IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 3

 CAPÍTULO 3


Jimin POV:

 

Mi amor, mi dulce y pequeño Jeon, voy a contarte cosas que no todo el mundo debería saber. El norte es una fortaleza en donde nada entra, nada sale. Todo se sostiene y se deja pudrir mientras al otro lado de la balanza renace una nueva vida que equilibra el sistema. Muchas veces hemos hablado de tu infancia. De cómo en los primeros años de tu vida te divertías yendo con tu madre al parque y tu natural empatía te hacía casar bien con niños desconocidos. Recuerdo todas las historias que me contabas solo esperando que yo te recompensase con la misma moneda, pero eso nunca ocurrió. Te di nada más que detalles superficiales no porque el recuerdo fuera doloroso, sino porque tenía miedo de cambiar la imagen que te habías inventado de mí. Tenía miedo de que me dejases de querer al comprobar todo lo malo que hay en mí. No eras el único que tenías pesadillas por las noches, Jeon. Yo también tengo pesadillas, mi amor. Y duelen tanto…

Cuando desperté ya era de día. Estaba en un cuartucho como en una extraña celda. Años después la reconocería pues era una celada de encarcelamiento para los que están en procesos judiciales. Las paredes eran blancas pero con un tono grisáceo por la humedad y la suciedad. Todo alrededor olía a desagües y tan solo había una ventanita en lo alto de una pared con barrotes y un cristal traslúcido. Yo desperté en un pequeño camastro sin sábanas. No estaba adaptado para la presencia de nadie, simplemente me habían encerrado ahí hasta que despertara y cuando lo hice, comencé a llorar. Eso sí que lo recuerdo, comencé a llamar a mi madre y a mi padre aun con mareos y un fuerte dolor de cabeza atravesando mi cráneo. No tenía sangre por ninguna parte pero sí un leve chichón en la parte trasera de mi cabeza y llevé allí mi mano sollozando con fuerza. Los recuerdos están un poco borrosos mi amor, y puede que la mitad de las cosas no sean más que producto de mi imaginación que mi cerebro haya añadido tan solo para completar las piezas del puzle, pero la personalidad de un humano se forja en mayor medida por los recuerdo y si el pasado es lo que me ha llevado a ser como soy hoy día, entonces debo asumir como verdad esos recuerdos. Es la única forma de seguir adelante, mi amor.

Ante mi griterío y los sollozos, unos pasos comenzaron a acercarse a la puerta con lentitud e introdujeron una llave en la cerradura. El sonido de esta al abrirse retumbó por todo el espacio haciendo mi llanto más violento y evidente. Esperaba que la persona al otro lado fuera alguno de mis padres pero un hombre trajeado de uniforme militar apareció al otro lado y miró directo a la cama donde yo me acurrucaba por miedo. Estaba temblando y el hombre se asustó de veras por mí. La rota expresión de su rostro me mostró la más humana conciencia que jamás volvería a ver. Tras venir a donde yo estaba se acuclilló cerca de la cama y me miró con una sonrisa tranquilizadora. Una dulce y acaramelada sonrisa que me hizo parar de llorar.

—Buenos días. ¿Cómo te encuentras? –Recuerdo el timbre de su voz y como sus ojos, pequeños pero amables, me miraban de arriba abajo buscando lesiones más graves que me hicieran producir ese llanto. Yo solo deseaba estar con mi madre.

—¿Dónde está mi mamá?

—Tu mamá y tu papá están siendo investigados por el estado. –Me hablo de forma que yo pudiera entenderle mejor—. Tu mamá y tu papá han hecho cosas malas en contra del país. ¿Sabías tú eso, pequeño? –Negué con el rostro, sorprendido. Nunca pensé que ellos pudieran atentar contra el estado, con todo lo que había hecho por nosotros. Comencé a llorar de nuevo.

—¿Dónde están?

—Recluidos. Van a ser juzgados a trabajos forzados. Lo siento pequeño. Ya no podrás volverlos a ver. –Me dijo y tardé en asimilar las palabras. Tardé días en comprender lo que significaba no volver a estar con mis padres. La prioridad para mí ahora era yo mismo.

—¿Y yo qué hago ahora? –Pregunté, haciendo mi mejor esfuerzo por que mis palabras fueran las correctas, porque él pudiera entenderme. No quería verme como un bebé.

—Ahora el estado se encargará de tu tutela, ¿vale? Vamos. –Me dijo cogiéndome en sus brazos. Era un hombre de edad media con una altura parecida a la tuya, Jeon. Me alzó en sus brazos y yo le abracé por el cuello rompiendo a llorar de nuevo mientras escondía el rostro en su hombro. Él olía a colonia ácida, y su piel estaba suave. Juraría que podría dormirme en sus brazos pero no lo hice porque antes de tener la oportunidad llegamos a un despacho. Un despacho que volvería a ver infinidad de veces después. Recuerdo como al entrar el señor me dejó en el suelo y caminó dándome la mano hasta las sillas que custodiaban un escritorio grande. Las sillas eran de madera de caoba oscura y forradas en parte de terciopelo. El escritorio era de la misma madera que las sillas y tenía tallados en los bordes unas florituras vegetales que me quedé mirando como un idiota. Vaya estupidez. Lo siento.

