Sin recompensa (JiKook) Capítulo 1 - Leche

CAPÍTULO 1 - Leche

 

Jimin POV:

 

La lluvia torrencial caía sobre el gorro de mi chaqueta. Una vez más se me olvidó coger un paraguas antes de salir de casa y ahora pagaba las consecuencias.

Era por la tarde y mi jornada escolar terminaba ahora. Mi nombre es Park Jimin y estudio en la universidad de arte de Seúl. Tengo veintitrés años.

Era una tarde de invierno cuando estaba saliendo de la universidad y la lluvia me sorprendió un día más con su aparición espontanea en estos días. Sentí húmedas las puntas de mi cabello que sobresalía por el pequeño gorro de la chaqueta. Mis huesos se quejaban de frío y yo tan solo pensaba en unos fideos calentitos que templasen mi cuerpo.

Esa era la única idea que pasaba por mi cabeza una vez comencé el camino de regreso a casa hasta que me detuve en el paso de cebra a esperar que se pusiera en rojo cuando vi un pequeño gato en el medio de la carretera hecho una bola evitando ser atropellado.

Malditos gatos.

Él creyó tener la oportunidad de salvarse y cruzar pero un coche estaba a punto de arroyarle. No estoy seguro de qué fue lo que me impulsó a jugarme la vida corriendo por la carretera ente coches y recogerlo en mi regazo para llevarlo a una zona segura, la más segura que pude encontrar fue entre carril y carril de coches. Me vi obligado a envolverme en mi mismo con el puñetero gato en mis brazos acurrucado.

Oía los pitidos de los coches frete y tras de mí. A unas velocidades completamente suicidas, pero más suicidas que yo no creo. Poco a poco sentí el alboroto de los coches detenerse y pararse. El semáforo por fin se puso en verde y crucé con el gato dentro de mi abrigo protegiéndolo de la lluvia, aunque el gato ya estaba mojado y me estaba calando la poca ropa que aún conservaba seca.

Caminé deprisa a casa sintiendo al animalillo revolverse bajo mi chaqueta. He sido un estúpido y lo estoy siendo en el momento por tener la mínima intención de llevármelo a casa. Pero ¿qué puedo hacer? No quiero dejarlo en la calle. He arriesgado mi vida por un maldito gato. Debo estar loco.

Siempre odie a los gatos. Son animales antisociales que nunca se preocupan por su amo y no muestran respeto ni lealtad como puede hacerlo un perro. No saben agradecer todo lo que haces por ellos. Nunca tuve uno para poder decir esto pero sé que es verdad.

Llegué a mi casa y nada más entrar dejé al gato en el suelo. En realidad no era un gato, propiamente dicho, era un gatito, apenas era como mis dos manos juntas por lo que deduje sería recién nacido.

Vivía solo en una casa en Seúl. Toda mi familia es de Busán y estoy aquí solo, estudiando. En realidad me encantaba, no echaba nada en falta y sin embargo a veces me sentía solo. No soy de esas personas que tienen amigos por todas partes, ni de los que tienen novia. En realidad acababa de dejarlo con una chica. Tal vez esa fuera la razón por la que me traje el gato a casa, me sentía solo.

Fui directo a mi cuarto para cambiarme de ropa y ponerme una seca. Mi cuerpo agradeció al instante el contacto con esas prendas. Tan agradable sensación... ya era de noche aunque apenas eran las ocho de la tarde. El invierno y sus cosas extrañas.

Regresé al salón y el gatito no se había movido del lugar donde lo dejé en el suelo. Me acerqué a él y comprobé que estaba completamente empapado y al intentar tocarle se alejó cojeando. No huiría de mí mucho tiempo porque tenía una pata herida.

Se arrinconó en una esquina y me miró desafiante. Todo su cuerpo era negro, su pelaje, negro. Sus ojos, negros. Era una pequeña bola negra que me amenazaba desde la esquinita de la puerta y la pared. Le envolví con mi camisa y lo intenté secar evitando hacerle daño. Se revolvía como un diablo y cuando no pude sostenerlo lo dejé caer en el sofá. Al menos que cayese en un sitio blando.

Supuse que tendría hambre y me dirigí a la cocina para llenar un plato con un poco de leche. No estoy seguro de que sea lo más adecuado para él, ni siquiera sé si sabe aun como beber de un plato pero no tenía otra cosa y no estaba dispuesto a esforzarme por un gato callejero.

Puse el plato en el suelo contra la pared y esperé a que el gato bajase del sofá, paro al darme cuenta de que no podía lo bajé yo poniendo su cuerpecito al lado del plato.

—Bebe, —le dije—, y da gracias que no te dejo en la calle.

Me volví dejando al gato allí y me encerré en mi cuarto de nuevo para descansar. Me tiré sobre la cama y cubrí mi cuerpo con la manta más cercana a mí. Cerré los ojos comenzando a sentir un inmenso dolor de cabeza. Odio las clases y cada día estoy más cansado.

