IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 2
CAPÍTULO 2
Jimin
POV:
"Mi amor. Mi querido y dulce Jeon. Supongo que te preguntas tantas cosas… Perdóname por todo pero siento la necesidad de confesarme antes de terminar con todo. He conseguido un móvil, y voy a llamarte en cuanto termine este relato, pero no tengo tiempo antes de que registren mi llamada y me corten la comunicación. No puedo decirte todo lo que quiero contarte a través del móvil, esta es la única forma y ni siquiera sé si lo leerás, pero así moriré tranquilo.
Jeon Jungkook, nos hemos acostado, nos hemos casado. Me he confesado a ti y te amo. Pero… ¿De verdad me conocías? No estoy seguro de eso y jamás lo he estado. Mientras te miraba dejaba de sentir el vacío y la constante zozobra de que te estaba siendo esquivo pero cuando desaparecías siempre me preguntaba, qué es lo que sabes realmente de mí. Una persona no se forma tan solo por manías y preferencias sexuales. Un hombre tiene una vida, y un hombre como yo, toda una historia por contar. Te conté lo básico para que te sintieras conforme y yo sé que no me preguntabas porque el recuerdo dolía. Y tanto que dolía. Pero por ti el dolor es mucho más dulce que el mejor de los caramelos. Por ti, la muerte se me desdibuja sonriente y aterciopelada. ¿Cómo negarme a ella si la ausencia de tu persona me está devorando? ¿Tengo realmente una alternativa? Someterme a la tortura de esperar que algún día volvamos a encontrarnos es demasiado duro. No me pidas eso, mi amor. Yo nunca te lo pediría.
Antes de comenzar con mi historia tengo que confesarte algo. Te amo. Pero no lo hice siempre. ¿Dónde está la línea del despacio al amor? ¿Dónde está la línea entre la vida y la muerte? Muchas veces me he creído muerto y sin embargo mi corazón latía con fuerza. Solo una en la que me creí vivo pero mi corazón dejó de latir. Por ti. Mi amor. Hago este pequeño índice para pedirte perdón de antemano si mis palabras pueden llegar a dolerte. Más me duelen a mí, te lo aseguro. También prevenirte. Esto va a ser duro. ¿No ves las lágrimas en el papel ya? A mí me duele por diez lo que tú sientes que es un inhumano dolor. ¿Crees que fue fácil dejarte? ¿Dejaros a los tres? ¿Crees que no me arrepiento? Pues no. Y créeme que tengo historial de sobra para arrepentirme.
Comencemos. Situémonos hace años. Hace muchos, muchos años. Cuando el sol salía con más fuerza por el horizonte del mar de Japón. Cuando las banderas ondeaban con un viento que yo no recuerdo otro. Antes, mucho antes de que nos conociéramos. Antes de que tú trabajases en la empresa. Antes de que nacieras, mi amor. La vida era mucho más diferente. ¡No! La vida no. Mi forma de verla. Yo acababa de nacer el trece de octubre de mil novecientos noventa y tres. Mi madre me decía que lloré mucho cuando nací y yo siempre me avergonzaba por imaginarme a mí en esa situación pero tras tener a mi hija descubrí que su grito sordo al nacer era el mejor sonido que jamás se me habría presentado. Aun lo recuerdo. Era la vida dando alaridos desde sus pulmones.
Yo aun era muy pequeño cuando me alejaron de mis padres pero sí tengo algún extraño recuerdo que tal vez confunda mi subconsciente con un falso pensamiento o un sueño. O incluso con un recuerdo de mucho después pero sí que puedo ver en lo alto de un edificio en la plaza del centro de Pyongyang una bandera ondear. Grande, imponente. Esa bandera estaba siendo observada al igual que yo por un montón de militantes que se cuadraban frente a ella y eso me hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Yo masticaba en mi boca una galleta de chocolate y podía paladear el dulzor de ese alimento con unas vistas tremendamente impactantes. El sabor se ha quedado conmigo desde entonces y ese dulzor regresa a mis labios cada vez que miro con orgullo la bandera de mi país alzarse orgullosa sobre los que la sirven. Algo mucho más fuerte que yo me dijo que esa bandera sobreviviría aunque nadie la sostuviera. Ella por sí sola se abastecería aunque ni un solo hombre se enorgulleciera de alzarla y vitorearla.
Pensaba en una esposa hermosa cuando la miraba. Pensaba en una familia como la mía y como el resto de familias que el resto de gente tenía. Era una vida tranquila. Con un olor a humedad y comida picante que me encantaba. Caminar por el asfalto de las calles agarrado de la mano de mi madre y junto al carro de bebé de mi hermano es otro recuerdo que me atenaza. Me preocupa que no sea verdad pero, ¿a quién le importa? A mi ya no, desde luego. Sin embargo, el paisaje sí que se me antoja curioso de rememorar.
