SOLEDAD - Pensamiento XV
💬 Debo aclarar que hoy en día no estoy de acuerdo con muchas de las cosas que escribí aquí, y aun así comprendo que es parte de la evolución de la madurez de una persona. Por eso, aquí tenéis este humilde pensamiento.
Soledad
Soledad. Qué fácil parece, ¿verdad?
El viento sopla sobre nuestro pelo, nos mece. Estamos en medio de la calle en un frío día de invierno. Nosotros nos encojemos temblorosos bajo nuestros gruesos abrigos y cerramos los ojos, disfrutando mejor de la cálida sensación de estar en medio de tantas personas. Estas transitan de un lado a otro en la calle cada uno con un destino. Sus miradas caen de un lado a otro. Las personas, con sus propios problemas se abstraen de la realidad algunos dentro de meras conversaciones telefónicas y otros con cascos en la orejas. Sus rostros parecen estar hieráticos ante la pobreza de la realidad frente a ellos y ninguno cae en nuestra presencia ahí. Nadie ha conseguido vernos aun pero no pasa nada. Nosotros también estamos con unos cascos sobre las orejas y una melancólica canción se reproduce de fondo con una nostálgica y amarga repercusión. Nos deshacemos de la sonrisa en nuestro rostro porque no nos hace falta impresionar a nadie, decidimos ocultarnos más y mejor en nuestra bufanda de tela negra y miramos alrededor buscando unos ojos que nos devuelvan la mirada, una sonrisa entre nuestro abstraído publico. Pero no nos importa, porque estamos, como y donde queremos estar.
Esto no es la soledad. Esto es estar solo. Presenciar y protagonizar a la par una escena triste y melancólica no es la dulce soledad en la que yo me embriago. Es una triste escena de película barata. ¿Quién quiere plantarse en medio de una acera en un día frío? Eso solo es de gente marginada y lunática. No hablaré de la salubridad de mi psique, pero a pesar de estar a gusto en una dulce soledad no me planto en medio de una calle. La soledad de la que quiero hablar es de esa tan mal valorada, de esa que se supone es un motivo para reír y algo que, por experiencia propia sé, la "gente con amigos" evita hacer. Discrepo. La soledad no es una fiel amiga, es escurridiza, pero si es mejor compañía que cualquier visitante non grato.
Yo hablo de la dulce sensación de sentarse en una cafetería y pedirse un dulce macchiato mientras abres un libro y te pones a leer en el silencio del ambiente de una desolada cafetería. En ese pequeño rincón que visita tras vivista has acabado apropiándote. De ese bar en donde el camarero te saluda con una dulce sonrisa preguntándote por tus estudios porque te conoce desde hace meses. Hablo de ese cálido aroma de una vela mientras la hueles antes de comprarla en una tienda. Cuando miras al resto de sus compañeras de diferentes olores y tú tienes la decisión de qué escoger, sin la opinión de nadie que ensucie tus pensamientos, sin nadie a tu lado dando prisa ni una mirada malsana de envida. De esa extraña ocasión en la que se te sientas en el escritorio, abres el portátil y simplemente dejas que tus pensamientos fluyan con la misma facilidad con la que se desarrollan cuando están danzando dentro de tu mente un Vals Sentimentale de Tchaikovski. Un dulce baño de agua caliente en un día de invierno acompañado de esas velas que has comprado para la ocasión, del silencio alrededor cuando estás simplemente leyendo, de una caricia de tu propia mano a través de tus cabellos mientras te concentras en la imagen de una divertida película en el vacio de conversaciones innecesarias.
Esta es solo la imagen de la idea que quiero comentar. De lo que quiero tratar realmente es de la mirada de desprecio de esos chicos sentados en la mesa de al lado cuando abres un libro y comienzas a leer. Una risa a lo lejos, una pasada de arriba abajo con esos ojos inyectados en sangre por la ebriedad del alcohol en sus sangres. La insistencia de tu madre porque te relaciones con otras personas que no sean los muertos autores de cuadros y los fantasiosos novelista de poesías tan dulces como los poemas de Rimbaud. No es incapacidad para relacionarme, sino un voluntario estilo de vida por el que he optado simplemente alejarme de toda compañía que me cree urticaria. Odio la mirada de mi padre al decir que se siente orgullo de mi nivel de estudios pero al mismo tiempo intenta evadirme de las "conversaciones de adultos". "Ve con tus primos, estamos hablando de cosas de mayores". En mi opinión un buen tema de conversación es la teoría de la génesis del marxismo o el Super hombre de Nietzsche, no la forma en que el futbolista se ha caído el césped.
Odio la forma en que mis compañeros de clase preguntan por mi edad al verse asombrado por decirles que leo clásicos, la mirada de superioridad al decirles que mi canción favorita es Nocturne de Chopin. Que odio con mi alma las conversaciones banales, la amargura de las convencionalidades. Parece que se ha perdido la capacidad de disfrutar de una buena pieza de música en la soledad del silencio. ¿Quién necesita comentarla si en sí expresa todo lo que el autor quería decir? Después de la sonata ya no se necesitan palabras. Y sin embargo lo que recibo a cambio no son palabras, son miradas de desprecio ante la extraña palabrería que sale de mis labios. La incansable necesidad de expresar un sentimiento que no consigue contenerse en mi interior.
Esto nos lleva a una anécdota personal que ocurrió hará un poco más de un año. Era verano, yo había quedado con mis amigos para tomar algo y siendo las ocho de la tarde nos encontrábamos en la terraza de un bar en el centro de mi ciudad. El sol calentaba nuestras mejillas, alrededor se oirá el tránsito de las personas y a pesar de haber quedado juntos, nadie parecía querer hablar con el otro limitándose a sacar sus teléfonos móviles. Conocéis esto, ¿verdad? todos hemos vivido estas situaciones en las que estamos todos pero no hablamos entre nosotros porque se interponen nuestros móviles. Yo miré alrededor y cuestionándome que hacer decidí sacar un libro que me había llevado aquel día como suelo hacer a menudo. Es una manía ya llevar un libro encima, y aquél día, lo recuerdo bien, llevaba Tokio blues de Haruki Murakami. Apenas acababa de empezar a leerlo y ya quería seguir.
Me crucé de piernas y puse el libro en mi regazo. A penas pude leer una página cuando uno de mis amigos levantó la vista y me vio leyendo un libro. Este empezó a vociferar indignado, diciendo que yo era una maleducada por llevarme un libro y ponerme a leerlo. Uno de los chicos que estaba con un móvil en sus manos. Yo me vi en la impotencia y la sorpresa de la situación y guardé el libro avergonzada. Hoy me habría reído y me habría levantado despidiéndome con un vulgar gesto de cabeza. ¿Qué es lo más triste? Que si hubiera estado leyendo lo mismo desde mi teléfono nadie habría dicho nada. ¿La culpa la tiene el libro en físico? ¿La tienen ellos? ¿La tengo yo? No importa, de todas formas aquél día entendí en un solo momento que era la soledad y estar sola. No podía tener soledad con mi libro, pero estaba sola entre mis amigos.
Me arrepiento de todas las veces que les he dado prioridad y no he aprovechado el momento para ser realmente feliz. Porque ellos son mis amigos pero, ¿eso qué significa en realidad? Eso lo dejo para otro pensamiento. Creo que he dejado claro qué es para mí la soledad, y lo mucho que he luchado para tenerla, lo mucho que me la han intentado arrebatar, lo mucho que la necesito.
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