CUERPO - Pensamiento III

💬 Debo aclarar que hoy en día no estoy de acuerdo con muchas de las cosas que escribí aquí, y aun así comprendo que es parte de la evolución de la madurez de una persona. Por eso, aquí tenéis este humilde pensamiento.

Cuerpo



La moda del ribcage bragging consiste en demostrar que estás increíblemente delgado a través de una foto en la que se puedan apreciar tus costillas.



Un nuevo y peligroso reto causa furor en las redes sociales: conseguir una cintura tan delgada como el ancho de un Dina A4.



La última para conseguir tener un «físico perfecto» se llama «Thigh Gap». Se trata de una 'moda adolescente' que afecta al cuerpo y por consiguiente a la mente. En este caso, se trata de tener separación entre los muslos de manera que no se toquen.



Y ahora, en estos últimos días, la tendencia que se está llevando a cabo es subir autorretratos a las redes sociales para mostrar cuántas monedas se pueden colocar en las clavículas de las mujeres, mostrando cuan marcadas están.



Estos no son más que unos cuantos titulares recogidos se varios periódicos y medios de comunicación en donde nos recuerdan, una vez más, que hemos caído presas del estúpido modelo de ideal, de conducta y estético de esas modas enfermizas. Modelos extremadamente delgadas, con rostros cadavéricos, mejillas vacías casi inexistentes. Pómulos duros de hambre, ojos hundidos de un orgullo vergonzoso. Unos labios morados, sufrientes por la falta, unos hombros débiles. Cualquiera puede romperlos pero el hambre ya lo ha hecho dándoles una apariencia de esqueleto que aleja con miedo a todo el que se acerca.

Unos pechos descolgados, unos pellejos carentes de masa que ha desaparecido por un innecesario esfuerzo de infraalimentación. Un vientre plano, una rigidez putrefacta, unas curvas tétricas. Una cintura desequilibrada, un caminar, por culpa de la extrema delgadez, titubeante. Las piernas, más semejantes a dos palos, se tambalean junto con los pasos incapaces de sostener el saco de huesos en los que se ha convertido un hermoso cuerpo que antes fue envidado. Ahora solo es la férrea demostración de la decadente cultura que nos consume, a hombre y mujeres por igual, en un constante abuso contra nosotros mismos.

En mis propias carnes he sufrido la vergüenza de unos insultos que iban o no conmigo, de unos adjetivos que me hacían ver lo que no era, o tal vez me mostraban la realidad. Amabas cosas dolían a la par pero la incertidumbre del no saber qué hacer te desequilibra mucho más que cualquier idiota amenazante. Tú mismo eres tu propio enemigo más que cualquier insulto. Tus propias decisiones son las que indudablemente van a abocarte. Yo también me desprecié mientras me miraba al espejo. Apreté mi vientre con dos de mis dedos preguntándome cuanto más podía esforzarme para adelgazar pero en realidad no lo hacía. Yo no me veía mejor. He de reconocer que yo solo he sido de ese tanto por ciento que pasa por la fase de la vergüenza por su cuerpo. Me mantuve firme para no meterme los dedos y sucumbir a la bulimia para adelgazar. Tampoco me cohibí de comer, como las anoréxicas. Otras cosas pesaban por entonces más en que sí me hicieron perder unas cuantas veces en mis propias promesas.

Por culpa de una sociedad consumista, cambiante, globalizada, capitalista y con modelos de conducta inadecuados nos vemos condenados a vernos débiles y menudos mientras unos gigantes se nos muestran amenazantes, imponiéndonos sus costumbres. Queremos ser como ellos, porque les amamos, porque les adorábamos, porque necesitamos de la autoestima que irradian o porque rogamos por atención y una amistad que en realidad no es más que mero humo disolviéndose en nuestras palmas cerradas.

Una vez caes en su trampa, no sabes salir. Es un círculo vicioso en que cada día es un recordatorio más de que tu peso no se corresponde con lo que ves y lo que ves no cuadra con lo que te llaman. Las palabras danzan peligrosamente al borde de un precipicio dentro de tu mente y antes de darte cuenta, han caído todas golpeándose con la dura realidad, la que duele con intensidad. Te hundes, te levantas con ánimo y vuelves a caer, y vuelta a empezar. Un círculo que se vicia con los días. Las miradas caen sobre ti cuando en realidad es mentira. Las palabras van dirigidas a ti sin ser cierto. La comida te mira, con una gran y grotesca sonrisa que te embelesa y al mismo tiempo te repugna porque sabe que eres débil y cuando te alejas, ella te llama, necesitada de tu atención pero lo que en realidad grita es tu estómago, ambiento de esa comida que una vez más has tirado a la basura.

Siempre hemos tenido modelos a lograr alcanzar, aunque no lo parezca. La Venus de Milo fue en su tiempo un prototipo inalcanzable, un ideal imposible. La Venus de Urbino, reyes que se mostraron como ideales, princesas que se exhibían para alentar a las masas a imitarla. Pero creo que hemos superado un límite que no debía ni si quiera ser mencionado. Cuando nuestra salud está en juego, nada vale. Ya nada es justo, ni hermoso, ni agradable, ni si quiera digno de mostrarse. Nos exponen unos prototipos de belleza que se rompen al mirarlos. Unas sonrisas huecas, de dientes débiles por la falta de calcio. Unos rostros pálidos por la carencia de vitamina D. Manos temblorosas por el hambre, ojos acuosos, por el miedo. Por la vergüenza. ¿Quién se siente bien así? Solo quien coordina con manos sucias los modelos que no nos representan.

Nuestro cerebro, adormecido y nuestros ojos ciegos de publicidad y conformismo. No podemos ver lo hermoso que es un cuerpo lleno. Unos ojos cuidados, no que maquillados o lúcidos, sino con una alegría y un brillo que enternece. Una mirada sincera, confiada, lejos de estar avergonzada. Una sonrisa de dientes aunque no perfectamente coordinados, sí mostrando una felicidad embriagadora. Mejillas llenas, enrojecidas, rosadas y nada de pintadas. Un rubor real de una viveza palpable. Un pecho turgente. En una mujer, no exuberante pero sí lleno y palpable. En un hombre, turgente igual, nada exuberante, pero sí gustoso de ser palpado. ¿Vientres planos? ¿Quién los quieres si yo necesito donde acurrucarme? Una cintura mullida para abrazar. Un trasero protuberante, exuberante, algo que sí sea merecedor de una admiración. Piernas fuertes, elegantes, siempre hermosas. Sentarme en ellas sin miedo a romperlas.

No importa la altura, no importa el color de ojos ni su forma. No importa el peso ni el color ni la edad ni el sexo. Mucho menos la orientación sexual o los extraños fetiches. Sé quien quieras ser sin complejos. Gusta de lo que te guste y busca lo que te haga feliz, no el modelo que te obligan a querer, tanto para ti como para otros. La verdad se antepone a todo, cuando llega la verdad, todos elegimos la carne a la nada.

Comentarios

Entradas populares