Mencionaré brevemente los pocos recuerdos de mi hermano. Cuando él nació yo apenas tenía dos años recién cumplidos. No recuerdo haberle ido a ver al hospital aunque seguramente lo hubiera hecho. No recuerdo verle crecer, tampoco. No recuerdo el sonido de su voz ni si le quería o no. He de ser sincero con esto, lo único que recuerdo de él es su rostro gracias a las fotos que me han quedado y poco más. Recuerdo las horas de espera en el hospital cuando íbamos a hacerle revisiones mensuales. Recuerdo los gritos de mi madre cuando el corazón de mi hermano dejó de latir y las lágrimas de mi padre cuando murió. Yo lloré también pero probablemente por la impresión que me dio verles tan débiles y alicaídos. Unos referentes se caían a mis pies sollozando y eso sí que lo recuerdo. También recuerdo que desde ese momento, no volvieron a ser los mismos.
Una tarde de verano en la que el sol se esconde con timidez, mis padres y yo acabamos de dar nuestro paseo de domingo tras haber asistido a una especie de reunión. Todos hablan en susurros y a mí me pareció un juego muy gracioso. Mis padres cambiaron su forma de ser frente a aquellos señores y yo me vi obligado a contener la risa mientras mi padre hacía raras imitaciones de nuestro presidente. Al principio yo mismo me asusté de ello pero como nadie a nuestro alrededor parecía preocupado no le di más importancia. El resto eran adultos, sabrían mejor que yo lo que estaba bien y mal. Cuando regresábamos a nuestro hogar hicimos como si nada y mis padres volvían a la seriedad característica de sus rostros. Las personas que se paseaban a nuestro alrededor parecían no darse cuenta. Yo sí lo hacía. Estábamos interpretando un teatro muy divertido.
…
La noche se había fundido en el paisaje hasta crear una oscuridad de invierno que nadie habría podido describir. La niebla junto con el verdadero frío de la estación se mezclaba en una atmósfera que congelaba el alma. El sonido del hielo escarchando en el suelo y las pequeñas briznas de hierba ya muertas se escuchaba a kilómetros de distancia. Yo, dormido en mi cama era inconsciente de lo que realmente sucedía pero nadie nos había avisado de la brutalidad humana. De la verdadera cara de una moneda que siempre se nos había presentado reluciente. Un oro que nadie se había atrevido a morder sumido en su propio poder. El sonido de un golpe me hizo despertar y rápido salté en la cama con ojos abiertos, mirando tras la luz que entraba de la puerta de mi cuarto. Un cuarto no mucho más grande que en donde nuestro hijo Yoogeun durmió cuando estuvimos aquí en el norte. Nueve metros cuadrados pero suficientes para que la mentalidad y la creatividad de un chico pueda manifestarse. Mi casa era de un piso cedido por el estado a mis padres por ser trabajadores. Dejarían de serlo desde esa noche.
El sonido volvió a producirse y el grito de mi madre me hizo temblar de pies a cabeza. Aún recuerdo con claridad ese grito que después oiría cuando intentase rogarme por su vida. Pero aún no hemos llegado a ese punto, mi amor. Yo aun me chupaba el dedo y era necesario que me quedarse acurrucado entre las sábanas, ocultándome de aquél monstruo que había entrado en mi casa en plena noche y que perturbaba el sueño de mis padres. A través de la puerta solo podía ver la sombras ir de aquí para allá con los sollozos de mi madre y los gritos de mi padre en una fuerte resistencia contra aquello que se empeñaba en molestarles.
Aquello hablaba nuestro idioma por lo que era un ser racional. Aquello, gritaba mucho más alto que mi padre y pude distinguir entre el juego de sombras, un arma. Aquello era algo poderoso y con autoridad. Aquello golpeó a mi madre una bofetada y no pude resistirme a salir, valiente en mi ignorancia para recibir la mirada de unos ojos como los míos. La atención de unos hombres que perfectamente podría haber visto el día anterior desfilando tal y como solían hacer. Mi país se volvía contra mí y eso fue algo que no podía entender. Mi país era todo lo que yo conocía y si atentaban contra mis padres, algo muy malo habrían debido hacer.
Mentiría, Jeon, si te dijera que me interpuse entre aquellos hombres del ejército de la nación para proteger a mi madre, o si te relatara como un cobarde que regresé al cuarto a refugiarme bajo las mantas de la cama. Yo aun no sabía hablar bien. Tampoco recuerdo haberles dicho nada. Ni hacerles nada tampoco. Me quedé paralizado viendo como la realidad se distorsionaba delante de mí y como todos los ojos caían a plomo sobre mi presencia. Recuerdo los pasos de uno de esos hombres caminar hasta donde yo estaba y alzar la culata de su fusil. El grito de mi madre, y un dolor sordo rompiéndome en dos.
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