Memorias de un ángel (Eros/Cupido y Ares/Marte)

MEMORIAS DE UN ÁNGEL

Cupido / Eros POV:

 

Mis pies descalzos pisan el frío mármol del suelo. Siento como el frío asciende por mis piernas y se queda levemente sobre mi tronco, produciendo una deliciosa excitación. El sonido de la palma de mis pies al chocar con el suelo en cada paso me resulta agradable, infantil pero poderosa. Teniendo la alternativa de mis alas me resulta divertido caminar de esta forma, de un lado a otro con una fiereza animal. Mi carcaj colocado en mi espalda con una cinta azul a través de mi pecho pesa demasiado. Está cargado de flechas doradas y unas cuantas de plomo negro, sus antagonistas. El arco en mi mano no es tan pensado, al contrario, es ágil y ligero. Surco con él el viento mientras camino entre las habitaciones de la casa. Con las yemas de mis dedos noto la madera pulida y los pequeños salientes de esta en las partes talladas de la empuñadura. La cuerda está tensada. Es resistente y firme, está perfectamente anudada.

No puedo ver nada a mi alrededor por la blanca venda cubriendo mis ojos pero tampoco me hace falta la visibilidad. Sé guiarme dentro de mi propio hogar y me desenvuelvo con facilidad entre las estancias. Comienzo a correr sintiendo el aire colarse entre mis plumas a la espalda, estas se mueven ligeramente por la brisa mientras que mi cabello baila y se zarandea sobre mi frente, rozando ligeramente mis orejas. El sonido de mis pasos acelerados es lo más divertido de todo y más aun cuando sé que no soy el único que los escucha. Sé que mi padre anda por alguna parte en la casa y está atento a todos mis movimientos pero seguramente esté demasiado ocupado como para atenderme.

Me muerdo el labio inferior sintiendo la urgente necesidad de divertirme aun más. De sobrepasar el límite de la excitación y liberarme de la opresión de las doctrinas del bien y el mal. Necesito sentir la adrenalina recorriendo mi cuerpo de la misma forma que cuando me dejo caer al vacío y justo antes de llegar al final alzo el vuelo con rapidez. Esa sensación, esa adrenalina. Mis alas se tensan, necesito una flecha. Alcanzando desde mi espalda una de las flechas y junto con el arco la coloco llevándome la cuerda tensada cerca de mis labios y estiro mi brazo para tener la empuñadura en el punto más alejado de mí, donde pueda estar perfectamente estirada la cuerda y la flecha quede en toda su longitud preparada para ser lanzada. Lanzo la flecha. La suelto en su libertad y esta acaba clavada en algún lugar de la casa. No sé donde ni en qué momento alguien caerá en ella, no importa. El sonido de la flecha surcando el cielo es la adrenalina que necesitaba. Me rio por lo bajo, intentando contener la emoción, y saco otra flecha del carcaj colocándola de la misma forma que la anterior. Camino lejos, acompasando el momento con el sonido de mis pies con el de mi risa y el gesto de colocar la flecha en el arco. Vuelvo a apuntar a ningún lugar en concreto y disparo. Esta vez sí oigo como la flecha se clava en algo parecido a madera. Rio aun más intensamente al sentir como la madera de lo que parece haber sido un mueble es atravesada y me alejo corriendo fuera de la habitación.

Repito el gesto una vez más. Esta vez no tengo en cuenta la dirección de la flecha ni si quiera si hay alguien en la estancia. Suelto la flecha al azar y lo primero que oigo es el impacto contra algo duro y como esta rebota cayendo lejos. Me paraliza el sonido de algo cayendo a gran atura e impactando contra el suelo con un sonido y una reverberación impresionante. Distingo el sonido de la cerámica esparciéndose como una onda por el suelo teniendo como punto de expansión el lugar en donde ha impactado y me quedo quieto, intentando escuchar con detenimiento si los pedazos siguen moviéndose, si alguien se acerca, si algo más acontece. Ante el inevitable miedo que comienza a invadir mi cuerpo me descubro tímidamente los ojos de la venda levantando esta hacia mi frente para quedar congelado descubriendo uno de los jarrones de mi padre Marte. Dentro de mi mente hay un gran debate sobre que hacer a continuación. La voz de mi padre sentencia el debate.