Caí en un plácido sueño del que desperté alarmado por un ruido proveniente del salón. Me levanté somnoliento y abrí la puerta en encontrándome el cuenco de leche vertido en el suelo y el jodido gato a su lado observando el flujo de la leche extenderse por el suelo sin hacer nada para evitarlo.

—Joder, ¿qué has hecho? —le pregunté sabiendo que no iba a contestarme.

Me agaché recogiendo el plato y llevándolo de vuelta a la cocina y cuando estaba fregando la leche que había caído el suelo me di cuenta de que apenas había bebido nada.

—¿No has querido beber? Pues no hay más.

Él seguía allí en el suelo mirándome. Observando cada movimiento que yo hacía. Era muy frustrante. Me senté en el sofá y dejé mis músculos relajar, pero se tornaron tensos en un instante al ver junto a mi pierna, una mancha de sangre. Toqué aquello con la yema de mis dedos y era sangre seca. Fruncí el ceño y miré al gato lamiendo su pata delantera.

Sabía que su pata no estaba bien pero no me había detenido a mirarla. Me levanté asustado a recogerlo, y él retrocedió unos pasos hasta que por fin lo alcancé. Se revolvía en mis manos y era casi imposible auscultarle, y cuando sujeté su pata herida él gimió y maulló de dolor. No podía imaginar hasta que punto él estaba sufriendo.

Retiré el pelaje de su pata y vi un corte no muy profundo que sangraba.

—¿Cómo te has hecho esto? —él me respondió a base de maullidos lastimeros.

Inmediatamente lo cogí con una mano y con la otra busqué en el cuarto de baño un pequeño botiquín de primeros auxilios. Cerré la puerta detrás de mí por si acaso al maldito gato se le ocurría escapar y me senté en el suelo para poder manejarlo todo mejor.

Puse al gato en mi regazo y corté con unas tijeras el pero que se encontraba alrededor de la herida y una vez esta estuvo despejada, la mojé con un trapo húmedo que el gato aborreció como si fuera la cosa más horrible que ha visto jamás. Doy gracias de que fuera un gato pequeño, si no, sus mordiscos y arañazos serían más graves de lo que en realidad eran. Sus pequeños dientes apenas enganchaban mi piel. Y sus uñas, otro tanto de lo mismo.

Vendé aquella zona tras haberla desinfectado y lo dejé de nuevo en el suelo para comprobar cómo andaba. Se vio extraño al principio pero poco a poco se acostumbró a la sensación de tener una pata inútil.

—Más te vale no liarla más. —se detuvo donde estaba y me miró sintiendo el sonido de mi voz—. ¿Cómo te llamas? —Me sentí imbécil preguntándole eso a un maldito gato—, No tienes nombre ¿verdad? Debemos ponerte uno.

Pensé por un momento sin que se me ocurriera nada en absoluto.

—¿Max? No, no. Un nombre de persona es demasiado para un gato. ¿Negrito? —me miró de nuevo y se lamió la pata que no estaba vendada para luego restregársela en los ojos. Y de repente me vino a la imagen unas galletas que comía de pequeño de chocolate negro que eran deliciosas—. ¿Kookie? ¿Te gusta? —pregunté emocionado sin embargo no conseguí ninguna reacción por su parte—. Yo soy Jimin, por cierto.

Extendí mi mano para que correspondiera el apretón como habría hecho un perro pero él tubo la cara de ignorarme y saltar mi pierna para dirigirse a la puerta y arañarla pidiendo salir. Me quedé allí sentado viéndole como a pesar de estar herido se manejaba bien. Me levanté al fin y lo recogí con una mano y a medida que salíamos su tripita emitió un gruñido indicando que tenía hambre.

No había tomado nada de leche y estoy seguro de que llevaba tiempo sin comer porque estaba muy delgado. Podía verlo en su forma de caminar, sin fuerzas.

—¿Qué se supone que debo hacer? —Miré el reloj, las once y media—, todos los comercios están cerrados, tendría que ir al supermercado veinticuatro horas que está a veinte minutos andando. —Lo alcé para mirarlo—. Te di leche pero no has querido beberla.

Miré a fuera y la lluvia seguía cayendo. Miré al gato.




                                  Capítulo 2 ↣

Comentarios

  1. Me acuerdo cuando leí este fanfic, tenía 16 años, ahora tengo la edad de JiMin de este fanfic, 23 años, y aún así, puedo decir que la narración es preciosa 😭❤❤❤✨❤

    ResponderEliminar
  2. Yo leyendo que JiMin odia a los gatos negros, cuando estos son un amor 😢😅✨❤❤❤😭❤❤❤❤❤❤❤❤❤

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares