PADRES - Pensamiento IX

💬 Debo aclarar que hoy en día no estoy de acuerdo con muchas de las cosas que escribí aquí, y aun así comprendo que es parte de la evolución de la madurez de una persona. Por eso, aquí tenéis este humilde pensamiento.

Padres


Durante toda mi adolescencia me pasé años pensando en que mis padres cambiarían. Ellos me hacían creer que la culpable de esos desordenados pensamientos hacia ellos era yo misma y que en unos años, todo pasaría. Me hicieron creer que la imagen que tenía de ellos se desvanecería con la presencia de la madurez en mi vida pero la decepción es tremendamente avasalladora. Ellos no solo no han cambiado sino que la vejez les ha empeorado sus ya de por sí malas cualidades. No crean que este es un texto de una adolescente malhumorada. Es la más profunda reflexión, y la más premeditada, que he escrito jamás. Hace mucho tiempo que llevo intentado comprender varias facetas del carácter de mis padres. Pequeñas manías que me resultan tremendamente insostenibles pero que ahí están, para involucrarse de forma avasalladora en mi vida para derrumbar de un plumazo todo lo que he construidos simplemente porque los cimientos nos se corresponde con los estigmas que ellos tienen en sus mentes.

No sé por dónde empezar este escrito. El tema es demasiado amplio, demasiado complejo, y yo estoy muy enfadada. Comencemos con el principio. El principio de todo, el momento en el que te dices a ti mismo "en un año todo habrá terminado". Las esperanzas de un nuevo futuro, de una oferta mejor, de la posibilidad de una escapatoria siempre está ahí. Siempre pensé que la entrada en el instituto solo facilitaría la idea de que mis padres asumiesen que yo ya no era una niña a la que malcriar. No solo cejaron en sus cariños sino que hicieron lo imposible porque mi círculo social se redujese al mínimo. Pero supongo que no puedo ser objetiva, la adolescencia acababa de golpearme y yo apenas tenía trece años. Ahora, con casi veinte años tengo una perspectiva totalmente diferente, he tenido tiempo para pensarlo y otros ejemplos con los que compararme. No hablo de los grandes errores que han podido cometer conmigo, ni tampoco de sus fuertes decisiones en contra de mi voluntad. A todo nos hacemos. Ya me he hecho a la idea de que no están de acuerdo con muchas cosas de mi carácter pero son las pequeñas nimiedades las que aun me matan por dentro, las que te hacen pensar "en un año y medio, todo habrá acabado". Nunca acaba. Hazte a la idea.

Son esos pequeños detalles los que hacen insostenible poder tener una convivencia con ellos. Cuando mi padre me mira de esa forma altiva cada vez que le digo algo inteligente. Esa superioridad que le envuelve en la inconexión. Esa expresión perdida cada vez que una palabra desconocida entra en mi vocabulario. Es una sensación de total decepción el no solo verle desorientado sino la sonrisa posterior, cuando se burla de mi conocimiento y mi criterio. Esa mirada aburrida cuando le doy una opinión que no quiere oír, que no sabe entender, que no quiere asumir que existe. Esa cerrazón, ese confuso agujero en el que se ha metido. Las personas que se meten dentro no saben cómo salir y ni si quiera quieren. Viven dentro de un mundo abstracto de donde solo se puede salir a través del conocimiento y esa, nunca es la alternativa. Odio como quema los libros, como colecciona dinero vacio. Odio esa expresión de desinterés ante un lienzo y esa habilidad para emocionarse en una pelea de boxeo. Mientras él se desvela y ve la televisión yo me paso noches escribiendo, leyendo, estudiando, para después, aguantar esa mirada enfadada diciéndome que no vale la pena el esfuerzo. Recuerdo aun cuando me exponía ante sus allegados. Cuando me señalaba y alababa lo guapa que era su hija, lo inteligente. Cuando me corté el pelo, como un disparo en su pecho, dejó de exhibirme. Mi inteligencia nunca le había importado, mi belleza solo era un reflejo de la suya en su juventud. No son los grandes hallazgos sino las pequeñas cuestiones diarias. Sus pequeños errores. No saber que estoy estudiando, no conocer el nombre de mis allegados, no saber mi gusto musical, no conocer mi afán por la lectura. No conocerme es el peor de sus errores, es la mejor de mis jugadas.

Algunos pueden deducir de mis palabras que esa desconexión me provoca libertad pero no es más que una vaga ilusión de una mente alienada en la interacción. Creerse libre es todo un error. La mayor expresión de libertad se encuentra en estas palabras que aquí escribo y que ellos desconocen. De vez en cuando, en un día aleatorio en un mes cualquiera algo desaparece de mi cuarto. Mi madre se hace la loca, sé que ha sido ella por la forma en que me mira con picardía pero días después la encuentro fumándose mis pertenencias. Ella me sonríe y me mira con suspicacia. Lo que creía ignorancia es malicia. Una malicia que me consume por dentro. No es que yo haya dejado mis pertenencias sobre la mesa, a la vista de cualquiera. Cuando sé que las ha encontrado en un estuche, bajo un montón de mierda al fondo de un cajón realmente sé que se ha esforzado esta vez. No hay un solo recuadro de este cuarto que no conozca. Y eso da mucho miedo.