-¡EROS! –Escucho su grito en la planta de arriba y lo primero que hago, casi como un acto reflejo, es salir corriendo de la escena del crimen. Mientras me alejo a paso rápido y seguido por el sonido de mis malditos pasos en pies descalzos, me cubro de nuevo los ojos y me oriento por el sonido de mi padre descendiendo desde algún lado. No consigo saber dónde diablos está, ni si quiera si va a venir en mi busca, pero por experiencias anteriores sé que no va a dejarme escapar, y menos cuando sepa lo que ha sucedido-. ¡Maldita sea, Eros! –Le oigo en la sala en donde he roto el jarrón y me devora repentinamente una adrenalina tan ardiente como una lengua de fuego golpeando mi espalda. Corro a más velocidad, pero el sonido de mis pasos me precede, mi estatura y mi edad no me hacen rival ante el dios de la guerra y tampoco pretendo enfrentarme a él. Pensar en la mera posibilidad de plantarle cara me sobrecoge y me recorre un miedo atroz que no soy capaz de manejar.

De un lugar recóndito de la casa aparece una gran fuerza que me hace caer al suelo. Reconozco su olor, de entre cualquier otro. Reconozco la fuerza de sus manos avasallándome y haciéndome caer al suelo con una brutalidad impropia de un humano. Me revuelvo unos segundos escuchando como en el impacto mi arco cae y de mi carcaj salen las flecha esparciéndose por el suelo. El sonido de la madera al romperse, se han roto unas cuantas flechas en nuestro forcejeo y siento un verdadero miedo de acabar como ellas. Siento como su cuerpo se cierne sobre mí y se sienta en mi cintura. Su sombra hace que deje de ver luz a trabes de mis parpados ocultos y sus manos intentan coger mis muñecas para intentar controlar mi nerviosismo. Yo me revuelvo debajo de su peso con una imperiosa necesidad de deshacerme de su presencia a mi lado porque solo sentir el roce de sus manos sobre mi piel me hace temer por mi propia integridad.

-¡¿Se puede saber qué diablos te sucede?! –Grita mi padre mientras me zarandea de las muñecas a lo que yo grito con el sonido de su voz rodeándome. Mis pies se revuelven, intentando escapar, intento deshacerme de la fuerza de sus manos alrededor de mis brazos para encontrar mi arco y salir corriendo pero no consigo nada. Solo aumentar su enfado-. ¡Siempre estás igual! Maldito niño…

-¡Suélteme padre! –Grito desafiante a lo que él aprieta más sus manos alrededor de mis muñecas hasta hacerme sentir que realmente puede partírmelas. Siento por mi piel desnuda el contacto de sus piernas, de la capa sobre sus hombros. Siento su olor impregnarme y su aliento chocar con mi rostro. Siento como evita que su peso me dañe, como se quita sobre mí y me deja de lado. Yo lo veo una oportunidad para escapar pero al palpar el suelo a mi alrededor con una de las manos que me ha liberado me encuentro mi arco roto, con la cuerda partida y ya sin ninguna utilidad. Palpo también un par de flechas rotas y otras cuantas esparcidas fuera de mi carcaj. Tumbado de lado en el suelo siento como Marte se recoloca a mi lado y me sujeta una de mis muñecas en alto. Mis alas duelen, por el peso sobre ellas, mi mano libre la llevo a su rodilla apoyada en el suelo al lado de mi pecho e intento hacer que se aparte pero ya he perdido la esperanza de poder escapar de su agarre por lo que dejo caer mi cabeza en el suelo y dejarme hacer mientras él vocifera.