Había dos personas allí en ese despacho a parte de nosotros dos. Me daba vergüenza mirarles directamente. Uno iba con uniforme militar y el otro, con un traje de corte occidental. No me atreví a hablar y me limité a limpiarme los ojos con los puños cerrados. Mis mejillas estaban ardiendo, la cabeza me daba vueltas. Una voz me despertó de la ensoñación.

—Hola, Park Jimin. –Me dijo el hombre al que vi sentado en el escritorio frente a nosotros. El otro, más joven y delgado estaba de pie a su lado. No recuerdo la cara de ese hombre sentado frente a nosotros. Hay una gran mancha en medio de su rostro que distorsiona mis recuerdos. Fue la primera vez que le vi y la última. Su voz resuena en mi mente con un eco sordo. Grave. Amarga. Desagradable. Era un anciano ya, su cuerpo estaba degradado por la edad y me gustaría decir que me parecía un señor dulce y amable, como los ancianos que se sientan en medio de un parque tan solo para ver a la gente pasar, pero más bien me recordó a los que salen de las tabernas a altas horas de la mañana apestando a humo de puro y a whiskey barato.

—Hola. –Dije. Él sonrió.

—Como te habrá dicho aquí nuestro soldado, —señaló al hombre a mi lado sentado—, tus padres han intentado dar un golpe de estado. Se han sumado a una manifestación que iba en contra del régimen. ¿Sabías eso? –Negué con el rostro—. Ya no tienes que preocuparte por ellos, arreglarán el daño causado. –Me dijo y asentí, sin comprender verdaderamente a qué se refería con eso—. De ahora en adelanta pasarás a formar parte del ejercito de nuestro país. ¿Te gustaría? –Fruncí los labios sin comprender de qué me estaba hablando. Él comprendió mi frustración y suspiró, llenándose de paciencia—. Soy el capitán al mando del grupo de espionaje en este país. Estos últimos años tenemos una fuerte carencia de personal capacitado y bien entrenado para abastecer la demanda. –Yo miré al señor sin entender una sola palabra y la frustración por el desconocimiento me hizo formar un gran puchero inundando mis ojos de lágrimas. La mano del militar a mi lado sentado agarró mi pequeña manita y me hizo sentir mejor. Le miré y mis ojos dejaron ir las lágrimas—. Pequeño, siento tanta palabrería. Sé que esto no te importa ni tampoco lo entiendes. ¿Verdad? –Suspiro y yo asentí. Miró al chico que tenía a su lado de pie y este rebuscó entre sus bolsillos para sacar un dulce. Un Chupa—Chups de sabor de fresa. Me lo extendió y lo abrió para que yo pudiera metérmelo en la boca. El sabor de fresa perduró durante mucho tiempo en mis labios y endulzó la situación casi como por arte de magia. El chico que me había dado el dulce me sonrió y esa sonrisa era muy enternecedora. No sabía hasta que punto llegaría yo a odiar esa risa. Él aún era joven, apenas tendría veinte años, pero se encargaría de hacerme la vida imposible.

—¿Mejor? –Me preguntó el militar sentado a mi lado y yo asentí mientras volvía la mirada al hombre frente a mí.

—De ahora en adelante vivirás con él. –Señaló al hombre a mi lado—. Sehun cuidará de ti los próximos dos años mientras terminas tus clases en la guardería. Al cumplir cinco te llevaremos a una escuela especial, con niños de tu edad. ¿Vale? Allí aprenderás a servir a tu país dando lo mejor de ti. Mientras tanto, vivirás con él. Miré al hombre a mi lado y repetí el nombre de “Sehun” en mi mente. No quería olvidarlo y quedar como un idiota.

—¿Mi mamá y mi papá estarán bien? –Dije sacando el dulce de entre mis labios y él señor frente a mí asintió.

—Estarán bien. Solo trabajarán para nosotros.

—¿En qué? –Pregunté.

—Pues de mano de obra. En el campo, en carreteras… cosas así.

—Pero mi papá ya tiene trabajo.

—Lo sabemos, pero ahora trabajarán para nosotros. ¿Vale? –Yo asentí convencido y aún entendiendo que volvería a verles pronto. En mi cerebro me creé la idea de que deberían trabajar un tiempo hasta subsanar el daño causado. Que llegaría un momento en que mis padres llegarían al cupo de su pago y les liberarían. O al menos, de que me dejarían acompañarles. Yo aun era pequeño y no estoy achacando a la idea de mi edad el hecho de mi egoísmo, pero a medida que pasaban los días, su ausencia dolía menos. La carencia de unos padres se me hacía más banal y monótona. No me importaba no estar con ellos aunque a veces me acordase de ellos. No lo entiendas como egoísmo, o narcisismo. No lo veas como crueldad. Yo quería a mis padres y aun los quiero, pero la vida continuaba y aún me deparaban tantas cosas, mi amor.

Cuando la reunión o lo que aquello fuera terminó, Sehun me cogió en sus brazos de nuevo y me volví a abrazar a su cuello haciendo que mi nariz se apegara a su piel y mi mejilla sujetara en su interior el dulce, dejando salir por entre mis labios el palito blanco. El hombre sentado en el despacho volvió la vista a los papeles frente a él y el chico a su lado movió la mano en ademán de despedida. Yo le correspondí con mi pequeña y regordeta mano. Sus labios me hablaron.

—Nos veremos muy pronto, pequeño. –Me dijo. Siempre recordaré su voz. La misma que un día me diría que debía dejarte atrás, mi vida.

 


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