo y el pánico del presente. Unas expectativas de futuro
también. La de su ausencia a mi lado.
Enfrente
de mí pasan los pies en zapatos de goma de un enfermero que camina rápido y se
adentra en la primera habitación a mi izquierda. Apenas me atrevo a mirar en
esa dirección y aunque quisiera levantarme y salir corriendo, un par de
policías guardan mi presencia en este asiento de la sala de espera mientras se
miran y hablan entre ellos, con una fingida expresión seria y unas palabras
discernidas sobre mí, o sobre nada en concreto. Sus voces se pierden en la
nada, a lo lejos. Solo puedo escuchar un murmullo lejano, amortiguado por la
voz de mi conciencia taladrando las pareces de mi cráneo para salir al exterior
y gritarme de forma audible lo que he hecho. Recordándome mis actos, memorando
mis consecuencias. Rogando por una estricta pena, que es lo que merezco.
Cierro los
ojos un instante, concentrándome en no escuchar nada y estoy a punto de
lograrlo, a la par que un par de lágrimas resbalan por mis ojos. Escucho a lo
lejos el sonido de unos pitidos. Unos pitidos mecánicos, rápidos, lentos, no
los comprendo en absoluto. Unas voces amortiguan el sonido casi como una lona
sobre el tic tac de un corazón. Poco a poco e intentando calmar mi respiración,
me hago con el control suficiente como para distinguir palabras, medias frases,
entre todo el barullo generado de la nada.
—¡No
responde!
—¡Descarga!
¡Fuera!
Dejo
escapar la bocanada de aire y me miro más fijamente las manos, deshaciéndome de
todo sonido exterior del latido de mi corazón. Distingo entre los restos de
sangre que aun gotean, mis propias heridas en los nudillos, causadas de
repetidos golpes contra mi mismo, por desgracia. Demasiado tiempo intentando
rehacer la vida de escombros, para que ahora él me derrumbase de nuevo. Fueron
demasiados años intentando formar una personalidad para que él tuviese el valor
de volarlo todo por los aires con una sola mirada. Una sola sonrisa. Una leve
caricia y todo a la mierda. Todo cae como las pequeñas gotas de mis manos hacia
el suelo.
Abro y
cierro las manos en puños demostrándome que el dolor es presente, es real, es
palpable y evidente. La piel pelada, las pequeñas grietas, los arañazos, los
rasguños, los moratones que descubriré mañana, el dolor en mi pecho que
perdurará para siempre. Eso es una herida insalvable ya y qué importa, hay un
corazón al otro lado de la pared que hace tiempo ya que no late. No late y sigo
oyéndolo. Le oigo gritar a través de mi mente suplicando porque me detenga,
porque no continúe con mis tonterías. Una tontería que se nos ha ido de las
manos.
Un sonido
quiebra la estancia a mi lado. Un latigazo, el porvenir de un trueno del rayo
que ha impactado en un pecho dormido. Todo tiembla un segundo o tal vez sea tan
solo cosa de mi mente saturada. Solo eso, el destello de una realidad que se
desdibuja por culpa de la criba de la memoria. todo queda en silencio un
segundo a la espera de una reacción por parte del cuerpo en la camilla pero ese
constante pitido sigue sonando, sigue haciendo eco dentro de la sala y entre el
muro de la pared a mi espalda. Puedo sentir como el latido de un corazón muerto
sigue latiendo por poco tiempo. Una muerte cerebral producto de un corazón que
ha dejado de funcionar. Un corazón roto. No más que el mío.
Con otro
largo suspiro me inclino aun más en la silla apoyando mi rostro en mis rodillas
y entre medias, mis manos ocultas por las mangas de la camisa. No convulsiono
aun mis hombros, aun no tengo la fuerza para llorar, aun no tengo el valor para
asumir lo ocurrido y al verme en medio de la oscuridad que me proporcionan mis
brazos regreso a un pasado demasiado presente, a un presente que pasará a ser
un pasado permanente. Es doloroso asumirlo, a la par que complicado y
laborioso. Me mantengo encerrado en una cápsula de indiferencia mientras se
siguen sucediendo las imágenes a mi espalda, sus gritos enfadados, mis insultos
permanentes, su bofetada. Mis golpes.
Aun puedo
vislumbrar, solo como un destello, su mirada hiriente al verme sobre él en el
suelo. Al golpearle por unas palabras que me han hecho perder el control. Sus
ojos llorando, sus lágrimas mojando mis manos al golpearle. Sus labios
hinchados, los míos por un par de sus golpes evasivos. Sus gritos doloridos.
Esa sensación de que el coche se va de mis manos, las ruedas derrapan, los dos
muertos. Yo en el suelo del salón a su lado, zarandeando su brazo mientras sus
ojos cerrados me indican que me he excedido y algo le ha pasado. Ha perdido el
conocimiento, la sangre mana de uno de sus oídos. Todo queda en un doloroso
silencio que aboca a un grito por mi parte, a la perturbadora calma de la suya.
Unos pasos
se acercan como si nada. Lentos, tranquilos, un tanto previsores. Rezagados.
Nerviosos cuando se encuentran a mi altura y salgo de la privacidad que me dan
mis brazos para ver como unas zapatillas de plástico blanco esperan por mi
atención. Alzo la vista un tanto temeroso y el rostro del enfermero, con manos
manchadas de la misma sangre que la mía y con la bata llena de salpicones, me
suspira e intenta mantener una expresión neutra a la par que tranquilizadora.