Esa forma tan característica de su persona de destruir todo lo que toca. Son las pequeñas cosas, otra vez, lo que lo hacen insostenible. Dejarla al cargo de mi comida un segundo y volver para encontrarme la comida quemada, pedirle que me ayude a estudiar pero ella está ocupada destrozándose la cadera ayudando a mi hermano a atarse los cordones de los zapatos mientras él mira embobado la televisión, con esa expresión de soberbia que el precede de sus padres. ¿Y qué puedo pedirle? Ella no lo entiende, porque está cegada por la presencia de mi hermano en su vida desde hace catorce años. No me siento rencorosa con mi hermano, él no es más que una víctima de la pereza de un niño mimado. Me destroza la idea de la dependencia que crea en él, y que ella se crea en sí misma.

Y año tras año yo sola me saco los estudios mientras mis padres se llevan el mérito como buenos progenitores. Mes tras mes sufro sola una semana drogada por el dolor de ovarios, tumbada en la cama llorando mientras mi padre pregunta qué diablos hago que no estoy ayudando a poner la mesa como buena mujer mientras él se desploma en el sofá rescatando el mando de la televisión de alguna parte. Cada semana me encierro en mi cuarto en los fines de semana para escribir y desahogar, por una vez a la semana, los sentimientos que están devorándome. Me encierro durante horas lejos de la presencia de cualquiera de sus miradas mientras mi madre murmura por ahí que debería salir más con mis amigos. ¿Qué amigos, madre? ¿Los que son tan vulgares y retrógrados como vosotros? Qué tentadora es la idea de sentenciarlo todo. Día tras día vuelvo a casa de estar horas en un taller trabajando, de estar en un laboratorio aprendiendo la odiosa formulación. Después de horas de escuchar idioteces de mis compañeros, asombrosas vulgaridades de mis profesores, eternas horas de burocracia. Una quemadura en la mano, un corte en un dedo. Dolor de cabeza, migrañas, cefalea, estrés. Todo para llegar a casa, comer pan quemado y escuchar la absurda palabrería de mi padre riéndose del peso en mi mochila, de mi corbata sobre mi camisa. Mirándome de esa forma en que me hace sentir tan asqueada. "¿Vas con corbata a clase?" me pregunta con suficiencia. Yo ruedo los ojos y le recuerdo. "Llevo tres años llevándola". Pierde el interés con la primera palabra y se marcha.

¿Acaso puedo cambiarlos? Ni puedo ni quiero. Me limito a dejar que el tiempo pase y procurarles no estorbar demasiado. Cuando tenga la oportunidad de cortar la dependencia económica dejaré que poco a poco olviden en su mente el recuerdo de mi persona para librarme al fin de la pesada carga de su presencia. No sé si alguien se identificará con mis palabras pero tampoco importa, sé que cada familia es un mundo y cada persona es un universo. No me quiero imaginar estar dentro de este mundo por mucho tiempo, en mi universo hay cosas más interesantes a las que aferrarme. Esa estúpida dependencia social. Esta confusa convencionalidad. ¿Por qué me veo obligada a tener contacto con ellos? Padres, y una mierda. Estoy harta. ¿Qué diablos importa de qué vagina saliese? Una compensación económica, amor. ¿Qué diablos significa eso? ¿Debo pagarles por lo que han hecho por mí con amor incondicional? No pueden pedirme eso. No sé que es el amor, y menos la incondicionalidad.






Comentarios

  1. Has descrito algo que yo nunca lo he podido expresar ,puesto que, solo me he limitado a pensar si esta es la vida que merezco talvez ahora al pasar los años ya no pensarás lo mismo pero me reconforta al saber que no soy la única que se ha sentido de esa manera

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    1. Lo cierto es que, en parte, ya no pienso igual. Pero es natural, las emociones y los sentimientos cambian, por suerte. Pero reconozco que cuando escribí esto no estaba en una buena época, y la relación con mis padres estaba totalmente destruida. Por suerte tanto mis padres como yo hemos cambiado y hemos aprendido a tener paciencia entre nosotros y más cosas. Pero aun recuerdo aquellas sensaciones y no las invalido. Fueron sensaciones reales y sé que no soy la única que piensa igual. Aunque seamos millones de personas en este mundo, te sorprenderá ver cómo todo el mundo siente y padece de formas parecidas. Tengo muchos otros pensamientos (con los cuales hoy ya no me identifico tanto) pero eso es lo bonito. Son pensamientos que han quedado detenidos en el tiempo de alguna manera. Y hoy en día ya no escribo en esta sección porque se me queda corto hablar sobre un pensamiento en concreto y he aprendido a canalizar todas esas emociones en una novela más compleja.

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