-Eres un maldito descuidado, no aprendes nunca. –Habla enfadado. Habla con sensatez, pero enfadado-. Solo aprendes por las malas. –A sus palabras le precede el fuerte dolor en una de mis nalgas. Doy un respingo asustado junto con un gemido dolorido. Mi mano en su pierna se cierne a su muslo y aprieto con fuerza desahogando el dolor. El dolor ha sido producido por una especie de soga chocando con violencia contra mi piel. Me giro un poco para que no pueda volver a golpearme en el mismo sitio pero tira de mi muñeca en alto para girar todo mi cuerpo y volver a repetir el mismo gesto, golpeando con fuerza. El sonido del choque reverbera en toda la estancia poniéndome los pelos de punta. Es un sonido intenso y junto con mis gritos de dolor lo hace todo más terrorífico. Su mano sobre mi muñeca duele, dejo la mano muerta porque ya no tengo escapatoria. Abro mi boca para expulsar el gemido del siguiente golpe y viene acompañado de un dolor tremendamente intenso. Me abrazo a su pierna a mi lado y oculto ahí el rostro, sintiendo como mis ojos pican debajo de la venda y como quiero morder con intensidad mis labios para no gemir. El sonido de mis gemidos me hace sentir avergonzado e inofensivo. Al volverme le muestro más mis glúteos y aprovecha para repetir con más rapidez entre golpe y golpe, sus latigazos por mis muslos. Me quedo quieto, en tensión, esperando el siguiente golpe y evito gemir, lo que provoco que salgan pequeños espasmos y gemidos lastimeros.

-Lo siento padre… -Susurro escondido en el olor de su ropa cayendo por su pierna-. Perdóname… no volverá a suceder…

No es hasta pasado un rato, al jurar por la realidad un par de minutos, en lo que mi mente parecieron horas, que no cedió a mi llanto y detuvo sus golpes. Lo hace con el aliento entrecortado por el esfuerzo y con el brazo cansado. Me suelta la muñeca que había estado aprisionándome y lo hace con un gesto de repulsión, tirando mi brazo como si le diese asco. Yo me llevo la muñeca al pecho y me la masajeo, nervioso, dolorido, tembloroso. Segundos después se apoya con una mano en mi cadera para incorporarse y se levanta marchándose. Oigo sus pasos alejarse lentamente y con paso fuerte y autoritario. El sonido de sus sandalias reverberando en el suelo en el que me ha dejado tirado es un sonido intenso y temeroso. Yo me quedo ahí hecho una bola mientras me deshago poco a poco del miedo que embarga mi cuerpo y de la extraña sensación que han dejado sus manos sobre mi cuerpo. Me debato en levantarme y hacer como si nada o quedarme aquí, con la venda en los ojos humedecida por mis lágrimas. Rodeado de mis flechas rotas y del arco estropeado. Entre el sonido aun reverberando en el ambiente de mis gemidos, de las cuerdas estampándose contra mi piel repetidas veces. Y todo por ser yo mismo. Todo por ser un niño, un descuidado niño inmaduro.

 

Camino lentamente, intentando no hacer ruido con mis pisadas, mientras me desplazo a ciegas por el pasillo apretando en mi mano la punta rota de una flecha de oro. Escondida, camuflada de cualquier mirada. El silencio alrededor me hace sentir tranquilo, confiado. Sin embargo sé a dónde me conduzco y cuando llego a la estancia en la que mi padre se encuentra me quedo en la entrada, yo a su vista y él a mi oído. Pero él no me está viendo. Le siento tumbado en su cama alta con una mesita al lado de donde está rescatando algo de comida. No huele a nada demasiado fuerte. Es algo de fruta. Oigo como sus dientes mastican algo, dulcemente, despacio, saboreando la comida y siento un cosquilleo generalizado por toda mi anatomía. Escondo mi mano detrás de mi muslo y me giro a él con una expresión pérdida, desazonada. Con la mano libre me apoyo en el umbral de la puerta y oigo como él deja de masticar y soy objeto de su mirada. Sentir que me está mirando me hace sentir feliz, deseado.

 

Oigo como a los segundos, tras haber recaído en mí, como vuelve a comer, despreocupado de todo punto. Yo comienzo a caminar en su dirección sintiendo como él no me presta atención. Se hace el loco mientas me acerco y me encaramo a la cama y gateo hasta quedar sentado a su vera, oliendo el olor de la fruta alrededor. Uvas, naranjas y algo que parecen ser ciruelas. Puedo sentir su peso alrededor, su olor, me gustaría poder acércame mucho más a él, hasta tenerle rodeándole con mis brazos, hasta encaramarme sobre él. Y como quiero hacerlo, no me freno a ello y gateo sobre la cama ante su atenta mirada para acabar sentado en su regazo mientras él sigue comiendo despreocupadamente.

-¿Qué haces? –Pregunta confuso por mi comportamiento. Yo me limito a acurrucarme con mis piernas a un lado de él, mi trasero sobre su regazo y mi rostro escondido en su cuello. Su olor es ardiente, excitante, me hace sentir vivo por primera vez y es un olor mucho más tentador y peligroso que cualquier caída en picado. Lleva una de sus manos a mi espalda para sujetarme sobre su regazo y yo me dejo hacer por ella. Las yemas de sus dedos recorriendo la piel en mi espalda me sobresaltan al principio, pero acabo haciéndome al contacto y a la idea de que él también puede ser delicado.

-¿No puedo abrazar a mi padre? –Pregunto mientras él se estira para alcanzar algo y a los segundos siento el frescor de una uva rozando mis labios. Me aparto al principio, desconfiado, pero su olor me hace confiar y me como la uva sostenida en sus dedos. Mastico volviendo de nuevo a ocultar mi rostro en su hombro. Mi mano se cierne con fuerza pero con cuidado sobre la punta de flecha.

-Te portas tan mal… -Murmura aun disgustado cuando hace horas de lo sucedido. Yo me quejo negando con el rostro de forma infantil, como un inocente gesto impropio de un adulto. No lo soy asique no me importa parecer un niño.

-Lo siento, padre. –Murmuro en su cuello, con mis labios aprisionados por su piel. Su piel en mis labios se siente demasiado dulce. Tal vez sea el simple sabor de la uva que acabo de ingerir pero no quiero apartar mis labios de ahí. Él se queda en silencio durante bastante rato y no vuelve a ofrecerme nada de comer, por lo que empiezo a cavilar que ha acabado por olvidarse de mi presencia sobre él. Esa idea me enfurece, me hace sentir vacio e invisible-. ¿Por qué no me quieres? –Pregunto pero más bien pareciera que he preguntado al aire, porque él a pesar de quedarse paralizado no me contesta. Pasados varios segundos en los que comienzo a sentirme irritado me separo de su hombro y me llevo una de mis manos, la que tengo libre, a mi venda en los ojos para subirla y retirarla de mis ojos, dejándola en mi frente. La otra mano la dirijo a su espada a través de su hombro, dejándola ahí.

-¿Qué haces? –Pregunta entre sorprendido y temeroso por mi reacción al descubrir mis ojos. Su rostro se me muestra dulce, con facciones acarameladas, con una dura expresión de miedo, pero con infantiles rasgos de un hombre joven. Pelo oscuro, perilla sutil, manos elegantes, cuerpo robusto. Sus ojos oscuros como el carbón me miran nerviosos, sus labios rosados se mueven intentando formular una segunda pregunta, pero al no encontrar nada que le satisfaga, acaba por fruncirlos al igual que el ceño, dada la situación. Yo me froto el ojo izquierdo aclarando mi visibilidad y después le muestro el total de mi mirada al repetirle la pregunta.

-¿Por qué no me quieres?

-¿A qué viene esa pregunta? –Contesta sin darme una respuesta y yo le miro más directamente.

-¿Quieres a mamá? –Pregunto-. Sé que la quieres. Siempre la cuidas, la tratas bien…

-Claro que quiero a tu madre.

-¿Cómo sabes que la amas? –Él se queda un tanto pensativo realmente paralizado por toda la extraña situación a su alrededor pero hace un gran esfuerzo por responderme. La punta de flecha en mi mano apunta directamente a su espalda. A su corazón.

-Pues sé que la amo porque pienso en ella, quiero cuidarla, quiero protegerla…

-¿Solo eso?

-Quiero besarla, quiero decirle lo mucho que la quiero, no dejaría que nada malo le pasase. –Sentencia con consistencia y yo aparto la mirada, avergonzado y francamente decepcionado con su respuesta-. ¿Por qué quieres saber eso?

-¿Cómo se siente?

-¿El qué?

-Estar enamorado… ¿cómo es?

-¿Tengo que ser yo quien te lo explique a ti? –Pregunta dada mi persona, pero aun así, asiento.

-Yo solo hago que las personas se enamoren disparándolas con mis flechas, no sé que sienten o que dejan de sentir…

-Puedes ver sus reacciones frente a la situación.

-Las reacciones son meras representaciones físicas. Quiero saber que se siente. ¿Qué sientes, padre, cuando hablas de mamá?

-Pues el amor es… es dolor. –Dice, dubitativo-. Pero también alegría y pasión.

-¿Qué más?

-Es esa sensación de cosquilleo en el estómago, esa sensación de…

-¿Por qué yo no puedo sentirlo? –Pregunto de repente y él me mira, con una expresión triste y apenada. Lleva su mano a acariciar mis cabellos ondulados y cierro los ojos disfrutando de la sensación de confort, de su olor en su mano, de su caricia, de la textura, de su delicadeza. Acerco mi mano de su espalda más cerca de su piel.

    -No… no lo sé… -Contesta desazonado.

    -¿Por qué no me quieres? –Pregunto ya con un deje desesperado. Él frunce el ceño.

    -¿Por qué piensas eso? –Yo oculto mi rostro de de su mirada pero él me obliga a mirarle. Estoy a punto de clavarle la punta de flecha, atravesando su espalda hasta llegar a su corazón, pero él sigue hablando-. Claro que te quiero.

    -No lo haces. Mentiroso.

    -Eros…

    -¡Mentiroso! –Grito casi enfurecido y me levanto de su regazo, dejando con él su olor, el tacto de sus manos, de su piel. Me termino por quitar la venda de los ojos y la tiro al suelo mientras salgo corriendo en dirección a la salida.

 

 

    Cuando llego a mi cuarto cierro la puerta detrás de mí y me quedo unos segundos apoyado con las alas en la madera respirando con dificultad por el esfuerzo de la carrera y por el sentimiento de impotencia que comienza a recorrerme. Es algo que no había experimentado nunca, algo fuera de mis necesidades infantiles de diversión. Me llevo una de mis manos a mi pecho, donde siento mi corazón palpitante, y me encojo en mí mismo con una expresión de dolor e ira. Me aparto de la puerta y tiro por ahí la punta de flecha en mis manos. El sonido que crea al caer no es suficiente, apenas se siente, necesito hacer algo mucho más fuerte y cojo los pergaminos sobre el escritorio y los tiros al suelo pasando mis brazos a lo largo de la mesa. Al caer crean un barullo de papeles que se quedan amontonados y esparcidos alrededor del suelo. Sigue sin ser satisfactorio y me abalanzo sobre unas cuantas joyas y las tiro al suelo, las rompo con mis manos, grito mientras las tiro contra las paredes. Les siguen algunas prendas de ropa que desgarro con mis manos y estoy a punto de tirarme de las plumas.

    Ver la sombra de mis alas abalanzarse desde mi espalda me causa una ira descontrolada. Llevo mis manos a una de mis alas y tiro de las plumas cerca del nacimiento en mi espalda, negándome a aceptar mi propia naturaleza. Negándome a ser quien soy, deshaciéndome de mis símbolos primordiales. Me siento tremendamente dolorido pero extrañamente el dolor físico calma el dolor en mi pecho. Caigo de rodillas al suelo y comienzo a llorar con las palmas de las manos abiertas hacia arriba y llenas de pequeñas plumas blancas que caen de mis manos con una tranquilidad pasmosa, disfrutando de la caída hasta el suelo. Rompo mi rostro en un llanto silencioso y aprieto mi mandíbula.

    Todo el suelo alrededor está cubierto de pequeños trozos de cristal y oro, mis plumas, pergaminos. Al lado está en carcaj volcado en el suelo que ha debido caer en algún momento de mi arrebato. A su vera descansa una de las flechas que mi padre rompió y queda la punta de oro unida a su cuerpo en unos cuantos centímetros. Suficiente para que se cierna sobre ella una mano, la mía. La cojo con mi mano y la miro. Me veo reflejado en el destello de su estructura y ayudándome de la otra mano sobre su cuerpo sostengo la punta sobre mi pecho desnudo. En medio del tórax. Atravesarme la piel no es tan doloroso como intentar ir más dentro. Me quedo sin aire, el dolor comienza a recorrerme como el más rápido ácido y me quedo un segundo paralizado al sentir como la punta de flecha está rozando mi corazón. Ya no me detengo. Con un alarido roto por el llanto hundo un poco más la flecha hasta partir mi corazón. Hasta sentir que se cuela en mí el inexistente poder de la flecha, del brillo del oro. Nunca había sentido tanto dolor pero no es culpa de la flecha, el dolor venía de antes, viene de la mirada de desprecio de mi padre, de su tacto en mi piel.

  Cuando la flecha se sostiene en mi pecho la suelto y estoy a punto de caer de frente al suelo. Mi mano me lo impide apoyándome en ella y me dejo caer de lado mientras una mano se posa por instinto en mi pecho, sobre el lugar en donde la flecha está clavada. Comienza a correr un dulce y sutil hilo de sangre. No debería ser así, pues mis flechas no crean dolor, no crean sangre. No rompen tejidos, solo iluminan corazones, pero a mí me está matando y la sangre que comienza a formarse alrededor del suelo lo demuestra. Puedo sentir como yo no soy un buen objetivo y al flecha a decidido que yo no debo amar, pero el amor es lo que me ha matado con su constante ignorancia hacia mi persona. Me humedezco las yemas de mis dedos con la sangre que comienza a entrecerrar mis ojos. El color rojo mancha el tinte blanco de mis plumas y cubre el brillo del color en la flecha. No puedo respirar, tampoco me sentía con la inmediata necesidad de hacerlo antes. Me siento mareado, el dolor ha superado todos los límites y quisiera sacar la flecha de mi pecho, deshaciéndome del último signo de mi persona, pero ha quedado bien sujeta y no quiero desmayarme por el dolor. Quiero apreciar este instante, quiero creer que este dolor es en realidad lo que los humanos llaman amor. ¿Será tan doloroso? ¿Qué importa? Ni si quiera siento ya el frío del metal colándose por mis huesos, el suelo desaparece, la sensación de sujeción, la sensación de constancia. Quedo reducido a un par de lágrimas y a un último aliento. Un dios inmortal que muere por un pecado mortal.



 FIN







Historia inspirada en el cuadro Marte castigando a cupido de Bartolomeo Manfredi.




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Comentarios

  1. mARICA NO SÉ, PERO VEO TODO TAN PROFESIONAL Y ME ENCANTA AY

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