Yo me pongo en pie para quedar a su altura y posa su mano sobre mi hombro
derecho. Queda un segundo en silencio y antes de abrir la boca ya sé qué va a
decirme. Es demoledor. Es un instante de silencio que lo dice todo y no
necesito más para apartarle de un empujón mientras hago que ambos dos policías
a mi lado se sobresalten y miren en mi dirección, nerviosos.
Yo ya no
tengo tiempo a detenerme un segundo más y me dirijo con violencia hacia la
puerta de la habitación. Todo el color blanco me deja levemente aturdido y busco
con la mirada, entre las enfermeras y el ayudante con bata verde el cuerpo de
Jimin esperando por mí. Por un abrazo, por algún gesto de cariño y calma. Solo
me sorprende su figura desdibujada bajo una sábana blanca. Verle de esta forma
es del todo demoledor. Me quedo un segundo parado, acongojado, demolido. Como
si me pegasen un tiro en medio del pecho. El dolor me atraviesa y me impulsa
hacia delante con una fuerza inhumana.
No es la
verdadera fuerza de un disparo. Son los brazos de una persona tumbando mi
cuerpo sobre la cama, colocándome con una violencia extrema la cabeza cerca de
tu pecho. Siento tu cuerpo tan frío, tan distante. Estas tan cerca y a la vez
demasiado lejos, mi amor.
—¡Queda
detenido por el asesinato de Park Jimin...! –Las voces comienzan de nuevo.
Alguien, sujetando con fuerza mis muñecas, me coloca unas esposas a la espalda
mientras todo mi tronco está apoyado en la cama donde el olor a vainilla inunda
mis fosas nasales. Varias manchas de sangre comienzan a crear un cerco sobre las
sábanas. A nadie parece importarle nada, te han cubierto el rostro como si con
ello te borrasen de la vista. Ya no tienes rostro, no eres más que un cadáver
más en este putrefacto hospital, dominado por una cínica sonrisa hospitalaria.
El perfil de su rostro, la figura de su cuerpo que sorprendentemente reconozco
y rememoro en mis mejores momentos. Su cuerpo desnudo entre sábanas enredado.
Un cuerpo perfecto que hoy se muestra inerte y sin vida. Sin color, sin calor,
sin alma, sin nada que me indique que él sigue conmigo pero está aquí. Ahí,
entre este revoltijo de sangre y sábanas.
—¡Jimin!
–Grito cuando me hacen incorporarme y me alejan con un brusco gesto. Mis manos
a la espalda me impiden muchos de los gestos que me gustaría hacer. Deshacerme
de los policías, abrazarle. No me han dejado ver su cuerpo, no me han dejado si
quiera descubrirle el rostro aunque se me quede gravado en la mente el resto de
mi vida. ¡Qué importa ya! Solo quiero un último beso. Uno que aunque frío, sea
real. Ya te di antes besos con frialdad, pero este sería de una pasión
desbordante. Tanto como mis lágrimas corriendo por mí riostro mientras me sacan
a la fuerza de la habitación. Siento la puerta cernirse a mi alrededor y no
puedo evitar revolverme, impotente. Me siento atrapado entre unos brazos que me
condenan a una vida sin ti, los tuyos, los míos propios que me han arrancado tu
cuerpo de mis manos. Tu inerte cuerpo de mis manos manchadas de sangre.
—Tiene
derecho a permanecer en silencio. –Oigo mientras cierran la puerta de la habitación
y yo me quedo fuera, siendo arrastrado pasillo adelante mientras poco a poco el
olor va desapareciendo de mi alrededor. Mi aura poco a poco deja de tener
sentido, color, ánimo, sentido—. Todo lo que diga puede ser usado en su
contra...
La sangre
en mis manos me hace sentir, a medida que me alejo, más culpable. Penetra en mi
piel y quema como el más potente de los ácidos. Me siento deshacer poco a poco
mientras el hilo invisible que nos une se rompe para siempre. La vida lo ha
cortado, la muerte nos ha separado definitivamente y eso me hace quedar un
segundo absorto en el silencio artificial en el que me sumerjo. Ya nada
importa, ya nada merece la pena porque has muerto en mis manos, gracias a ellas
y con ellas te he torturado los últimos años. Ambos nos hemos hecho daño y te
envidio porque ahora solo yo sigo sintiendo el dolor.
¿Dónde han
quedado las peleas ahora? ¿Dónde han quedado las reconciliaciones? ¿Los celos?
¿Las mentiras? ¿Los besos? Todo ha caído. Todo se desmorona como el mejor
castillo de naipes. Cae, de forma delicada y con una sutil gracia que me deja
embobado e impotente. Nada puedo hacer ya. Antes de poder detenerlos todas las
cartas se esparcen por el suelo bajo mis pies. La culpa ha sido la brisa de mi
aliento, un temblor en mi mano. La culpa ha sido mía, pero también tuya, por
aparecer en mi vida. Te advertí que sería tóxico, te advertí que te lastimaría.
Tú me dijiste que me amabas. Eso fue lo peor de todo.
FIN
Oouuch, an triste y desgarrador!!
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